jueves, 24 de marzo de 2011

ELIZABETH TAYLOR (1932-2011): BELLA ENTRE LAS BELLAS


Liz Taylor fue un ícono de la belleza mundial en los años 50` y 60`.
Una actriz que hizo de su sensualidad y fotogenia insumos fundamentales para construir -de la mano de grandes directores - personajes femeninos maravillosos, complicados, protagonistas de crisis y melodramas penetrantes, en una época en la que Hollywood creía firmemente en el poder del relato, en la sugerencia acotada por el pudor y en el teatro de la vida como fuente creativa inagotable.
Elizabeth Taylor fue una actriz arriesgada, bella, ductil; una niña-mujer que dejaba salir su costado bestial, erótico, latente, neutralizando cualquier posibilidad de inmovilismo e hipocresía. Que compensaba sus carencias técnicas enarbolando los valores y esencias aprendidos en la MGM.
Recordamos su infantil y breve aparición en la orsonwelliana Jane Eyre (Robert Stevenson, 1944) basada en la novela de Emily Brönte, con Joan Fontaine y Orson Welles, en donde encarna a una niña hermosa que muere de pulmonía en un orfelinato de Gales; y por supuesto sus grandes caracterizaciones de juventud en Ambiciones que matan (A place in the sun, George Stevens, 1951) junto a Montgomery Clift, probablemente su mejor film; La última vez que vi París (Richard Brooks, 1954) con Van Johnson; Gigante (1954) nuevamente de la mano de George Stevens y al lado de Rock Hudson y James Dean; El árbol de la vida (Edward Dymtrik, 1957) una épica del Lejano Oeste con Monty Clift y Eva Marie Saint; Una gata sobre el tejado caliente (Richard Brooks, 1958) a partir del drama de Tennessee Williams, donde intenta seducir al "pobre" Paul Newman; y De repente en el verano (Joseph L. Mankiewicz, 1959) otro dramón de Tennessee Williams con la monstruosa Katherine Hepburn y Montgomery Clift, una vez más.
Y, claro, sus actuaciones de los 60`en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1965), junto a su marido de entonces Richard Burton; Reflejos en tus ojos dorados (John Huston, 1967) ese extraño y perturbador film donde comparte protagónicos con Marlon Brando, en el rol de un militar en crisis respecto de su homosexualidad reprimida; ese convincente melodrama llamado Almas en conflicto (Vincente Minnelli, 1965) viviendo un romance prohibido con Burton, nuevamente y Boom (Joseph Losey, 1968).
La vida privada de Elizabeth Taylor fue convocante a su pesar. La actriz trasladó sus romances, matrimonios, divorcios y desdichas a los platós de cine y a los medios de comunicación durante los últimos cuarenta años. Su vida conyugal se volvió una asunto público, de interés (no para nosotros); y no existía una línea divisoria lo suficientemente clara que permitiera distinguir la ficción de la realidad. La Taylor quemó a discreción sus etapas de vida; quiso hallar el amor de muchas maneras; y ayer a los 79 años se fue de este mundo.
Una de las damas más bellas que dió Hollywood en sus más de cien años.
 La mujer de extraños y bellos ojos violeta ha muerto y corresponde recordarla en todo su esplendor.
Transcribimos la reseña del colega Diego Lerer para el Diario Clarín de Argentina.
Oscar Contreras Morales.-


A pesar de haber tenido una carrera relativamente corta, Elizabeth Taylor se convirtió en una de las más grandes y glamorosas estrellas de la historia de Hollywood gracias a su subyugante belleza, a su talento actoral y también a una vida personal bastante agitada que la tuvo siempre en los primeros planos, más allá de su trabajo. “Liz”, como casi todos le decían, murió el miércoles en Los Angeles a causa de un ataque cardíaco. Tenía 79 años.

