martes, 26 de febrero de 2013

LA NOCHE MÁS OSCURA - DOSSIER (Varios)

 

Una dura en Hollywood

La película La noche más oscura está centrada en los diez años de investigación y búsqueda que llevaron a la caza, captura y muerte de Osama ben Laden. Hablar con su directora, Kathryn Bigelow, también llevó su tiempo. Es la realizadora más buscada y quizá por ello también la más huidiza. Dos ciudades, Nueva York y Los Ángeles, dos estudios y dos relaciones públicas (para una mujer que dice no tener más representante que su agente y que se mueve fuera del Hollywood con mayúsculas) fueron necesarias para conseguir una entrevista en la que Bigelow, de 61 años, no se siente cómoda. "Estoy acostumbrada a estar detrás de las cámaras, no a tenerlas delante, a sentirme secuestrada", confiesa a pesar de su evidente seguridad.
 
Dio todo tipo de excusas. Últimos toques de posproducción; que si estaba muy ocupada con la campaña publicitaria de esta controvertida cinta, donde siempre compareció arropada por su guionista, Mark Boal. Incluso hubo quien citó una enfermedad futura, como si esta amazona escultural cuya planta poco dice de su edad pudiera caer enferma a voluntad. Lo último fue una afección de garganta de la que no queda rastro cuando finalmente se sienta a hablar. "Supongo que uno se acostumbra a todo porque ayer perdí la voz por completo", se ríe de sus excusas esta mujer, dura de pelar. Quizá la más dura de Hollywood. Una mujer que hizo historia. La primera realizadora que consiguió un Oscar en esta categoría, arrebatándoselo a James Cameron, con quien dos decenios antes estuvo casada.

Ese triunfo data de 2010. Con Vivir al límite, además del Oscar a la mejor dirección, obtuvo otras cinco estatuillas, mejor película incluida. Su film sobre el asesinato de Bin Laden escuchará el veredicto de la Academia el 24 de febrero.

Parece evidente que esta realizadora, que también trabajó como modelo y actriz, no se dio tiempo a descansar. Tras el éxito alcanzado, se sumergió en la mayor operación de caza y captura que hubo nunca centrada en el hombre más buscado de la historia reciente: Osama ben Laden. Un proyecto en el que empezó a trabajar junto a Boal antes de ese 2 de mayo de 2011 que lo cambió todo, cuando un equipo de elite del Ejército estadounidense dio muerte al líder de Al-Qaeda en Abbottabad, en la frontera de Paquistán.

"Estábamos trabajando en un proyecto sobre la captura que nunca llegó a ser, cuando estuvieron a punto de darle caza en las montañas de Tora Bora en 2001." Iba a ser la historia de un fracaso. Y luego, como le gusta repetir a Bigelow, "la historia se puso en nuestro camino". Se refiere al mensaje del presidente estadounidense, Barack Obama, a la nación confirmando la muerte de Ben Laden. Fue un duro punto de inflexión, donde tuvieron dos opciones: tirarlo todo y olvidarse del proyecto o comenzar de nuevo. Bigelow, siempre dada al camino más difícil, optó por lo segundo. "Y Kathryn siempre tiene razón", admite el guionista. "Sentimos la necesidad de contar la búsqueda y captura del hombre más peligroso del mundo desde la perspectiva de la gente de a pie, de aquellos en el centro de la operación, mujeres y hombres en el servicio secreto encargados de buscar una gran aguja, sí, pero en un gran pajar. La curiosidad de desvelar con fidelidad todos los misterios y preguntas abiertas en este extraordinario viaje en el que estuvimos embarcados la última década." De nuevo las palabras de Obama fueron críticas en su decisión. Como dijo el presidente estadounidense en su mensaje ese 2 de mayo al agradecer su labor al servicio secreto y otras agencias involucradas en la operación, "el público no ve su trabajo ni sabe sus nombres, pero hoy sienten la satisfacción de su trabajo y ven el resultado de su lucha por la justicia".


Seria, aunque de sonrisa fácil
 
Facciones duras, suavizadas por la media melena lisa que se recoge en una cola de caballo cuando se pone detrás de la cámara. Con una voz más juvenil y menos grave de la que se espera de una mujer atraída siempre por los temas más duros. Con aspecto de estricta gobernanta, Bigelow asegura que, pese a lo que se puede leer de sus últimos trabajos, no se considera una persona política. "Son las historias de actualidad las que me interesan, su inmediatez, su cercanía, el hecho de que se desarrollan en el mundo en el que vivimos. Éste es un momento histórico que nos ha tocado vivir y no me puedo imaginar otro igual", añade en referencia a la película, que se estrenará el 31 de este mes.

Ésta es una historia también difícil, porque precisamente esa inmediatez, esa cercanía a los hechos que narra, la sitúan fácilmente en tierra hostil por todos los flancos. Quizás en el único donde se vio arropada fue en el campo de la financiación, avalada por el Oscar conseguido y un tema de actualidad entre manos. "Pero como soy muy específica en el material que me interesa, la disponibilidad de fondos tampoco cambió tanto", reconoce sobre esta producción independiente de 30 millones de dólares.

Todo lo demás fue de locos, aunque eso no lo escucharán nunca de sus labios. "Ella sólo piensa en su siguiente plano, en mantenerse dentro del presupuesto. Nada más. Pocos directores en esta ciudad serían capaces de enfrentarse a este material con su bravura y arte", retoma el guionista, cuya camaradería con Bigelow, 20 años mayor que él, insinúa otro tipo de relación más allá de la profesional. El profesor y la capitana, los bautizaron, respectivamente, Jessica Chastain y Edgar Ramírez, los principales protagonistas de La noche más oscura. El film contó con 120 papeles con diálogo, rodado en tres continentes con 112 sets, incluida una réplica de la casa fortaleza de Abbottabad construida en Jordania, cerca del mar Muerto.

Esta película fue como volver a la escuela por la cantidad de libros que leímos. Trabajé mano a mano con Mark, con quien revisaba los diálogos para ser lo más fieles y correctos posible. De ahí el mote", recuerda la actriz, reciente ganadora de un Globo de Oro y candidata al Oscar por el papel de Maya, la agente de la CIA en el centro de la investigación. Un personaje que en el reciente libro Un día difícil (ver aparte), escrito por uno de los miembros de las fuerzas especiales que formaron parte del asalto a Ben Laden, se llama Jen y está inspirado en una o varias personas que tomaron parte en la búsqueda. Porque, como insisten Boal y Bigelow, todo lo que figura en la película está basado en testimonios obtenidos de aquellos que tomaron parte o estuvieron relacionados con la búsqueda y captura.

"Con el antecedente de Vivir al límite [sobre una brigada estadounidense antiexplosivos en Irak] hubo esa confianza de que tanto Mark como yo trataríamos la historia con respeto y fidelidad. Y Mark escribió un guión magnífico, que fue un regalo que me puso en las manos. Los realizadores, al igual que los periodistas, tenemos un deber cuando tratamos la historia que nos rodea, la que se está desarrollando mientras rodamos", insiste Bigelow. Un trato preferente que en ningún caso hace referencia a la polémica que rodea a este trabajo en EE.UU., donde desde su concepción fue acusado de contar con acceso a información clasificada. Algo que tanto Boal como la directora niegan categóricamente. "Nunca solicitamos material clasificado ni somos conscientes de que nos fuera proporcionado", se escudan.

También aseguran que, pese a lo repetido entre la oposición a Obama en este año electoral, la película nunca tuvo "una agenda política", y que, dentro de la fidelidad a lo que ocurrió, no es un documental ni lo pretende ser. Protege los secretos y la identidad de aquellos que participaron. Pero ambos coinciden en que el personaje de Maya o Jen, o comoquiera que se llame la persona en la que está inspirada, existe y es una mujer. "Ésa fue mi mayor sorpresa. Saber que era una mujer la persona en el centro de esta operación, maravillarme de ello y sorprenderme de mi sorpresa porque era una mujer", afirma Bigelow. "Con esa idea de Jason Bourne / James Bond que tenemos en la cabeza cuando hablamos del servicio secreto, la importancia que tienen las mujeres en la CIA también fue una sorpresa para mí", corrobora Boal.

La capitana sabe lo que quiere

Lo de capitana se lo inventó el actor venezolano Edgar Ramírez y es fácil de ver cuando Bigelow da ejemplos de un rodaje que también utilizó la India como doble de Paquistán. "Era cine de guerrilla. Kathryn y yo tuvimos que huir literalmente de uno de los sets cuando se organizó una manifestación en contra de la película (por parte del grupo de ultraderecha hindú Vishwa Parishad), fruto de las tensiones entre Paquistán y la India. Nos largamos y seguimos filmando en otras calles, sin que cortaran el tráfico ni nada, con Kathryn y su camarógrafo en la furgonetita en la que yo iba con los actores", recuerda el actor. "Luego, en el rodaje, es una mujer muy sólida que sabe exactamente lo que quiere. Mantiene un balance perfecto entre mostrarse fuerte y directa con ser dulce y generosa. Y siempre segura. Ése es su secreto: sabe mantener la calma porque tiene muy claro lo que quiere."

Los halagos son precisamente lo único para lo que Bigelow no está preparada. En lugar de aceptarlos con gracia o desmentirlos entre muestras de falsa modestia, la californiana prefiere no darse por aludida. "No sé cómo responder a algo así", es lo único que articula ante la crítica de la revista Time sobre La noche más oscura, que la describe como la realizadora "con más cojones" en EE .UU. Antes prefiere atribuir halagos a su reparto, especialmente a Chastain, de quien dice que es "una persona que no le teme a nada" y es a la vez capaz de "humanizar" esta caza con su amplio registro para los pequeños detalles.

