viernes, 1 de julio de 2011
¿POR QUÉ LE HICIERON ÉSTO A RIVER? (Varios)
NO SÓLO EN RIVER HAY CULPABLES
Ahora, esquivando los chorros de agua, el fuego, el humo, aturdido por los insultos y los disparos de gases, es tarde para las acusaciones y los lamentos. Habrá once nombres estigmatizados, a los que sólo mencionar parecerá pecado y una fecha maldecida de junio, una tarde que era de sol, con la tibieza de las tribunas hasta donde no llegaba el aire helado que venía del río, marcada en el 26, el 26 de junio, como un día innombrable.
Pocos dirán que el dolor exacerbado de esa gente que camina por la Avenida del Libertador, tiene padres. Que ese retorno, pasmados y aturdidos por episodios que aún no consiguen desbrozar, es parte de una crónica anunciada hace tiempo en la que nadie creía, que se leía como un cuento en el que el autor da la vuelta de tuerca que quiera y por lo tanto el final transcurre a gusto del lector. La televisión que robó al fútbol durante tantos años, Clarín, Torneos y Competencias, ahora espera a River para convertirlo en algo redituable para ellos, siempre para ellos, disimulando sus culpas, mientras transmiten el escándalo de las calles, esa violencia que por otros motivos siempre auspician y a la que le sacan jugo del político y del económico.
River no se fue este 26 de junio. Eso es nada más que una precisión, la forma de mencionar la derrota poniéndole una fecha, una hora y un resultado. River empezó su andar hacia el abismo cuando sus dirigentes, otros, no estos, pactaron con el diablo. En vez de juventud eterna, pidieron nada menos que la impunidad y, a cambio, dieron la protección del espurio negocio de los televisores codificados. Si para River estaba bien, lo estaba para el resto (también Boca-Macri, hacía lo suyo para fortalecer el negocio). Los diarios como Clarín no hablaban sino para defender dirigentes en temas de barras, muertes y negocios de toda laya.
River empezó a irse cuando asesinaron a Acro porque había mucha plata en juego. Cuando acto seguido sus dirigentes sacaban ante alguna lluvia crítica el paraguas del Grupo. La propia gente que hace periodismo en el Grupo cuenta cómo les estaba impedido hablar de Aguilar y los otros. Maten al árbitro, al que pateó mal un penal, a quien sea, pero no se metan con Aguilar. Era sagrado Aguilar.
¿Cuánto necesita el señor de adelanto para tapar agujeros? Muy bien, aquí está la plata. No importaba si los dirigentes que llegaran algún día no tenían ni para pagar la luz. Se apostaba a algún resultado transitorio y allí aparecían los elogios. Aguilar ahora está en la FIFA, dicen, sentado a la diestra de Dios, pater Grondona y algunos aseguran que está en la organización de la Copa América, ese asunto de ver cómo quedaron de lindos los estadios y concurrir a los cócteles. A él le va bien, dicen, si hasta se sacó unos kilos y luce espléndido, joven. Los hinchas de River, en cambio, parecen haber envejecido diez años en un solo día.
También hay que decir que todo pudo ser distinto. Este cronista escribió ayer la nota sobre Clarín, Aguilar, etcétera, porque pensó que si no lo hacía antes del partido, el triunfo ante Belgrano sería como ceniza que cae y no deja ver nada. Es que, y perdón Belgrano, nunca pensó el firmante que el coraje y la concentración podrían disimular las diferencia de calidades que hay, pese a todo entre millonarios y piratas.
Y anduvo cerca de tener razón, si no fuera que a River, no sólo le pasó tener un Aguilar y ser un plato apetitoso en la mesa de los negocios de Clarín-Torneos. Había un Pezzota en el camino y en el único momento en el que la vida le sonreía –ganaba 1-0, iban 25 minutos y jugaba bien–, el árbitro se comió un penal.
o era igual ese penal al que dio cuando River se tuteaba con el desencanto, ni a otro que dejó pasar cuando llegaban los minutos finales. También le sucedió a River que le atajaran el tiro del final, el de Pavone en la pena capital concedida. Y que sus zagueros chocaran entre ellos, perturbados, para dejar servido el gol del empate de Belgrano.
River, el equipo actual, también ayudó, desquiciado por la inseguridad, confundido por el ataque mediático. Pero no son estos once, ni este técnico, ni los 50 o 60 que jugaron estos años, o los cinco técnicos que pasaron. Si la crónica habla sólo de ellos, si el hincha de River no aprende a mirar un poco más profundamente, si el hombre de fútbol en general, no aprecia cuántas de sus desventuras son la impronta del negocio nefasto de aquella televisión ladrona, se consumará otra injusticia.
Por Víctor Hugo Morales
Fuente: Tiempo Argentino
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YO LO ACUSO Y LE EXIJO QUE RENUNCIE
Carta Abierta al Sr. Julio Grondona:
Sr. Julio Grondona: Escribo esto en la noche del domingo y mirando, azorado, las imágenes de la cancha de River después del partido ante Belgrano de Córdoba. La verdad es que en esta hora no importa el resultado futbolístico que tanto duele a miles de argentinos y argentinas. O sí importa, pero tanto como la alegría de muchos otros miles de compatriotas, la inmensa mayoría cordobeses. Esos son los avatares del deporte: unos ganan, otros pierden.
