sábado, 30 de abril de 2011

DOS OPINIONES INTERESANTES



LA VIEJA INDECENCIA

Por César Hildebrandt.

http://lamula.pe/2011/04/30/la-vieja-indecencia-por-cesar-hildebrandt/rafaelponc


El único mérito que puedo concederme en esta vida moteada de algunos éxitos y muchos fracasos, en esta carrera ingrata que me eligió, en este oficio artesanal de tratar de encontrar la verdad que a pocos importa y las mentiras que ya no escandalizan, el único mérito que me concedo, digo, es no haber cedido a la tentación del medio: resígnate, así es el Perú, tolera lo que todos, créele a los idiotas de la derecha, a los que hacen negocios turbios y a la vez editorializan en relación con “los valores de la democracia” (cuando la verdad es que se zurran en ella y en lo que significa).
Naces en este país hermoso y complicado y la primera sugerencia que te asalta es la del estoicismo: quédate quieto, tranquilo hermano, así es esta vaina, esto no lo arregla ni el sillau.
Y se te puede pasar la vida haciéndote el de la vista gorda, haciéndote el loco y asistiendo con cara de palo a las grandes mecidas.
- Nada puedes hacer, esas son las reglas –susurra el aire tóxico de Lima-.
- Esto no lo ha cambiado nadie –remacha una sombra, la sombra de lo que pudiste ser-.
Me van a perdonar pero yo jamás creí en eso. Jamás hice el muertito en el mar de los sargazos de las voluntades, quebradas o roídas. ¿Por qué? Porque siempre creí que en el país de las cabezas gachas había que mirar lo más lejos que se pudiera. Porque viendo a las hormigas a uno le dan ganas de volar.
porque hay belleza en la rebeldía y una flácida fealdad en el conformismo.
Porque, en fin, siendo un viejo creyente del agnosticismo siempre he pensado que Jesucristo fue un hombre revoltoso asesinado por el orden imperante. Y que sin la rebeldía de Cáceres habríamos detenido nuestra historia en el mísero Iglesias. Y que sin la rebeldía de De Gaulle los franceses habrían tenido que arrastrarse junto a Petain, ese gran derechista pro nazi.
Mi generación ha fracasado. Pudimos tener a un refundador del país y construimos a García. Pudimos tener a un inconforme consagrado por las multitudes, a alguien que estuviese más impulsado por el amor que por el odio, pero nos detuvimos en Robespierre y en sus encarnaciones criollas.
Pudimos tener un país y lo que permitimos fue un mal. Ahora la pelota está en el tejado de los jóvenes. De ellos dependerá que este país cambie de verdad.
Hace como mil años que vivimos hablando en voz baja, consintiendo.
Hablamos bajito cuando los incas podían desollarte. Y más bajito cuando los españoles te podían trocear. Y todavía con murmullos cuando fuimos libres de boca para afuera pero súbditos de los sucesivos caudillos que creían que el Estado era un bien raíz y una chacra para los amigotes.
Así fuimos haciendo esta gran Aracataca. Macondio hicimos.
Pensar era –y es- una anomalía. Disentir, una provocación. Rebelarse, una extensión de la locura. En un país dominado por la injusticia hablar de la injusticia te podía costar El Frontón. Y luchar contra ella la vida.
Frente a un Túpac Amaru hubo cien Piérolas creando sus propios califatos. Porque el miedo a la libertad no es sólo el título de un libro de Fromm. Es la consigna que la derecha le ha impuesto al Perú. Está en su escudo desarmado y en sus genes vendedores mayoristas de su propio país.
- Todos roban –te dicen-. Y eso es casi una invitación a robar. Porque si todos roban, ya nadie roba.
- Aquí no hay castigos ni recompensas, todo se olvida –te muelen repitiéndolo-. Y eso es otra incitación a la impunidad.
Lo criollo es también esta salsa espesa de quietud egoísta. Las verdaderas tradiciones peruanas no son las de Ricardo Palma: son decir sí y estar en la foto.
¿Exigir cambios? Eso es –dicen los que cortan el jamón y los idiotas de sus services- de chavistas, rojos, perfeccionistas, amargados y renegones.
En el Perú la ira de los pobres se combate con misas o balazos y hay un estoico agazapado en cada futuro, detrás de la maleza de los días. Y cuando estemos lo suficientemente ablandados, vendrá el tiro de gracia. Y cuando venga el tiro de gracia, cuando ya no pienses sino en ti mismo y bailes solo en la loseta ínfima que te asignaron, ese será el día final de tu hechura: serás uno de ellos. Hablarás como ellos, maldecirás como ellos, venderás como ellos. Y, sobre todo, harás lo que ellos: negar al otro y sólo reconocerte entre los tuyos.