También tiene palabras de amor para el resto de sus actores una directora conocida por sacar lo mejor de cada uno. Es la mujer que descubrió a Keanu Reeves como un actor de acción con Punto límite, mostró las sutilezas de un Ralph Fiennes en Días extraños y dio una carrera a Jeremy Renner con Vivir al límite. "Siempre busco buenos actores, con una sólida carrera, pero especialmente en esta ocasión no quería que su nombre o interpretaciones pasadas interfirieran con lo que ves en la pantalla." Aun así, Chastain prefiere recordar la generosidad de esta capitana. "Hacer La noche más oscura fue muy duro por el lugar donde rodamos, por las escenas de tortura y sobre todo porque el personaje es completamente diferente a mí. Yo soy todo risas, y Maya sólo tiene una idea en la cabeza: capturar a Osama ben Laden. Pero Kathryn fue genial. Sabía de mi amor por los animales, lo mismo que ella, y no hacía más que mandarme videos de perros adoptados o cosas así. Es incapaz de perder su humanidad. Bajo ninguna circunstancia".
¿Kathryn Bigelow viendo videos de gatitos en YouTube? Una imagen difícil de asimilar.

Pero la realizadora ha demostrado ser una mujer de contrastes. Alguien que nunca pensó en dedicarse al cine y encontró en la pintura su salida artística, centrándose en el estudio y producción de piezas conceptuales bajo el ojo crítico de Susan Sontag o Richard Serra. "De ahí que mi conocimiento de cine sea limitado", dice, ahora sí que con falsa modestia. Porque Bigelow es una de esas mujeres que parecen haberlo visto todo, aunque no presuma como un Tarantino. Además de reconocer entre sus influencias a clásicos como Stanley Kubrick o Alfred Hitchcock, hablando con ella aflora su deseo por descubrir nuevos talentos en todo lo que comen sus ojos. "También me dejaron una profunda huella películas como Apocalypse now! o El francotirador. Lo interesante de esas películas, de los films de Vietnam, es que informaron así de un tema que nunca habría tenido la oportunidad de conocer de primera mano. Me iluminaron y me educaron. De ahí que veo clara la responsabilidad social y el compromiso del cine que quiero hacer, ese en el que muestre la realidad del mundo en que vivimos o de los momentos extraordinarios que nos ha tocado vivir."

Su deseo, insiste, es ser honesta con lo que ocurrió y socialmente responsable. Por eso, su nueva película arranca con una pantalla en negro y el documento sonoro de lo que ocurrió en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, que a continuación contrasta con el trato de abusos y tortura -o "técnicas mejoradas de interrogatorio", eufemismo con el que prefiere describir lo que ocurrió en Guantánamo- a los detenidos. Aquí Boal lleva la voz cantante al hablar de las diferentes reacciones o la controversia que generarán estas imágenes. Como dice, nunca fue su intención ni la de Bigelow mostrar la versión de la Casa Blanca. "Estas instancias son parte de nuestra historia. Y entre los múltiples métodos utilizados en la búsqueda de Osama ben Laden, éste fue uno de ellos". Bigelow ha sido censurada a menudo por su gusto hacia un mundo de violencia explícita. Reconoce que su contacto cercano en sus últimas películas con los diferentes operativos, ya sean militares o del servicio secreto, le han dado otra visión hacia ellos. "He sentido de cerca la psicología, dedicación e inteligencia que existe entre estos grupos de fuerzas especiales, con una capacidad de tomar decisiones de vida o muerte en una fracción de segundo. Me dejaron impresionada." Sin embargo, si algo sorprende de la operación en su nueva película es lo poco que se ve. Haciendo honor a su título, la ofensiva está filmada en la más completa oscuridad, utilizando en las cámaras las mismas gafas nocturnas que usaron las fuerzas especiales durante el asalto. "Mark escribió un verdadero testamento de lo que ocurrió en esa búsqueda, una narrativa que confío que el público disfrute, además de que conozca así la historia. Porque todos sabemos el final, pero no lo que pasó hasta llegar a ese momento."

El final de la cacería es por todos conocido. Pero quizá no así el final abierto por el que directora y guionista optan para la película, con una inocente pregunta sin respuesta a la protagonista de esta búsqueda. Y ahora, ¿qué? ¿Adónde vamos? "Es una pregunta importante. Como país, como cultura, ¿adónde nos dirigimos ahora?", reflexiona una mujer que admite siempre estar dispuesta a mantener el diálogo vivo, a preguntar lo que haga falta. "También estoy fascinada por cómo funciona el mundo y sigo siempre a la búsqueda de respuestas. Y por supuesto que soy una optimista, además de alguien que vive siempre con esperanza", resume la cineasta, en lo más parecido que su cerrazón personal le permite presentar como una declaración de principios.
 
 
Entre premios y proyectos
 
  • ÚNICA En 2010, con Vivir al límite, Bigelow le arrebató la estatuilla a mejor película a su ex marido James Cameron y su Avatar, además de llevarse el de mejor directora. En los 82 años de la Academia sólo tres mujeres habían sido nominadas, pero únicamente ella lo obtuvo. "No estaría acá si no fuera por Mark Boal", dijo entonces. La pareja nunca reconoció su relación.
  • AUSENTE Que no quedara nominada como directora en los Oscar 2013 por La noche más oscura fue una sorpresa. Esta noche, la actriz de ese film, Jessica Chastain, intentará imponerse en los Screen Actors Guild Awards (SAG, emite TNT). El 10 de febrero, Bigelow tendrá su revancha como realizadora en los Bafta. Y el 24, en los Oscar, será la hora de la verdad para su nueva película.
  • TRIPLE FRONTERA Tom Hanks y Johnny Depp estarían al frente de este proyecto que la realizadora tiene en carpeta y con el que espera meterse en el encalve ubicado entre la Argentina, Paraguay y Brasil.

Por Rocío Ayuso
Fuente y más información: www.lanacion.com

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Slavoj Zizek también ataca el film de Kathryn Bigelow
 
 

Desde las páginas del diario británico The Guardian, el autor de Violencia en acto respondió a una carta que la realizadora hizo llegar al periódico estadounidense Los Angeles Times argumentando sobre el derecho a "representar" algo —la tortura, en este caso— sin que eso implique "respaldarlo".

"Para quienes trabajamos en las artes sabemos que representar no es respaldar. Si lo fuera, ningún artista podría pintar prácticas inhumanas, ningún autor podría escribir sobre ellas y ningún cineasta podría sumergirse en los asuntos más espinosos de nuestra época", escribió Bigelow.

Zizek respondió que "la normalización de la tortura en `La noche…` es un síntoma del vacío moral al que nos acercamos gradualmente. Si hay alguna duda de esto, hay que tratar de imaginar alguna película importante de Hollywood en que se retrate la tortura de una forma similar en los últimos 20 años. Es impensable".

El film será estrenado en la Argentina el próximo jueves y llega precedido por una serie de consideraciones morales y estéticas que no sólo aseguran un éxito de público casi seguro sino también la reactivación de una polémica que no es tan fácil de zanjar por mucha pericia o dinero que haya en juego.

La ideología de un objeto artístico ¿se corresponde punto por punto con aquello que se pretende representar, si es que lo pretende; las opiniones políticas de un autor, con la circulación social de su obra?

Las cosas se complican porque la película de Bigelow no es un equivalente de "La fiesta de todos" (la pieza de Sergio Renán que saludaba el triunfo de la selección argentina de fútbol en el Mundial 78), así como tampoco alcanza la perfección formal de "El triunfo de la voluntad", que convirtió a Leni Riefenstahl en la cineasta favorita de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del Reich.


El aspecto común entre las tres películas probablemente sea la financiación; nadie dijo que el Pentágono o la CIA pusieron dinero para “La noche…” pero es indudable que buena parte de los pasos de la operación que se narra salieron de algún lugar cercano a ese edificio. Por lo demás, descartar lo del dinero sería arriesgado. Y en los otros casos, una irresponsabilidad.

Y una irresponsabilidad también comparar la propaganda política de la patria futbolera con la seguridad y elegancia de Bigelow para filmar una posible reconstrucción histórica que puede pasar como una muestra de objetividad cinematográfica, pretensión que no tuvo Riefanstahl, quien jamás negó su credo y que con una cámara era capaz de retratar un congreso partidario donde las galas de la masa con el líder podrían estar ocurriendo en Múnich como en la Roma de las Lupercalias.

La responsabilidad política es inevitable en los tres casos. "La noche más oscura" no tiene nada de objetiva, sus recursos fílmicos son impecables y la trama (incluyendo el elogio de la predestinación de raíz luterana que asalta a la protagonista) es tan llevadera como en cualquier película de género, sea de James Bond o "El loco de la motosierra"”—donde las cuotas de violencia son tan altas que no escandalizan a Zizek, tampoco a los indignados progresistas neoyorquinos ni a los locales.

Bigelow sabe de la tortura; el truco de la objetividad le permite traficar la idea de que someter a alguien a picana eléctrica es por razón de Estado. La misma falacia atraviesa Stanley Kubrick en "Full Metal Jackett", Francis Ford Coppola en "Apocalypse Now" y Terrence Malick en "La delgada línea roja".


Esa falacia no atraviesa a "Un condenado a muerte se escapa", de Robert Bresson; tampoco a "La Chinoise", de Jean-Luc Godard. ¿Será que Bigelow es un avatar de la libertad de expresión y Zizek un bolchevique irredento? La libertad de expresión es imprescindible para calcular, servir al amo que se desee y filmar.

El apuro de Zizek redunda en propaganda para Bigelow. La tortura no desaparecerá con los comités de ética que suelen crear los mismos estados que la practican.