Escribo esto mirando el descontrol, los desmanes, el horror, el disparate en que está sumido el fútbol argentino por su exclusiva responsabilidad. La suya, Sr. Grondona, porque usted es el mandamás de este deporte desde hace más de 30 años, y esto no es la primera vez que sucede, pero sí es la más grave. Por lejos la peor. Sin dudas.
Y escribo esto cuando todavía la hinchada de Belgrano, miles de aficionados que vinieron desde Córdoba, no pueden salir del estadio Monumental y la televisión informa de batallas campales a veinte cuadras a la redonda. Mucho temo por ellos esta noche, cuando puedan evacuar el estadio para regresar a su provincia y sus hogares. Y mientras tanto, me lleno de preguntas tan amargas como ardientes.
Que le exijo responda, por favor, porque está a punto de jugarse la Copa América y en circunstancias en que parece que usted va a ser reelecto al frente de la AFA, lo cual para mí y para cualquier persona decente es algo completamente inexplicable.
¿Por qué se jugó este partido con público, señor Grondona? Si era obvio que esto iba a suceder, ¿por qué? ¿Qué negocio hubo esta vez? ¿Todo esto sucedió para vender 60.000 boletos?
¿Por qué no se aplicó el mismo criterio que con Vélez y San Lorenzo, que jugaron en la cancha de Boca, vacía?
¿Y con Huracán, que después del partido con Estudiantes debió jugar sin público?
¿Y hace poquito con Vélez, que fue campeón en una cancha vacía?
?Se hará usted responsable de los 3000 policías en riesgo, con más de 15 heridos graves? ¿Y de casi un centenar de heridos en hospitales? ¿Y de los patrulleros quemados? ¿Y de las ambulancias? ¿Y del móvil de un canal de televisión, que fue devastado? ¿Y de los disparos al aire? ¿Y de los miles de vidrieras de comercios rotas? ¿Y de las decenas de comercios destrozados y saqueados, los supermercados, los kioscos, los bancos, los automóviles?
¿Y las instalaciones del Club Atlético River Plate, que son patrimonio de miles de socios que pagan sus cuotas, y hasta tienen allí una escuela, también arrasada?
Yo le pregunto, y lo acuso, Sr. Grondona: ¿quién pagará todo eso? ¿Usted?
¿O dirá que no sabía que esto iba a pasar? Porque todo el país sí lo sabía, señor, y los que amamos el fútbol no teníamos ninguna duda de que si había público en este partido, ganara o perdiera River, los riesgos de violencia eran gigantescos.
¿Qué les dirá ahora usted a los miles de vecinos de la cancha de River, que se supone es la más segura de las canchas de nuestro fútbol?
Y me pregunto: ¿Qué otra intención hubo detrás de esto? ¿Acaso castigar al Sr. Passarella, que en un año y medio hundió a una institución centenaria pero que esta noche no ha salido a dar la cara ni por la tele, igual que usted?
¿Acaso castigar al Sr. Aguilar, que durante ocho años de desgobierno fue hundiendo este club y ahora quién sabe dónde anda?
¿O acaso a los jugadores, que al menos lloraron de vergüenza deportiva y fueron los verdaderos héroes de la derrota porque, hay que decirlo, perdieron pero dejando todo en la cancha? Los que amamos el fútbol valoramos estas actitudes, cualquiera sea la camiseta que vistan. No como usted –y yo lo acuso, Señor– que es obvio que sólo ama el poder, la figuración y los viajes en primera clase. De lo cual tengo el derecho a suponer que al mismo tiempo le importa un carajo el fútbol.
¿O acaso quiso favorecer a quienes tienen la exclusividad de transmitir el Nacional B y que no es Fútbol para Todos?
¿Cómo es que no se siente usted responsable de la muerte de más de 200 aficionados, seres humanos víctimas de la violencia futbolera argentina en los últimos años?
Señor Grondona: ¿quién lo asesora, a quién escucha usted para tomar estas decisiones horrorosas? ¿O lo decide todo usted, como dicen, de manera autoritaria como parece haber aprendido desde que empezó a presidir la AFA en plena dictadura?
Desde luego, también le preguntaría muchas de estas mismas cosas a la gran mayoría de los dirigentes del fútbol argentino, que tan empeñosamente vienen arruinando historias y prestigio. A ellos, por cierto, les preguntaría qué ideas tienen, cómo piensan que se puede recuperar el fútbol argentino... Pero primero responda usted, señor: ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué explicación será capaz de sacarse de la manga?
Y la última pregunta, urgente y fundamental: ¿por qué no renuncia?
Por favor, por una vez en su vida haga algo digno y en bien del fútbol argentino, señor Grondona: renuncie ahora mismo y de manera indeclinable.
Atentamente.
