Augusto Ferrando ("El Negro" Ferrando) el popular, ocurrente e inefable presentador de la televisión peruana acostumbraba regalar grandes premios a los participantes de su programa concurso de cantantes aficionados. El nombre del programa era "Trampolín a la Fama" y se mantuvo en el aire cerca de 40 años. Ferrando no toleraba los llantos de la gente humilde en el set de televisión al momento de la entrega de premios. Cuando regalaba refrigeradoras, autos o cocinas, presentía las lágrimas, los sollozos y las desesperaciones de los concursantes (casi todos hombres y mujeres pobres). Y en un juego de chantaje emocional sin precedentes; absolutamente sadístico, les gritaba con voz hípica "¡¡¡¡Si lloras te quito todo!!!".
Y entonces esos hombres y mujeres pobres; que nunca habían tenido tanta planta entre las manos; en una disyuntiva épica y lipotímica; creyendo que la amenaza de Ferrando se cumpliría, caían desmayados frente a las cámaras de TV.
Y entonces esos hombres y mujeres pobres; que nunca habían tenido tanta planta entre las manos; en una disyuntiva épica y lipotímica; creyendo que la amenaza de Ferrando se cumpliría, caían desmayados frente a las cámaras de TV.
Hoy, 07 de diciembre de 2010, Mario Vargas Llosa ha pronunciado un discurso maravilloso, emotivo (ojo, no chantajeador ni sádico ni masoquista) aceptando el Nóbel de Literatura 2010 en Estocolmo, Suecia.
En esencia, fue un discurso erudito, vital, afirmativo, testimonial; pronunciado con gran dicción arequipeña, con muchísimas referencias literarias, citas, evocaciones y confesiones domésticas. Los escuchas y los lectores participaron de un viaje memorioso, fílico, absolutamente peruanista, familiar, ideológico, literario, político, hispano y moderno que abarcó 75 años de vida.
En esencia, fue un discurso erudito, vital, afirmativo, testimonial; pronunciado con gran dicción arequipeña, con muchísimas referencias literarias, citas, evocaciones y confesiones domésticas. Los escuchas y los lectores participaron de un viaje memorioso, fílico, absolutamente peruanista, familiar, ideológico, literario, político, hispano y moderno que abarcó 75 años de vida.
Y en un momento del discurso, Mario Vargas Llosa lloró como una Magdalena. Lloró como nadie lo había hecho a lo largo de la Historia del premio. Lloró porque los términos y la catadura misma del discurso -que mantuvo en secreto hasta minutos antes de la gala- iban a terminar quebrándolo tarde o temprano. Acompañado por el sollozo de los asistentes, por cierto.
La pasión por la literatura (que es su vida entera) había coronado la cumbre. Vargas Llosa presintió su sollozo, las lágrimas rodando por su corazón y experimentó -estoy seguro- una suerte de disyuntiva "épica y lipotímica", a lo "Trampolín a la Fama". Viendo tanta riqueza, tanto reconocimiento, tanto honor, tanta gente distinta y nueva y tanta gente amiga y querida; Vargas Llosa resolvió en el estrado mismo vencer al sadomasoquismo, rindiendo homenaje a Patricia, su mujer; llorando con ella, como un hombre y dándole las gracias.
La pasión por la literatura (que es su vida entera) había coronado la cumbre. Vargas Llosa presintió su sollozo, las lágrimas rodando por su corazón y experimentó -estoy seguro- una suerte de disyuntiva "épica y lipotímica", a lo "Trampolín a la Fama". Viendo tanta riqueza, tanto reconocimiento, tanto honor, tanta gente distinta y nueva y tanta gente amiga y querida; Vargas Llosa resolvió en el estrado mismo vencer al sadomasoquismo, rindiendo homenaje a Patricia, su mujer; llorando con ella, como un hombre y dándole las gracias.
Frente al televisor, en evocación interna, resultaba inevitable escuchar el vozarrón del "Negro Ferrando" diciendo...... "¡¡¡¡Si lloras te quito todo!!!!!".
Al final, Vargas Llosa le dio vuelta al asunto. Sabe que no le pueden ni le deben quitar nada. Al contrario, habría que darle más. Contradiciendo la ingratitud nacional, el chaveteo público, el ninguneo, el miedo institucionalizado, confesó su composición de escritor hasta el final de sus días. Y eso nos hizo caer en la cuenta que se necesita querer más y de muchas formas a MVLL. Para empezar, leyéndo, disfrutando y discutiendo sus libros. Porque somos un pueblo llorón; históricamente sufrido, sufriente, sufridor, melancólico, ingrato, expansivo, "toqueteador", imitador, querendón, "patero", reivindicador, "chambeador" y "sacavueltero", Vargas Llosa le demostró a los incrédulos que él también es el Perú.