Se trata de una película. Y nada más: mercancía para la sociedad del espectáculo. ¿Es cierto lo que se cuenta, no es cierto, importa que lo sea? Importaría que Bigelow (o sus actores) dijeran que la guerra en el Medio Oriente es un objetivo estratégico de la Casa Blanca, sea demócrata o republicana.

De lo contrario es pensar que la filosofía de Martin Heidegger, rector de la Universidad de Friburgo en 1933, autorizaba la práctica política nazi; o que los opúsculos de Ezra Pound, la de Mussolini.

Heidegger nunca se disculpó por ese año en los claustros fascistas, pero es lógico si se está convencido, como se sospecha lo estaba, que no hay una relación axiomática entre la vida de las personas y sus producciones literarias, científicas, cinematográficas o filosóficas.


Fuente y más información: www.telam.com.ar

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LA DONCELLA Y LA MUERTE
 
Cuando los militares bolivianos cometieron la –para ellos– hazaña de matar a Ernesto Che Guevara, se sintieron orgullosos. Tanto, que lo mostraron al entero mundo en el piletón de Vallegrande. Ahí estaba el invencible Che, muerto. Ahí estaban ellos, vivos y vencedores. Que el Che, con su milagrosa sonrisa, con sus ojos, aun muerto, abiertos, les arruinara la fiesta, al punto de que el mundo vio al más bello muerto de la historia rodeado de sus asesinos y burlándose de ellos con su sonrisa, con sus ojos pícaros, tal como los tenía cuando andaba de un lado a otro por el planeta, es otra cuestión. Los militares reprodujeron el famoso cuadro de Rembrandt sobre la lección de anatomía: señalaban que los balazos habían entrado por aquí y por ahí y por allá. Ahora viene la pregunta que todos (menos los norteamericanos) se han hecho: ¿alguien vio muerto a Osama bin Laden? Nadie. Y si esperan verlo en la película de Bigelow, olvídense. Van a ver un poco de cierta barba blanca y los orificios de una nariz con algún toque de sangre. ¿Alguien vio cuando lo tiraron al mar? ¿Tomaron fotos de algo sus sacrificadores? Nada. Y cuando llegó la noticia del eterno ocultamiento en el mar todos –en la Argentina y en muchos países del mundo– dijeron: mentira, nos toman por idiotas. O no lo mataron o lo mataron hace tres o cinco años y recién ahora (vaya uno a saber por qué) la CIA nos lo hace saber.
 
Tomarnos por idiotas es lo que se proponen, pero en concepciones conspirativas de la historia los argentinos somos maestros. ¿Por qué nos escamotearon a Osama? ¿Por qué lo tiraron al mar? ¿A quién tiraron al mar? ¿No tienen una foto para mostrarnos? ¿En la palabra de quién tenemos que creer que semejante archivillano ha sido abatido y el vencedor es parco en exhibir y probar exhaustivamente su triunfo y hasta su gloria? Además, ¿alguien cree todavía que el acontecimiento histórico universal de las Torres Gemelas no tuvo aliados internos? 1) Legitimó el triunfo electoral de Bush, que había sido todo menos transparente. A partir de ahí se transforma en el líder de la nueva cruzada: The President takes charge, dicen entusiastas varios magazines; 2) Se legaliza la guerra contra Saddam Hussein y la invasión a Irak. Guerra que todavía continúa y que ya ha tenido un costo de vidas altísimo. Y que ha recurrido a la tortura (tarea de inteligencia) y ha instalado innúmeros campos de concentración, no detectables por los satélites pues sólo los tienen EE.UU. o sus buenos aliados del Occidente capitalista y cristiano. La guerra de Irak está sostenida por el ataque a las Torres. Y la tortura sigue siendo (y seguirá siendo) la más efectiva de las tareas de inteligencia. Por si hiciera falta: la película de Bigelow lo demuestra. Ya lo había demostrado la casi intolerable Unthinkhable y el fanático agente Jack Bauer en 24 de la cadena Fox, propiedad del derechista Rupert Murdoch, zar de los medios. Ahí se entroncan los medios con los guerreros de la democracia, tortura mediante.

LAS LAGRIMAS DE LA COMANDANTE
 
Los norteamericanos no inventaron esto. Fue obra de los franceses. En Indochina y en Argelia impusieron la teoría de la Defensa Nacional. Su herramienta principal de inteligencia: la tortura. “La legalidad es incómoda, coronel”, heroicamente le dice un periodista francés (que, sin duda, había leído a Sartre) al coronel Mathieu. Su respuesta (notable) ya es bastante conocida: “La cuestión no es la tortura. La cuestión es si Francia se queda o no en Argelia. Si se queda, no me pregunten por los métodos que utilizo para lograrlo”. La valiente, obstinada agente de la CIA Maya (la actriz Jessica Chastain, que ganará su Oscar pese a su voz poco atrayente, aguda hasta un poco más allá del registro de una gran actriz) podría decir a quienes la denuesten: “La cuestión no es la tortura. Es si ustedes quieren o no que atrapemos a Osama. Si lo quieren, no me pregunten por los medios que utilizo para conseguirlo”. Porque en el film de Bigelow los medios por los que se atrapa de Osama son: 1) La terquedad de la agente Maya. Su obstinación casi enfermiza. “Los de Washington dicen que es una asesina”, le comenta un hombre del Departamento de Estado a otro. Así nomás, al pasar. Maya, la heroica y terca protagonista, es una asesina según las altas fuentes de Washington. Luego Maya presencia las torturas y aunque algún mohín de disgusto expresa su linda cara, de ningún modo intenta impedir ninguna atrocidad. Las atrocidades de las torturas mienten. La principal y casi única es la que aquí conocemos como “el submarino”. ¡Qué piadosos los de la CIA! ¿No averiguaron los métodos de inteligencia de los militares argentinos? El empalamiento, la picana, la tortura delante de los hijos, la violación de las mujeres, el robo de los bebés, el asado de los prisioneros, vivos o muertos, los vuelos de la muerte, etc. O sea, Bigelow muestra una tortura light.
 
Sin embargo, su fiel torturador dice una frase decisiva ante el capo de la CIA (James Gandolfini): “Todo esto se basa en informes de los presos. Hay un 60 por ciento de posibilidades de encontrar a Osama”. Maya (que comparte la idea de que todo se basa en el testimonio de los presos) dice, contundente, “Hay un ciento por ciento. O, para no asustar sus cojones, caballeros, digamos un 95 por ciento. ¡Pero es un ciento por ciento!”. ¿Quién es Maya, personaje que se devora el film con su omnipresencia, de la que podría afirmarse sin dudar que atrapa a Bin Laden por su perseverancia casi inverosímil? Maya (y aquí va la bomba) es el alter ego de Bigelow. “Si yo hago la película, yo lo atrapo.” ¿Quién es Kathryn Bigelow? Filmó siempre películas de hombres. Estuvo casada con James Cameron, detalle que algo tendrá que ver en la totalidad de nuestro análisis. Su film anterior fue una glorificación de los desactivadores de bombas, todos héroes, todos sacrificados, todos tipos que arriesgan sus vidas por salvar las de los otros. Bigelow es uno de los grandes personajes de Hollywood, es (según creo) bellísima, y ya pasó los sesenta. Tiene cara de inteligente, de mujer brillante, corajuda. Es patriota. Y atención: uno de sus próximos proyectos es hacer un film sobre la Triple Frontera a la que llenará de narcotraficantes, fundamentalistas islámicos y drogones miserables, despojos de la vida que nada valen.
 
Volvamos a Maya. Todos están en contra de su obstinación por ir tras Bin Laden. Un personaje comenta: “Es ella contra el mundo”. Sin embargo, aparte de su patriotismo agobiante, nada parece justificar (internamente) esa perseverancia. Maya es sensible. Maya es dura. Se enfrenta al mundo masculino y hasta llega a reventar a gritos a un tipo que se le opone (gran escena de Jessica Chastain que proyectarán si le dan el Oscar, recuérdenlo). La película se centra más en ella que en el misterio Osama, en el despliegue de inteligencia, o en la acción impresionante de las fuerzas de ataque. ¿Por qué llora Maya al final del film? ¿Por qué el film cierra con un plano medio de Maya derramando breves, pero dolorosas lágrimas? Tal vez, conjeturo, porque comprende que el sentido de su vida ha muerto con Osama. Tal vez porque sabe que mintió. ¿Alguien puede imaginar qué habría sucedido si Maya destapa la bolsa mortuoria de Osama, lo mira, mira a sus compañeros y niega con su cabeza en lugar de afirmar? ¿Era posible una actitud así en una mujer que había arrastrado al poder más grande de la Tierra hacia una zona inhallable donde no estaba lo que debía estar, lo que ella había dicho (con el ciento por ciento de su obstinación) que estaba? Llora por eso. Porque mintió. Porque será imposible exhibir algo de Osama al mundo y probar la hazaña. Porque habrá que sepultarlo en el mar, escamotearlo, esconderlo para la eternidad. Y si no que alguien diga por qué llora esa mujer tan dura, una “asesina”, una comandante de hombres, una convencida de los beneficios de la tortura.


UNA BANDERA PARA LA GUERRA

 
Decir que el film está bien hecho es un pleonasmo. Bigelow dirige bien y tiene –aquí– a toda la CIA y a todo el gobierno de los EE.UU. de su parte. Aunque se inicia con un contraste burdo, indigno de cualquier artista, pero perfecto para justificar la tortura. Pantalla en negro y de a poco empezamos a escuchar los gritos de los que habitan las Torres cuando se produce el atentado. Es el horror, por supuesto. Pero ese horror está puesto exactamente ahí para que la película pueda abrir con una escena brutal de tortura. ¿Ven? Aquí está la consecuencia inevitable del atentado. Fue porque nos agredieron que hacemos algo que no haríamos. Nos forzaron. Nos obligaron a hacer cosas que John Wayne jamás habría hecho, aunque las haría de estar en nuestro puesto, como vengadores de la injuria más grande que América ha recibido.