Mempo Giardinelli
Fuente: Página 12
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Crisis, farsa y oportunidad
Los hinchas de River están gritando desde hace rato “que se vayan todos”, el grito que se inventó a fines de 2001 para cuestionar a la dirigencia responsable de la catástrofe socio-económica. No voy a caer en la analogía fácil: los incidentes que estoy viendo por la televisión, apenas terminado el partido, no son los del 2001, ni cosa que se le parezca. Faltan los muertos, sin ir más lejos; y comparar un descenso con la dimensión trágica de una crisis nacional, que involucraba el hambre de millones, sería una falta de respeto con esos mismos muertos.
Pero a muchos hinchas sí los seduce la analogía. Y están enfrascados en la lucha callejera, porque ven a la policía como un representante de aquello con lo que quieren pelear: una clase política –la dirigencia del club, pero también la de la AFA– a la que ven como responsables directos de su desgracia y de su amargura. Estos son los momentos en que la relación entre lo social y el fútbol se vuelve dudosa: porque lo que está en juego es objetivamente cercano a la nada, un descenso deportivo: así de sencillo y de simple y de poco dramático, o así debería ser. No hay hambre ni dramas inconmensurables. La revuelta de los hinchas y el descenso son apenas una versión farsesca de la crisis nacional.
Pero la analogía de la crisis debiera entenderse como la oportunidad de la reconstrucción. Permítanme ser más ambicioso: si la crisis de River puede permitirles volver a entender –a sus hinchas y sus socios– lo que es un club de fútbol con tan rica historia, tan llena de honor y belleza, su descenso debería ser la crisis del fútbol nacional. Y debería ser la oportunidad para volver a construir de cero un fútbol sin corruptelas, sin violencias, sin injusticias, sin desigualdades, sin dramatismos desaforados.
Comenzando con la salida de Julio Grondona, responsable directo de todas esas desmesuras, para comenzar a recuperar nuestro fútbol –que no es el de “ellos”, los que deberían irse todos–. Julio Grondona va a usar el descenso como contra-ejemplo: el de un fútbol justo, sin favoritismos. Un poco de conciencia de la falsedad del argumento no nos vendría nada mal –hasta dónde el descenso no castiga la rebeldía passarelliana, que a su vez también fue pura puesta en escena.
La violencia que sigo viendo por la tele merece un párrafo aparte. Por un lado: demuestra el fracaso sistemático de la ausencia de políticas, de las instituciones estatales y de las deportivas, cómplices de cada uno de los muertos y heridos que seguimos y seguiremos acumulando.
Por otro: el estremecimiento frente a la bandera del jueves en el Hindú –“matar o morir”–, que auguraba tanto los piedrazos iniciales a los micros como la desbordada revuelta frente a la derrota, no se repitió cuando, en la voz del relator del partido la frase volvió a aplicarse, pero para narrar apenas un partido de fútbol. Ese tipo merece no volver a relatar nunca más: es, sencillamente, un irresponsable. Los hinchas reaccionan apenas en la medida de lo que la cultura futbolística les reclama: si los relatores afirman que la victoria es la vida y la derrota es la muerte, no se puede esperar que los hinchas lo piensen de otra manera. E insisto en decir “los hinchas”, y no “los barras”, la excusa perfecta para no decir nada. Para colmo, ese relator que profirió el consabido “matar o morir” lo hizo en la transmisión estatal: es decir, la voz oficial del Estado argentino afirmó que la derrota era la muerte. En ese contexto, toda reacción es comprensible, aunque insista en no ser justificable.
Entonces, nuevamente, la crisis: que esta sea la oportunidad para que los hinchas sepan las cosas que se dicen y se hacen en su nombre. Que los que no son de River entiendan que la injusticia y la corrupción pueden mandarlos a ellos al descenso. Que los de River transformen su ira en militancia: que cambien las piedras por la política.
Si en el fútbol hay algo que valga la pena –que tanto ruido sea digno de tanta furia–, habrá que saber defenderlo.
Por Pablo Alabarces (*)
* Doctor en Sociología, Profesor de la UBA e Investigador del CONICET, especialista en sociología del deporte y culturas populares.
Fuente: Tiempo Argentino
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VACUNADOS
Futboleramente hablando, por diferentes razones, se le dio mucha más importancia al ruido que hizo el derrotado al caer (de tan alto), que al grito que dio el ganador al subir y llegar tan arriba. Injustamente, Belgrano vio asordinado su festejo, opacada su hazaña (que lo fue), ante la magnitud del desastre que produjo en el encumbrado adversario.
Así, antes que nada, la gloria y el aplauso mayor para Belgrano, que dentro de la cancha hizo todo bien, templadísimo, administrando con criterio y armas lícitas sus discretos medios; y que fuera de la cancha, antes y después, fue modelo de equilibrio y buena leche cuando estuvo rodeado –por las circunstancias– de invitaciones al desequilibrio y a la desmesura. Es bueno subrayar que éstas fueron las virtudes del ganador. Y es lo que cabe señalar primero. Más allá de desmenuzar por partes los pedacitos de laurel y los segundos de aplauso que le corresponde a cada uno de los responsables de la hazaña.
Claro que, como (no) suele suceder, esta vez fue más nutrida, señalada y subrayada que nunca la lista de los innegables derrotados. River fue el perverso foco. Se pueden enumerar jugadores, conductores técnicos, dirigentes de reciente o anterior gestión para que se hagan cargo –”culpables” o más o menos “responsables”– de la derrota deportiva y el terremoto institucional. Es tarea necesaria pero que suele derivar –de acuerdo con quien la haga– en insana saña carroñera. Más y mejor me resulta señalar las virtudes del ganador.
