sábado, 24 de septiembre de 2011

EL CIERRE DEL CAFÉ RICHMOND, por Francisco Sagasti (www.caretas.com.pe)

 
 
 
Acabo de enterarme de que el emblemático café Richmond, ubicado en la céntrica y peatonal calle Florida de Buenos Aires, cerrará sus puertas luego de un siglo de existencia. Esta noticia me hizo recordar conversaciones con amigos argentinos, Jorge Sábato, Amílcar Herrera y Carlos Martínez Vidal, entre varios otros, con quienes departíamos mientras dábamos cuenta de cafés, tés, panecillos y un ocasional Campari con soda.
La cavernosa sala del Richmond, poblada por displicentes mozos de incierta y avanzada edad, nos recibía cual refugio propicio para confidencias personales, discusiones interminables y sesudas especulaciones. Con Sábato intercambiamos información sobre como recuperarse de operaciones abdominales: —“Los doctores no te dicen las cosas importantes que debes aprender antes de tu operación,”— sentenció mi maestro y amigo en alguna oportunidad, agregando con su inconfundible e irreverente estilo —“Por ejemplo, no te avisan que tienes que aprender a mear echado.” El Richmond fue también testigo de sus contundentes críticas a la dictadura militar en Argentina, que complementaba con certeros y burlones artículos en la revista Humor.
El críptico consejo que recibí de Martínez Vidal —“Quedáte piola en el molde”— (“no te sulfures, mantén la calma”), oído por primera vez en una de las mesas del Richmond, reverbera aún en mi mente cada vez que enfrento situaciones exasperantes. Las largas discusiones que sostuvimos con Herrera sobre los avances y limitaciones de la ciencia, regadas con múltiples tazas de te con limón, mantienen su vigencia a pesar de los años transcurridos.
Algo tenía el Richmond que estimulaba la intimidad intelectual y la disposición a escuchar con atención. Sus anticuadas mesas y sillas invitaban a pensar en quienes nos habían precedido en ellas y en las innumerables discusiones que habrían sostenido, aireando discrepancias, logrando acuerdos o simplemente sentando posiciones. En más de una ocasión mi imaginación transformó el murmullo de las conversaciones que nos rodeaban en débil eco de antiguos debates, haciéndome preguntar que había pasado con las ideas que surgieron de ellos, y si es que alguna vez se pusieron en práctica.
No recuerdo un lugar parecido al Richmond en Lima, pero debemos haber tenido unos cuantos. Quizás el Palais Concert del Jirón de la Unión a principios del siglo pasado, que sólo conocí por fotos, crónicas y relatos, podría haber jugado un papel similar. El café Dominó en las Galerías Boza y el Haití en Miraflores fueron escenario de muchas conversaciones de estudiantes universitarios, pero eran más pequeños, ruidosos y modernos, y la estridente intensidad de los debates entre compañeros distaba mucho de los sosegados intercambios en el Richmond.
Las enseñanzas de mis amigos y maestros argentinos estarán siempre asociadas a la especial atmósfera del Richmond; la próxima vez que camine por la calle Florida en Buenos Aires los recordaré con cariño y nostalgia al pasar por su clausurado local.
www.franciscosagasti.com/home.html

VENECIA 2011: EL TOP TEN DE MANU YAÑEZ MURILLO (www.otroscines.com)

 

1. (Ex-aequo para tres obras maestras)


Faust (Alexandr Sokurov)
Con Faust, Sokurov, el cineasta ruso más relevante de las últimas décadas, cierra su tetralogía sobre el poder y la corrupción. Después de aproximarse a la intimidad de Hitler, Lenin e Hiroito, Sokurov se adentra en el clásico de la literatura germánica dispuesto a revivir en imágenes el aliento poético de Goethe.
Estableciendo un hipnótico equilibrio entre la intimidad de los rostros y la grandilocuencia de una modernidad monumental, haciendo del relato un torrente caudaloso e incesante —Faust es un film de montaje, pero parece rodado en plano secuencia—, Sokurov concentra la mirada en la cruzada sentimental del protagonista: más que un espíritu atormentado por el ansia de poder, gloria y juventud, Fausto es aquí un hombre atormentado por el deseo. “El mío es un Fausto de carne y hueso, no una figura mitológica”, explicó el director ruso en la rueda de prensa de Venecia.
Para Sokurov, la pantalla de cine es un complejo laboratorio de las artes. Las imágenes se deforman y aplanan a la búsqueda de efectos pictóricos, como en Madre e hijo, mientras la narración deviene una críptica sinfonía murmurada de voces literarias. El director de El arca rusa encuentra su particular purgatorio en los paisajes volcánicos y en los glaciares de Islandia. Fiel a los principios de la modernidad, Sokurov extrae del mundo real la deslumbrante fantasía de Faust: la magia de las palabras, la carne, el agua (como fuente de vida y muerte) y la tierra.