Confieso –casi dando un salto en el desarrollo del film– que el ataque final a la morada del Villano no me impresionó como lo esperaba. Ocurre de noche. Las luces salen de los súper cascos de los súper soldados. Hay tiros a destajo, muertos, idas y venidas, hasta que parece que matan a alguien (al que casi no se ve) que es Osama. A partir de aquí, lo ponen en una bolsa, lo llevan a un helicóptero y luego a un avión en que aguarda Maya, quien dice –con apenas un leve movimiento de cabeza– que sí, que es él.

La película ha generado furias de todo tipo. El progresismo norteamericano (que existe, y ya lo creo que existe; sobre todo, claro, en Nueva York) no le ha perdonado nada a Bigelow. Naomi Wolf le ha enviado una carta personal. La carta es dura y no se ahorra nada. Ni siquiera el símil Bigelow-Riefensthal que resulta evidente para muchos de los que ven la película. ¿Quién es Naomi Wolf? Tiene un peso, un, por decirlo así, predicamento entre los sectores progresistas norteamericanos que la autoriza a decirle a Bigelow lo que abundantemente le dice. Anda por los cincuenta años, nació en San Francisco y su último libro es un éxito de ventas. Se llama The End of America. Postula que su país está muriendo por incurrir en la negación de sus valores tradicionales, los de la democracia. Que se está deslizando hacia el fascismo utilizando como pretexto el acontecimiento del nine eleven que ha llevado a primer plano a todas las fuerzas conservadoras y les ha dado una bandera de lucha, una bandera para la guerra con el argumento falaz e infundado de defenderse de un segundo ataque. (Ver: Antes de que nos ataquen de nuevo, de Bruce Ackerman, y Terrorismo y Contraterrorismo, un libro apoyado por la marina argentina. 

También The Real America, ese horrible manifiesto de Glenn Beck. Y para vacunarse contra esta catarata autoritaria siempre está el notable La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn.) Pero The End of America es un libro apocalíptico. Al menos para eso que los norteamericanos piensan de sí mismos y de aquello que quieren seguir siendo. Ya no seguirán siendo eso, dice Wolf. Si presenciamos el fin de “America” es porque su corrimiento hacia las leyes del fascismo parecen ser inexorables, ya que Obama, en el aspecto de la guerra contra el terror, no se ha diferenciado esencialmente de los republicanos. Le exige a Bigelow que presente las pruebas que la llevaron a filmar su apodíctico film. “Querida amiga –le dice–, presenta tus fuentes. Muestra tus pruebas de que la tortura produjo información que salvó vidas o de cualquier otro tipo. Pero no puedes presentar pruebas de esta información. Porque no existen. Cinco décadas de investigación, citada en el documental de 2008 The End of America, confirma que la tortura no funciona. Robert Fisk suministra otro resumen de esa categórica conclusión. Y este informe de 2011 de Human Rights First refuta la principal premisa de Zero Dark Thirty.” Y éste es el punto axial de la discusión. Aun cuando se acepte dejar de lado el aspecto moral, ¿sirve la tortura para obtener información, como tarea de inteligencia? Recordemos: uno de los personajes más cercanos a Maya, el que hemos visto torturar con mayor convicción a los sospechosos, dice en la reunión con el jefe de la CIA: “Todo esto se basa en informes de los presos”. Y sin embargo, afirma que sólo hay un 60 por ciento de posibilidades de atrapar a Osama en base a esos datos, en tanto que Maya, terminante, vocifera: “¡Un ciento por ciento!”. Los halcones no quieren abandonar la tortura porque, a través de ella, dan cauce a su sadismo, a su odio racial. Y algo –aunque puedan conseguirlo por otros medios más civilizados, aunque ¿hasta qué punto la tortura no le es hoy inescindible a la civilización como antes lo fueron las grandes masacres de los pueblos colonizados?– conseguirán. Las palomas seguirán insistiendo en que la tortura no es eficaz, que quiebra no sólo al enemigo sino al torturador, que, además, hunde en la infamia al país, que acostumbra a su pueblo a la brutalidad, al fin de la democracia y a la entronización de la violencia como regla para sobrevivir en la sociedad del dolor.
 
UNA SERVIDORA
 
En cuanto al paralelo con Leni Riefensthal, es complejo. Pero me atrevería a decir que perjudica a Bigelow. Leni filma en los albores del nazismo. Filma a comienzos de la década del ’30. Heidegger, en la célebre correspondencia que sostuvo con Marcuse, le dice, justificándose: “Auschwitz no era visible desde 1933”, fecha en que asume el rectorado de la Universidad de Friburgo. Marcuse, desde luego, le dice que sí, que era visible. Leni podría haber dicho lo mismo. Y el tema es materia de discusión. Pero nadie puede discutir que Bigelow filma cuando la Guerra contra el Terror lleva diez años de vejaciones y horrores varios. Sabe bien la causa a cuyo servicio se pone. La carta de Wolf finaliza condenando sin retorno a Bigelow: “El desagradable trabajo que realizó Riefensthal, con el paso del tiempo, no se ha podido ocultar. Los estadounidenses también despertarán y verán a través de la apología de La noche más oscura las mentiras estandarizadas de un régimen que pretende que esta brutalidad es necesaria de alguna manera. Cuando eso suceda, la misma comunidad que hoy te aplaude dará un salto atrás. Como Riefensthal, eres una gran artista. Pero ahora te recordarán eternamente como una servidora de la tortura”.
 
Como no podía ser de otro modo, el limitado y pretendido politólogo Vargas Llosa se ha metido en esta cuestión. Dice que vio el film de Bigelow en Nueva York y que, al terminar, el público se puso de pie y aplaudió a rabiar. Algunos, se conmueven, lloraban. Viene, en su texto, de comentar un libro de Niall Ferguson que atesora una visión ásperamente pesimista sobre la cultura occidental. Escribe: “Al terminar este film genial y atrozmente autocrítico, los centenares de neoyorquinos que repletaban la sala se pusieron de pie y aplaudieron a rabiar; a mi lado, había algunos espectadores que lloraban. Allí mismo pensé que Niall Ferguson se equivocaba, que la cultura occidental tiene todavía fuelle para mucho rato”. ¿Por qué no? ¿Cómo no habría de compartir Vargas Llosa el alivio de esos neoyorquinos paranoicos que aceptan cualquier cosa con tal de ser protegidos del feroz terrorismo, del fundamentalismo asesino que les derrumbó esas torres en el mismísimo corazón financiero de Manhattan? ¿Cómo no habría de creer que Occidente tiene larga vida en tanto “servidoras de la tortura” (Naomi Wolf dixit) como Bigelow hagan films financiados por la CIA y el Pentágono? Sólo un hombre con una visión tan limitada de Occidente y del humanismo no advierte que la tortura no salvará esta contradictoria civilización que, entre atrocidades, ha dado también maravillas al mundo. Si se salva será por entender de una vez por todas algunos de los principios centrales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos declarada el 10 de diciembre de 1948. Que son: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Y también: Prohibición de la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes. Sin embargo, la esperanza se nos vela ante los acontecimientos. Desde 1948 hasta aquí se han acumulado incontables horrores. Cualquier guerrero del Pentágono o de la CIA o de muchos otros países se reiría de esos principios, dictados ante el cercano horror de la Segunda Guerra, con sus cincuenta millones de muertos. Walter Benjamin ya se horrorizaba al ver en la historia una cadena de ruinas. Proponía la concepción de la historia como catástrofe. Aunque, también él, dijo la más hermosa frase que aún puede dar vida a cierta forma de empecinada ilusión: Es por nuestro amor a los desesperados que aún conservamos la esperanza.

Por José Pablo Feinmann
 
 

jueves, 7 de febrero de 2013

ARRANCA EL FESTIVAL DE BERLÍN 2013 (Diario LA TERCERA, Chile)

 

La Berlinale tiene sus candidatos

La 63 edición de la Berlinale hizo público el listado final de sus 19 películas en competencia, que lucharán por el Oso de Oro, donde la única representante latinoamericana será la chilena "Gloria", de Sebastián Lelio.

Como siempre, habrá un nuttrida presencia de estrellas, aunque dominado por las divas francesas, entre un desfile de aspirantes al Oso cuyo mayor tema estará centrado en los daños colaterales de la crisis.

Catherine Deneuve como una sesentona en fuga, Juliette Binoche como Camille Claudel recluida en un psiquiátrico o Isabelle Hupert, en la brutalidad de un convento, serán parte del mosaico de "mujeres fuertes" del festival, explicó su director, Dieter Kosslick, al presentar hoy su programa completo.

La Berlinale, del 7 al 17 de febrero, abrirá el turno de los grandes festivales europeos, con un despliegue de estrellas que incluye además a Matt Damon, Jude Law, Nicolas Cage, Jeremy Irons, Paul Rudd, el cantante-actor Shia LaBeouf y un Ethan Hawke de nuevo aparejado con Julie Delpy.

Será una alfombra roja absolutamente intergeneracional, apuntó Kosslick, que incluirá como invitada a Anita Ekberg, la "sex symbol" de Federico Fellini, impartiendo clases magistrales a jóvenes directores del taller de ideas llamado Talent Campus.
Puestos a recuperar, la Berlinale resucitará a River Phoenix, fallecido en 1993 por sobredosis, protagonista de la película "Dark Blood", completada por George Sluizer veinte años después de su muerte y que se exhibirá en una sesión especial del festival.
La sección oficial la integrarán 19 películas a concurso, entre ellas filmes de Gus Van Sant, Steven Soderbergh, el iraní Jafar Panahi y el bosnio Danis Tanovic (ganador del Oscar con "No man's land").
 