Que los jóvenes aprendan la lección. Nada cambiará si no matamos la resignación.
Porque la democracia no consiste en votar de vez en cuando. Consiste en ejercer la libertad a cada rato.
Los esclavos no aman la libertad –esa es una mentira altruista-. Sólo los libres pueden amar la libertad y defenderla.
La mansedumbre no es madurez sino derrota. El aguante es la amnistía crónica. La docilidad es lo que se le exigía a los negros carabalíes embarcados a la fuerza en el puerto de Macao.
La libertad no mata. La paciencia es una mentira teologal que contradice a Cristo y que Cipriani aplica en cada hostia. Cristo fue impaciente. La vida es una ráfaga impaciente.
Los peruanos no nacimos un día en el que Dios estuvo enfermo, como decía Vallejo de sí mismo. Naceremos el día en que sepamos apreciar el vértigo creador de la palabra desacato. El desacato no es el caos. Caos es lo que vendrá cuando las presiones sociales, contenidas por el plomo y la mentira, revienten otra vez.
Y ahora sería un magnífico desacato, un descomunal acto de rebelión democrática o dejarse engatusar por quienes quieren, en el colmo de la indignidad, que premiemos a la hija de un ladrón y asesino –ladrona ella misma al gozar del dinero robado- con la presidencia de la República.
Y todo por cerrarle el camino a un señor que quiere cambiar algunas cosas. Sólo algunas cosas. Un señor al que la experiencia ha moderado y que se ha comprometido a no hacer experimentos anacrónicos. Pero que sí quiere que las mineras paguen lo que deben, que los impuestos sean más directos, que los viejos estén menos desamparados, que haya menos hambre y que la pobreza rural se atenúe todo lo que se pueda sin desbaratar la economía. Y que quiere también que el gas peruano abastezca primero a los peruanos y que los grandes proyectos de exploración y explotación de la minería y del petróleo se concilien con los intereses nativos y las normas ambientales que no se están cumpliendo.
La derecha quiere volver a demostrarnos que siempre gana. Presentó cuatro candidatos –cuatro variaciones de la misma melodía: Castañeda, Toledo, PPK y K. Fujimori- y los cuatro perdieron.
Ganó un hombre gris que propuso algunos cambios. Y lo peor: sale la primera encuesta pos primera vuelta y el hombre sin demasiados atributos ¡sigue ganando! Y sigue ganando porque Lima, este espanto, no es el Perú. Porque el gobierno de Las Casuarinas está en crisis. Porque el modelo García, una combinación de Caco con Friedman, drena sanguaza.
Entonces, la derecha propone liquidar, de una vez y para siempre, esta pesadilla que aturde al dólar, baja las acciones, hace chorrear el rímel. Para eso están su tele, su radio, sus periódicos. Y se deciden por lo previsible: la campaña del terror.
Sólo el terror podrá salvarlos. Porque saben que su prontuariada candidata es impresentable aun para 75 por ciento de peruanos. Lo único que cabe, entonces, es bombardear al incómodo reformista con todos los B-52 de la calumnia, el rumor, la mugre, la idiotez que los cándidos pueden propagar. El propósito es el homicidio político del hombre que propone algunos cambios. Y los muertos no pueden ganar elecciones.
Hablan de intromisión extranjera los que quisieran anexarse a los Estados Unidos o al Chile potente que sus tatarabuelos dejaron entrar con su cobardía y su desunión. Denuncian que la libertad de prensa peligra quienes despiden a periodistas que se niegan a sumarse al lodo de la campaña contra Humala. Y advierten que el empleo está amenazado quienes han creado la mayor cantidad imaginable de empleos-basura y services explotadoras.
Y a todo esto le llaman “elecciones democráticas”. A ensuciar la inmundicia le llaman “debate”. Y no tienen problema alguno bancado a una candidata indecente. Ellos representan la vieja indecencia de las encomiendas, las ladronas leyes de consolidación, el festín del guano. La señora K. Fujimori les cae como anillo al dedo.