A Dangerous Method (David Cronenberg)
Hay pocos directores de cine que puedan vanagloriarse de no haber hecho nunca una mala película y David Cronenberg es uno de ellos. Durante el festival, entre los colegas críticos, buscábamos otros nombres para esta ilustre lista (no cuentan casos como el de Charles Laughton). Jaime Pena defendía a John Ford, Alejandro Diaz me mandaba un SMS con la palabra “¡Lynch!” y yo me decantaba por Terence Davies. En fin, que el Festival de Venecia tuvo el honor de presentar en competencia lo nuevo de Cronenberg, A Dangerous Method, su personal aproximación a las figuras de Sigmund Freíd y Carl Gustav Jung. La obra, a priori, se intuía como la culminación de una carrera punteada por la investigación psicoanalítica: la hora de poner en primer plano el subtexto latente en filmes como Inseparables (1988), Crash (1996) o Spider (2002). Y, si bien la película puede ser considerada como una (deliciosa) rareza o anomalía en la trayectoria de Cronenberg, debido a su austeridad y obsesión con la palabra, no traiciona en ningún caso la esencia del universo del director canadiense.
Lo primero que llama la atención de A Dangerous Method, basada en la obra teatral A Talking Cure, de Christopher Hampton, es la vocación de ser una película hablada. De hecho, parece un film elaborado según el método socrático. Los diálogos se encadenan uno tras otro, mientras Cronenberg observa a los personajes de cerca, forzando la profundidad de campo o acentuando la energía de las réplicas mediante la precisión del plano-contraplano. En conjunto, una vibrante y densa pieza de cámara. Sería ridículo intentar resumir el torrente de ideas que fluyen por el film, pero aún así, la película renuncia a ser un ladrillo academicista, apostando por una cierta poética imaginaria. Una musicalidad invocada, por ejemplo, en las descripciones de los sueños (que no se materializan en imágenes más allá de la palabra, una decisión audaz), o em las fascinantes cartas que intercambian Freud (Viggo Mortensen), Jung (Michael Fassbender) y Sabina Spielrein (Keira Knightley), tercer vértice del triángulo intelectual y sentimental de la película.
A Dangerous Method es la película de un cineasta en el apogeo de su madurez. Cronenberg, de la mano de Hampton, aborda las claves del diálogo entre Jung y Freud desde múltiples perspectivas (la tensión entre la razón y los instintos, la fijación sexual, los límites de la ciencia…), pero también aprovecha para retratar los dilemas de una época crucial en el devenir de Europa. De hecho, en uno de los diálogos finales del filme (en realidad, un monólogo de Jung) se introduce la chispa, el primer indicio, de las tensiones que desembocarán en la eclosión de la Primera Guerra Mundial. Con una sobriedad abrumadora, Cronenberg condensa en rostro y palabra todo el ampuloso discurso de La cinta blanca, de Michael Haneke.
En todo caso, la grandeza de A Dangerous Method radica, sobre todo, en el talento de Cronenberg para unificar las tres dimensiones del film. Primero, la atención detallista al uso del lenguaje como herramienta de reflexión y seducción (se diría que Cronenberg se ha convertido, súbitamente, en alumno aventajado de Oliveira o Straub). Después, la brillante creación de imágenes simbólicas, como la mancha de sangre que certifica el amor físico de Jung y Spielrein; o la masa de líquido amniótico que rodea a los amantes en su abrazo furtivo en el velero de Jung. Y, finalmente, el retrato de la aventura personal de un hombre (Jung) que descubre, resignado, la fragilidad de sus ideas y la vulnerabilidad de su mundo emocional. Un conmovedor drama no demasiado lejano del que atravesaba el Newland Archer de La edad de la inocencia, de Wharton y Scorsese.

Himizu (Sion Sono)
La tercera obra maestra del festival llegó de la mano de Sion Sono, un agitador irreverente con corazón de poeta y espíritu de filósofo. Himizu, basada en el manga homónimo de Minoru Furuya, se acerca al Japón golpeado por el tsunami del pasado mes de marzo para elaborar una visceral y urgente reflexión sobre la realidad nipona: un presente de corrupción, desolado, vaciado de valores humanos y necesitado de esperanza. Una fe en el futuro que Sono halla en la convulsa relación entre una pareja de jóvenes abandonados por sus respectivas familias: un chico con tendencias suicidas y una alocada fanática de los haikus.
En una Mostra ampliamente dominada por la ortodoxia narrativa (al menos en su Sección Oficial), la película de Sono fue una maravillosa excepción. Abonada a la promiscuidad genérica, capaz de fulminar la comedia más delirante y surrealista con cuchilladas de puro melodrama, Himizu se erige como una obra libre y controvertida, situada en una encrucijada milagrosa: entre el fatalismo (ultra-violento) de corte nihilista y el humanismo de un romántico empedernido. A pesar de no parecerse a nada, el film bebe de la furia subversiva de Pasolini, de las preocupaciones morales y cívicas de Rossellini, y de la fuerza iconoclasta del japonés Kôji Wakamatsu. Probablemente, la película más importante de la Mostra 2011.


