domingo, 29 de enero de 2012

LAS IDEAS Y EL CAOS, escribe Mario Vargas Llosa (Diario La República)

 
 
http://www.larepublica.pe/columnistas/piedra-de-toque/las-ideas-y-el-caos-29-01-2012

Quienes creen que la historia de América Latina es una obra maestra de la sinrazón, un producto del puro instinto y de la fuerza bruta, deberían leer el reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze, Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate, 2011). Este ambicioso y audaz ensayo quiere mostrar, a través de perfiles biográficos de doce latinoamericanos de diversa vocación –políticos, revolucionarios, escritores, dictadores– que la evolución de América Latina no es un caos, resultante de las pasiones y los apetitos desbocados, sino una compleja trama movida por ideas y convicciones que, aunque a menudo disimuladas detrás de desplantes, matonerías y retóricas rimbombantes y huecas, le dan a aquella sentido, coherencia y racionalidad.
Como los autores de las dos obras capitales que le sirven de modelo, Russian Thinkers, de Isaiah Berlin, y To the Finland Station, de Edmund Wilson, Enrique Krauze cree firmemente que las ideas hacen siempre la historia y explican todos los grandes hechos –repugnantes o admirables, generosos o mezquinos, liberadores o esclavizantes– que constituyen el devenir de todas las sociedades y naciones.
Aunque rigurosamente trabados entre sí, los capítulos del libro son de dimensión y profundidad variada y entre el riquísimo y exhaustivo dedicado a Octavio Paz –un libro dentro del libro, en verdad– y los más breves y someros consagrados, por ejemplo, a José Martí y a Eva Perón, hay diferencias acusadas. Pero todos están escritos con desenvoltura, astucia y felicidad y se leen con la expectativa y la excitación de las mejores novelas. Redentores es una obra clave de nuestros días, una de las empresas intelectuales más audaces concebidas en el ámbito intelectual y político latinoamericano, y, por su rigor y erudición y la originalidad de sus análisis, un aporte valiosísimo para entender la actualidad y las perspectivas inmediatas de ese continente que creíamos de las oportunidades perdidas pero que, según la tesis más polémica de Krauze, ya no lo es más, pues ha entrado por fin, en medio del tumulto que es todavía su fachada, en un rumbo de verdadero progreso.
El optimismo que transpira el libro no peca de ingenuo, está fundado en datos, indicios y razonamientos persuasivos. Debo confesar que, en mi caso, ha servido para derribar desconfianzas y escepticismos que alentaba hacia algunos países, sumidos en problemas que me parecían obstáculos insalvables para que en ellos echaran  raíces en un futuro próximo instituciones y costumbres democráticas sobre bases estables. Desde luego, Krauze es muy consciente de la enorme diversidad existente entre la veintena de países de América Latina y de la imposibilidad de que todos ellos progresen al mismo ritmo y de la misma manera. Es también muy lúcido sobre los desafíos mayores para la democratización que representan el narcotráfico y su inmenso poderío económico y el crecimiento desaforado de la delincuencia y la corrupción que en gran parte es su consecuencia. Lo que señala es una tendencia general a la que, unos más rápido y otros con retardo, todos se van sumando, algunos con entusiasmo y lucidez y los demás a regañadientes y hasta sin darse cuenta cabal del proceso modernizador en el que están inmersos.
Según Krauze no es casual que en la América Latina de nuestros días no haya sino una sola dictadura de tipo clásico, la de la Cuba castrista, una semidictadura demagógica y corrupta, la Venezuela de Hugo Chávez, y un par de democracias populistas y secuestradas por caudillos como la Bolivia de Evo Morales y la Nicaragua de Daniel Ortega, en tanto que todos los otros países, no importa cuán imperfectas sean todavía sus instituciones, parecen haber optado de manera resuelta por Estados de Derecho basados en la democracia política y economías de mercado. Más importante todavía: el modelo socialista autoritario que en los años sesenta y setenta reclutaba a todas las vanguardias políticas del continente y era el santo y seña de sus juventudes, está hoy prácticamente en ruinas, condenado a una marginalidad que se sigue encogiendo y que alientan apenas grupos y grupúsculos huérfanos de calor popular, en tanto que una nueva izquierda, como la que gobernó en Chile con la Unidad Popular y que gobierna ahora en países como Brasil, Uruguay, El Salvador y Perú, ha dejado atrás sus viejos sueños colectivistas y estatistas y optado por el pragmatismo democrático y de economías abiertas de la social democracia europea.
El camino para llegar hasta aquí –a la modernidad y el realismo políticos– ha sido largo, sangriento, de confusión y delirio ideológicos, sueños utópicos de redención social a través de la violencia, la guerra civil, dictaduras atroces, democracias paralizadas por la ineptitud y la venalidad de sus líderes, burócratas y parlamentarios, y Enrique Krauze lo traza en síntesis brillantes y elocuentes a través de los perfiles biográficos. Por momentos, como en las páginas dedicadas a José Vasconcelos, a Evita Perón, al Che Guevara y al Subcomandante Marcos, el libro alcanza vuelos épicos, relata deslumbrantes peripecias aventureras que parecen provenir más de las fantasías locas del realismo mágico que de una realidad documentada. Los repetidos fracasos, las enormes desigualdades económicas y sociales, el sufrimiento que las repetidas desventuras políticas han ido sembrando por todo el continente, poco a poco han ido empujando a las sociedades latinoamericanas hacia el realismo, es decir, hacia los consensos democráticos, el primero, el de coexistir en la diversidad política sin entrematarse, acatando los veredictos electorales, la renovación periódica de los gobiernos, el respeto a la libertad de expresión y al derecho de crítica, la aceptación de la propiedad, de la empresa privada y del mercado como mecanismos indispensables del desarrollo económico. Todo ello ha ido imponiéndose poco a poco, por la fuerza de las cosas, a través de la evolución de una derecha y una izquierda que, no sin reticencias y traspiés, han ido renunciando a sus viejas obsesiones excluyentes y violentistas, y cambiando de métodos.
Desde luego que nada de esto es irreversible. Enrique Krauze no cree que la historia tenga leyes inflexibles a las que los pueblos estén sometidos como los astros a la ley de gravedad, sino que aquella fluctúa, avanza o retrocede y a veces gira sobre sí misma de manera tautológica. Pero las conclusiones de su libro son elocuentes y estimulantes: comparada, no con el ideal, sino con su pasado mediato e inmediato, América Latina ha progresado de manera notable. Si sus economías van creciendo y han resistido mejor la crisis financiera que causa estragos en Estados Unidos y en Europa es porque ahora es más libre que en el pasado y porque la cultura de la libertad ha ido impregnando tanto su realidad política como la social y la económica. Nada indica que en el futuro inmediato esta tendencia vaya a cambiar. Todo lo contrario. Habría que ser ciego porfiado en materias ideológicas para creer que todavía la Cuba totalitaria, donde siguen muriendo los disidentes perseguidos por la policía política, o la Venezuela arruinada y enconada por las malas artes de Hugo Chávez, pudieran ser el modelo hacia el cual se encamina el resto del continente. Es evidente que esos regímenes representan anacronismos en proceso de desintegración –muy lenta, por desgracia– en un contexto en el que lo que se va imponiendo de manera inequívoca es el modelo democrático liberal.  
Como soy uno de los doce protagonistas de Redentores, y Krauze me dedica un generoso ensayo, he tenido dudas hamletianas antes de reseñarlo. Sé de sobra las suspicacias que este artículo puede despertar. Pero lo hago porque, como todavía las ideas que su autor defiende tienen tanta dificultad para ser reconocidas y aceptadas en el medio intelectual latinoamericano –paradójicamente más retrógrado que el político y el económico–, me temo que no tenga la difusión que se merece y sea víctima de la discriminación y censura que aún practica el establishment cultural, controlado por un progresismo de pacotilla. Krauze tiene el coraje de proclamarse un liberal en un medio donde todavía esta parece una mala palabra, asociada a las ideas de explotación y egoísmo capitalista, y otro de los grandes méritos de su ensayo es devolver a aquella su prístino sentido de defensor y amante de la libertad como valor supremo, pero de ninguna manera disociada de la justicia y de la convicción de que ésta, en el dominio social, sólo puede significar la creación de una sociedad donde haya igualdad de oportunidades para todos. En este sentido, tiene muchísima razón cuando sostiene que el liberalismo está más cerca de la social democracia que del conservadurismo, y que, buena parte del proceso de modernización de América Latina se debe a que, sin que nadie lo quisiera ni advirtiera, ambas tendencias se han ido acercando y confundiendo en la realidad, empujando de este modo la civilización y haciendo retroceder la barbarie. Su libro es un hito decisivo en este proceso civilizador.
 
