jueves, 19 de enero de 2012

MIRAR HACIA ATRÁS PARA IR HACIA ADELANTE, escribe Sergio Wolf (www.otroscines.com)

 

http://www.otroscines.com/columnistas_detalle.php?idnota=6067&idsubseccion=12

Un análisis de los varios hallazgos narrativos de Las aventuras de Tintín en el manejo de la acción, de las posibilidades del cine de animación y de su relación con la historieta orginal.
No es un hecho novedoso que el cine vaya hacia adelante yendo hacia atrás, mirando al costado del camino como un soldado que avanza retrocediendo en el territorio del futuro. Ese avance del soldado -la figura militar está más que legitimada si hablamos de vanguardia y de resistencia- funciona como si explorara un territorio en el que hubiera ocurrido una batalla, como si al mismo tiempo que evalúara las consecuencias rescatara esas experiencias perdidas u olvidadas, buscando actualizarlas, presentándolas como nuevas.

Ya en los años '80 la comedia revivió reflotando la parodia a partir del sistema de gags aislados del slapstick más primitivo. En los '90 la fusión de géneros volvió sobre el modelo previo al de la organización de los estudios, que se volvieron gigantescos a través de la clasificación de géneros. Con el nuevo milenio, el film documental y el cine experimental volvieron a reunirse, lo que no ocurría desde las primeras tres décadas del siglo XX.

Ahora, en esta primera década del siglo XXI, la animación mutante parece el camino ideal para reciclar la narrativa de los seriales. Ese es el camino que toma Steven Spielberg en Las aventuras de Tintín.  

Spielberg siempre fue como el viejo millonario que creaba el parque jurásico, buscando vivir aquello que no había vivido: la era de los dinosaurios. Pero también buscando revivir la era de los estudios, tratando de convertirse en un continuador de los famosos zares que fundaron y fundieron Hollywood.  Así, para Spielberg, volver a los seriales podría pensarse como fruto de la misma operación de revivir lo muerto.

Eso es indudable, pero, de todos modos, en el caso de Las aventuras de Tintín esos personajes planos del dibujo que se vuelven planos literalmente marcan una diferencia de lo que había probado con la saga de Indiana Jones. Ya no es sólo el trabajo sobre lo indetenible de la acción en un sentido puramente mecánico. Ya no es sólo que ese tren eléctrico cuya chispa enciende un funcionamiento que echa a andar sin pausas. Es cierto que el gran tema del cine de los '90 fue el del cambio de velocidad, y el mismo Spielberg hizo una película muy inteligente sobre ese tema: Atrápame si puedes.

Pero con Las aventuras de Tintín lo que brilla es esa idea de que la acción puede sostenerse siempre, al punto de negarse a recurrir a la psicología del héroe, a rebelarse a su tiranía. Lo que orilla la maestría en su Tintín no es sólo la construcción de un motor de gran velocidad -que convierte flashbacks y persecuciones en algo nuevo- sino en su trabajo sobre la cruza de territorios, sobre el diálogo como mutación de formatos. Ese todo posible que la animación es casi por definición, ahora, en su versión mutante, le permite dialogar de igual a igual con la historieta. Al cotejar la versión de la historieta en papel con la que filmó Spielberg se puede ver ese límite y cómo logra sortearlo.

La otra pregunta que está en el comienzo no es menor: ¿Por qué habría que recuperar las formas olvidadas o periclitadas del cine? ¿Qué es lo que diferencia a Las aventuras de Tintín de esa operación vana y nostálgica llamada The Artist? Parece más bien simple la respuesta: una mira hacia atrás para ir hacia adelante, porque elige vivir el presente; la otra mira hacia atrás porque prefiere vivir en el pasado. 

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