4. Wuthering Heights (Andrea Arnold)
De William Wyler a Jacques Rivette, la historia de Cumbres borrascosas, la novela victoriana de Emily Brönte, ha cautivado el imaginario de una amplia nómina ded cineastas. Una lista en la que ahora debe incluirse a la directora británica Andrea Arnold (responsable de Red Road y Fish Tank), que presentó en la competición del festival su particular visión del clásico de la literatura romántica británica. El film desconcertó a un sector de la crítica debido a su arriesgada apuesta por un cine sensorial, atmosférico y elíptico. En realidad, una demostración de que Arnold es una cineasta que mejora con cada nueva película. Aquí, el empuje de la británica es casi radical en su esfuerzo por infundir aires de modernidad a un texto propenso a las adaptaciones académicas.
Sin ninguna pompa y al margen del cine de qualité, Arnold aborda las tensiones sentimentales y de clase de la obra de Brönte con una voluntad claramente naturalista, renegando del trípode y la música para centrarse en la dimensión física del relato, autentificada por la magnífica labor de un plantel de actores no profesionales (una constante del cine de Arnold). Las miradas fulgurantes, las caricias furtivas y los imponentes paisajes naturales forman el núcleo de un film que reduce los diálogos a la mínima expresión. De hecho, estoy convencido de que Wuthering Heights fascinaría tanto a la francesa Claire Denis como al norteamericano Terrence Malick —aquí vale la pena aludir al eficaz uso que hace Arnold de la vegetación y la fauna, que como en Días de gloria ayudan a hilvanar la odisea sentimental de los protagonistas—. Además, en un giro suculento, Arnold convierte a Heathcliff en un chico negro, cuestión que acentúa las tensiones raciales que ya planeaban sobre la obra original, en la que se apuntaba que el protagonista masculino era gitano. Por último, cabe destacar que son los ojos de Heathcliff los que vehiculan la acción: es el eje central de una película abocada a los placeres sensuales de la subjetividad cinematográfica.


5. Killing Joe (William Friedkin)
A diferencia del Festival de Cannes, siempre devoto de las “vacas sagradas”, en los últimos años Venecia ha demostrado poseer un sexto sentido para seleccionar obras notables de viejas glorias olvidadas por el gran público, gente como Abel Ferrara, Joe Dante o George A. Romero, auténticas luminarias del cine de género. Esta ilustre lista se completa ahora con William Friedkin, el legendario autor de El exorcista o Contacto en Francia, que presentó en competición la magnífica Killing Joe.
Planteada como una danza macabra entre la inocencia más pura y la corrupción total, la nueva película de Friedkin transforma una obra teatral de Tracy Letts en una primorosa anomalía fílmica: una película de serie B en clave de neo-noir que se aproxima al género con partes iguales de ironía y devoción. En cierta manera, Friedkin se acerca a los universos de los hermanos Coen y Tarantino, pero renegando de la ingeniosas florituras de los primeros y la cinefilia crónica del segundo. Así, haciendo gala de una prodigiosa economía formal, una suerte de virtuosismo discreto, Killing Joe bebe de la obra de Jim Thompson, en su versión más pulp, y sabe sacar provecho de las sobredosis de humor negro y violencia hiperbólica.
Cuando el joven Chris (Emile Hirsh) se descubre atrapado por las deudas, decide que la mejor solución a sus problemas consiste en asesinar a su madre y cobrar un suculento seguro de vida, que tiene como beneficiaria a su hermana Dottie (Juno Temple), una Lolita angelical. Es escogido para ejecutar la misión es Joe (Matthew McConaughey en el papel de su vida), un lacónico, seductor y sicótico policía corrupto con aires de cowboy. En conjunto, siguiendo los preceptos de Bug, el anterior filme de Friedkin, también basado en una obra de Letts, Killing Joe seduce gracias a su acidez sensual, su ritmo endiablado y la inquietante aproximación a una América white trash en la que resuenan los ecos grotescos del cine de David Lynch.


6. (Ex-aequo para dos idealistas incorruptibles)

Un été brûlant (Philippe Garrel)
La Mostra sirvió de escaparate para la nueva película de Philippe Garrel, cineasta fundamental para entender el cine francés de la modernidad. Bajo el título de Un été brûlant, Garrell construye un nuevo mosaico de criaturas atormentadas por la naturaleza indomable del deseo: entre ellas, un pintor al que da vida el siempre afectado Louis Garrell y una actriz italiana autorretratada por Monica Bellucci. En el cine de Garrel, las emociones lo son todo y se expresan de forma visceral, confesional. Los cuerpos de los actores son el epicentro de la acción y cuando los personajes toman la palabra lo hacen para debatir sobre el abismo del suicidio, la necesidad de la revolución o para expresar el menosprecio por las políticas anti-inmigración de Nicolas Sarkozy.
Voluble e inestable, cabe considerar Un été brûlant como una (magnética) obra menor en la trayectoria de Garrel. Eso sí, una película que contiene, al menos, cuatro momentos de cine total: 1) Un número musical que celebra de forma apoteósica, efusiva y sensual la joie de vivre, no muy lejos del sublime arrebato musical de Les amants reguliers. 2) El paseo sonámbulo de Élisabeth (Céline Sallette): el enigma de la nocturnidad como línea de fuga nunca recuperada. 3) La vida: el primer plano del rostro de un bebé como testimonio de la ordenación de la existencia; un elixir de felicidad y serenidad: la calma, el sentido, después de la tormenta. 4) La memoria: la secuencia en la que el fallecido Maurice Garrel, padre de Philippe, aparece en escena invocando el recuerdo de la Resístanse y discutiendo sobre el amor y la muerte. El momento más emotivo de toda la Mostra.
Un été brûlant fue la película más incomprendida del festival. Gran parte del público decidió manifestar su descontento con silbidos al final de la proyección; una repetición de la reacción que recibió La frontière de l’aube, el anterior film de Garrel, en el Festival de Cannes de 2008. Seguramente, el precio a pagar por seguir siendo un cineasta honesto e idealista en un panorama fílmico abocado al cinismo.