Van Sant competirá con "Promised Land", interpretado por Matt Damon y Frances McDormand y centrado en un colectivo al que expropia de sus tierras un consorcio energético.
 
Centrado en otro colectivo de desheredados se encuentra "An episode in the life of an Iron Picker", de Tanovic, filme por el que Kosslick confiesa un aprecio especial, además de "Uroki Garmonil", del debutante Emir Baigazin, estreno de Kazajistán en competición.
Soderbergh acude con el thriller "Side Effects", interpretado por Law, mientras que Panahi vuelve con "Pardé", dos años después de ser miembro en ausencia de su jurado -por estar detenido en Teherán- y como exponente, dice Kosslick, de la capacidad de hacer cine pese a su inhabilitación por el régimen de Teherán.

El festival se abrirá con "The Grandmaster", un filme fuera de concurso del cineasta chino Wong Kar Wai, presidente del jurado, que integra el actor estadounidense Tim Robbins.
David Gordon Green traerá la comedia "Prince Avalanche", con Paul Rudd y Emile Hirsch como jóvenes en busca de desintoxicación internética, y su compatriota Fredrik Bond debutará como director con "The necessary death of Charlie Countryman", con LaBeouf.
El cine francés compite con la "Camille Claudel, 1915" de Binoche, dirigida por Bruno Dumont, la Deneuve de "Elle s'en va", dirigida por Emmanuelle Bercot, y "La Religieuse", de Guillaume Nicloux, con Pauline Etienne y Huppert.

El anfitrión alemán estará representado por "Layla Fourie", de Pia Marais, acompañada de "Gold", de Thomas Arslan e interpretado por una de las musas domésticas de la Berlinale, Nina Hoss.

Kosslick destacó asimismo el aporte de filmes del este de Europa, como la rusa "A long and happy Life", de Boris Khlebnikov y la rumana "Polizia Copilului" (Child's Pose), de Clin Peter Netzer.

Ya fuera de concurso se exhibirán el nuevo encuentro romántico entre Hawke y Delpy, en "Before Midnight" de Richard Linklater, así como "Nigth train to Lisbon", de Bille August y con Jeremy Irons.

El cine de fuerte calado político estará presente a través del documental de Ken Loach "The spirit of 45", sobre la pobreza nacida del thatcherismo, y "Fatal Assistence", del haitiano Raoul Peck, sobre la malversación de la ayuda humanitaria a Haití.

La segunda sección del festival, Panorama, alegrará la Berlinale con "Don Jon's Addiction", interpretada por Scarlett Johansson y Julianne Mooure, y "Lovelace", de Rob Epstein, con Sharon Stone, ambas exhibidas en Sundance.

La siguiente es la lista de competitiva, además de los títulos fuera de competencia.

 

"Camille Claudel 1915" de Bruno Dumont, Francia.
"Elle s'en va", de Emmanuelle Bercot, Francia.
"Epizoda u zivotuberaca zeljeza" ("An Episode in the Life of an Iron Picker"), de Danis Tanovic, Bosnia Herzegovina/Francia/Eslovenia.
"Gloria" de Sebastián Lelio, Chile/España.
"Gold" de Thomas Arslan, Alemania.
"La Religieuse", de Guillaume Nicloux, Francia/Alemania/Bélgica.
"Layla Fourie" de Pia Marais, Alemania/Sudáfrica/Francia/Holanda.
"The Necessary Death of Charlie Countryman" de Fredrik Bond, EEUU.
"Nugu-ui Ttal-do Anin Haewon" ("Nobody's Daughter Haewon") de Hong Sangsoo, Corea.
"Paradies: Hoffnung" de Ulrich Seidl, Austria/Francia/Alemania.
"Pardé" ("Closed Curtain"), de Jafar Panahi y Kambozia Partovi, Irán.
"Pozitia Copilului" ("Child's Pose"), de Calin Peter Netzer, Rumanía.
"Promised Land" de Gus Van Sant, EEUU.
"Side Effects" de Steven Soderbergh, EEUU.
"Dolgaya schastlivaya zhizn" ("A Long and Happy Life"), de Boris Khlebnikow, Rusia.
"Prince Avalanche" de David Gordon Green, EEUU.
"Uroki Garmonii", ("Harmony Lessons") von Emir Baigazin, Kazajistán/Alemania.
"Vic+Flo ont vu un ours"), de Denis Côté, Canadá.
"In the Name of" (W imi...) de Malgoska Szumowska, Polonia.
Fuera de concurso:
"The Grandmaster" (Yi dai zong shi) de Wong Kar Wai, Hong kong/China.
"The Croods" de Kirk De Micco y Chris Sanders, EEUU (3D).
"Before Midnight" de Richard Linklater, EEUU/Grecia.
"Dark Blood" de George Sluizer, Holanda.
"Night Train to Lisbon" de Bille August, Alemania/Suiza/Portugal.



Fuente y más información: http://www.latercera.com/

sábado, 2 de febrero de 2013

YA VIENE "DJANGO SIN CADENAS" (varios)

 
“Me encanta manipular al público”
 
Ríe. No deja de hacerlo. Pero lo suyo no es una simple sonrisa que le ensanche los labios. Lo que sale de su bocota es una carcajada estentórea cada vez que algo -que le dicen, que dice, que recuerda- le causa gracia.

Hay pocas cosas contagiosas. Una, es el bostezo. La otra, la risa. Quentin Tarantino difícilmente aburra, así que si tiene algo para contagiarnos es, decididamente, esa risotada con la que corona muchos pensamientos, por más que hable de la violencia en el cine, o confiese cómo ama manipular a su público. El único momento en que no ríe es cuando le preguntamos por la sangre.

Cinéfilo, al extremo de decir que “si no fuera cineasta para lo único que me siento capacitado es para ser crítico de cine”, entrevistar a Tarantino es mantener una charla. Y puede apabullar con sus gestos ampulosos y la velocidad al hablar y no parar de reír.

Hablamos mucho de westerns...
¿En serio? (ya se ríe).

¿Cómo llegaste a éste?
Los caballos son muy impredecibles (risas), pero los actores son más predecibles que los caballos (risas). Sí, bueno, definitivamente hice lo mío a mi manera. Soy un estudiante de los westerns. Sigo aprendiendo. Y creé un mundo específico en este caso. Al mismo tiempo, a pesar de toda esta charla, no es un western que tiene lugar en un estado del Sur, sino en Tennesee, antes de la abolición de la esclavitud. Comienzan en Texas y van a Wyoming, pero la mayor parte transcurre en Mississippi. Entonces, para hacer el clásico western, con venganza, el muchacho joven (Jamie Foxx) y el mentor que le enseña todo lo que necesita saber (Christoph Waltz), hacen un viaje juntos. Ya vimos esta historia antes, varias veces... Pero con un esclavo, que va al despiadado Sur, a la plantación, y quiere salvar a su mujer de las garras de alguien que es el diablo mismo (Leonardo DiCaprio)… Todo esto con las convenciones de un western, sus clichés y las características cool que nos gustan de los westerns, pero mezcladas con los ingredientes del Sur profundo de los libros de historia... Eso nunca lo vi antes. Si me preguntabas cinco años atrás, quizás habría hecho un western más clásico, no esto.

¿Tener un personaje como Schultz, extranjero, muestra, entre otras cosas, lo ridículo de la esclavitud, la injusticia, pero a través de este hombre no estadounidense? Porque él es el único que trata a Django como a un ser humano...
Para Schultz todo el tema de la esclavitud es, al principio, como una broma absurda. Un mal chiste que le resulta inentendible. Y al principio, le enseña a Django -quien la única experiencia que tiene es de su vida en la plantación- a leer, a disparar, a montar a caballo. Django, así, adquiere recursos para valerse por sí mismo. Pero cuando van a Mississippi a cumplir su misión, a liberar a Broomhilda, ahí es cuando Schultz realmente ve el horror de la esclavitud, el espectáculo de surrealismo y brutalidad, y no está preparado para eso. Y ahora Django es quien entiende, y Schultz es el naive. Y Schultz necesita a Django para que lo ayude a sostenerse. Y ¿sabés?, me vienen a la cabeza ahora que me pareció una buena idea tener un no estadounidense ahí; me gustaba el enfoque del extranjero, mirando desde afuera y juzgando.

La película tiene, dentro del drama, unos gags muy buenos. ¿Cómo se te ocurren? ¿Hay una manera de que algo sea más divertido de lo que es? ¿O conseguir que un actor se vuelva más gracioso de lo que es? ¿El humor se puede enseñar?
No creo. Una persona que cuenta historias divertidas, o alguien que es escritor, o que quiere ser comediante, necesita tener una vena humorística para su trabajo. Se tiene o no se tiene. Podés traer algo gracioso, pero tiene que ser espontáneo. Yo soy un tipo gracioso, pero no clasifico lo mío como comedia (y sí: se ríe). Me gusta el humor cuando puedo ponerme gracioso, pero no cuando debo ponerme serio. Me encanta manipular al público. Es una de mis cosas preferidas. Rían, rían, rían. Paren de reír. Ahora rían (se ríe). Es parte de mi sentido del humor. Me siento orgulloso de poder hacerte reír con cosas morbosas y luego cortarte la risa (se ríe). ¿Te estás riendo de esto? (ríe).

