sábado, 16 de julio de 2011
EL VIAJE FINAL DE FACUNDO CABRAL (Varios)
FACUNDO CABRAL MURIÓ ACRIBILLADO EN MEDIO DE UNA VENGANZA AJENA
En el recital de Facundo Cabral en el Gran Tikal Futura Hotel de Guatemala había cinco mil personas. Sentado en una silla, solo con su guitarra y con los ojos levemente elevados al vacío, el músico habló durante cuarenta minutos. Contó su vida, esa que todo aquel que lo haya escuchado alguna vez conoce. Habló de su madre, del amor por ella, de Borges, de Teresa de Calcuta y San Francisco de Asís. Hizo esos chistes que eran un clásico en él: “Si tienes que cuidarla mucho –dijo– todavía no es tu mujer”. El público lo escuchaba con devoción. Incluso cuando se rompió un parlante y casi nadie escuchaba, nadie se animó a interrumpirlo. Parecía un chamán en trance.
Menos de una semana después, a pocos metros de allí, un grupo de sicarios lo asesinaría a quemaropa. Poco antes de su muerte Facundo dejó la habitación del Tikal Futura. Minutos más tarde tenía que tomar un avión a cuatro kilómetros del hotel, en el aeropuerto internacional La Aurora. En el lobby se encontró con su representante, David Llanos, y con Henry Fariña, un empresario nicaragüense que también estaba alojado en el lugar. Las primeras versiones señalan que Cabral y Fariña no se conocían, y que este último se presentó como un admirador suyo. Otros dicen que Fariña era el productor de la gira. En su tarjeta personal figura que Fariña es dueño de varios night clubs en distintos países centroamericanos. Los tres hombres desayunaron juntos. Fariña, que también iba rumbo al aeropuerto, se ofreció a llevarlos en su Land Rover blanca. El empresario nunca salía sin custodia: en los medios se especula que ya había recibido amenazas.
Los sicarios lo interceptaron en el Boulevar Liberación, una de las avenidas más concurridas de Centroamérica. “Durante el día –explicó a Miradas al Sur una fuente que sigue el caso de cerca– ese lugar es un embotellamiento permanente, pero a la madrugada es ideal para este tipo de ataques, porque tiene cuatro carriles y varias vías para escapar. Hace poco, allí mataron de forma similar a un ex diputado”.
Los atacantes iban en dos vehículos, tenían chalecos antibalas y dispararon con fusiles automáticos al menos 18 veces. Facundo recibió ocho disparos. Su representante y el empresario nicaragüense dos. Los únicos que resultaron ilesos fueron los custodios: el auto en el que viajaban recibió algunos disparos, pero ninguno los alcanzó.
Herido como estaba, Fariña intentó entrar a una estación de bomberos que estaba cerca del lugar. Allí intentaron reanimar al cantante. Ya era demasiado tarde.
Pocas horas después y a 20 kilómetros de allí, la policía encontró una camioneta Hunday Santa Fe azul con la parte trasera perforada por varios disparos. Adentro había chalecos antibalas y vainas servidas de fusiles AK-47, conocidas como “cuerno de cabra”, una de las armas preferidas por los sicarios por su facil uso y porque nunca se traban.
Guatemala es un país donde hay más de 15 asesinatos violentos por día. Pocos se esclarecen. En la primera mitad del 2011 hubo más de tres mil muertes violentas y en los casi cuatro años del actual gobierno murieron más de 25 mil personas. Muy pocos de esos crímenes fueron resueltos. “Lamentablemente –dijo el titular de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH) de Guatemala, Sergio Morales–, cabe la posibilidad de que este caso sea parte del 97 por ciento del índice de impunidad de crímenes ocurridos en el país.”
Al principio se especuló con que el crimen podría haber sido un atentado contra el cantante, cuyo compromiso social lo hizo conocido en todo Latinoamérica. “Es un asesinato para enrarecer el clima electoral de Guatemala”, dijeron las primeras versiones que circularon en las redes sociales. En Guatemala es común que la violencia política y económica se mezclen en un cóctel explosivo. Con el correr de las horas, esa versión perdió fuerza. “Todo apunta –señaló a Miradas al Sur una fuente ligada al caso– que fue un atentado contra Fariña. Como el empresario era el que manejaba la camioneta, los sicarios pensaron que era el chofer y que su objetivo era la persona que iba al lado. Estamos investigando los vínculos de Fariña con el narcotráfico a través de los clubs nocturnos que regenteaba.”
La noticia causó conmoción en todo el mundo, donde Cabral era querido y respetado. En el lugar de su muerte, mientras los peritos todavía intentaban encontrar rastros, se concentraron dos mil personas con fotos y flores del cantante. Entre la gente que lloraba y entonaba sus canciones estaba Rigoberta Menchú. “Lamentablemente estamos repudiando un crimen más que está causando terror, miedo y no dejo de pensar que él fue asesinado por sus ideales”, dijo entre lágrimas la Premio Nobel de la Paz.
En las redes sociales, miles de usuarios expresaban su bronca y convocaron a una movilización en las calles de la capital guatemalteca para exigir el esclarecimiento de su asesinato.