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POR FAVOR, NO INSISTAN



Por Patricia Del Río.

De todos los argumentos que me han encajado cuando digo que no quiero votar por Keiko Fujimori, creo que el que más me perturba es el que me pide que tenga en cuenta a mi hijo: “Tienes un niño pequeño, qué clase de futuro le estás entregando”. “¿No te das cuenta de que tienes que sacrificarte por él, para que los comunistas no tomen el país?” “¿Tú quieres que se muera de hambre, que le nacionalicen su colegio?”. Este tipo de frases, debo decir bien intencionadas, suelen provenir de personas que se sienten obligadas a votar por Fujimori porque el pánico que le tienen a Humala es mayor. Están convencidas de que si Ollanta Humala aplica todo lo que promete su plan de gobierno, nuestro país retrocederá buena parte de lo avanzado y la economía se irá al traste.
Y tienen razón. El proyecto de Gana Perú no solo ofrece un viaje al pasado en lo que a medidas económicas se refiere, sino que está redactado con una carga ideológica confrontacional que lo hace muy agresivo y revanchista. Si bien es rescatable su preocupación por promover una mejor distribución de la riqueza; las soluciones que propone a los desesperantes efectos de la desigualdad son arcaicas, pleitistas, e inaplicables. ¿Da miedo? Por supuesto que sí, y por eso no me atrevería a darle jamás mi voto a un proyecto tan irresponsable y virulento. Sin embargo, todo el miedo del mundo no puede justificar mi voto por Keiko Fujimori.
¿Por qué? Pues justamente porque tengo un hijo y creo que eso me obliga, hoy más que nunca, a no dejar de lado mis principios por mis temores. Aunque para muchos suene demasiado caviar, o demasiado idealista, creo en la democracia, que el gobierno de Alberto Fujimori desvalorizó. Creo en el respeto a las reglas que nos permiten vivir en sociedad, y que durante el fujimontesinismo se retorcieron y acomodaron a los intereses y apetitos individuales. Creo en la defensa de la vida y de la libertad que se vulneraron impunemente. Creo que ningún país debería reelegir a quienes usaron el poder que les otorgó el voto popular para robar y matar. Y eso, nos guste o no, fue lo que vivimos en la década de los noventa. Y aunque hoy queramos olvidar para votar por Keiko sin remordimiento, no se puede, porque ahí están las pruebas. Ahí están grabadas horas de horas de corrupción y chantaje en los vladivideos. Ahí están los muertos de Barrios Altos y la Cantuta. Ahí están Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori presos, purgando condenas de más de veinte años por esos crímenes que hoy muchos quisieran desaparecer.
Algunos insistirán en que Keiko Fujimori no es su padre. Que la corrupción no se hereda. Que los fujimoristas no van a hacer lo mismo que antes, que ya aprendieron. Puede ser, pero ese no es el punto. La decisión de no votar por Keiko Fujimori no está motivada por lo que ella vaya a hacer o no en un eventual gobierno suyo, sino por lo que el fujimorismo, que ella representa y defiende, ya hizo. Está bien que Keiko se disculpe por los crímenes cometidos durante el gobierno de su padre. El país hace rato se merecía esas y más muestras de arrepentimiento. Pero una cosa es pedir disculpas y otra pedir votos que den segundas oportunidades a quienes, en el fondo, consideran que Alberto Fujimori fue el mejor presidente de la historia del Perú.
Miro a mi hijo jugando con sus trenes mientras termino de escribir esta columna y se me encoge el corazón. Me encantaría asegurar su futuro que hoy luce incierto. Me encantaría que mis decisiones lo protegieran para siempre. Pero sé que eso es imposible. Lo único que puedo hacer es ser consecuente. Si hoy le digo que nada de aquello en lo que creo importa, si le enseño que mis convicciones se moldean a la conveniencia del momento, con qué cara lo enfrentaré después. De qué argumentos me sostendré para educarlo. Miro a mi hijo, y ya sé lo que tengo que hacer. Así que por favor no insistan. Yo también tengo miedo pero no voy a votar por Keiko Fujimori.

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