Londres, enero de 2012

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936), Marqués de Vargas Llosa, más conocido como Mario Vargas Llosa, es un escritor en lengua española, uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos. Peruano de nacimiento, cuenta también con la nacionalidad española, que obtuvo en 1993.
Su obra ha cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Nobel de Literatura en 2010, «por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota»; el Premio Cervantes (1994) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), entre otros.
Al igual que otros autores latinoamericanos, ha participado en política, siendo defensor de las ideas liberales. Fue candidato a la presidencia del Perú en 1990 por la coalición política de centroderecha Frente Democrático (Fredemo).
Vargas Llosa alcanzó la fama en la década de 1960 con novelas, tales como La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965) y Conversación en La Catedral (1969). Continúa escribiendo prolíficamente en una serie de géneros literarios, incluyendo la crítica literaria y el periodismo. Entre sus novelas se cuentan comedias, novelas policiacas, novelas históricas y políticas. Varias de ellas, como Pantaleón y las visitadoras (1973) y La Fiesta del Chivo (2000), han sido adaptadas y llevadas al cine.

sábado, 28 de enero de 2012

GASTON ACURIO DESEMBARCA EN NY, escribe MIRKO LAUER (Diario La República)

 
 

http://www.larepublica.pe/columnistas/observador/acurio-desembarca-en-manhattan-27-01-2012

Al big bang expansivo de la gastronomía peruana le faltaba un restaurante A-1 en Manhattan. Gastón Acurio ha asumido el desafío desde setiembre pasado con La Mar cebichería peruana. El peso simbólico del local es obvio. La Mar ya es la cocina más observada en el país, con más fans y establecimientos dedicados al tema en el mundo exterior.