Sin embargo, hay algo bueno que trasciende saludablemente más allá de lo que pasó en la cancha y del consecuente y ocasional reparto de categorías resultante. Creo que convendría poner énfasis en otra cosa: los únicos y verdaderos derrotados de ayer fueron los que no tienen camiseta ni pasión verdadera ni (deberían tener) lugar en el fútbol: los violentos, los tramposos y los suspicaces.
Se me dirá que los violentos –quiero decir: los Barras & Co., los delincuentes, esta vez con el pretexto de (ser hinchas de) River– hicieron lo suyo una vez más y peor que nunca, operando en esa zona perversa de impunidad, extorsión y complicidad consuetudinaria armada con la supuesta y corrupta seguridad, y la deplorable dirigencia. Claro que sí: fue más (mucho más) de lo mismo. Y precisamente por eso quiero señalar que lo suyo fue una demostración más y más clara –por si fuera necesaria– de su falta de sentido, de su ineficacia, de su absoluta minoría y desconexión con la verdadera hinchada futbolera, de su condición de variable externa al fútbol, al juego y a los resultados. Los violentos rompieron todo en señal de impotencia: dieron (a River, al fútbol, a la sociedad) lo único que pueden dar: miedo.
Ver eso de frente es un buen punto de partida para todos. Quiero decir: complicidad cero.
En cuanto a los tramposos, mentirosos y especuladores, no jugaron en estos dos partidos. Malos partidos jugados mediocremente por equipos –dentro de lo que se puede en competencia argentina– leales, antes, durante y después del juego. Esta vez, la enfermedad no partió de la cancha hacia afuera.
Finalmente, estos dos partidos que terminaron con el descenso de River a la B (como podría ser, eventualmente, el de Boca en un futuro cercano, por ejemplo) dejan como saldo más saludable la derrota de una de las formas de pensamiento más despreciables y equívocas, en tanto se presenta como sucedáneo de la poco común inteligencia y de la deseable perspicacia. Esa prima lejana, boba y dañina: la suspicacia.
La suspicacia –ejercida como recurso sistemático de aproximación a cualquier hecho humano que implique juego de valores y/o intereses– es el supuesto carnet de vivo que suelen ostentar los mediocres. Lejos de ejercer el filosófico escepticismo o la cautelosa duda metódica, el habitual suspicaz mediático (con sus múltiples versiones repetidoras) es incapaz de creer. Porque no cree en sí mismo, claro. Que se joda, pero que no joda a los demás.
Sin sacar –espero– patente de boludo alegre ni de ingenuo impenitente, me parece que no estaría mal tomar, como sociedad futbolera, este acontecimiento traumático (incluso doloroso) para algunos, y conmovedor para todos, como una vacuna contra la suspicacia en su variante sistemática.
Nos vacunan contra tantas pelotudeces, que no estaría mal para nuestra salud moral de aquí en más. Quién te dice que no lleguemos a creer que se puede terminar con los barras y el curro de la seguridad o que es posible volver a jugar mejor al fútbol, sin ir más lejos.
Por Juan Sasturain
Fuente: Página 12
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QUE RIVER CONTRATE A LAS ONCE ALEMANAS
Me manda un mail el director de este diario y me dice: “Ya que sos hincha de River, escribí una nota sobre el partido del domingo”. Primero que no soy hincha de River, y segundo que estoy lejos del clima ciudadano y de las lágrimas y los mocos de los pobres millonarios. Y le contesté en tono diplomático: “Señor director, de mi consideración: yo soy hincha de los canayas, sí, con ‘y’, de Rosario Central, que descendió y nos llenó de vergüenza a quienes en los años de gloria vimos jugar al “torito” Aguirre –el mejor jugador argentino de todos los tiempos– cuando le ganábamos caminando a todos los porteños. No estoy con la moral suficiente ahora para escribir sobre River, en este vergonzoso paso, yo que vi jugar a aquella ‘máquina’ riverplatense con Barrios, Vaghi y Ferreyra; Iacono, Rodolfi y Ramos; Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. ¡Qué equipo, qué jugadores! Más todavía, vi al equipo anterior a ese que todavía me gustó más: Bossio, Juárez y Cuello, Malazzo, Minella Wergfiker; Peucelle, Labruna, Bernabé Ferreyra, Moreno y Pedernera. Qué equipo, señor. Y eso que no ganaban millones como ahora. Ni tampoco necesitaban ni concentración tres días antes ni entrenamiento. Moreno decía que los domingos, antes del partido, siempre se comía un pucherito de gallina y se tomaba tres cuartos de tinto. Cómo manejaban la pelota, eran ángeles en el paraíso verde”.
Sí, y ahora esto, del descenso sí o no de River. Como el querido equipo canaya. Con el mail en pantalla me puse a pensar con tristeza de tablón. Y me decidí y le contesté al jefe: “Bueno, señor director, lo haré, qué espacio tengo”. Y aquí estamos, escuchando el partido por pantalla.
