martes, 1 de marzo de 2011

KAWABATA (Escribe FEDERICO DE CÁRDENAS, para el Diario LA REPÚBLICA)


Debo a Javier Sologuren, que lo admiraba, mi afición por este escritor nipón (1899-1972). Niño enfermizo, huérfano desde pequeño e insomne tenaz, Yasunari Kawabata estudió letras europeas y japonesas en la U. de Tokio en los años 20, en la que se une a la llamada “escuela de las sensaciones”, a cuyos principios de refinamiento lírico será fiel en lo esencial en su obra, en la que destaca también su saber sobre clásicos budistas y poesía medieval nipona.

Kawabata es autor de una docena de novelas –casi todas traducidas para la editorial Emecé– entre las que destacan la autobiográfica La bailarina de Izu (1926), País de nieve (1935), El maestro de Go (1951) y La casa de las bellas durmientes (1961), reescrita por Gabo García Márquez.
Sus temas constantes son la soledad, la angustia ante la muerte, la pugna entre lo viejo y lo nuevo, la búsqueda de la belleza y la curiosidad por la mujer. En 1938 había sido testigo del interminable duelo entre el maestro Shusai –el último jugador clásico de Go– y el joven Otake, que lo derrotó, e hizo de esta contraposición materia de una de sus grandes novelas. Otra obra maestra es La casa de las bellas durmientes, una nouvelle en la que clientes ancianos acuden a un prostíbulo a contemplar geishas en el sueño o a acostarse a su lado. Si el acto sexual implica ardor, desasosiego, movimiento, este erotismo estático e inerte lo despoja y busca en el deseo suspendido un adelanto de eternidad (Shakespeare invocaba al “dormido Adonis” en sus versos).
Kawabata, primer nipón en recibir el Nobel en 1968, busca en su obra última un equilibrio entre el hombre, la naturaleza y la atracción del vacío. Impresionado por el suicidio de su discípulo Mishima (con quien se había escrito por 25 años), hizo lo propio –aunque sin harakiri– en 1972. No dejó ningún mensaje.

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