Taylor fue una estrella desde pequeña y su rostro de ensueño y sus ojos violetas, marcaron a generaciones que la siguieron desde la inocencia de Fuego de juventud (1945) hasta Cleopatra (1963), un proyecto desmesurado que marcó hasta qué punto su figura era icónica y convocante en esa época.
Su carrera incluyó 50 películas (poco para los estándares de las estrellas de Hollywood) y le permitió llevarse dos Oscar a mejor actriz: por su papel como una prostituta en Una Venus en visón y en la adaptación de la pieza de Edward Albee, ¿Quién le tema a Virginia Woolf? , de Mike Nichols.
Si bien no siempre la crítica fue unánime a la hora de celebrar su talento como actriz, en determinados papeles Liz sacaba a relucir sus dotes y demostraba que era mucho más que una estrella bonita y glamorosa, a la que muchos consideraron “la representante cabal del fenómeno de Hollywood”. ¿Por qué? Porque Taylor representaba al cine como arte, como industria y como entretenimiento dentro y fuera de la pantalla.
Pese a que casi no trabajó en las últimas décadas, su fama jamás decayó y hasta el día de hoy (también gracias a sus actividades benéficas, su relación con Michael Jackson, su lucha contra el sida) siguió siendo un ícono.
Muchos directores que trabajaron con ella hablaron de la impresión que les causó. Según Joseph L. Mankiewicz, que la dirigió en De repente, en el verano y en Cleopatra , cuando la conoció a sus 18 años, Liz “era la visión de belleza y encanto más grande que vi en mi vida. Era pura inocencia.” Liz compartió su momento de gloria con otras grandes de Hollywood como Marilyn Monroe, Grace Kelly y Audrey Hepburn, y siempre se la consideró como la más bonita de todas ellas. El director de otro excelente título como fue Ambiciones que matan , George Stevens, la describió como “esa mujer bonita con el que cualquier hombre soñaría con casarse”.
Sin entrenamiento formal como actriz, Taylor llevaba muchas veces su vida personal a sus roles. Y como todo lo que hacía era bastante público, era imposible separar sus papeles de lo que se sabía (o publicaba) de su tumultuosa y ajetreada vida. Taylor era la diva de la que todo el mundo hablaba y comentaba: sus romances, infidelidades, varios matrimonios (tuvo ocho, por lo que su nombre completo debería haber sido, al final, Elizabeth Taylor Hilton Wilding Todd Fisher Burton Burton Warner Fortensky), peleas, problemas con el peso y el alcoholismo, fueron comentadas por millones y millones de fans desde los ‘50 en adelante.
“Tuve suerte toda mi vida -dijo en una entrevista de 1992, al cumplir 60-. Todo me vino servido en bandeja, jamás tuve que pelear por nada: fama, dinero, honores, belleza, amor. Pero pagué por eso haciendo desastres. De cualquier manera, sobreviví. No soy como ninguna otra persona. Soy yo”.
Mitad ángel, mitad seductora, provocativa por momentos e inocente en muchos otros, siempre fue sensual, exhibicionista, al borde de lo vulgar. Y el público lo amaba por todo lo que era, más que por lo que hacía. Aún cuando muchas de sus películas fracasaran, seguía siendo considerada la estrella número uno de Hollywood.
Elizabeth Rosemond Taylor nació el 27 de febrero de 1932 en Londres, hija de Francis Lenn Taylor (un comerciante de arte inglés) y Sara Viola Warmbrodt, quien tuvo una breve carrera como actriz con el nombre de Sara Sothern. Elizabeth pasó sus primeros años en Gran Bretaña con su familia y su hermano mayor Howard, aprendiendo a andar a caballo, talento que le sirvió para conseguir su primer gran papel, en Fuego de juventud , cuando ya vivían en los Estados Unidos, adonde se fueron al comenzar la Segunda Guerra.
Ese papel la convirtió en una estrella, la marcó a lo largo de su carrera y dio pie a su amistad de toda la vida con Mickey Rooney, la gran otra estrella infantil de ese momento. “Es mi película favorita de toda mi carrera”, dijo alguna vez.