Ni por los cordobeses ni por los patéticos millonarios. Por el má mejor. Pero antes me doy el gusto. Enciendo el televisor: se está jugando en tierra germana el campeonato mundial de fútbol femenino. Justo ahora, Alemania contra Canadá. Las alemanas ya dos veces seguidas campeonas mundiales. Los dos últimos, en el 2003 y en el 2007. Pese al machismo. Porque es increíble, pero en Alemania hasta no hace tanto estuvo prohibido el fútbol femenino. Y eso que el hombre alemán no es nada machista. Pero que no le toquen su deporte sagrado. Son increíbles las recientes declaraciones de hombres del deporte alemán que fueron preguntados acerca de qué piensan sobre el fútbol jugado por mujeres. Se puede hacer una galería de burradas. El famoso Gerd Müller, coronado en toda clase de campeonatos y goleador de las selecciones, respondió taxativamente: “Que vayan a la cocina”, y agregó: “A mi mujer no le permitiría jamás jugar al fútbol”. Otro famoso jugador, Rudi Völler, al hablar mal de un árbitro, dijo: “Ese dirigió el partido igual que las mujeres juegan al fútbol”. Berti Vogts, jugador y ahora técnico, señaló: “En sí no estoy contra el fútbol femenino, pero hay tantos deportes bellos... ¿Por qué justamente a las mujeres se les ocurre jugar al fútbol?”.
El fútbol femenino estuvo prohibido en Alemania hasta 1962. El presidente de la Asociación del Fútbol alemán de aquel tiempo, Peco Bauwens, señaló: “El fútbol no es un deporte para mujeres. Nosotros no vamos a perder el tiempo en ese tema”.
El entrenador Sepp Herberger, campeón mundial en 1954, dijo: “El fútbol no es un deporte apropiado para mujeres porque es un deporte de lucha”. El futbolista Max Morlock sostuvo hace unos días: “Yo les recomiendo a ellas que practiquen natación, atletismo, ejercicios físicos o andar en esquí. Esas son actividades para mujeres”. Y otro futbolista alemán de los buenos, Rudi Gutendorf, ya llegó un poco al machismo más pesado cuando por la radio sostuvo: “En la cama, sí, la mujer es una figura magnífica, pero en una cancha de fútbol se me aparece como una figura del espanto”.
Todo esto en Alemania, un país nada machista, donde las mujeres gozan de todas las libertades. Lo interesante sería, por ejemplo, hacer una encuesta sobre qué piensan los hombres argentinos sobre el fútbol femenino. Creo que llegaríamos a un estudio interesante en la relación mujer-hombre. Me gustaría que esa investigación la realizara nuestra colega Sandra Russo, que tiene un olfato especial para esos temas. Sí, es una lástima no ver a un equipo femenino argentino de fútbol en este torneo mundial cuando, por ejemplo, están representados por ellas Brasil y Colombia.
Pero vayamos a los partidos; River contra Córdoba, por el honor de jugar en primera; y Alemania contra Canadá (campeonato mundial de mujeres).
Reinicio la nota. Han terminado las mujeres de correr tras el objeto redondo.
Parecieron figuras de ballet con la música de fondo de un público esencialmente femenino y de chicos. Ninguna violencia. Aplausos, besos, abrazos. Ganaron las alemanas 2 a 1, aunque merecían ganar por más. Se perdieron varios goles cantados. Fueron sin duda superiores a las canadienes. El público se retira. Hay música de valses.
Lo de River y los cordobeses terminó muy mal. Recuerdo cuando se inauguró el Monumental ahí en Núñez. Fue en 1939. Se habló mucho en los discursos de la nobleza del deporte, todo se hacía por el afán de jugar y mostrar la destreza física.
Hoy, River nos demuestra lo caído que está nuestro fútbol, los negocios, el dinero, las pésimas administraciones. Ironías del destino, ahora acompañará a los canayas entre los clubes del descenso.
Del final con música de valses en el fútbol femenino a las pedradas y la violencia de anoche, en las tribunas porteñas. No puedo seguir la nota. Tristeza.
Pero vamos a terminar con algo de humor. Un periodista uruguayo, cuando termina aquí el partido del campeonato mundial femenino, me pregunta cómo anduvo River. Le contesto que se fue al descenso. Y me responde: “Deciles que contraten a las once alemanotas de hoy, que los van a llevar de nuevo a Primera”.
Me quedo pensando. No estaría mal equipos mixtos de fútbol, de hombres y mujeres. Tal vez acabaríamos para siempre con la violencia.
Por Osvaldo Bayer
Fuente: Página 12
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UN MOMENTO PARA EL QUE NUNCA SE PREPARÓ
No lo puedo creer. Jamás pensé que tocaría escribir sobre esto. "Esto" es el descenso de River. El más campeón del fútbol argentino. ¿Cómo explicar este drama deportivo? Porque es un drama deportivo. Obviamente, primero están la salud, la familia, el amor y los amigos. Pero el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes de la vida.