El éxito comercial de apertura viene siendo absoluto, con un lleno de 400 personas diarias, informa Acurio. Las reseñas de los especialistas, en cambio, han sido mixtas. Nueva York no acoge fácilmente la novedad, en este caso un restaurante peruano que no es vernacular, y en esa medida cuestiona a la gran mayoría de los ya conocidos.

Time Out, que es junto con Zagat la guía más importante sobre dónde comer en NY, ha dado su bendición, proclamando a La Mar el primer restaurante peruano de clase mundial que llega a la ciudad. La medición de Zagat da un 67% de clientes satisfechos. Esta semana el crítico de The New Yorker concede cosas al recién llegado, pero es menos entusiasta.

Entre las vallas que La Mar tendrá que superar está la difundida y conservadora exigencia neoyorquina de que los grandes restaurantes sigan el estilo ampuloso francés clásico. Luego está la sospecha que produce un salto de la comida típica conocida hacia los territorios polémicos de la fusión. Algo en lo cual varias cocinas latinoamericanas compiten.

Mientras tanto La Mar va modificando discretamente su carta para adecuarse al torbellino de opiniones de los comensales. La carta de los cebiches y tiraditos ha sido aclamada. “La versión de Acurio es, si no una revelación, ciertamente mucho mejor que el promedio”, es el medido elogio de Leo Carey en The New Yorker.

Pero en muchos de los comentarios el resto de la carta palidece por contraste. En casos como el ají de gallina o el seco, los especialistas extrañan las versiones que probaron en el Perú o en las fondas de NY, y desdeñan las versiones de Gastón. Para los demás se trata de platos extraños, a los que hay que acostumbrarse.

Los restaurantes más fichos que el Perú exporta en estos tiempos son, pues, verdaderos laboratorios de hacia dónde va, o hacia dónde puede ir, la gastronomía peruana. A pesar del éxito comercial, no es un experimento fácil. Pues así como el cebiche peruano se vende solo, una porción sustantiva de la cocina peruana viaja con cierta dificultad.

Acurio llega a NY con una experiencia acumulada en más de media docena de ciudades del exterior. Su local de Madrid (2007) ya es parte de ese exigente paisaje gastronómico. En su estela las empresas gastronómicas, muchas de ellas franquicias, se han desarrollado por docenas. La Mar vuelve a inaugurarse este año, esta vez en Los Ángeles.