Por ejemplo, sintió idéntico que los concursantes de "Trampolín a la Fama"; sintió también como los primeros indígenas del Perú que fueron llevados a la Corte del Rey Carlos V; sintió como los Incas del Vilcabamba y como los seguidores de Túpac Amaru II, luego de una batalla ganada, luego del descuartizamiento de sus líderes por los españoles; se sintió tan indio como el Inca Garcilaso de la Vega o como César Vallejo, lejos del Perú; se sintió quizá como los soldados de Junín y Ayacucho, luego de una descarga adrenalínica; quizá como los esclavos negros liberados por Castilla en 1865; o como la tripulación del "Huascar" cuando todo había terminado en Angamos en 1879; quizá se sintió como los anarco-sindicalistas y como los estudiantes universitarios de los años 20 frente a sus carceleros, frente al pelotón de fusilamiento; igual que los campesinos reivindicados por la Reforma Agraria en los años 60 y 70; como los millones de peruanos que supieron -una noche de sábado de 1992- que Abimael Guzmán había sido capturado por la policía; como los millones de peruanos que se enteraron cómo es que Fujimori y Montesinos asaltaron las arcas del Estado; al igual que los familiares de los presos de El Frontón que conocieron la terrible noticia de la masacre perpetrada por el primer gobierno de García y de sus muertos. Sintiéndose como todos ellos, Vargas Llosa resolvió darle vuelta al síndrome "Trampolín a la Fama".
Por ejemplo, sintió idéntico que los concursantes de "Trampolín a la Fama"; sintió también como los primeros indígenas del Perú que fueron llevados a la Corte del Rey Carlos V; sintió como los Incas del Vilcabamba y como los seguidores de Túpac Amaru II, luego de una batalla ganada, luego del descuartizamiento de sus líderes por los españoles; se sintió tan indio como el Inca Garcilaso de la Vega o como César Vallejo, lejos del Perú; se sintió quizá como los soldados de Junín y Ayacucho, luego de una descarga adrenalínica; quizá como los esclavos negros liberados por Castilla en 1865; o como la tripulación del "Huascar" cuando todo había terminado en Angamos en 1879; quizá se sintió como los anarco-sindicalistas y como los estudiantes universitarios de los años 20 frente a sus carceleros, frente al pelotón de fusilamiento; igual que los campesinos reivindicados por la Reforma Agraria en los años 60 y 70; como los millones de peruanos que supieron -una noche de sábado de 1992- que Abimael Guzmán había sido capturado por la policía; como los millones de peruanos que se enteraron cómo es que Fujimori y Montesinos asaltaron las arcas del Estado; al igual que los familiares de los presos de El Frontón que conocieron la terrible noticia de la masacre perpetrada por el primer gobierno de García y de sus muertos. Sintiéndose como todos ellos, Vargas Llosa resolvió darle vuelta al síndrome "Trampolín a la Fama".
Y entonces, habló de los grandes clásicos de la Literatura Universal; de los filósofos franceses de los años 50 que tanto influyeron en él; de su niñez y de su adolescencia en Arequipa, Cochabamba, Piura y Miraflores; de su sueño de vivir en París y de escribir como sus héroes de la literatura; de su madre, de su mujer, de sus hijos y de sus nietos. De sus libros favoritos y de su vocación literaria. De su padre, del Colegio Militar Leoncio Prado, de San Marcos y de la Revolución Cubana. De las dictaduras y del liberalismo. De Dostoievski, Flaubert, Víctor Hugo y Dickens. Habló de Arguedas y de todas las sangres. De la paradoja de pertenecer a un país sin identidad que al mismo tiempo las reune todas en un summum maravilloso. El Aleph de Jorge Luis Borges palmarizado.
Con magistral retórica, Mario Vargas Llosa conjuró el síndrome "Trampolín a la Fama" hablando del Perú y de sus tristezas, traumas, dolores, contradicciones, vilezas. Y de sus maravillosas bondades, atributos, significados, alegrías, acerbos e influencias.
¡Viva Mario Vargas Llosa!
Oscar Contreras Morales.-
Con magistral retórica, Mario Vargas Llosa conjuró el síndrome "Trampolín a la Fama" hablando del Perú y de sus tristezas, traumas, dolores, contradicciones, vilezas. Y de sus maravillosas bondades, atributos, significados, alegrías, acerbos e influencias.
¡Viva Mario Vargas Llosa!