Se cierra un círculo. Los promedios, que lo habían salvado en 1983 cuando terminó penúltimo en el Metropolitano, lo condenaron a jugar la Promoción. En 1981, la impactante caída de San Lorenzo indujo a Julio Grondona a cambiar la manera de definir los descensos en Primera. No quería que otro grande perdiera la categoría por una mala temporada. Tras un 1982 de transición, los promedios comenzaron a regir al año siguiente. No se inventaron para rescatar a Ríver. Ese fue el efecto, no la causa.
Curiosamente ese año cayó Racing, primera víctima de un sistema naturalmente injusto que influyó en este 2011. Revisemos la progresión de Ríver en las últimas tres temporadas. En la 2008-2009, terminó último en el Apertura pero 15o en la general con 41 puntos. Sacó más que Argentinos (38), Independiente (39), Rosario Central (40) y los descendidos Gimnasia y Esgrima de Jujuy (38) y San Martín de Tucumán (40), castigado por el sistema. En la 2009-2010, volvió a tener una campaña mediocre pero le habría alcanzado para quedar a resguardo sin promedios. Sus 43 puntos superaron la producción de Gimnasia (37), Huracán (37), Tigre (32) y los relegados Atlético Tucumán (35) y Chacarita (32). En estos dos ejercicios, los cuatro equipos que bajaron a la B Nacional habían subido el año anterior. El molde se rompió en la 2010-2011. Dos de los tres ascendidos de Segunda sumaron en la temporada mucho más que la media de los recién llegados. All Boys de gran Apertura (51) y Olimpo de excelente Clausura (48) se escaparon de todo.
Esto nunca había ocurrido en el combo torneos cortos/promedios/promoción, vigente desde 2000. A pesar de sus 57 puntos y el quinto lugar en la general compartido con Arsenal, River debió revalidar su lugar en Primera ante Belgrano con 1,237 de promedio, el más alto para un equipo en esta instancia. Una instancia que nunca había imaginado y para la cual no se preparó, entre la negación y la subestimación. Más allá de este extraordinario escenario deportivo, el club ha sufrido una continua degradación.
En 2005, el pasivo era de 65 millones de pesos y en 2006, trepó a 98 millones, según los balances de Pistrelli, Henry Martin y Asociados SRL. Las deudas bancarias también crecieron, de 4 millones en 2005 a 10 en 2006. El club combinaba fragilidad económica con mediocridad deportiva. Los barras Schlenker y Rousseau se pelearon por plata y por poder. Había sido tan exitosa la política de integración modelo Aguilar que ambos quisieron quedarse con todo. Fue asesinado el barra Gonzalo Acro.
En 2007, la debacle institucional incluyó dos clausuras del estadio y una del club. José María Aguilar no se presentó a las elecciones de 2009. Con una inteligente campaña proselitista, Daniel Passarella supo perfilarse como su gran opositor, a pesar de haber sido su empleado en 2006 y 2007. Más preparado para ganar que para gobernar, heredó finanzas calamitosas. Pero lo sabía. Su vicepresidente Turnes y su tesorero Renzi formaron parte de la Comisión Fiscalizadora que le aprobó todos los balances a Aguilar. Anunció que se "acababa la joda". Garantizó inversiones milllonarias. Prometió una auditoría de la gestión anterior y enviar a la Justicia a los presuntos responsables de administración fraudulenta, sea quienes fueren. Aún no se conocen los resultados.
El viernes 12 de noviembre de 2010, se aprobó el balance correspondiente al período 2009/10, los últimos tres meses de la gestión Aguilar y los primeros nueve de Passarella. Reflejó el mayor déficit de un ejercicio en la historia del club y del fútbol argentino: 79.828.156 pesos. El pasivo alcanzó los 216.827.799 pesos. El pasivo corriente -las deudas a cancelar en un año- era de 191.721.760 pesos. El patrimonio neto cayó de 100.322.315 pesos a 20.494.059 pesos. Hoy, les debe más de 22 millones de pesos a los bancos.
El Fideicomiso, la gran promesa de Passarella para reforzar el plantel, nunca salió. Los jugadores han pasado mucho tiempo sin ver un peso. Sin embargo, este contexto influyó muy poco en el rendimiento del equipo a final del año pasado. Tras el cambio de DT (JJ López por Cappa), River sacó 12 de los últimos 18 puntos en juego en el Apertura y terminó con 31, cuarto y fuera de todo. Un balance tan bueno que el presidente eligió no contratar futbolistas para el Clausura, con la excepción del innecesario Bordagaray, una concesión al empresario Ranucci por refuerzos estelares que nunca llegaron.
Todo siguió igual de bien en 2011. En la novena fecha, River le ganó por 1 a 0 a Banfield con gol de Pavone y quedó como único líder con 18 puntos. No era Barcelona ni mucho menos pero ofrecía una idea reconocible: orden, intensidad defensiva, el solitario talento de Lamela para crear y la potencia de Pavone para crear espacios y definir. Con derecho, pensaba más en la consagración que en la promoción.