sábado, 21 de enero de 2012

VARGAS LLOSA DECLINA EL OFRECIMIENTO DE DIRIGIR EL INSTITUTO CERVANTES




http://cultura.elpais.com/cultura/2012/01/21/actualidad/1327119316_589418.html

Escribe Juan Cruz desde Madrid.-


Mario Vargas Llosa dijo no a la propuesta de presidir el Cervantes y se lo explicó por carta al presidente Mariano Rajoy. El premio Nobel no ha revelado el tenor de la misiva ni ha querido hacer declaraciones. Con respecto a la secuencia de la propuesta (revelada por EL PAÍS) y de la negativa solo pueden hacerse conjeturas. En su carta, el Nobel dice que está dispuesto a seguir colaborando con el Cervantes, pero que asumir ese cargo, que le honraría, resulta imposible de conciliar con su vocación literaria.
Fue una apuesta audaz, que, según todos los indicios, halló el apoyo del Rey, con el que Vargas Llosa tiene una excelente relación. En 2000, cuando la Monarquía cumplía 25 años, escribió de don Juan Carlos en El País Semanal: "Todos le reconocen una sutil inteligencia para haber actuado (...) con una destreza, visión de futuro, sentido de la oportunidad, tacto e incluso maquiavelismo político fuera de la común".
Vargas Llosa tiene la nacionalidad española desde 1993; se la concedió Felipe González cuando al escritor, enfrentado abiertamente a la dictadura de Fujimori, le persiguió el sátrapa peruano por todo el mundo. "Por mi situación en Perú", dijo entonces Vargas Llosa, "me arriesgaba a convertirme en un paria". España acudió en su ayuda, y él rinde gratitud a ese gesto.
Así que la propuesta era audaz y plena de sentido; tenía también sentido que el Rey se sumara. Fanático de las buenas maneras, lo que resulta evidente es que si fue Rajoy el que recibió su carta de cortés rechazo del honor, es que probablemente fue el jefe de Gobierno el que se la hizo llegar. Y que el Rey la refrendó. En este sentido, el tiempo que se concedió el Nobel para pensárselo es una muestra más de la cortesía con la que todos (el Rey, Rajoy, Vargas) han llevado este asunto.
Pero aquí entra el factor humano ante el que chocó la audaz propuesta: es posible que ese tiempo de reflexión fuera una manera de retrasar una decisión que solo podía ser negativa teniendo en cuenta la vocación literaria de Vargas Llosa. En los años ochenta al escritor le salió al encuentro el político; se presentó a las elecciones (que ganó Fujimori), y aun en ese periodo (que él cuenta en El pez en el agua) terminaba sus jornadas de campaña leyendo los versos de Góngora. Cuando acabó ese temporal político (que a él lo dejó en los huesos) ya no quiso saber nunca más de lo que no fueran sus libros.
Así que los que han leído sus manifestaciones en torno a la distracción a la que lo han sometido acontecimientos como el Nobel saben que a Vargas Llosa esa tentación de presidir un organismo de la envergadura del Cervantes le podía causar una honra y un agudo dolor de cabeza. Y, muy probablemente, el no sería la palabra inmediata ante una propuesta tan audaz como comprometida.
Y dijo no. Vargas Llosa es escritor a tiempo completo desde que su agente Carmen Balcells lo rescató de Londres, con Patricia, su mujer, y sus dos hijos varones (Morgana nacería en Barcelona), le puso un sueldo y le ayudó a terminar sin interferencias económicas La Casa Verde. La leyenda cuenta que este hombre tenaz ("Porque no tengo imaginación trabajo tanto") se pasó muchas jornadas sin salir de su escritorio, y que en los momentos de mayor tensión hacía que el almuerzo esperara en la puerta. Sus jornadas son sistemáticas: corre o pasea con Patricia, lee dos o tres periódicos diarios y luego se encierra, sobre las 10 de la mañana, a escribir esforzadamente. Rara vez atiende llamadas en esas horas de plenitud, y por las tardes sale a escribir. Por la noche va al cine o al teatro, cena con amigos y a la medianoche, como un atleta, se va a reposar.
Ese Vargas que no usa móvil y que tampoco sabe qué es el correo electrónico es incompatible con un cargo de responsabilidad, aunque este se vista en algún ángulo de honorífico. Tampoco (decía ayer el director de la Academia, su amigo José Manuel Blecua) "es posible imaginarlo en un puesto para no ejercerlo con todas sus consecuencias".
Dijo no. Y ese no lleva ahora a alguna reflexión. ¿Qué porvenir le espera a la institución que le pidieron presidir? César Antonio Molina, que fue director del Cervantes y ministro de Cultura, cree que hubiera sido una buena idea la presencia de Vargas en ese puesto, pero que entiende su rechazo. "Ahora habría que aprovechar la idea y poner en marcha algo que dije entonces, como director del Cervantes, y luego como ministro: el Instituto debe incorporar a escritores hispanoamericanos a su estructura de centros. Hemos tenido en el Cervantes a Muñoz Molina, por ejemplo, en Nueva York, y Vargas Llosa le hubiera dado un gran prestigio a la institución. Pero la idea es buena: hay que hacer que en el Cervantes se sientan partícipes los intelectuales de nuestra lengua que no sean españoles".
Darío Villanueva, secretario de la Academia, que dio recientemente un curso sobre la obra de Vargas Llosa en Estados Unidos, cree "que Mario hubiera sido un gran embajador del Cervantes. ¡Pero ya lo era, y lo seguirá siendo! Es un intelectual al que se le escucha en todas partes". Ahora bien, esta institución, cree Villanueva, mueve un enorme potencial burocrático, "y precisa de una gestión muy exigente. Incorporar a una personalidad como la de Mario, y puede haber otros, no muchos, como él, obliga a una reestructuración que debe hacerse muy responsablemente".
Emilio Lledó va más al centro del español: "Hay que defenderlo, y el Instituto Cervantes puede, desde la humildad de la palabra, sin alharacas; la lengua es un tesoro escondido y cuidado; a eso debe tender la institución que la divulgue".
José Manuel Blecua apunta: "Era una buena idea. Mario tiene la dimensión de un gran embajador de la lengua; tiene empuje, simboliza la defensa de la lengua allá donde va. Y tiene un encanto especial para ganar voluntades. Pero entiendo su reacción. Yo trabajé en el Cervantes. Es una labor dura, diaria, constante, y llena de preocupaciones. Y Mario tiene muchos compromisos, aparte de su vocación. Y no lo veo haciendo de figura decorativa, dejando que las cosas se hagan sin su participación".
Vargas Llosa dijo que no. El factor humano pudo más que la tentación audaz.

PAUL McCARTNEY: A LA VEJEZ, JAZZ CLÁSICO (Diario EL PAÍS)