Roles como adolescente conflictuada en una versión de Mujercitas que dirigió Mervyn LeRoy en 1949 dieron pie a otro gran éxito: El padre de la novia ,(1950), de Vincente Minnelli, y con Spencer Tracy como su padre. Pero su mejor película hasta ese momento vendría poco después: Ambiciones que matan , de George Stevens, en la que compartió cartel con uno de sus grandes amigos de esa época, Montgomery Clift. La película se llevó seis premios Oscar sobre nueve nominaciones, pero ella no fue candidata.
Roles en Ivanhoe, Beau Brummell y otros filmes menores dieron paso a una dupla de clásicos que hizo entre 1956 y 1957: Gigante (con Rock Hudson y James Dean, otros dos de sus amigos con vidas trágicas) y El árbol de la vida , de Edward Dmytryk, que la reunió con Clift. Por el rol de Susanna Drake en este filme consiguió su primera nominación al Oscar. A esos filmes le siguió la adaptación de La gata sobre el tejado de zinc caliente , con Paul Newman (1958).
En esa época, empezó a sufrir problemas personales cuando su marido de entonces, Mike Todd, murió en un accidente aéreo. Lo que sucedió después (Liz terminó casada con Eddie Fisher, el mejor amigo de Todd, quien dejó por ella a su esposa Debbie Reynolds) es parte de la leyenda de Hollywood.
El Oscar finalmente le llegó por Una Venus en visón (1960), luego de haberlo perdido tres años consecutivos, el anterior nada menos que con su papel en De repente, en el verano , de Mankiewicz, con Katharine Hepburn y, otra vez, su amigo Clift. Para muchos, el premio fue una “palmada en el hombro” de la industria tras haber sido operada de urgencia meses atrás a causa de una fuerte neumonía.
Cleopatra marcó un antes y un después en su carrera y fue, también, la última salva del viejo Hollywood. Con un presupuesto récord de 40 millones de dólares (y con un salario para Taylor de un millón, sin precedentes hasta entonces), fue un proyecto grandilocuente y excesivo que fracasó y casi arruina al estudio Fox. Para muchos, quedará como la película en la que Liz conoció al amor de su vida, Richard Burton. Como ahora se llama “Brangelina” a Brad Pitt y Angelina Jolie, ellos patentaron ese tipo de apodo. Fueron “Dickenliz” y se convirtieron en una de las parejas más célebres de la historia del cine. Su tumultuosa relación tuvo un eco en la pantalla con la intensa versión de Virginia Woolf que hicieron en 1966. La ya madura y entrada en peso Taylor dio una de sus performances más intensas y se llevó su segundo Oscar.
La pareja trabajó en otras películas, pero ya los éxitos empezaron a decrecer. Elizabeth hizo La fierecilla domada , de Franco Zeffirelli; Reflejos en un ojo dorado , con Marlon Brando; Tensión a la madrugada y Miércoles de ceniza , entre otros filmes de los ‘70, en los que Hollywood había cambiado radicalmente y las estrellas de antaño ya no brillaban tanto.
Su separación y nueva boda con Burton, sus problemas con el alcohol y las drogas, su soledad, otros matrimonios y sus complicaciones con el peso fueron los temas que rodearon a la actriz desde entonces. Más tarde empezó a involucrarse en asuntos sociales, a recaudar dinero para la lucha contra el sida y a cultivar una amistad con Michael Jackson, otro trágico personaje con el que se relacionó. De cine, poco y nada desde entonces. Apenas su papel en Los Picapiedras (1994) tuvo cierta repercusión. Su fama corría por otro lado.
Sus problemas de salud, sus constantes internaciones, sus matrimonios y sus luchas sociales definieron sus últimas décadas de vida. Pero no hicieron olvidar su fama, su glamour, su figura, sus ojos violetas, su rostro perfecto y las grandes actuaciones que, cuando quiso, supo y pudo, entregó a lo largo de su carrera.
Tras su muerte, la sobreviven cuatro hijos (Michael Wilding Jr., Christopher Wilding, Liza Todd Tivey y Maria Burton Carson) y nueve nietos. Nunca escribió sus memorias. “Prefiero vivirlas”, dijo alguna vez. Y es cierto que las vivió, día tras día de su complicada, extraña y fascinante vida, bajo los flashes de la fama.

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