Lo vimos a través de la señal internacional de la RAI el año 2009, durante la premiación de la Mostra de Cine de Venecia.
Bertolucci se aproximaba al escenario con dificultad, utilizando un andador. Tal vez, afectado por una flebitis; quizá, rehabilitándose de una dolencia lumbar. Nunca supimos con certeza cuál era la enfermedad que afectaba a Bernardo Bertolucci. Lo cierto es que el director de El último tango en París lucía avejentado en ese momento. Y nos señalaba -con su obstinación- que la vida pasa inexorablemente. Incluso para el primer -y único- enfant terrible del cine italiano.
Bertolucci se aproximaba al escenario con dificultad, utilizando un andador. Tal vez, afectado por una flebitis; quizá, rehabilitándose de una dolencia lumbar. Nunca supimos con certeza cuál era la enfermedad que afectaba a Bernardo Bertolucci. Lo cierto es que el director de El último tango en París lucía avejentado en ese momento. Y nos señalaba -con su obstinación- que la vida pasa inexorablemente. Incluso para el primer -y único- enfant terrible del cine italiano.
Hoy, la "novela total" difícilmente volvería a ser un suceso en la narrativa mundial; difícilmente tendría la aceptación y la comprensión de los lectores. Si volvieran a nacer García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Guimaraes Rosa, Alejo Carpentier o Tomás Eloy Martínez, tendrían que recorrer un camino complicado y largo hasta consolidarse como escritores.
Nos atrevemos a decir que lo mismo le pasaría a Bertolucci.
Su cine revisionista e interpretador de la Historia de Italia, de la sociedad italiana, de la modernidad y sus contradicciones; del Mayo de París y su resaca; aplicando la paradoja borgiana; estudiando los poderes de la luz y las sombras para diseñar volúmenes colosales, para crear verdaderas composiciones murales, llenas de calidez mediterránea, de carnalidad y frialdad boreal; para representar grandiosamente al comunismo redentor; y, proporcionalmente, al fascismo degenerado; ya en la campiña parmesana; ya en las ciudades en guerra; en donde había lugar para la pasión tanática, para el incesto y para la ridiculez en idéntica proporción.
Ese cine poderoso, aluvional, holístico, difícilmente podría tener espectadores en 2011. Si Bertolucci volviera a nacer difícilmente sería comprendido
Profesamos admiración total por tres cintas: La estrategia de la araña (1970), El conformista (1971) y 1900 (1977).
Y, a un canto, ahí nomás, las espléndidas La luna (1978), Tragedia de un hombre ridículo (1981) y El último emperador (1987).
Feliz cumpleaños Bernardo Bertolucci.
Oscar Contreras Morales.-
Por eso hoy, el mundo de la cultura le brinda varios homenajes. La televisión estará inundada de sus películas durante toda la semana, mientras se estrena la versión restaurada en alta definición de su obra maestra -la más colosal, la más épica, pero no la mejor-: Novecento, que en 2011 cumple 35 años. En la entrevista exclusiva que acompaña el DVD, el veterano realizador confiesa sus proyectos futuros: "En otoño voy a realizar un nuevo largometraje. Me encuentro en un periodo excitante y lleno de vuelos en las galerías y en las minas de la creatividad. Quiero rodar esta película en 3D: me intriga la idea de sentarme en la alfombra voladora que ofrece la tecnología". Un experimento no sólo tecnológico: el guión está tomado de una novela del escritor noir Niccoló Ammaniti, Io e te (Yo y tú) y la producción es de un joven director, Fausto Brizzi, famoso por haber firmado obras de corte más juvenil y adolescente. "No quiero utilizar el 3D como en Avatar o en otras películas construidas sobre los efectos especiales, sino para profundizar los personajes que voy contando".
Bernardo Bertolucci es un enfant prodige de la cultura italiana y quemó todas las etapas. Nació en medio de la llanura Padana, un paraje monótono y nebuloso, cerca de la ciudad Parma, joya tardo-renacentista, a dos pasos de la finca donde Giuseppe Verdi vivió e inventó sus melodramas, baile de amor y muerte. Vio luz entre los bombazos de la II Guerra Mundial y los libros de la biblioteca de su padre Attilio, poeta famoso.