http://cultura.elpais.com/cultura/2012/01/20/actualidad/1327095243_908614.html

Escribe Brenda Otero desde Londres.-
 
Con su característica mirada de perpetuo asombro, ni un gramo de grasa y el pelo sospechosamente libre de canas, Paul McCartney -a punto de cumplir setenta años- presenta nuevo disco. Uno de versiones. Quién lo diría del autor de Yesterday, Let it be, All my Loving y tantos otros himnos tarareados hasta la saciedad. Quién lo imaginaría de uno de los compositores con más éxito de la historia de la música pop.
Todo tiene su explicación. Kisses on the bottom (que puede traducirse como Besos en el trasero, un verso del primer corte del álbum) es una recopilación de las composiciones clásicas estadounidenses con las que Macca creció. Standars en versión jazz como It’s Only a Paper Moon que de niño, tumbado en la alfombra, escuchaba a su padre tocar al piano.
La cita para la presentación internacional es en una sala de reuniones de un hotel londinense. Entre velas perfumadas, ramos de flores y detalladas instrucciones de la discográfica, McCartney se enfrenta teatrero a los periodistas, gesticulando un puñetazo pugilístico al aire. Desde el principio deja claro que hasta el más influyente ha recibido influencias. Que ese tipo de piezas de pelaje hollywoodiense tan a menudo pasadas por alto son indispensables para entender el sonido beatle: "Esas canciones tan bien estructuradas compuestas por Gershwin, Harold Arlen, Cole Porter son joyitas. John [Lennon] y yo las conocíamos bien aunque decidiéramos ir en otra dirección. Pero si uno se fija, nuestros temas son diferentes a los del rock and roll clásico. Tienen una pequeña introducción y cambian de clave. Ahora me doy cuenta de que la influencia de la música que escuchaban nuestros padres las hace diferentes".
En su primer álbum de estudio en casi cinco años, McCartney se dedica exclusivamente a cantar. La parte instrumental se la deja a Diana Krall y su banda. "Diana ha sido muy importante en este disco. Es una gran artista, con un enorme conocimiento musical", dice de su colaboración con la vocalista y pianista de jazz. Si no ha grabado este disco antes, asegura, es porque temía parecer uno más aprovechándose del tirón de los clásicos: "Todo el mundo hace versiones de Cheek to cheek o The way you look tonight. Rod Stewart incluido", comenta aprovechando la ocasión para lanzar una pulla a uno de sus compañeros de la escena musical de los años sesenta. "No quería que el público pensara que me subo al carro, así que elegimos piezas poco evidentes y menos conocidas".
El músico asegura que sigue disfrutando de la vida "inocentemente"
En octubre, sir Paul contrajo matrimonio con la millonaria estadounidense Nancy Shevell. En My Valentine, una de las dos piezas originales que contiene el disco, se atisban escenas de la extendida luna de miel (su tercera) que está viviendo: "Nancy y yo estábamos de vacaciones en Marruecos. Empezó a llover pero a ella no le importó lo más mínimo. El hotel, con la excepción de un par de camareros estaba casi vacío. Había un piano, me senté y salió sola como sucede con las mejores piezas".
McCartney presume de que al contrario que la de sus contemporáneos, su voz en Kisses on the bottom sigue siendo tan aguda como en su juventud. Cierto que, a pesar de no ser su trabajo más original, mantiene una textura naif y ligera de canción de cuna, inusual para un hombre que todo lo ha visto y todo lo ha hecho.

La vida inocente

"Me mantengo gracias al sexo y las drogas", exclama. "Bromeo. La pura verdad es que tienes que amar lo que haces. Yo sigo disfrutando de la vida inocentemente. No tengo pensado jubilarme, aunque me lo pregunten a menudo. ¿Para quedarme sentado frente a la televisión? Tendrán que sacarme del escenario a rastras".
Recientemente se ha atrevido con la partitura para el ballet Ocean’s kingdom, una fantasía subacuática con mensaje ecológico. El carísimo proyecto en colaboración con el New York City ballet y con su hija Stella como diseñadora de vestuario no ha recibido críticas precisamente benevolentes. Pero esa es otra historia.
Con un álbum recién horneado, nueva esposa y la posibilidad de que participe en las celebraciones olímpicas de Londres 2012, no hay nada que detenga a este abuelo de ocho nietos. Es imposible negar su inagotable energía, sin embargo algo incita a sospechar que McCartney se resiste a privar al público de su trabajo porque comparte la muy extendida opinión de que nada ni nadie ha podido llenar el hueco que dejaron los Fab four. "Los Beatles fueron muy especiales", admite. "Fuimos casi los primeros. Se ha hecho tanto y tan bueno que los músicos de hoy lo tienen difícil. Hay bandas excelentes, como Coldplay y Foo Fighters. Pero nunca conseguirán ser tan buenos como los Beatles".

jueves, 19 de enero de 2012

MIRAR HACIA ATRÁS PARA IR HACIA ADELANTE, escribe Sergio Wolf (www.otroscines.com)

 

http://www.otroscines.com/columnistas_detalle.php?idnota=6067&idsubseccion=12

Un análisis de los varios hallazgos narrativos de Las aventuras de Tintín en el manejo de la acción, de las posibilidades del cine de animación y de su relación con la historieta orginal.
No es un hecho novedoso que el cine vaya hacia adelante yendo hacia atrás, mirando al costado del camino como un soldado que avanza retrocediendo en el territorio del futuro. Ese avance del soldado -la figura militar está más que legitimada si hablamos de vanguardia y de resistencia- funciona como si explorara un territorio en el que hubiera ocurrido una batalla, como si al mismo tiempo que evalúara las consecuencias rescatara esas experiencias perdidas u olvidadas, buscando actualizarlas, presentándolas como nuevas.

Ya en los años '80 la comedia revivió reflotando la parodia a partir del sistema de gags aislados del slapstick más primitivo. En los '90 la fusión de géneros volvió sobre el modelo previo al de la organización de los estudios, que se volvieron gigantescos a través de la clasificación de géneros. Con el nuevo milenio, el film documental y el cine experimental volvieron a reunirse, lo que no ocurría desde las primeras tres décadas del siglo XX.

Ahora, en esta primera década del siglo XXI, la animación mutante parece el camino ideal para reciclar la narrativa de los seriales. Ese es el camino que toma Steven Spielberg en Las aventuras de Tintín.  