Pasaron 20 años desde que llegaste al Festival de Cannes con “Perros de la calle”. Es una pregunta amplia, pero ¿qué balance hacés?
Por ahora, positivo. Estoy contento con mi carrera, con el lugar que ocupo en la industria del cine, con mis seguidores. Estoy muy conforme con mi filmografía. Hasta aquí, no reniego de ninguna de mis películas. Y pienso que mi mejor trabajo será el próximo. Quizás haya quienes no estén de acuerdo, pero es lo que pienso.

¿Habrá un “Kill Bill 3”?
Se acerca despacito (se ríe). No creas que no lo pensé, eso de hacer una trilogía. Aunque sean distintas, también hay algo de ella en Bastardos sin gloria. No creo que sea lo próximo que haga. Fue algo tan grande que ahora quiero hacer una película más pequeña, algo más del estilo de Jackie Brown. Algo que no guste tanto y que haga que la gente prenda la radio (se ríe). ¿Kill Bill 3? No creo, a decir verdad. No creo que sea bueno volver al arte marcial. Probablemente se vería mejor en una película del estilo del período Wushu.

Tus películas tienen siempre una coloratura fuerte, a veces con colores saturados, otras, brillantes. ¿Cuál sería tu decorado hoy?
Mmm... difícil (risas). ¿Sabés algo? Creo que no es una pregunta para mí, sino para quienes me conocen. Trato de no analizar mucho mi subconsciente, de no prestarme demasiada atención. Y casi no confío en las cosas que digo (risas). Pero ésa sería una pregunta interesante para la gente que me conoce. Y tal vez me sorprenderían sus respuestas.

¿Por qué te molesta que critiquen la violencia en tus películas... si la violencia está tan presente?
No me molesta. Me divierte incluirla en mis películas. Me gusta el género, de tanta acción y violencia. Hay venganza en este filme, seguro. Pero hay algo inspirador, poderoso al ver a un esclavo que toma el látigo de su torturador y lo castiga a latigazos. Hay algo muy fuerte en eso, que no se ve con frecuencia. En términos cinematográficos, estoy convencido de que (se ríe antes de continuar) si armás el escenario correcto de la venganza en una película con todo el público aunado en una experiencia comunitaria y lo resolvés de una manera satisfactoria, es una de las cosas más maravillosas que podés generar en el público a nivel emocional. No estamos hablando de la vida real. En la vida, cualquier instancia de venganza que haya tenido nunca me hizo sentir bien. Querer darle su “merecido” a alguien y luego, cuando ocurre, ¡me siento mal!

¿Qué significa “sangre” para vos?
Se sienta para atrás. Mira a los ojos, luego busca una respuesta en el ambiente de la suite del hotel. Hasta que chasquea los dedos. “Rojo”, dice. Y se ríe.
 
Por Pablo O. Scholz
Fuente y más información: www.clarin.com
 
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oíd el ruido


 

Lo cuenta Quentin Tarantino y ya forma parte de la inagotable trivia de su filmografía: durante un tiempo pensó en Leonardo DiCaprio para hacer de Hans Landa, el temible coronel nazi, el impiadoso “cazador de judíos” de su penúltima película, Bastardos sin gloria, su desmesurada revenge fantasy, su “fantasía de venganza”. Pero fue una suerte que aquella idea de casting no prosperara, ya que eso le valió una gran incorporación al cine de Hollywood: el extraordinario Christoph Waltz. El tipo, vienés de larga trayectoria pero casi un desconocido fuera de Europa hasta entonces, le devolvió toda su tremebundez a la representación del Mal, haciendo de su personaje no un vulgar y banal antisemita sino un sujeto de fuerte idiosincrasia y monstruosas convicciones, cuya dicción y pausado, sinuoso ritmo vocal le calzaron a la perfección a ese conocido gusto de Tarantino por darles a sus personajes monólogos largos y elaborados.

En Django sin cadenas, su nueva revenge fantasy –esta vez la que emprende de un ex esclavo negro sobre el amo blanco–, Tarantino convoca finalmente a DiCaprio y mueve sus piezas de manera sugestiva: si Landa era un monstruo caricaturesco por el que uno no podía dejar de sentir cierta incómoda simpatía, DiCaprio tiene la oportunidad de interpretar a un villano aún más desagradable, y le reserva a Waltz el personaje más reflexivamente “humanitario” de la película: un cazador de recompensas alemán que puede ser todo un progre en el contexto del sur norteamericano en pleno siglo XIX. La ironía está a la vista, el comentario de Tarantino es descarnado e inequívoco. En una de las escenas de mayor crueldad de la película, en la que el aristocrático amo blanco echa a sus perros salvajes sobre un esclavo fugado y recapturado, físicamente exhausto y acorralado, el alemán no puede disimular su impresión, mientras que Django lo observa todo, imperturbable. “Yo estoy más acostumbrado que él –explica Django por su amigo alemán– a los norteamericanos.” Y está todo dicho: puestas una atrás de la otra, con sus últimas dos películas Tarantino nos dice que la esclavitud en el Sur de su país fue tan terrible como la Alemania nazi.

Y de eso se trata Django Unchained: de la violencia y la sangre en la historia norteamericana. A pesar de que está filtrada por sus infinitas citas y reapropiaciones del western spaghetti (empezando por el Django original de Sergio Corbucci, cameo de Franco Nero incluido), es probable que esta película se vincule de manera mucho más directa con la Historia que Bastardos sin gloria. Las películas de Tarantino siempre son películas cinéfilas, y su fantasía contrafáctica de “matemos-a-Hitler” parecía estar menos interesada en la Segunda Guerra y el Holocausto que en Los doce del patíbulo y sus mil imitaciones. Pero ahora, por más que despliegue una puesta en escena repleta de artificios (flashbacks y zooms setentosos, una banda sonora que va de Ennio Morricone al hip-hop pasando por el emocionante tema de Django, de Luis Bacalov) y chistes de diverso tenor (varios buenos, al menos uno extraordinario), traza una clara división por un lado entre su ficción y sus ganas de divertirse, y por otro, la brutal parte del pasado estadounidense que el cine, la televisión, y en general la cultura popular de su país nunca terminaron de asumir.

El argumento propone un recorrido largo, pero sencillo. Waltz interpreta a King Schultz; así se llama el cazarrecompensas que recorre el sur de los Estados Unidos previo a la Guerra Civil, cazando para el Estado personajes de prontuarios en general funestos, y su modus operandi favorito consiste en entregar a sus presas con el pijama de madera ya puesto.

Schulz es un sujeto cultivado y de cierta sensibilidad que aborrece la esclavitud, que no cree en razas superiores e inferiores y en el sometimiento de unos por otros, casi un hombre del futuro en territorio salvaje. En los primeros minutos de la película presenciamos su encuentro con Django (Jamie Foxx), sexto de una fila de siete esclavos que son obligados a atravesar a pie, encadenados, territorios inhóspitos del desierto y el bosque texanos hasta su nuevo destino. En esta bizarra escena ambientada en plena noche, Schultz “compra” a Django, declarando que si bien odia la esclavitud, va a servirse de ella, porque así lo necesita para completar una misión. Pronto el alemán le propone al esclavo liberado, que prueba conocer el territorio y ser un excelente tirador, una sociedad de dos, un equipo como cazadorrecompensas. Al cabo del invierno y finalizados unos cuantos encargos, Schultz le promete al ex esclavo que lo ayudará a concretar su propia, personal misión: la de encontrar y liberar a su esposa, también esclava de una de las grandes plantaciones del Mississippi. Lo hará como reconocimiento por sus servicios, también motivado por sus impulsos humanitarios, y por una improbable conexión con sus raíces y su educación: la mujer se llama Broomhilda von Shaft. Como Brunilda, la valquiria de uno de los grandes mitos tradicionales de la cultura germana. Y como Shaft, John Shaft, el héroe del blaxploitation de los ’70. Un detalle que ya es parte del folklore nerd que integra toda película de Tarantino, y que tiende otra línea hacia esa zona de su cine que lo ha convertido desde Pulp Fiction y Jackie Brown en el cineasta blanco más negro de Hollywood. Una aspiración, en todo caso, que suele levantar polémica. Spike Lee ya dijo que no vería Django sin cadenas: “La tragedia de mis ancestros no es un western spaghetti dirigido por Leone”, mandó en menos de 140 furibundos caracteres.
 
 
COSA DE MANDINGO


Y sí, la verdad es que Django sin cadenas no se priva de hacer ninguno de los guiños cinéfilos a los que es tan afecto su autor, así como tampoco de convertirse por momentos en una caricatura que podría estar protagonizada por Will Ferrell. El recorrido de los protagonistas los lleva en la primera de sus grandes escalas sureñas hasta la mansión de Spencer “Big Daddy” Bennett (Don Johnson, tan solo uno y acaso el más reconocible de los muchos secundarios y olvidados recuperados, entre un fugacísimo Bruce Dern y tipos como Tom Wopat, más conocido como el Duke de Hazzard morocho, o Lee Horsley, de la no tan legendaria serie de los ’80 Matt Houston). Allí tiene lugar una escena que parodia a los proto Ku Klux Klan que lidera Bennett, retratándolos como si fueran poco más que una pandilla de ridículos y subnormales con ideas potencialmente peligrosas. Pero las cosas empiezan a ponerse más serias una vez llegados a destino, a Candyland, la mansión que preside la enorme plantación del caballeroso, aristocrático y aniñado heredero Calvin Candie, DiCaprio. En Candyland aparece retratada una suerte de sistema de castas entre esclavos. Están los que trabajan en el campo, y están las muy bonitas comfort girls, dispuestas para servicios sexuales del amo y sus invitados. Y están los luchadores de Mandingo, una práctica que al parecer no está suficientemente documentada por estudios históricos, pero que Tarantino presume verdadera cuando menos en espíritu, aunque lo cierto es que la toma de un polémico film de los ’70, Mandingo, de Richard Fleischer. Los “Mandingo fighters” son los esclavos puestos a pelear a muerte como gladiadores para diversión de sus amos, que alientan y apuestan por dinero. Candie es, según lo define Tarantino, el hijo del hijo de un verdadero cotton man, de un barón algodonero, convertido en un “niño emperador”, “un Calígula, un Luis XIV, un rico decadente” que de puro aburrimiento impone a sus súbditos esta suerte de riña de perros, mientras el manejo de la casa y el campo queda en manos de Stephen, el odioso Tío Tom de la película, el esclavo esclavista. Interpretado por un avejentado Samuel Jackson –probablemente el rostro más estable del reparto Tarantino–, Stephen es un personaje enredado en una “perversa relación de codependencia con su amo”, el esclavo “institucionalizado”, que mira con desprecio a los otros afroamericanos que se desloman al servicio de Candyland, y no tolera la visión del negro “libre” que llega hasta la casa –escándalo– montando su propio caballo.