Oscar Contreras Morales.-
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Nobel/lloro/hizo/llorar/elpepicul/20101208elpepicul_1/Tes
Mario Vargas Llosa convirtió una carta de batalla sobre su vida en un discurso emocionante que les llevó a las lágrimas a él; a su mujer, Patricia; a sus hijos; a los amigos que le acompañan en Estocolmo y a su agente, Carmen Balcells, que lleva sus asuntos desde hace medio siglo.
El Nobel fue el primero que lloró, y ya, en el folio décimo de su discurso, el auditorio le siguió; lo que hasta entonces era el recuento combativo de toda una vida se tiñó de una emoción de cuya intensidad él mismo se sorprendió. "¡Y yo que nunca lloro!", nos dijo, al bajar del atril.
La emoción del Nobel prorrumpió cuando dijo estas palabras en el tramo final de su discurso: "El Perú es Patricia, la prima de nariz respingada y carácter indomable...". A partir de "indomable", Vargas no se pudo contener, así que fue leyendo a trompicones, entre lágrimas e hipidos, hasta que alcanzó la cuesta final de este párrafo que convierte su discurso en algo especial, no tan frecuente en ocasiones así. "Ella hace todo y todo lo hace bien", dijo, a duras penas, "administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".
Ese párrafo que ahora será tan famoso como algunos de sus mejores escritos despertó en Patricia, y en toda su familia, y en los que estaban alrededor, una emoción extraordinaria, pero en ella, además, acabó una extrañeza: "¿Por qué Mario no me deja leer su discurso?", había preguntado. Lo había leído Álvaro, el hijo mayor, y hubo una versión que leyó Gonzalo, el hijo siguiente, y no se sabe si Morgana, la menor, lo leyó también. Pero a Patricia, su marido le prohibió leerlo, "y eso produjo una cierta reyerta familiar en la casa". "Ahora ya mi madre sabe por qué mi padre no quiso que lo leyera", dijo Álvaro. Para éste, "este es el espejo de su alma, la esencia de Mario Vargas Llosa, el reflejo de su pensamiento ético y sentimental". Se le ha visto mucho en público, toda su vida, pero, como dice el hijo, "aquí se entregó, y es bonito que lo haya hecho al borde de los 75 años".
La madre estaba "conmovida hasta los huesos"; ahora ya sabe por qué para ella también era un discurso secreto hasta que lo empezó a pronunciar. Antes de que empezara a leer, Carmen Balcells, que se emociona cuando le tocan de cerca, nos había dicho: "Si no lloro, me echa", porque era evidente que la nombraría. Pero esta vez la agente, sentada en primera fila, en su silla de ruedas, temblando como una Magdalena, rodeada de los parientes de Mario, lloró sobre todo cuando ese párrafo empezó a hacer llorar a su propio autor. Luego nos dijo: "Es la mejor manera de acabar mi vida de agente". Ella es así también cuando exagera, dijo alguien, mientras Carmen Balcells seguía bañada en lágrimas.
Un compañero de pupitre (carpeta, dicen en Perú) de la adolescencia de Mario Vargas Llosa en Lima, el escritor José-Miguel Oviedo, nos dijo: "Es el discurso. Le he escuchado hablar de política, de literatura, de la vida, y jamás le había escuchado una pieza tan perfecta. Y tan emocionante. Yo también he llorado, cómo no".
Lloró todo el mundo. Su traductor al sueco también. Nos dijo Peter Landelius: "Emocionante y cristalino, profundamente humano y político en el mejor sentido de la palabra. Cuando lo traduje no esperaba que él mismo llorara, pero lo comprendo perfectamente". El secretario perpetuo de la Academia Sueca, Peter Englund, nos confirmaba la noticia del día: Vargas Llosa era el primer Nobel que lloraba en Estocolmo. El discurso cubrió la política, los nacionalismos (en contra), su evolución del marxismo a la democracia liberal, su desencanto con la revolución en Cuba, su intento de llegar a la presidencia de Perú, su niñez, el descubrimiento de la lectura ("la cosa más importante que me ha pasado en la vida"), el descubrimiento del padre... Hasta entonces fue una combinación de libros y vida; cuando asomó su entraña (su "buena entraña") como dice él se le inundaron los ojos de lágrimas y la gente se dispuso a recordar otro discurso. El del amor de Mario Vargas Llosa por la gente que le ha permitido ser el escritor que ha ganado el Nobel.
No hay nada más que decir, no podría hacerlo mejor, que lindo gorro que prologa esta crónica de "El País" de Madrid. Viva vargas Llosa!
ResponderEliminarGregorio Huaroto
Gracias Gregorio
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