Los primeros pasos
Cuando tenía 15 años, la familia Bertolucci se traslada a Roma. Bernardo se apunta a la Universidad, publica su primera recopilación de poemas y haceo buenas migas con Pier Paolo Pasolini, que vivía pocos portales más abajo. Y de la mano del amigo, dio su primer paso en el cine: estuvo al lado de Pasolini durante el rodaje de Accattone (1961) y le pasó el guión para su debut tras la cámara en 1963: La commare secca, dulce oda a las periferias en puro estilo Ragazzi di vita. El largometraje cosechó buena prensa y aplausos en la Roma intelectual que frecuentaba casa Bertolucci. Así que Bernardo pudo rodar en 1964 Antes de la revolución. Mientras tanto colabora con los maestros del Western y del horror, Sergio Leone y Dario Argento.
El conformista
Poco más que veinteañero, es un director cotizado y apreciado. Tiene las espaldas suficientemente fuertes como para entrar en una fase más ambiciosa de su producción, en la que estudia e interpreta la identidad de un país que está cambiando bajo sus ojos, demasiado de prisa. La primera piedra de su plena madurez artística es quizás su película más bella de siempre: El Conformista, de 1970, con Jean-Louis Trintignant y Stefania Sandrelli y guión adaptado de una novela de Alberto Moravia. La guerra está a punto de empezar: Marcello Clerici, espía de la policía política fascista sale de viaje de boda hacia París, pero la luna de miel es en realidad una tapadera. Marcello tiene el encargo de liquidar a su ex profesor expatriado y militante antifascista. Para la óptima confección del largometraje se revela fundamental el uso de la fotografía que, entregada a las manos sabias de Vittorio Storaro, restituye una atmósfera sensual y despiadada a la vez.
Último tango en París
Una París enigmática, coloreada en tonos cálidos y mórbidos es el escenario de su película más trasgresora: Último tango en París (1972) es una oda de amor a la nouvelle vague francesa. Marlon Brando acepta protagonizarla, con su cara desencajada de hombre de mediana edad sin esperanza ni rumbo. Para el papel de la joven, Bertolucci escoge a una desconocida Maria Schneider, fallecida hace poco. La pasión erótica a la que se abandonan parece ser la extrema y única reacción posible al conformismo y al aburrimiento. Pero esa también fracasa. La obra levanta críticas escandalizadas en todo el mundo por sus escenas de sexo. El director se sienta en el banquillo de la censura en Italia, donde el Tribunal le suspende el derecho al voto durante cinco años y retira las copias del filme. Un estigma que espolvorea encima de él un cierto aire de poeta maldito y le consagra definitivamente a la fama mundial.
Novecento
El prestigio obtenido -por las buenas o por las malas- con el Último tango, le otorga a Bertolucci las fuerzas para el gran salto. Así concibe la idea de un colosal sobre las luchas proletarias y partesanas en Emilia (norte del país). Y decide llevar los Estudios de Hollywood hasta la llanura de su infancia. Robert De Niro, Burt Lancaster, Sterling Hayden, Donald Sutherland y los franceses Gerard Depardieu e Dominique Sanda forman parte del reparto, realmente impresionante, al lado de leyendas del cine italiano como Laura Betti (musa pasoliniana), Francesca Bertini o Stefania Sandrelli.
El último imperador
Tras el colosal fresco histórico Bertolucci se escapa a China para realizar su obra más galardonada: El último emperador, rodada en 1987 con la autorización del Gobierno comunista y ganador de nueve Oscar. Un melodramón crepuscular sobre el final ineludible de un mundo de tradiciones milenarias cuando irrumpe la modernidad.
Soñadores
Las últimas décadas no fueron particularmente fructíferas para Bertolucci que firmó dos películas en los noventa (Io ballo da sola, 1996, y L'assedio, 1998). En 2003 llega el claustrofóbico Soñadores, donde el director salda las cuentas con su ideología: la fuerza de una utopía es un espléndido sueño pero también una dramática prisión.
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