Poco después del crimen, el presidente de Guatemala, Alvaro Colom, se comunicó con su par argentina, Cristina Kirchner, para informarle sobre el asesinato. Según trascendió, Colom dejó abierta la posibilidad de que investigadores argentinos colaboren en el esclarecimiento del crimen. El embajador de Estados Unidos en Guatemala, Stephen McFarlan, también ofreció ayuda norteamericana para esclarecer la muerte. Algo de lo que Facundo Cabral se habría reído con ganas.
El cantante nació en La Plata el 22 de mayo de 1937. Tuvo una niñez difícil: su padre lo abandonó cuando tenía siete años y él emigro con su madre y sus seis hermanos, primero a Tierra del Fuego y luego a Tandil. De chico fue muy problemático y estuvo encerrado en un reformatorio. En la dictadura de 1976, ya consagrado como cantautor de protesta, se exilió en México, donde siguió componiendo. Se estima que recorrió 159 países. En enero de 1996 fue operado por una obstrucción en la carótida. Ese año, la Unesco lo declaró “Mensajero Mundial de la Paz”. Luchó contra el cáncer durante más de dos décadas.
Dejó decenas de discos, entrevistas y anécdotas. Quizá la entrevista más recordada sea la que tuvo con la periodista argentina Leila Guerriero. “Yo no tendría que trabajar más”, le dijo a ella. “Pero emocionalmente no puedo. Económicamente sí, podría. Un tipo que a los setenta años no tiene solucionado lo económico es bastante estúpido. Estoy becado. Subo al escenario y me dan un café, dulce de leche, spaghettis, una botella de vino, un hotel, un avión. Vivo fenómeno. Pero mi salud es más que endeble, aunque soy de la clase de gente que no se queja. Me parece una vulgaridad quejarse. Para mí la muerte nunca fue un tema serio. Más bien es excitante la idea de la gran hembra, la muerte. Yo me imagino que el paso final debe ser como el silencio en el teatro, antes de que se encienda la luz. El paso al otro lado debe ser así. Ese silencio.”.
Por Sebastián Hacher y Ricardo Ragendorfer
Fuente: Miradas al Sur
Más información: http://sur.elargentino.com/
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UN FABULADOR CON LOS PIES EN LA TIERRA
Era entrañable. No tierno. Era fabulador, pero pisaba en tierra. Sus crueles enfermedades, que superó con ejemplar estoicismo, lo habían empujado al mundo real.
En las charlas domésticas de mesa -de noche- solía desatar su verborragia, pero sin apabullar a este par de amigos comensales. Tampoco era muy distinto del Facundo Cabral del escenario. El ser humano y el artista convivían armoniosamente. Facundo ejercía la facundia: el don de la palabra. Y si consideraba que el crítico de música era un tipo confiable, seguramente practicaba sagazmente el distanciamiento brechtiano, cuando él le deslizaba sus confidencias. Esto no le impedía cumplir con aquel idéntico mandato que asumió Yupanqui: "¡Contarás!".
Fue un irredento trotamundos. No podía hacer otra cosa que buscar horizontes. O escapar, de puro cosmopolita, de la rutina de ésta, su Buenos Aires. Sus relatos fueron siempre confesionales. Necesitaba comunicar al detalle, y sin vueltas, sus miles de experiencias humanas y artísticas a lo largo del planeta, y de insistir en su credo íntimo, en sus auténticas y profundas convicciones.
En aquellas charlas interminables de entrecasa, se colaban también sus personajes predilectos: su madre Sara, Jesús, Teresa de Calcuta y Borges. Es que con ellos convivía.
Formaban parte de su "círculo íntimo". Casi todo partía o desembocaba de la mano de estos cuatro líderes suyos. Y por ahí uno intuía, en la intimidad, que algo de delirio, de fábula, de pura invención -con la que atrapaba a quien lo escuchara-, se mezclaba en los relatos que desgranaba su prolífica fantasía. Este universo evangélico le permitía lanzar sus mensajes humanitarios al mundo. Con ineludible humor, que él mismo festejaba. Y cantando siempre con voz vibrante junto a su guitarra.
No todos los que lo escucharon pudieron comprender su libertad interior, su espíritu de anarquista y pacifista, cuando tuvo a mano al "Cabral escénico", con sus sentencias lapidarias, siempre moralizadoras, dichas como verdadero axioma, como verdad que no necesita de explicación. Quizá muchos dudaron de la autenticidad de su misión, encaminada a mejorar la condición humana y su dignidad. Porque el Evangelio, en él, hacía buenas migas con aquel mundo griego: lo dionisíaco del impulso instintivo en el más pleno goce, y lo epicúreo del placer de vivir.
Sus mensajes permanecerán en las mentes emancipadas, en armoniosa insurrección.