Spielberg siempre fue como el viejo millonario que creaba el parque jurásico, buscando vivir aquello que no había vivido: la era de los dinosaurios. Pero también buscando revivir la era de los estudios, tratando de convertirse en un continuador de los famosos zares que fundaron y fundieron Hollywood.  Así, para Spielberg, volver a los seriales podría pensarse como fruto de la misma operación de revivir lo muerto.

Eso es indudable, pero, de todos modos, en el caso de Las aventuras de Tintín esos personajes planos del dibujo que se vuelven planos literalmente marcan una diferencia de lo que había probado con la saga de Indiana Jones. Ya no es sólo el trabajo sobre lo indetenible de la acción en un sentido puramente mecánico. Ya no es sólo que ese tren eléctrico cuya chispa enciende un funcionamiento que echa a andar sin pausas. Es cierto que el gran tema del cine de los '90 fue el del cambio de velocidad, y el mismo Spielberg hizo una película muy inteligente sobre ese tema: Atrápame si puedes.

Pero con Las aventuras de Tintín lo que brilla es esa idea de que la acción puede sostenerse siempre, al punto de negarse a recurrir a la psicología del héroe, a rebelarse a su tiranía. Lo que orilla la maestría en su Tintín no es sólo la construcción de un motor de gran velocidad -que convierte flashbacks y persecuciones en algo nuevo- sino en su trabajo sobre la cruza de territorios, sobre el diálogo como mutación de formatos. Ese todo posible que la animación es casi por definición, ahora, en su versión mutante, le permite dialogar de igual a igual con la historieta. Al cotejar la versión de la historieta en papel con la que filmó Spielberg se puede ver ese límite y cómo logra sortearlo.

La otra pregunta que está en el comienzo no es menor: ¿Por qué habría que recuperar las formas olvidadas o periclitadas del cine? ¿Qué es lo que diferencia a Las aventuras de Tintín de esa operación vana y nostálgica llamada The Artist? Parece más bien simple la respuesta: una mira hacia atrás para ir hacia adelante, porque elige vivir el presente; la otra mira hacia atrás porque prefiere vivir en el pasado. 

sábado, 14 de enero de 2012

YVES MONTAND: LA RESISTENCIA PARA TODAS LAS TEMPORADAS (Diario EL PAÍS)

 
 
 
 
 
http://www.elpais.com/articulo/portada/Dinamitero/cigarrillo/labios/elpepuculbab/20120114elpbabpor_54/Tes

por Manuel Vincent (*).-
Toda la Resistencia Francesa contra los nazis se puede resumir en esta secuencia cinematográfica: un tipo solitario de pie, apoyado en su bicicleta fuma un cigarrillo junto a los raíles del ferrocarril; lleva un periódico doblado bajo el brazo que tal vez le sirve de contraseña; pasa un tren de mercancías con un pitido desgarrado y poco después se oye una gran explosión no muy lejana; a continuación empieza a sonar la voz de Yves Montand entonando la canción de los partisanos en honor al camarada dinamitero que ha hecho saltar el convoy por los aires; el jefe de estación le guiña un ojo; el tipo monta en la bicicleta y se aleja canturreando.