4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara)
Se mire por donde se mire, el fin del mundo es el tema estrella del cine de autor de 2011. Cannes ofreció un buen avance con Melancolía, el film apocalíptico de Lars von Traer, y El árbol de la vida, la meditación cósmica de Terrence Malick. Venecia se asomó al fin de la raza humana de la mano de la rigurosa, analítica y un tanto anodina Contagion, de Steven Soderbergh, pero el verdadero fin del mundo llegó con 4:44 Last Day on Earth, película que marca el regreso de Abel Ferrara a la ciudad de la que es todo un emblema: Nueva York.
Cabe apuntar que mientras von Traer necesitó una mastodóntica mansión para retratar el fin del mundo (y Malick un torbellino de parafernalia digital), a Ferrara le basta un pequeño loft del Lower East Side de Manhattan, donde una pareja de pintores (Willem Dafne y Shanyn Leigh) esperan el Apocalipsis exponiendo sus dudas, reproches y culpas; pero sobre todo exponiendo el viejo lema del incorruptible Ferrara: amor, arte, sexo, adicción y resistencia. Hay pocas voces tan brutalmente honestas en el cine mundial y su inconformismo quema la pantalla y el corazón de los espectadores incluso cuando el rey de Nueva York navega sobre el caos.

8. Life Without Principle (Johnnie To)
Otro que no sabe hacer películas malas. Aquí, el maestro del neo-noir hongkonés sorprende con una película en la que la acción brilla por su ausencia. Ambientada en el mundo de los inversores financieros —estamos ante el Wall Street de To—, Life Without Principle es una certera, implacable y divertidísima reflexión sobre cómo el azaroso e inclemente funcionamiento de los mercados sacude la realidad cotidiana de una variado grupo de personajes. Construida como un mecanismo perfecto de historias cruzadas, la acción trasncurre el día del estallido de la crisis financiera griega, cuando la bolsa china se desploma llevándose por delante el destino de mafiosos reconvertidos en brokers, cajeras de banco sometidas a la ley del beneficio, pequeños ahorradores cautivados por las inversiones de riesgo… En conjunto, una mirada crítica (y poco sentimental) a la avariciosa jungla del sistema capitalista.
En ciertos momentos, el film flirtea con la farsa, la caricatura mordaz, pero To impone una mirada de trasfondo sobrio, marcada por una versión impura del género, a medio camino entre el cine negro, la comedia y el melodrama. Mientras veía la película, sentado en la sala Darsena (la más incómoda y mítica del festival), no podía dejar de recordar la proyección, siete años atrás en la misma sala, de The World, de Jia Zhang-ke. Aquella se me antojó, en su momento. como la primera gran película sobre la globalización. Life Without Principle podría ser la primera gran película sobre “la crisis”.


9. The Ides of March (George Clooney)
The Ides of March, título que hace referencia al día de la muerte de Julio César en la obra de Shakespeare, propone al espectador un descorazonador y sombrío viaje al corazón del “negocio de la política”. George Clooney, en tareas de director, guionista y actor —interpreta al gobernador Morris, un político en campaña para convertirse en candidato demócrata a la Casa Blanca—, construye un transparente puzzle protagonizado por políticos hipócritas, cínicos directores de campaña, periodistas sin escrúpulos y jóvenes becarias que descubren el traumático precio de la inocencia. En este pantanal de intereses cruzados, Stephen Myers (un joven que trabaja como secretario de prensa de Morris) descubrirá que la supervivencia pasa por el juego sucio.
Atrás queda el Clooney idealista que, en plena era Bush, reclamó un papel más activo de la prensa con Good Night and Good Luck, su mejor película, un film comprometido con unas ideas y unos valores cinematográficos: la posibilidad de un cine honesto, respetuoso con la inteligencia de los personajes y capaz de renunciar al sentimentalismo como motor dramático. The Ides of March no puede competir en este terreno. Su trama, basada en la obra teatral Farragut North, de Beau Willimon, utiliza la vida privada de los personajes, el drama sentimental, como detonante del despertar (in)moral del protagonista.
Aún así, Clooney demuestra ser un cineasta con buenos instintos: en busca de una dimensión íntima para esta tragedia griega, el director elabora un film sostenido sobre primeros planos, opresivo tanto en las composiciones como en los diálogos, repleto de comentarios ingeniosos que no habrian desentonado en un capítulo de The West Wing. Además, la película, que fija su memoria cinéfila en los thrillers políticos de los setenta (imposible no pensar en Todos los hombres del presidente), despunta gracias a las magníficas interpretaciones de unos secundarios de lujo (Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti) y un espléndido Ryan Gosling, un actor imbatible cuando se trata de plasmar con tacto un tormento interior (sería un Joaquin Phoenix asordinado). Con todo, el pero más grande que cabría ponerle al film es la tendencia a la sobre-explicación en los diálogos. Demasiada claridad para una película tan oscura.


