miércoles, 18 de mayo de 2011

LA TELEVISIÓN QUE IMPORTA (Blog QUINTA TEMPORADA, Diario EL PAÍS)


GUERRA A MUERTE EN HBO: MICHAEL MANN vs DAVID MILCH

Hay un chiste que desde hace unos años se ha convertido en una rutina recurrente en los mentideros de Hollywood: "en una habitación tienes encerrados a Michael Bay, James Cameron y Michael Mann. El problema es que tu pistola solo tiene dos balas. ¿A quién disparas?... A Michael Mann. Dos veces".
Con la sorna por montera se presenta al que muchos consideran no solo uno de los directores más brillantes de las últimas décadas sino a uno de los maniacos (cinematográficamente hablando) más obsesivos de la historia del cine. Mann tiene fama de trabajar 26 horas al día y de controlar a su equipo con una variación de lo del palo y la zanahoria: el palo y el palo.
Como el hombre es poderoso nadie se atreve a levantar la voz y es que el director de Heat, El dilema, El último mohicano o Collateral es un personaje que se parece mucho a Freddy Kruger pero al que ves cuando no estás dormido (porque con él no duermes nunca).
Presentado Mann, talento donde lo haya (que quede claro) debo decir que este post iba a girar en torno a la que considero una de las mejores series de todos los tiempos: Deadwood. Un show que retorció de forma tan magistral el lenguaje del western que ahora, cuando uno mira una película del oeste, se pregunta porque los tipos que salen por allí no hablan como en Deadwood.
Deadwood construyo su propio pedazo de mitología con un nuevo Wild Bill (alucinante Keith Carradine; una nueva Calamity Jane (la grandísima Robin Weigert); y sobre todo (todo) un personaje llamado Al Swearangen (interpretado por un ser humano llamado Ian McShane capaz de convertir a cualquier tipo que compartiera escena con él en un monigote). Eso y el sheriff, el chino que solo sabe decir una palabra en inglés (y vaya palabra), los matones, la viuda alegre, el cartero, el alcalde, el asesino psicópata y la madre que lo parió contribuyeron a hacer de esta serie de HBO un hito sin parangón.
El responsable de este diamante (pulido) era David Milch. Milch pertenecía a la Santísima Trinidad de HBO (David Milch, David Simon y David Chase) y después de que le cancelaran la serie, algo que los presidentes de la cadena han lamentado privada y públicamente en varias ocasiones, decidió que iba a perder la chaveta un rato y se iba a volver místico. Así nació John from Cincinnati, una de las chifladuras más fascinantemente ininteligibles que ha parido la caja tonta en lustros. Una serie sobre nada en absoluto que no iba a ninguna parte y que acabó desconcertando incluso a los que creían que todo el sin sentido acabaría encajando. Obviamente, se equivocaban.
La verdad es que Deadwood iba a ser la protagonista de este post pero al final he decidido que era más divertido hablar de Milch y justo al mismo tiempo (casualidades de la vida) se ha dado a conocer el comunicado conjunto que éste y Michael Mann han firmado para afirmar que no se están despellejando en un plató.
Para que nos entendamos: Milch ha vuelto a HBO. Su proyecto se llama Luck (se hablaba de él en este blog hace apenas unos días) y retrata una de las grandes pasiones de Milch: los caballos. La serie mostrará el oscuro batiburrillo que se cuece en los hipódromos y habrá gansters, jockeys, entrenadores y un montón de caballos y sus protagonistas serán Dustin Hoffman y Nick Nolte.
Queriendo empezar con buen pie al creador de Deadwood se le ocurrió que sería buena idea llamar a un grande para firmar el piloto. El escogido fue una persona llamada Michael Mann.
En principio todo tenía que ser una colaboración ideal, llena de complicidad, vino y buenos ratos. Lamentablemente Mann no está hecho así (y parece que Milch tampoco) con lo cual la batalla en el plató empezó el día 1 con rumores de que el director invitado no dejaba entrar en el rodaje a Milch y que además había reescrito el guión, que había protestado por la escenografía y que pensaba hacer lo que le diera la gana, incluyendo el montaje de la criatura. A tanto fue la cosa que muchos pensaron que la serie se iba a suspender y el propio Michael Lombardo (presidente de programación de HBO) tuvo que desmentir que la cosa se fuera a pique.
El comunicado conjunto entre realizador y creador, escrito con el cuidado que uno pondría en quitar el detonador de una bomba nuclear, se limita a decir que "no hay problema", que la colaboración va viento en popa y que el que no se lo crea peor para él. El resultado (seguro) será impresionante. Por fortuna (o no, quién sabe) Mann solo dirige el piloto.
Con un poco de suerte Milch saldrá del atolladero. O no.
(Seguiremos informando)



THE WIRE: AHORA DESDE ADENTRO

Está mal que empiece un post hablando de mí mismo pero tengo que referirme a ello para explicar lo que viene a continuación. La semana pasada estuve en Florida, en un sitio pegajoso tocando a Tampa llamado St. Petersburg. No fui por vacaciones (soy más de frío) sino para una misión concreta: entrevistar a Dennis Lehane.