Stephen es uno de los personajes más complejos de la película, en tanto nunca conocemos sus motivos; aplica con sadismo su poder sobre los otros esclavos y conspira con su amo para volverlo más cruel. Jackson lo compone con el toque de un leve tembleque parkinsoniano que lejos de inspirar compasión parece tornarlo más jodido. “Siempre es liberador ser diabólicamente malo, porque uno consigue elaborar en un personaje de ficción todo aquello que no puede elaborar en su vida real”, dijo Jackson, mientras que en la New York Magazine el crítico David Edelstein se pregunta si “ha habido en el cine otro afroamericano tan premeditadamente destructivo para con su propio pueblo”. Sin embargo, el discurso más malignamente irresistible de la película sale de la boca del Calvin Candie de DiCaprio, en un monólogo salvaje que encarna la fantasía vengadora de Tarantino, su conciencia violenta e iracundamente justiciera. Apoyando sobre la mesa la calavera de un viejo sirviente de la familia, Candie se pregunta –con tal convicción que consigue que nosotros nos lo preguntemos con él– cómo es que todos esos negros que atendieron a su padre y a su abuelo no pensaron en rebelarse contra sus amos. ¿Por qué sencillamente no los mataron? Habría sido tan fácil, para el hombre que durante años afeitó a su padre pasando una navaja sobre su cogote. ¡Eso es, se calienta Candie, lo que él habría hecho! ¿Por qué no sencillamente liquidarlos a todos? ¿Por qué no matar a Hitler?


UNA PALABRA QUE EMPIEZA CON N


Fue en una entrevista de la revista Vibe que Spike Lee anunció primero que no vería la película: “Todo lo que voy a decir es que es una falta de respeto a mis ancestros”. La esclavitud norteamericana, agregó, fue el mismísimo Holocausto: “Mis ancestros son esclavos robados de Africa. Yo voy a honrarlos”. El periodista del Los Angeles Times Erin Aubry Kaplan escribió que la esclavitud “es una institución cuyos horrores no hace falta exagerar, pero Django sin cadenas hace exactamente eso, ya sea para iluminar o para entretener. Un director blanco soltando a la ligera esa palabra con N (nigger: el uso más despectivo de “negro”) en un homenaje al blaxploitation de los ’70 como Jackie Brown es una cosa, pero el mismo director convirtiendo las salvajadas de la esclavitud en pulp fiction es otra”. Fue apenas el comienzo de una controversia inevitable y acaso esperada: los vigilantes de la corrección política se tomaron el trabajo de numerar las veces que aparece la palabra nigger en Django Unchained, y la cuenta les dio más de 110. La defensa de Tarantino –y la de varios periodistas– fue por el lado del verosímil histórico: el relato transcurre en 1858 en el sur esclavista, el antebellum South, es decir, de antes de la guerra civil, y así es como se denominaba comúnmente a los afroamericanos. En el uso de la expresión nigger está implicada de manera directa una relación de propiedad. “Si vas a llevar a un espectador del siglo XXI a una película sobre la esclavitud, vas a hacerlo ver y escuchar algunas cosas feas. Es parte del trabajo lidiar con la verdadera historia, con este ambiente y esta tierra”, fue la respuesta de Tarantino a Lee.
 
Y ésa fue solo una arista de la polémica: como en casi todos sus estrenos, a Tarantino se lo acusó de “glorificar” la violencia, de hacer un uso “cool” de tiros, sangre y muerte; pero esta vez con peor timing: estrenada en EE.UU. el 25 de diciembre pasado –es decir, a tiempo para salir a cazar las nominaciones al Oscar de este año–, le cayó encima con todo su peso e inmediatez el debate por la relación entre la violencia en la industria del entretenimiento y las cada vez más frecuentes y bestiales matanzas del mundo real, en particular la del cine de Aurora (Colorado) en la première de Batman y la muy reciente de la escuela Sandy Hook en Newtown, Connecticut. “Nada de lo que pueda filmar va a ser tan brutal como lo que realmente pasó”, dijo en su descargo Tarantino, argumentando que su película tenía, entre otras motivaciones, la voluntad de corregir una larga deuda de la cultura popular de su país, donde el tema ha sido tratado de manera aséptica por “clásicos” como la miniserie Raíces. Si les parece que lo que muestro en la película está mal, dijo, palabras más palabras menos, vengan y pruébenme que la historia real fue menos sangrienta.

Para sus detractores no parece ser suficiente argumento a favor del estilo “irresponsable”, despojado de culpa, con que Tarantino se entrega a sus temas. Quentin insiste: “Todos ‘conocemos’ intelectualmente la brutalidad e inhumanidad de la esclavitud, pero tras investigar el tema deja de ser intelectual, ya no es un mero registro histórico. Uno lo siente en los huesos; te enoja, te hace querer hacer algo. Normalmente, cuando se filma el relato de la esclavitud, salen películas históricas con H mayúscula, polvorientos manuales escolares. Yo quiero romper para siempre esa vidriera con una piedra y llevarte adentro de la historia. Quiero hacer películas que lidien con el horrible pasado de los Estados Unidos, pero hacerlas como spaghetti westerns, no como películas de Grandes Temas. Quiero hacerlas como películas de género que tratan con todo aquello con lo que Norteamérica nunca ha lidiado porque está avergonzada de ello, y que otros países no tratan porque sienten que no tienen el derecho de hacerlo”.

Hay también un componente, dice, de “catarsis cultural” en el modo de representación del cine de acción. “Creo incluso que puede ser bueno para el alma. No quiero sonar como un bruto, pero todos esos telefilms sobre el Holocausto y la esclavitud son un bodrio. Contar una película de acción en el contexto histórico de la esclavitud es otra cosa: en mi película, los que normalmente aparecen como víctimas se convierten en ganadores y vengadores. No existe hoy una gran demanda de películas que asimilen esta parte oscura de la historia por la que aún estamos pagando. Y creo que EE.UU. es uno de los pocos países que no han sido forzados por el resto del mundo a mirar sus pecados pasados completamente a la cara. Esa es la única manera de superarlos. No es como los turcos, que no reconocen la masacre armenia, mientras los armenios siguen reclamando que se lo reconozca: acá nadie quiere reconocerlos. Si hiciera mi película mil veces más violenta, seguiría sin ser tan violenta como la realidad, por lo tanto, si me piden que la atenúe, me piden que mienta, que no cuente la verdad. No hay explotación, simplemente lo podés aguantar o no lo podés aguantar. Así era el condado de Chickasaw en Mississippi, en 1858. La opinión pública dirá si es una visión demasiado dura para los chicos negros de esta generación, pero luego vendrá la próxima generación, a un mundo en el que Django sin cadenas ya existe.”

La insistencia de la prensa para extraerle una opinión sobre la violencia cinematográfica al calor de las noticias de Connecticut llevó a Tarantino a protagonizar un episodio un poco bizarro que, por supuesto, no tardó en reproducirse viralmente. Puede verse en YouTube: durante una entrevista, cuando el periodista Krishnan Guru-Murthy, del Channel 4 británico, le pregunta si la violencia de la ficción puede inspirar violencia en el mundo real, por un instante, el director se pone como loco: “No me hagas una pregunta así. No voy a morder el anzuelo. Rechazo tu pregunta. No soy tu esclavo y vos no sos mi amo. No podés hacerme bailar con tu musiquita, no soy un mono –le espetó–. No quiero hablar de eso de lo que me querés hacer hablar. Estoy acá para vender mi película. Te estoy cerrando el culo. Este es un comercial para mi película, no te equivoques. Ya dije todo lo que tengo para decir sobre el asunto y el que esté interesado puede googlearme. Pueden googlear veinte años de declaraciones, y no cambié mi opinión en una letra”.

En rigor de verdad, los críticos norteamericanos de los medios más influyentes acompañaron bastante de cerca las intenciones declaradas de Tarantino. Betsy Sharky escribe en Los Angeles Times que “su particular brillo proviene de tomar una página horrible de la historia, pasarla por su propia molienda, hacer una comedia audaz, irónica y graciosa y aun así, no permitirnos ni por un momento olvidar la brutal realidad”. En The New York Times, A. O. Scott compara a Django con el Lincoln de Spielberg:

“(Ambas películas) son esencialmente soluciones diferentes para un mismo problema. Uno puede imaginarse a sus respectivos héroes decidiendo con el amable humor del estereotipo racial que solía ser usado en la comedia stand-up: ‘Los hombres blancos abolimos la esclavitud así’ (aprobando una enmienda constitucional), ‘Pero los tipos negros, la destruyen así’ (vuelan en pedazos la plantación). Django es desvergonzada y autoconscientemente artificiosa, con movimientos de cámara y guiños musicales que evocan tanto los westerns alimentados a maíz de los ’50 como a su progenie alimentada a pasta de la siguiente década. Digresiva, humorística, vertiginosamente brutal y ferozmente profana. Una película problemática e importante sobre el racismo y la esclavitud”.