10. Shame (Steve McQueen)
Se esperaba con gran expectación el segundo film del nuevo prodigio del cine británico, Steve McQueen, una celebridad del mundo del video-arte que saltó a la primera división autoral de la mano de Hunger, película en la que el conflicto político de Irlanda del Norte se encarnaba en el cuerpo agonizante de Bobby Sands. En Shame, un film menos sólido y riguroso que el anterior, McQueen aborda otro gran tema —la incomunicación en el mundo moderno— a partir del vació existencial y la adicción al sexo de Brandon (Michael Fassbender), un trabajador de Wall Street que oculta sus neurosis y sufrimientos bajo una pátina de éxito y normalidad.
Menos ritualizada y más narrativa que Hunger, Shame no termina de encontrar su lugar entre un cine físico y sensorial (la verdadera especialidad de McQueen) y otro de corte más psicológico. En Shame pasan demasiadas cosas y a la película le sobran unos cuantos clichés; todo ello fruto de un guión endeble y reiterativo: ante la ausencia de la dimensión política que fortalecía Hunger, el trabajo de McQueen revela un cierto moralismo. Digamos que el realizador británico se queda a medio camino entre la crítica incisiva de Psicópata americano y las meditaciones más abstractas del cine de Tsai Ming-Liang. A pesar de todo, la película tiene momentos poderosos. Brandon pasea como un alma en pena por la ciudad que nunca duerme, Nueva York, y McQueen lo observa como el protagonista de una tragedia casi operística: Shame es una obra grandilocuente, de una dimensión casi sinfónica (a pesar de estar centrada en los cuerpos de dos actores: Fassbender y Carey Mulligan, que interpreta a la hermana del protagonista). Un conjunto que hace pensar en la alienación urbana retratada en films como Wonderland, de Michael Winterbottom, o Magnolia, de Paul Thomas Anderson.

BELLAS DE ULTIMA GENERACION

UN MUNDO PERFECTO no quiere sustituir a VANIDADES o PEOPLE.
No tenemos esa pretensión
Sí, celebrar la belleza de la mujer en el cine de 2011. Esta es una coartada al síndrome del "viejo verde" que nos invade; y nos permite disfrutar, y compartir con ustedes, las fotos de estas "nuevas bellas" de la pantalla grande: Cecile de France, Bryce Dallas Howard, Emily Blunt, Eva Green, Melanie Laurent, Olivia Wilde, Zoey Deschanel, Saoirse Ronan (1), Saoirse Ronan (2), Mia Wasikowska, Mila Kunis, Kristen Stewart, Kat Dennings, Anna Mouglalis, Lea Seydoux, Megan Fox, Michelle Trachtenberg, Cobie Smoulders, Frieda Pinto, Jessica Biel, Diane Kruger,  Elena Satine (1), Elena Satine (2), Zoe Saldaña, Eva Mendes, Jessica Alba.

   
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 


domingo, 18 de septiembre de 2011

CLIFF ROBERTSON (1923-2011), escribe Federico de Cárdenas (Diario La República)


 


Un día después de cumplir 88 falleció este buen actor, con una carrera de 60 años que no conoció el retiro. Debutó en pequeños roles en dos filmes de 1943, pero sólo retornó tras la guerra en 1947, laborando en TV hasta que Joshua Logan lo hizo actuar en Picnic (1955). A pesar de destacar en Los desnudos y los muertos (Walsh, 1958) o La ley del hampa (Fuller, 1961), alcanzó notoriedad cuando encarnó a Kennedy (elegido por el propio JFK) en Patrullera 109 (1963). Mankiewickz lo dirigió en El jarro de miel (1967), pero el Oscar le llegó encarnando a un retardado en Charly (1970). Siguieron Tres días del cóndor (Pollack, 1975), Magnífica Obsesión (De Palma, 1976), hasta que en 1977 el actor denunció un desvío de fondos en la Columbia y sus roles se hicieron raros. Sin embargo, no dejó de trabajar y la trilogía de El hombre araña (San Raimi, 2002, 2004, 2006) en la que es el tío del protagonista lo mantuvo vigente. Dirigió con brío J.W. Coop (1972) y The pilot (1979).

domingo, 11 de septiembre de 2011

REFLEXIONES SOBRE UNA MORIBUNDA, escribe Mario Vargas Llosa (PIEDRA DE TOQUE, para el diario EL PAÍS de España)


http://www.elpais.com/articulo/opinion/Reflexiones/moribunda/elpepiopi/20110911elpepiopi_10/Tes

Las utopías sociales, esas tentativas -generosas o perversas- de reordenar la sociedad humana de acuerdo a un principio religioso o político, han sembrado la historia de cadáveres. Pese a ello, se han sucedido unas a otras, cada cual más catastrófica que la anterior, de modo que debemos aceptar como un hecho irreversible que los seres humanos necesitamos (y, por tanto, seguiremos buscando) esa sociedad perfecta o mudanza del paraíso a la tierra que cada utopía social se propone realizar.