Sin embargo, colapsó de manera increíble. Después de aquel partido, sólo pudo ganar uno más, contra Racing. Terminó con nueve seguidos sin triunfos. El duelo con All Boys, rival directo por la permanencia, marcó el punto de inflexión. La debacle de su arquero Carrizo retrata la autodestrucción. Todos perdieron el control. Juan José López comenzó a revolear nombres y sistemas como quien toca las teclas de una computadora para repararla como sea. Enajenado, Daniel Passarella le pidió la renuncia a Julio Grondona por el mal arbitraje de Lousteau en el superclásico. Apenas días antes, le había solicitado dinero para un campeonato económico que no ganó. La deuda con los futbolistas supera largamente los 20.000.000 de pesos. Muchos dejaron de creerle y visitaron la sede de Agremiados para asesorarse. Tampoco los clubes confían y le reclaman por falta de pago. Cuatro empates consecutivos lo dejaron en la última fecha dependiente de Olimpo. La subestimación y la negación pesaron más que la chance concreta de jugar la Promoción.
El hecho consumado desnudó la improvisación del presidente y el entrenador. Siguieron los volantazos. Passarella se borró en Córdoba y luego sobreactuó su presencia en el Hindú Club vestido con ropa de entrenamiento, como si aún fuera el Gran Capitán. El DT dispuso un insólito equipo para la ida, lleno de pibes, muy tiernos para afrontar semejante instancia. Desamparados y sin la preparación mental para este histórico escenario, los futbolistas cometieron errores de principiantes. Adalberto Román hizo un penal de colegio secundario. Mariano Pavone remató otro con los ojos cerrados. No dieron tres pases seguidos. No podían. Díaz y Ferrero se chocaron entre ellos y le sirvieron el gol a Farré.
La situación superó a todos. A los hinchas que invadieron la cancha en Córdoba, tiraron bombas de estruendo en el hotel de Belgrano y rompieron todo; dentro y fuera del Monumental. A la AFA, que no le ordenó a Pittana suspender el partido tras la irrupción del enmascarado y sus secuaces. A la policía cordobesa que, en lugar de detenerlos, los acompañó gentilmente a tomar su lugar en la tribuna. Al Gobierno nacional que, a pesar de la indicación del Ministerio de Seguridad, decidió que la revancha se jugara con público con el riesgo de que ocurriera una catástrofe. A Sergio Pezzotta que se tragó un claro penal a Caruso e hizo equilibrio con las tarjetas.
El único que estuvo a la altura del acontecimiento fue el bravo Belgrano. Hoy celebra su regreso a Primera. Disculpas a los Piratas, que tampoco tienen noción de lo que hicieron. Sin dudas, merecen más espacio. Pero hoy toca escribir sobre el descenso de River. Aún con la injusticia de los promedios, la decadencia del club y el inesperado colapso, no lo puedo creer.
Por Juan Pablo Varsky
Colaboró Matías Muzio
Fuente: Cancha Llena
Más información: http://www.canchallena.com/
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EL DRAMA NO ES EL DESCENSO, EL DRAMA SON ESOS TIPOS...
"El fútbol no es cuestión de vida o muerte... Es mucho más que eso" .
La frase del inglés Bill Shankly -remanida, repetida hasta el hartazgo y el lugar común- vuelve una y otra vez, da vueltas en la cabeza de quien intenta encontrar otra mejor, más novedosa y más precisa, pero sin éxito: el paso del tiempo ha ido transformando aquella alegoría del amor incondicional por el juego y por los colores en algo peligrosamente literal en nuestras canchas.
La frase vuelve, entonces, junto con una imagen que no se va: la de esos imbéciles invadiendo la cancha de Belgrano, en pleno partido, para increpar, amenazar y agredir a sus propios jugadores, los de River, después de aquel segundo gol que los dejaba más cerca que nunca del descenso tan temido.
Esa imagen, sumada a otras que le sucedieron, debería replantear el uso de la palabra drama.
Por supuesto que se entiende la angustia del hincha común. Es la de ese pibe de Huracán, Rodrigo Cid, que conmovió a todos desde la tribuna de Independiente, tan aferrado a la vieja Spika de su abuelo como a la esperanza de que su equipo se salve del descenso. No lo logró, finalmente, y el pibe escribió en su twitter: "Cuando se hace todo mal, después las cosas salen peor. Gracias por los msj de apoyo. Arriba que en la vida hay cosas peores". Vale esa misma angustia para el hincha común de River y, si se quiere, multiplicada, porque nunca antes ha estado en una situación así y porque tiene tantas razones, o más, para quejarse de que se ha "hecho todo mal".
Por supuesto que se entiende la tremenda incertidumbre por lo que vendrá, aun cuando si el peor de los presagios se concreta hay elementos para pensar que el club va a influir más sobre la categoría que la categoría sobre el club.
Pero, ¿justifica eso una bandera que dice "Matar o morir" cuando esas palabras se escapan de la metafóra? ¿Se acepta, sin investigar, que desde los foros se convoque a aterrorizar a los visitantes pintándoles el hotel con la leyenda "Nosotros nos jugamos la historia, ustedes se juegan la vida" y a que su ómnibus llegue al Monumental con los vidrios rotos? ¿Se entiende esperar que el domingo ocurra una tragedia inevitable si se da un resultado negativo?