Por René Vargas Vera
Fuente: La Nación
Más información: www.lanacion.com.ar
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LA DURA Y MILAGROSA VIDA DE FACUNDO CABRAL
Trovador, juglar, poeta, admirado cantautor. Trotamundos, aventurero de guitarra al hombro. Suerte de gurú espiritual de la música, “maestro”, según le decían sus miles de admiradores. Entre las muchas definiciones que podían caberle a Facundo Cabral, la más precisa fue quizá la que él mismo se dio: “Un narrador de historias, viajes, sueños, pesadillas”. Cabral perteneció a una raza de artistas de las que no abundaron: aquellos cuyo arte estaba en directa relación con la experiencia vivida y acumulada, o más precisamente, se nutría de ésta. Las circunstancias de su muerte muestran la vigencia que mantenía el cantautor en toda Latinoamérica. Será recordado por temas que fueron himnos unas décadas atrás, canciones con la capacidad de transmitir un mensaje humano amplio y abarcativo, contendor de las diferencias: “No soy de aquí, ni soy de allá, y ser feliz es mi color de identidad”. “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”. “Vuele bajo, porque abajo, está la verdad”.
En los ’80, Cabral alcanzó el lugar de figura mítica del espectáculo y también de la cultura, que en su caso ambos mundos le cabían. Cumplía con las condiciones simbólicas que impone ese lugar mítico. Un origen muy humilde, una infancia de exclusión, una marca de vida sufriente. Una carrera que lo llevó a alcanzar reconocimiento internacional. Y un don diferencial: el de componer y cantar canciones a partir de sus reflexiones y también para narrar historias que lo tenían como protagonista. Era un hombre que se había hecho a sí mismo, que de la nada había llegado al reconocimiento de muchos. Y que, como otras figuras míticas de distintos momentos de la cultura argentina –Yupanqui podría ser un ejemplo– tuvo a su propio cargo el relato de esa construcción.
Sus shows eran como extensas entrevistas que él mismo se formulaba, entre canción y canción. Un hombre solo con su guitarra, una silla y un micrófono. Ya no hay muchos, tampoco, que puedan sostener una función con estos únicos elementos. En los últimos conciertos que dio en Buenos Aires, en abril en el teatro ND/Ateneo, le pidió a su amigo el periodista especializado en música popular Marcelo Simón que lo relevara en el rol de entrevistador. “Facundo Cabral comparte el escenario con un amigo dilecto”, anunciaba el show Canciones conversadas. Quienes lo vieron (fue a sala llena) siguieron sus aventuras de vida con entusiasmo, en el clima íntimo que siempre sabía crear.
Cabral había nacido el 22 de mayo de 1937 en La Plata y contaba que este nacimiento se había producido, literalmente, en la calle. El relato que hacía de su infancia variaba en los detalles, pero mostraba que todo le había sido dado para que su vida fuera otra cosa. Su padre lo abandonó antes de nacer, junto a su madre y siete hermanos. La familia emigró a Tierra del Fuego, donde vivió sus primeros años. Fue un chico de la calle, analfabeto y alcohólico, pasó por reformatorios y cárceles. Contaba que a los nueve años escapó de su casa para llegar a Buenos Aires. Quería conocer al presidente, porque sabía que “les daba trabajo a los pobres”.
Los detalles de aquella travesía que duró cuatro meses son un relato épico que llegó a las puertas de la Casa Rosada, a burlar el cerco de seguridad presidencial, a una charla con Juan Domingo Perón y Eva Duarte. Finalmente había logrado que su madre obtuviera empleo y que el resto de la familia se trasladara a Tandil. “Evita me brindó su afecto y se preocupó para que tuviéramos una casa con mi madre y hermanos en Tandil. Allí comenzó la buena para los Cabral”, contaba.
Hubo otra figura importante en su relato de vida, y fue la de un sacerdote jesuita que conoció estando preso, cuando era un adolescente. El cura le enseñó a leer y escribir, lo impulsó a estudiar, a amar la literatura. Estaba también aquel vagabundo que siempre mencionaba: “El 24 de febrero de 1954, un vagabundo me recitó el sermón de la montaña y descubrí que estaba naciendo. Corrí a escribir una canción de cuna, ‘Vuele bajo’, y empezó todo”. La idea de Dios era recurrente en su obra, aunque él se declaraba librepensador, sin adscripción a ninguna iglesia en particular.
Su figura estaba también hecha en base a las amistades que había cultivado, tan amplias como para abarcar a la Madre Teresa de Calcuta y Fidel Castro, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, entre otros notables a los que siempre se refería en sus espectáculos. A lo largo de su carrera editó decenas de discos con títulos como Cabralgando, Pateando tachos, Entre Dios y el diablo, El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací, Recuerdos de oro, además de los que resultaron de sus multitudinarias presentaciones de Lo Cortez no quita lo Cabral y Ferrocabral. También escribió los libros Conversaciones con Facundo Cabral, Mi abuela y yo, Salmos, Borges y yo, Ayer soñé que podía y hoy puedo, el Cuaderno de Facundo, entre otros.
Por Karina Micheletto
Fuente: Página 12
Más información: www.pagina12.com.ar
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Tuvo una vida tan rica y tan interesante que la muerte pasó a significar en él un mero trámite aduanero. La gente como él nunca muere.
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