Por Fernando Navarro.-
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Aquel 2 de febrero de 1959 hacía un frío inusual en Clear Lake, en el Estado de Iowa, después de un par de días de intensas nevadas. Buddy Holly acababa de terminar un concierto en esa localidad dentro de su exitosa gira junto con el grupo Dion and The Belmonts, la estrellaadolescente Richie Valens y el nuevo compositor The Big Bopper. El autor de <
Fue la peor decisión de su vida y la última. En la madrugada del 3 de febrero, aquel avión no recorrió ni 10 millas cuando se estrelló por una ventisca de nieve. Conducía un piloto inexperto, que nunca había volado de noche, y que murió en el accidente que acabó también con la vida de las otras tres personas a bordo: Richie Valens, The Big Bopper y Buddy Holly.
Fue el fin del flamante talento de la primera ola del rock’n’roll y el comienzo de la primera leyenda del género, a la que se sumarían con los años y por diferentes motivos grandes músicos como Otis Redding, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Janis Joplin. Pero sobre todo fue el epitafio de una generación, que se conoció como la clase del 55. La repentina muerte de Holly ponía fecha al final de la primera rebelión de la música popular, al golpe en el estómago que supuso la irrupción del rock’n’roll para la sociedad puritana y bienpensante de EE UU, aquella que se llevaba las manos a la cabeza porque los jóvenes negros y blancos compartían los mismos gustos musicales, porque estaban deseosos de afirmarse a el caduco mundo adulto de la posguerra y porque ansiaban libertad frente a los rigurosos códigos morales.
La trágica muerte de Buddy Holly simbolizaba el adiós a todo ese movimiento inocente y rebosante de energía, que estaba en las calles con la jukebox sonando en un Diner o con la música a todo trapo en las radios de los cadillacs. Se iba Holly y se iba el empollón de la clase del 55, el compositor que había conseguido los mayores avances en los arreglos de las canciones, el hombre que, a diferencia de otros compañeros de curso que aportaban sensualidad y rebeldía, dio al rock un carácter académico. Era un genio. Su carrera fue prodigiosa y fulgurante. En poco menos de dos años en el negocio había conquistado los puestos más altos de las listas de venta de Estados Unidos y Reino Unido y se codeaba con los pioneros del rock’n’roll como Elvis Presley, Chuck Berry, Fats Domino o Little Richard.
Nacido en 1936 en Vermon Lubbock, Texas, donde florecía la industria del algodón. Con apenas diez años, ya se había familiarizado con la guitarra, el banjo, el violín y el piano. En busca de un concepto musical determinado, en pleno oleaje del rock, encontró una vía musical intermedia entre el country y el blues. Se refugió en los estudios de NorVajak de Norman Petty, a la postre su productor, e impulsó un estilo rudimentario en un acompañamiento de rockabilly de bajo, guitarra y batería.
Pero su avance fue concentrarse en los arreglos, adornando las composiciones con voces de fondo o teclados puntuales, mientras introduce toques de guitarra y batería agresivos, casi desafiantes. La púa rasga las cuerdas como pinchando al oyente para que se involucre, mientras sus modos vocales crean una atmósfera peculiar cuando mastica las palabras con su acento sureño. Holly será el primero en grabar la voz solista para sus pistas o crear orquestaciones en estudio, que serán la base del futuro pop.
Su muerte, de la que hoy se cumplen 52 años, fue recordada tiempo después por Don McLean en su famosísima composición, <
Hoy, en La Ruta Norteamericana, he querido recordar ese día, basándome en un reportaje que escribí para Rolling Stone en el cincuenta aniversario de la muerte de Holly, porque más que nunca creo que la música, como las personas, como todo lo que nos inspira, no mueren si se les recuerda.
Holly fue posiblemente el más grande esa generación, con perdón de Berry, Little Richard o el "Idol" Presley. Cuánta falta nos hace...
ResponderEliminarGH
Inspiró a The Beatles!, que mas se puede decir!
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