Han pasado tantos años que una rueda gigante parece haber girado, completando un ciclo: lo que que está viviendo River lo han vivido otros clubes de características no iguales, pero sí similares, aquí y en el mundo. San Lorenzo, el primer grande que se fue en el último torneo sin promedios, provocó un fenómeno multitudinario que se repetía sábado a sábado. Racing, el primer grande que se fue con el primer sistema de Promedios, lo hizo en medio de un escándalo y le llevó más tiempo volver, pero volvió. Y en Italia, cuando hoy se habla de lo que le podría pasar a River, se refieren a "la Juventus argentina" , porque la Vecchia Signora , nada menos, también estuvo allí.
Es duro, es difícil, es doloroso. Pero drama es que unos tipos hayan estado tan cerca de concretar -malinterpretada- aquella frase de Shankly y que a tantos les parezca lo más natural del mundo.
Por Daniel Arcucci
Fuente: Cancha Llena
Más información: www.canchallena.com
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EL ORGULLO NO SE MANCHA
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
El cuento, considerado el más corto del mundo, citado en todos los estudios sobre la microficción, es de Augusto Monterroso. No lo escribió pensando en lo que pasó con River pero le viene a medida, con las variantes del caso.
Cuando River despertó de la pesadilla, el descenso todavía estaba allí.
Cuesta creerlo. Cuesta asociar las palabras River y descenso. Uno escribe que River se fue a la B y le pasa que se sorprende de lo que está escribiendo, que no termina de convencerse, acaso porque la idea no cabe en ninguna lógica. Imagine que hace dos años, un año o tres meses, sin ir más lejos en el tiempo, a usted le apostaban triple contra sencillo que River se iba a la B. ¿Usted no hubiese aceptado? Después de todo, antes del partido con All Boys en mayo último River estaba segundo en el campeonato, a sólo dos puntos de Vélez y era gran candidato a pelear por el título. La caída, desde entonces, fue tremenda. No ganó ninguno de los últimos nueve partidos: perdió con All Boys, Boca, Lanús y Belgrano y empató con San Lorenzo, Olimpo, Colón, Estudiantes, Belgrano y Olimpo.
River descendió por un tobogán mucho más largo que el de las últimas fechas, porque en el torneo argentino los reglamentos les dan a los grandes la chance de mejorar los promedios en tres temporadas.
Si no fuera porque se trata de un árbol que tapa el bosque se podría creer que River descendió porque Pavone erró el penal en un momento clave; porque Pezzotta no cobró una falta a Caruso dentro del área; porque Jota Jota López nunca supo qué rumbo había que tomar; porque a Angel Cappa no le dieron tiempo; porque Carrizo es un canchero que hizo perder tres puntos en la Bombonera y dos contra San Lorenzo; porque Passarella fue a patotear a Grondona en su propia madriguera y selló su destino; porque la idea de amarretear los partidos conspiró contra la confianza y la autoestima de los jugadores; porque los barrabravas contribuyeron a la confusión general con su política de amedrentamiento a propios y extraños; porque Lamela es un proyecto de gran jugador pero demasiado joven para cargarlo con toda la responsabilidad; porque el club está al borde del colapso por culpa de la dirigencia anterior, que le tiró un cadáver a la actual conducción.
El bosque, en definitiva, es la suma de todos los árboles que se terminaron de incendiar en la histórica tarde del 26 de junio de 2011, cuando River se fue (cuesta creerlo, se repite) al descenso.
A uno le tocó presenciar partidos trascendentales en ese mismo estadio. La final del Mundial ‘78; el día del 2-2 contra Perú en las eliminatorias del ‘86; el clásico de la Copa Libertadores, sin público de Boca; el 0-5 ante Colombia; el 1-0 contra Australia; el día del gol de Palermo contra Perú. Pero uno nunca fue testigo de tanta tensión como la que había ayer en el Monumental. La gente sabía que había que apoyar, y gritaba y cantaba, pero las voces salían como con sordina por los nervios que se colgaban de las cuerdas vocales. Alentaron, apoyaron, trataron de asustar a los cordobeses, pero no evitaban los murmullos de desaprobación ante un pase mal dado o una pelota perdida. Hubo momentos de silencio atroz después del penal de Pavone y en otros pasajes en los que el equipo ofrecía poco. Pero, en cualquier caso, la responsabilidad de los hinchas genuinos es mínima. Uno por ciento contra el 90 por ciento que le debe corresponder a Aguilar si se trazan gruesos paralelos.
River, conviene aclararlo para cortar ciertas estupideces que circularon en estos días, perdió una categoría, pero no su historia. No descarriló la Máquina, no le van a quitar los 33 campeonatos, nadie va a despintar la pelota naranja del gol de cabeza que le hizo Alonso a Gatti; nadie va a borrar las imágenes del Pato, del Enzo, de Perfumo, del Pelado Díaz, de Sívori, de Di Stéfano, de los propios Jota Jota y Passarella en sus tiempos de jugadores.
Ni las cargadas más macabras van a quitarles a los hinchas la sensación de pertenencia a River. Seguramente hoy nos cruzaremos con mucha gente con el pecho inflado debajo de la camiseta de la banda. El orgullo no se mancha.
Por Juan José Panno
Fuente: Página 12
Más información: http://www.pagina12.com.ar/
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