En el pasado fueron los sarracenos y los cristianos los que combatieron a muerte, entre ellos y dentro de ellos, para purgar al mundo de impíos, infieles, supersticiosos, apóstatas, desviacionistas y bárbaros de toda clase, e imponer una humanidad de fieles purificados y ortodoxos al servicio del verdadero dios y la verdadera religión. Pero las utopías más sanguinarias fueron las del siglo XX, las ideológicas, que batieron todas las marcas en el número de víctimas y sufrimientos que causaron. El sueño nazi de una humanidad de razas superiores, limpia de judíos, negros, gitanos, de tarados, degenerados, y de pueblos esclavos al servicio del amo ario, provocó el holocausto y una guerra mundial que devastó cinco continentes. La muy generosa utopía comunista de crear una sociedad sin clases y sin explotación del hombre por el hombre no fue menos terrorífica, si se piensa que sólo entre el gulag soviético y la revolución cultural china liquidaron (cálculo conservador) 40 millones de personas.
Siempre pensé que la creación de una Europa unida, integrada y sin fronteras, iba a ser la primera tentativa social colectiva que, a diferencia de las otras, no fracasaría y conseguiría su designio de acabar con los nacionalismos que, a lo largo de la historia, enfrentaron en matanzas insensatas a los países y a las culturas que forman el llamado Occidente. Se me objetará que la idea de la Unión Europea no es "utópica", palabra cargada de irrealidad, sino un proyecto político perfectamente realista y sustentado no en principios religiosos o ideológicos (que son también religiosos aunque pretendan ser laicos) sino en convicciones y conocimientos racionales. Bueno, de acuerdo. En todo caso, se trataba de un proyecto extraordinariamente ambicioso, concebido dentro de la cultura de la libertad, organizado con la flexibilidad y diversidad que garantiza la democracia, y que aseguraría la preservación de las tradiciones, lenguas, usos y costumbres y creencias de todos los países miembros, siempre y cuando, claro está, no trasgredieran las normas esenciales del Estado de derecho.
Ahora que Europa parece a punto de explotar, conviene tener presente que, con todas las críticas que pueden hacérsele, la Europa a medio hacer que tenemos ha conseguido que el viejo continente viva casi 60 años ininterrumpidos de paz, pues todos los conflictos bélicos de estas últimas décadas, como el de los Balcanes, ocurrieron siempre fuera de los límites de la Unión. Y que, con todo lo que pueda haber fallado en la construcción de Europa, sus logros han sido también impresionantes. Sólo en el caso de España hay que preguntarse si, sin su incorporación a Europa, la transición española de la dictadura a la libertad y de la pobreza a la prosperidad hubiera tenido lugar con la rapidez y falta de quebrantos políticos con que ocurrió. A pesar de todo ello, la Europa que creíamos unida se resquebraja por todas partes, y muchos europeos se alegran de que así sea pues piensan que el experimento integrador ya fracasó y que será mejor volver a la antigua Europa de las naciones y las fronteras. Eso, hoy día, ya no es una mera hipótesis futurista, es una realidad que puede materializarse pronto, atizada por la terrible crisis económica.
¿Qué falló para que la más generosa e idealista empresa política de nuestro tiempo haya entrado en estado agónico? Se equivocan quienes creen responder a esa pregunta con argumentos técnicos, como que fue una precipitación irresponsable poner al alcance de todos los países miembros a la moneda única, que lo prudente hubiera sido escalonar el ingreso al euro de manera progresiva, abriendo las puertas a los países menos avanzados sólo cuando alcanzaran un coeficiente mínimo de solidez financiera, económica a institucional. Esta explicación confunde el efecto con la causa. Si Europa estuviera de veras unida enfrentaría esta prueba sin poner en entredicho la idea misma de la Unión. Pero, la verdad, este formidable proyecto careció siempre de calor popular, fue gestado por burocracias, gobiernos e instituciones, sin que echara raíces en los ciudadanos de a pie, que los movilizara y entusiasmara porque veían en él un ideal que, de concretarse, beneficiaría a todo el mundo, estimulando el progreso económico, las libertades públicas, la solidaridad y la justicia.
También faltó lucidez para aplicar en las políticas económicas y sociales ese mismo realismo que llevó a los fundadores de Europa a impulsar la unión. Si hay algo que la crisis presente ha demostrado es que no se puede vivir en la ficción, algo que la literatura permite, pero no la política ni la realidad "municipal y espesa". Los países europeos han creado admirables sistemas de bienestar con una visión inmediatista, sin preguntarse si sería posible financiarlos en el futuro, y se han resistido a vivir de acuerdo a sus posibilidades reales, endeudándose para ello de una manera irresponsable. Así salvaban el hoy sin importarles que ese mecanismo de evasión implicara a mediano y largo plazo desastres como el que ahora padecemos.
Salir de la crisis va a significar drásticas reformas y enormes sacrificios de los que las medidas que acaba de tomar el gobierno español de Rodríguez Zapatero son sólo el primer paso. No hay que engañarse: no hay otra solución. El mal está hecho y ahora sólo cabe corregirlo, atacando la raíz. Lo peor es que la situación actual es propicia para que germine la demagogia y la sinrazón del eslogan, el lugar común y el estribillo prevalezca sobre las ideas y el análisis realista. "No hay que rendirse a los mercados" es una frase acomodaticia que circula últimamente por doquier. Tampoco hay que rendirse a la ley de gravedad, por supuesto, y rebelarse contra ella ha dado algunos excelentes poemas. Volver la espalda a los mercados, me temo, no producirá buena literatura, pero sí, es seguro, empeorará la crisis y acabará por destruir todo el progreso económico alcanzado por los países europeos en los últimos años. Eso lo saben todos los políticos, de izquierda y de derecha, pero no se atreven a decirlo, o lo dicen con tantos remilgos que nadie les cree. La excepción son aquellos grupos extremistas, felizmente por ahora todavía marginales, que quisieran resucitar a Lenin o a Mao, y que, sin que se les caiga la cara de vergüenza, dicen que la Cuba de Fidel Castro ha hecho feliz al pueblo cubano.
Si la Unión Europea se desintegra, los países europeos estarán mucho peor de lo que están ahora, todos, los prósperos como Alemania, Francia y los países nórdicos, y los empobrecidos, como Grecia, Irlanda y España. Por eso, una de las razones más poderosas para salvar a la Unión Europea, es que ella, unida, enfrentará mejor la crisis y las políticas para salir de ella que los países librados a su propia suerte. Por eso, en esta hora difícil, acaso la más difícil que Europa haya vivido desde vísperas de la Segunda Guerra Mundial, hay que cerrar filas en defensa de la Unión, y, en vez de asistir indiferentes a su demolición, movilizarse contra ella, conscientes de que quienes quisieran destruirla son los mismos nacionalistas irredentos, encastillados en sus viejos prejuicios, con las mismas orejeras que, en el pasado, les impidieron prever los cataclísmicos efectos que tendrían, para ellos mismos, sus sueños violentistas. Porque en todo nacionalismo, aun en el que de boca para afuera se muestra más circunspecto y tolerante, anida la violencia contra el otro, el diferente, el que no forma parte de la tribu.
La utopía democrática y liberal que gestó la Unión Europea, si no perece en esta crisis, puede acabar con los nacionalismos, que han envenenado la historia moderna, dividiendo a sus pueblos y enfrentándolos en guerras suicidas, demorando su desarrollo y empobreciendo su cultura. Aunque sólo fuera por eso, habría que salvarla. Pero hay muchas razones más para hacerlo. Como que en esta época, de globalización económica, una alianza o federación europea tiene muchas más oportunidades para competir con eficacia en la conquista de mercados -lo único que de verdad crea trabajo y produce riqueza- que un país aislado a los que una crisis como la actual puede reducir de la noche a la mañana a la insolvencia. Y si la Unión Europea sobrevive, tal vez su ejemplo inspire a otras regiones del mundo, como América Latina y el África, donde las divisiones tribales y nacionales han contribuido más que nada a enquistarlas en el subdesarrollo.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