La gente de mi generación, que bailó muy amarrada Las hojas muertas y tomó el primer calvados en el Barrio Latino oyendo al acordeón Bajo el cielo de París, tampoco podrá olvidar mientras viva la cara de pánico de Yves Montand cuando conducía por un camino impracticable aquel camión cargado con bidones de nitroglicerina para apagar el fuego de un pozo petrolífero en la película de Clouzot, El salario del miedo, rodada en una jungla de Centroamérica. Luego Yves Montand, que venía de los brazos amorosos de Edith Piaf, aquella gata malherida que le enseñó a cantar con un romanticismo extremadamente seductor la canción partisana, Alla mattina appena alzata, o bella ciao, bella ciao, enamoraría a todos los progresistas cuando su amigo Jorge Semprún escribió para él guiones de películas, que rodó Costa Gravas, de dictadores patibularios con gafas negras, donde se oían golpes rudos de cerrojos de celdas y muchos gritos de torturas al fondo de la galería.
Se llamaba Ivo Livi. Había nacido en 1921 en Monsummano Alto, un pueblo italiano de la Toscana, hijo de obreros antifascistas, que tuvieron que emigrar a Marsella huyendo de Mussolini. El chaval dejó la escuela a los 11 años, trabajó en varios oficios humildes hasta que un día apareció cantando con su amante Edith Piaf en bares nocturnos y en garitos de mala muerte. Era un flaco de piernas largas e iba de duro sentimental cuya voz parecía salir de una garganta avezada a ese anís fuerte que toman los camioneros al amanecer. Las chicas de entonces doblaban el cuello sobre el hombro de sus novios cuando bailaban sus melodías y los progresistas se alegraron al ver que se casaba con la judía Simone Signoret, hija de rojos, cuyo progenitor exilado en Londres entró en París con De Gaulle. En 1955 Simone Signoret fue protagonista de Las diabólicas, un filme de terror que no ha sido superado todavía. Yves Montand y Simone Signoret eran de los nuestros, formaban una pareja de antifascistas que se enmarcaban dentro el compromiso político, según el santoral de Sartre. No cabía imaginar ninguna manifestación antifranquista en el París de Saint Germain sin ellos detrás de la pancarta. Los progresistas de entonces no estaban dispuestos a permitirles ninguna frivolidad.
Pero ya era famoso cuando Yves Montand se fue a Nueva York a actuar en un musical de Broadway. A Marilyn Monroe le gustaban sus canciones, sabía que venía de una familia pobre como ella, admiraba su compromiso social y sobre todo el hecho de que se pareciera físicamente a su viejo amor, Joe DiMaggio, fue la causa de que no cejara en su empeño de enamorarlo. "Junto con mi marido y Marlon Brando creo que Yves Montand es el hombre más atractivo que he conocido jamás", manifestó en un brindis la estrella. Nuestro galán estaba sentenciado. Para un progresista europeo, amante de la Nouvelle Vague, Marilyn era solo una bomba sexual y encarnaba dentro y fuera de la pantalla a la rubia tonta, aunque en ese momento estaba casada con Arthur Miller, el primer intelectual de Norteamérica. En el año 1960 rodó junto a Yves Montand El multimillonario y en la película Marilyn representaba la imagen de esa chica oxigenada de clase media que usaba prendas de nylon y cosméticos, un pastel de carne accesible a cualquiera con solo alargar la mano, una gelatina con muelles, como la definía Jack Lemmon, que quiere pescar a un caballero adinerado europeo, indefenso frente a las armas de mujer, un hecho que sucedió dentro y fuera de la pantalla, con el escándalo de los devotos de Godard.
Su matrimonio con Miller pasaba por una etapa tormentosa. Durante el rodaje de la película las dos parejas se habían instalado en unos apartamentos contiguos y comunicados dentro de los jardines del hotel Beverly Hills en Los Ángeles. Después de una bronca Miller se había largado a Irlanda para escribir el guión de Vidas rebeldes, que rodaría John Huston. Por otra parte en abril Simone Signoret tuvo que ir a Hollywood para recibir un Oscar por su película Un lugar en la cumbre y a continuación debía volver a París para cumplir otro contrato. Yves Montad y Marilyn se quedaron solos. En este caso la tentación no vivía arriba, sino en el bungalow de al lado, separado por un mismo vestíbulo. Hay que imaginar la inminente explosión que iba a producirse entre una mujer desolada, llena de dudas, necesitada de amor y un mujeriego acostumbrado a esta clase de capturas. A la Signoret le habían dado el Oscar, pero Marilyn tenía a Yves. La escena se produjo una noche de mutuo insomnio después de una jornada de rodaje aburrido, del cual ambos se sentían avergonzados, dada la humillante inanidad de la historia. Yves Montand en pijama se acercó al dormitorio de Marilyn para darle las buenas noches, se sentó en el borde de la cama y entre ellos se estableció un diálogo anodino. ¿Cómo estás? ¿Tienes fiebre? Descuida, me pondré bien. Ha sido un día muy duro. Me alegro de verte. Gracias por haber venido.
Para despedirse Montand fue a darle un beso en la mejilla y Marilyn volvió el rostro y sus labios enloquecieron. Esa noche comenzó una historia de amor, que duró algunos meses. Una vez más Marilyn necesitaba enamorarse perdidamente de cualquiera y Montand, una vez satisfecho su orgullo de gallo, quiso librarse de aquella mujer que le llamaba a cualquier hora de la noche, le perseguía por los aeropuertos y estaba dispuesta a resolver una vez más su desamor vaciando tubos de pastillas.
Marilyn Monroe, que solo en apariencia representaba a la rubia tonta, siendo una actriz superdotada, acabó por hacer mundialmente famoso a Yves Montand, como antes había hecho a Arthur Miller. Los progresistas de París perdonaron a su héroe aquel lance de frivolidad y lo mismo hizo Simone Signoret después de las lágrimas, ofendida no tanto por la infidelidad de su marido como por la humillación del escándalo publicitario. Ya se sabe lo que pasa en los rodajes. Montand se redimió purificándose con Costa Gravas. Volvió a ser aquel tipo que cantaba O bella ciao, bella ciao, con más convicción, la canción de los partisanos de Italia, su país de origen, contra el fascismo que se reprodujo con los coroneles griegos. Varias generaciones guardan en la memoria junto con Melina Mercouri, Simone Signoret, Edith Piaf, la imagen de este divo que encarna la mitología de la Resistencia al que hay que imaginar bajo el cielo de otoño en París con una melodía de acordeón al fondo, caminando sobre las hojas muertas de los jardines de Luxemburgo. Murió en Senlis, en 1991. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaise, junto a Simone Signoret, a pocos pasos de la Avenida de los Combatientes Extranjeros Muertos por Francia, pero en cualquier lugar del mundo seguirá pasando un tren y en una estación perdida siempre habrá un resistente apoyado en su bicicleta con un cigarrillo en los labios.