En The Village Voice, Scott Foundas muestra su aprecio por el “ajuste de cuentas” que emprende Tarantino sobre una hipócrita tradición narrativa de su país. “Es una coincidencia que Django sin cadenas se estrene en la misma temporada que el segundo film de Spielberg sobre la esclavitud (Lincoln, el anterior fue Amistad, hace 16 años) que no muestra las duras realidades de la vida de una plantación. Spielberg trabaja sobre una tradición honrada en el tiempo: desde El nacimiento de una nación, con sus risibles escenas de esclavos liberados violando y saqueando a las blancas sureñas, las películas han tratado durante un siglo a esta institución ‘peculiar’ mayormente con distancia; desde los felices esclavos de Lo que el viento se llevó y Canción del sur a las alegorías simiescas de King Kong y El planeta de los simios. En televisión, Raíces y La autobiografía de Miss Jane Pittman intentaron una aproximación más honesta, aunque dentro de los límites que impone la censura del buen gusto del horario central. Solo un gran film de estudio de la era moderna, el notable Mandingo de Richard Fleischer, se atrevió a encontrarse con la esclavitud en sus propios términos: una bacanal de sadismo, incesto, cruces interraciales, coronada por un final inolvidable en el que el amo blanco hierve vivo en una caldera al epónimo luchador. Escandalosamente extravagante, ferozmente inteligente, Django sin cadenas es un acto de provocación y reparación a la vez, no solo por la esclavitud sino por décadas de negros y laderos de habla canchera en Hollywood, y su blanqueo de la historia, desde ¿Sabes quién viene a cenar? a Historias cruzadas.”

En su artículo para Esquire titulado “Por qué Django sin cadenas es mejor que Lincoln”, Stephen Marche argumenta sobre la necesaria violencia de la película de Tarantino: “Si uno ve Lincoln cree que la esclavitud era un asunto de debate y política, que era una cuestión legal y que la gente blanca solo debía corregir su error de considerar a otras personas como su propiedad. Django necesita ser física: para una película sobre la época más sangrienta de la historia, a Lincoln le falta sangre. Tarantino necesita una reacción física a un crimen físico”.
 
 
VOLARSE EN PEDAZOS

Entre los múltiples orígenes que tiene Django sin cadenas, entonces, uno era el impulso tarantinesco de “corregir” parte de la historia del cine. Durante años, Tarantino estuvo obsesionado con la historia de la producción del clásico de Griffith, El nacimiento de una nación, obra casi fundacional del cine norteamericano. “Ayudó a resucitar al Ku Klux Klan –-dice–. Creo que si el reverendo Thomas Dixon Jr (el sacerdote bautista autor del libro en el que se basa el film) y Griffith fueran llevados a Nuremberg, serían declarados culpables de crímenes de guerra por hacer esa película. Que el nieto de un maldito oficial confederado se queje de cómo cambió todo, de cómo antes no veías un negro en las calles principales de la ciudad y ahora sí, bueno: es un viejo racista y si se va a quedar en el porche de su casa soltando mentiras desde su silla mecedora, a quién le importa. Pero no es lo mismo dedicar todo un año a filmar El nacimiento de una nación pagándolo de tu propio bolsillo. The Clansman, el libro, best seller, y la popular obra de teatro en que se basa, sólo es comparable en su fea imaginería a Mi lucha. La obra estaba de gira por todos lados, todos la conocían, así que nadie puede decir que no sabían lo que estaban haciendo. Ni siquiera John Ford, que hizo de un hombre del Klan encapuchado en la película. De más está decir que Ford no es uno de mis héroes del western, de hecho lo odio, ni hablar de los indios sin rostro que mataba como a zombies.”

Sus “héroes del western” son los hombres del spaghetti, Leone por supuesto, pero aún más el menos recordado Sergio Corbucci, autor del Django de 1966, del cual toma prestadas ideas desde su primer estreno, Perros de la calle (en ambas se le corta la oreja a un personaje). Ahora Tarantino dice que quiere hacer dos o tres películas más y tal vez retirarse temprano, no convertirse en un cineasta viejo y agotado, “colgar los guantes a tiempo como un boxeador”. Entre esas dos o tres películas, una podría cerrar una trilogía de fantasías de venganza, volver a la Segunda Guerra. Pero también quiere filmar una de gangsters en los ’30, y tal vez volver al universo de Django. En todo caso, seguir escribiendo su propio material: tras el fracaso de A prueba de muerte, el momento más bajo de su carrera en términos comerciales, los estudios le ofrecieron trabajos por encargo (Linterna verde, por ejemplo) y él se dedicaba a demorar sus respuestas. “Ahora creo que aprendieron a no llamarme: saben que escribo mi propia mierda.” Pero a lo que aspira, no hay dudas, es a la posteridad. Ya lo decía veinte años atrás: “Yo hago películas para dentro de 40 años”. Ya no se considera un marginal entre los estudios y eso le permite gastar bastante dinero en sus caprichos, genialidades y excesos. Esos mismos excesos por los que se lo critica, pero que están en la esencia misma de su obra, que son un componente básico de su vitalidad. “Recuerdo una crítica de Pauline Kael sobre la gran épica de un director. Kael decía: puede ser injusto juzgar con más dureza a un hombre talentoso cuando intenta hacer algo así de grande, que a una persona menos talentosa que hace algo más sencillo. Pero cuando uno intenta cosas más grandes, toma riesgos más grandes y tal vez intenta hacer algo que está por encima de sus propias posibilidades, y si no lo logra, donde antes sólo veían tus dones, ahora sólo ven tus falencias. Yo siempre quise sacudir. Quiero arriesgarme a golpearme la cabeza contra el techo de mi talento. Quiero hacer la prueba y decir: OK, no sos tan bueno. Ya alcanzaste tu nivel. No quiero fracasar nunca, pero quiero arriesgarme a fracasar cada vez que salgo a la cancha”.

Dicho lo cual, después de hacer decir al personaje de Aldo “Apache” Raine (Brad Pitt) sobre el final de Bastardos sin gloria y en claro modo alter ego, “creo que ésta es mi obra maestra”, ¿qué más podía hacer? Acaso sólo inmolarse a sí mismo. Hacerse volar por los aires con la violencia y la energía salvaje de un dibujo animado de la Warner, uno del Coyote y el Correcaminos. Bueno, vean Django sin cadenas, y digan si este tipo no es uno de los pocos que quedan en Hollywood capaces de dinamitarse a sí mismos en nombre de su cine.

Por Mariano Kairuz
Fuente: Radar
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Bastardos con gloria

Después de Bastardos sin gloria pasé un tiempo escribiendo sobre el tipo de western que hacía Sergio Corbucci para un libro de escritos críticos sobre cine. Llegó un punto en el que pensé: la verdad es que no sé si Corbucci pensaba en todas estas cosas que estoy escribiendo sobre sus películas, pero yo las estoy pensando, así que puedo ponerlas en una mía. Creo que estoy trabajando en un terreno casi virgen: lo más cercano que existe a Django sin cadenas son esas películas sobre el indio renegado que ya aguantó demasiado y la emprende contra sus opresores. Particularmente en los años ’50, que fue cuando la gente empezó a lidiar con el conflicto entre indios y blancos en los westerns, una manera de empezar a desarrollar una conciencia social. No podían representar la situación de los negros en el cine de esa época, así que lo hicieron de facto con los indios.
 
Una de las grandes características de los films de Corbucci es que parece que está abordando el tema del fascismo: son los villanos los que dirigen la historia. Sus héroes no pueden ser llamados héroes. En un western de otro director, lo que para él son los héroes, serían los malos. A medida que pasó el tiempo, Corbucci fue restándole énfasis al rol del héroe. En una de sus películas, The Hellbenders, no hay nadie a quien alentar: hay tipos malos y víctimas y eso es todo. En El gran silencio –que tiene grandes secuencias en la nieve que inspiraron las de mi película– Klaus Kinski interpreta a un villano, un cazador de recompensas. No soy un gran fan de Kinski, pero está sorprendente en esta película. El héroe es Jean–Louis Trintignant, que hace de mudo. Al quitarle la voz al héroe, lo reduce a nada. La película tiene uno de los finales más nihilistas de la historia del género: Trintignant sale a enfrentar a los malos y es asesinado. Los malos ganan, matan a todos en el pueblo, se van cabalgando y así termina. Al día de hoy es estremecedor. El famosamente crudo Day of the Outlaw (La pandilla maldita, 1958) de André De Toth, parece un musical en comparación.

En Django (1966) Franco Nero entraba a un pueblo sin ley llevando una ametralladora en un ataúd, para vengar la muerte de su esposa. Los malos son una suerte de versión surrealista de los KKK: una organización secreta con capuchas rojas que matan mexicanos. Luego, en Navajo Joe (El navajo), otro Corbucci del ‘66, los despellejadores que matan a los indios por su cuero cabelludo son tan salvajes como la familia Manson. Esa es una de las más grandes películas de venganza de todos los tiempos: Burt Reynolds es el protagonista, un tornado de un solo hombre entregado a una matanza sin límites. Hasta La pandilla salvaje, fue la película más violenta que haya llevado un logo de un estudio de Hollywood.

Django inspiró tres decenas de falsas secuelas que llevaban su nombre en el título. Estoy orgulloso de haber hecho un aporte a esa lista.

Por Quentin Tarantino
Fuente: Radar
Más información: www.pagina12.com.ar