sábado, 10 de septiembre de 2011

ACABÓ EL FESTIVAL DE VENECIA (Diario EL PAÍS)

 
 
 

Los designios de un jurado son inescrutables, y por si alguien lo dudaba solo hace falta echar un vistazo al palmarés que esta tarde coronaba a Fausto, la película de Aleksandr Sokurov, como el León de Oro de La Mostra cuando todo el mundo (críticos incluidos) apostaba por Shame. Bien es cierto que desde que Fausto apareció en el certamen la película rusa sacó la cabeza en todas las quinielas pero de ahí a lo que finalmente sucedió, que Sokurov le birló el premio a Steve McQueen, el director de Shame, hay un gran salto.

En realidad no es que Fausto sea una mala película, pero premiarla por encima de una propuesta tan superior como la de McQueen dista un abismo. Con Fausto Sokurov completa su tetralogía sobre el poder (antes había hecho otras tres obras sobre Hitler, Hirohito y Lenin) y se pone a regar un lienzo en blanco con toneladas de pintura. Al resultado le sobra diálogo y le falta coherencia (esa actriz que desaparece de repente porque al director solo le gusta su protagonista) pero sobre todo es un cine rico en textura visual que trata con ella de disimular todo lo demás. La mitad de la crítica se largó o se quedó dormida mientras la otra mitad alababa el gran esfuerzo del cineasta bostezando por lo bajini. En todo caso una película condenada a vagar de festival en festival y sin más carrera que esa. Ni más, ni menos.
Shame, que al menos tiene la consolación de ver a su actor principal, el gigantesco Michael Fassbender, levantar la Copa Volpi a la mejor interpretación masculina es -por el contrario- una película durísima, atrevida y que embiste al espectador sin titubeos. Su director tiene cuarenta y dos años y con un pequeño empujón hubiera podido colarse en la distribución de su filme diversos países, en lugar de tener que esperar a que alguien le descubra o confíe en su criatura. Con decisiones como esta uno se pregunta para qué sirven los festivales de cine si no son capaces de distinguir entre el que necesita una plataforma para aspirar a seguir dirigiendo o el que ya lo ha hecho, dicho y visto todo. Más sorprendente es aún que el jurado lo presidiera un señor llamado Darren Aronofsky, a cuyo cine le tomó un tiempo despegar y que ganó en Venecia con El luchador. En fin, así son las cosas.
La Copa Volpi a la mejor actriz se la llevó con justicia Deannie Yip, una actriz china que brilla con luz propia en el precioso drama familiar Tao Jie, de la -legendaria- realizadora de Hong Kong Ann Hui.
El premio especial del Jurado se fue con Terraferma, de Emanuele Crialese, que gustó en Venecia pero que en cierto modo puede leerse como la cuota obligatoria que el festival paga al alicaído cine italiano; el premio Marcello Mastroianni se entregó esta vez en formato dupla a los protagonistas Shôta Sometani y Fumi Nikaidô por la película Himizu de Sion Sono. Otro premio muy del gusto del certamen, fue el galardón al mejor director para el chino Shanjun Cai por Ren shan ren hai: en la primera proyección de la película los subtítulos estaban corruptos y en la segunda se quemó el proyector. Sí, la película estaba bien pero, ¿mejor director?.