Lehane publica nuevo libro, La última causa perdida, en la que retoma a sus hijos literarios, dos detectives con poca paciencia y mal carácter. Los amantes del séptimo arte recordarán a la pareja, Gennaro y Kenzie, por aquella -estupenda- película llamada Adiós, pequeña, adiós, con la que Ben Affleck cerró muchas bocas (por no decir todas) demostrando que podía ser un director de cine. Uno de verdad. La película adaptaba a su vez otro libro de Lehane llamado (en España) Desapareció una noche, que fue publicado por RBA (como todos los demás).
Lehane, un señor de Boston, es un mito en el universo televisivo por su participación en The wire. De la serie no hay mucho que decir a estas alturas: probablemente la serie más discutida, alabada y revisionada de todos los tiempos; deliciosa de principio a fin, compleja, articulada, interpretada a coro sin ser coral y profundamente individual sin ser individualista. Un trabajo en equipo en el que cada uno se movió por su cuenta para acabar alcanzando el éxtasis por la mera fusión de reparto, guión y dirección. Un imposible disfrazado de sencillo.
Algo que nunca se había visto antes y que -difícilmente- se verá después (sí, The corner era excelente pero no es The wire; sí, Homicide era maravillosa pero no es The wire; Sí, Treme es fabulosa pero no es The wire). Tiempos diferentes, necesidades diferentes, ejecuciones diferentes.
Dicho esto y una vez en el terreno y con una copa de vino blanco en la mano era imposible no interrogar a Lehane sobre la serie en cuestión ya que él la vivió desde las tripas. Aclarar que el bostoniano escribió tres capítulos, uno de la tercera temporada, otro de la cuarta y otro de la quinta.
Os lo dejo en sus palabras:
"The wire... oh tío, esa serie me perseguirá mientras viva. La verdad es que no sé, cuando entré allí la serie, en la tercera temporada, no era ni fu-ni fa. Nadie la miraba y la presión era cero, la única presión que existía es la que nos metíamos nosotros mismos. Es más, antes de que se empezara a emitir la cuarta temporada (que como sabrás es la mejor de todas), David [Simon, creador de la serie] recibió una llamada de arriba diciéndole que si las críticas no eran la hostia que se olvidara de seguir con ello. Estábamos colgando de un hilo y si bien es cierto que algunos como Bill Keller [editor del New York Times] y algunos otros nos apoyaron la verdad es que no teníamos demasiadas esperanzas de seguir en antena. Ni siquiera sé como llegamos a la cuarta temporada. Lo demás se me escapa: fue un milagro. Cuando emitimos el primer capítulo de la cuarta nos cayó una marea de elogios, desde arriba nos dieron luz verde y allí empezó una nueva serie.
La gente no me cree pero The wire no empezó a ser The wire hasta ese momento. ¿Qué aprendí con The wire? La verdad fundamental de este negocio: puedes preocuparte de escribir o puedes preocuparte de ti y de tu ego. En aquella sala, con [George] Pelecanos, Richard [Price], Ed [Burns] y David [Simon] no había sitio para tonterías, podías meterte tu ego donde te cupiera porque aquellos tipos iban a machacártelo sin miramientos. Te lo digo: la sala de escritura de The wire era la guerra. Una guerra continua por mejorar, donde se peleaba a muerte por cada puto párrafo de cada guión. David no está para bromas y es uno de los tipos más focalizados que he visto en mi vida, cada palabra era importante y no podías juguetear ni hacer el tonto entre esas cuatro paredes. ¿Sabes de qué me acuerdo? De la primera vez que entré ahí y durante un par de días no logré entender de qué coño estaban hablando [Risas]. Así era The wire: indescifrable.
Creo que la serie tenía muy claro desde el inicio que su arco argumental abarcaba cinco temporadas. Se pensó así desde el inicio y tuvimos la inmensa fortuna de poder llevarlo a cabo. Ninguna serie debería durar más de cinco temporadas, después de eso pierden fuelle o se convierten en tonterías. Ejemplos los hay a millones. ¿Qué por qué The wire es tan especial? No lo sé tío, yo solo trabajé allí [Risas]".

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