Palmarés de la 68ª Mostra de Cine de Venecia

León de Oro a la mejor película: Fausto, de Alexander Sokurov (Rusia).
León de Plata al mejor director: Shangjun Cai, por Ren shan ren hai.
Premio especial del jurado: Terraferma, de Emanuele Crialese (Italia).
Copa Volpi al mejor actor: Michael Fassbender por Shame.
Copa Volpi a la mejor actriz: Deannie Yip, por Tao jie (A simple life) (China, Hong Kong).
Osella al mejor guión: Yorgos Lanthimos y Efthimis Filippou por Alpis (Alpes) (Grecia).
Osella a la contribución técnica, a la fotografía, para Robbie Ryan, por Wuthering heights (Cumbres borrascosas), dirigida por Andrea Arnold (Reino Unido).
Premio Marcello Mastroianni al nuevo talento interpretativo para, Shôta Sometani y Fumi Nikaido, protagonista de Himizu, dirigida por Sion Sono (Japón).
León del futuro, a la mejor opera prima para Lá-bas, de Guido Lombardi (Italia).

Premios de la sección paralela Horizontes, con un jurado presidido por el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul:

Premio Horizontes para Kotoko, de Shinya Tsukamoto (Japón).
Premio especial del jurado para Whores' Glory, de Michael Glawogger (Alemania y Austria).
Premio Horizontes al mejor cortometraje, para In attesa dell'avvento, de Felice D'Agostino y Arturo Lavorato. (Italia)
Premio Horizontes al mejor mediometraje para Accidentes gloriosos, de Mauro Andrizzi. (Suecia, Dinamarca y Argentina).
Menciones especiales para el corto All the Lines Flow Out, de Charles Lim Yi Yong, (Singapur) y para largometraje O Le Tulafale (The Orator), de Tusi Tamasese (Nueva Zelanda).

La película británica "Shame", de Steve McQueen, y la china "Tao Jie" ("A simple life"), de Ann Hui, han arrasado en los premios paralelos que diversas asociaciones otorgan en el marco de la 68 edición del Festival de cine de Venecia.

A la espera de los galardones oficiales que se entregarán esta noche, "Shame" y su historia de adicciones protagonizada por Michael Fassbender ha conseguido uno de los más prestigiosos, el FIPRESCI, que concede la crítica internacional, según informó el Festival de Venecia en un comunicado.
También se ha hecho con otros dos de menor importancia, el que otorgan los jóvenes y el de la revista "Cinema Avvenire".
Por su parte, la producción chino-honkonguensa "Tao Jie" ("A simple life"), ha recibido la Navicella -galardón de la Fundación del Espectáculo y de las Revistas cinematográficas italianas-, así como el Gianni Astrei que concede el "Movimiento por la vida", y el de Igualdad de oportunidades.
Una historia sentimental y social que cuenta la historia de una criada que tras 60 años de servir a la misma familia, sufre un infarto y decide retirarse a un asilo en el que los ancianos viven en unas condiciones lamentables.
Filme que también ha conseguido el premio "Padre Nazareno Taddei", que se concede a los filmes que expresan "auténticos valores humanos con el mejor lenguaje cinematográfico".
Y una mención en el SIGNIS -premio ecuménico-, que ha ido a parar a "Faust", la singular versión de la obra de Goethe que ha realizado el ruso Alexander Sokurov y que también se ha llevado el premio a la innovación digital del Festival de Cine del Futuro de Venecia.
El documental "Wilde Salome", en el que Al Pacino cuenta el proceso de puesta en marcha de una obra de teatro basada en la pieza de Oscar Wilde, ha conseguido por su parte el "Queer Lion" a la mejor película de temática homosexual, que otorga la asociación cultural Cinemarte al margen del jurado oficial de Venecia.
Y a "Carnage", la versión de "Un dios salvaje", de Roman Polanski, ha ido el Leoncino d'Oro Agiscuola, una escuela que trata de acercar el cine a los más jóvenes.
Por su parte, la italiana "Terraferma" de Emanuele Crialese, sobre el drama de la inmigración ilegal, ha sido galardonada con el premio Francesco Pasinetti, que otorga el Sindicato de Críticos Cinematográficos Italianos (SNCCI).