 


(*) Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) es un escritor, periodista, articulista y galerista de arte español. Licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia, se trasladó a Madrid, donde cursó estudios de Periodismo en la Escuela Oficial, donde comenzó a colaborar en las revistas Hermano Lobo, Triunfo y otros medios. Sus primeros artículos sobre política los publica en diario Madrid y, posterioremente, escribe en El País —medio en el que continúa colaborando— unas crónicas parlamentarias que le hacen famoso entre los lectores. Su obra comprende novelas, teatro, relatos, biografíos, artículos periodísticos, libros de viajes, apuntes de gastronomía, entrevistas y semblanzas literarias, entre otros géneros. Sus novelas Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar han sido adaptadas para la gran pantalla de la mano de José Luis García Sánchez y Bigas Luna, respectivamente. Vicent, "una de las plumas que mejor ha sabido describir la transición española hacia la democracia",1 compagina su labor como escritor con la de galerista de arte, una de sus más conocidas pasiones.

"LA LOCURA DE ALMAYER" Y "JOSEPH CONRAD Y SU MUNDO" (Diario EL PAÍS)

 

http://www.elpais.com/articulo/portada/Vida/cotidiana/marinero/tierra/elpepuculbab/20120114elpbabpor_9/Tes

Por Luis Perdices de Blas
 
La obra de Conrad goza de buena salud si atendemos a sus numerosas reediciones en diversos idiomas, incluido el español. En esa lengua, precisamente, se acaba de publicar su primera novela, La locura de Almayer (1895). En la misma aparece el primero, de los muchos personajes, que creó e inmortalizó: Nina, la hija mestiza del holandés Almayer; una mujer exótica, bella, apasionada, primitiva y sofisticada que no encaja en el "mundo de los blancos", que no comparte los planes de su padre y elige trazar su propio destino. Actualmente también podemos contar con estudios documentados, completos y sugerentes sobre dicho autor. En esta labor de profundización desempeñan un papel sobresaliente la Joseph Conrad Society en Reino Unido y la Joseph Conrad Society of America (EE UU), que editan dos revistas especializadas en este autor polaco nacionalizado inglés. Además, su producción literaria se ha divulgado gracias a que algunas de sus novelas se han llevado a la gran pantalla de la mano de directores de la talla de Alfred Hitchcock (Sabotaje, basada en El agente secreto), Ridley Scott (Los duelistas, basada en El duelo) y Francis Ford Coppola (Apocalypse now basada en El corazón de las tinieblas). Las memorias de su mujer son sesgadas, subjetivas, incompletas y demás calificativos que en este sentido queramos añadir. Es decir, son la narración de una fiel y absoluta admiradora de su marido, que tuvo que armase de infinita paciencia y comportarse como "una filósofa" para convivir con el genio. No obstante, en ese subjetivismo y en la proximidad al personaje solitario es donde radica el encanto de las mismas. Es, por lo tanto, la visión de la "guardiana general de la paz" de la vida del novelista, de una mujer que se dedicó a su marido y a su obra literaria hasta tal punto que en su luna de miel aprendió a utilizar una vieja máquina de escribir para transcribir sus obras. Fue el primer extranjero que conoció y del que se enamoró por su "naturaleza exótica" y eso que su futuro marido ya había abandonado la Marina y su vida aventurera. Junto a su admiración por el literato también nos muestra su excentricidad, ironía, despiste, exigencia como amante y marido, caprichos, extravagancias, desorden, indolencia y volubilidad de carácter ("el hombre de los eternos cambios de humor"). Además de su costumbre de "hacer de avestruz" cuando estaba en situaciones comprometidas y de utilizar a su pragmática y estricta mujer para salir de ellas. Traza la silueta de su ilustre marido, que abandonó la Marina por la literatura y vivió en un "mundo de fantasía", celoso de su libertad, "exageradamente sensible" para una inglesa, tirano en su hogar y seducido por la figura de Napoleón. Son, en definitiva, los recuerdos de una mujer, de la que su marido decía que tenía "un hipertrofiado sentido del humor", que no perdía la cabeza, a diferencia de su consorte, sobre todo cuando tenía ataques de gota; pero que fue un apoyo imprescindible para que pudiese desarrollar su obra literaria y, sobre todo, su vida sentimental y cotidiana. Jessie incide en la relación de su marido con diversos literatos y en cierta manera expone cómo se forjó un novelista, siempre desde su personalísimo punto de vista y sin profundizar en el proceso de creatividad literaria. Merece la pena leer estas memorias de la persona que más próxima estuvo al novelista y a su obra. No le sobran razones cuando, refiriéndose a su marido que a veces trataba como a un hijo, afirma: "Tengo la absoluta seguridad de ser quien tuvo una conexión más íntima con esa mente tan compleja".

La locura de Almayer

Joseph Conrad
Traducción de Adrià Edo Moreno
Barataria. Madrid, 2011. 229 páginas. 17 euros

Joseph Conrad y su mundo

Jessie Conrad
Traducción de Gabriela Bustelo
Sexto Piso. Madrid, 2011
433 páginas. 22,90 euros

viernes, 13 de enero de 2012

DOS NUEVOS LIBROS SOBRE LOS BEATLES (Diario EL PAÍS)


http://www.elpais.com/articulo/portada/etica/trabajo/Beatles/elpepuculbab/20120114elpbabpor_15/Tes

Escribe Diego A. Manrique.-

Biografía. La bibliografía sobre el cuarteto de Liverpool todavía proporciona sorpresas: aparecen tomos dedicados a su modus operandi en Abbey Road o que narran su despegue comercial, hace ahora cincuenta años. En el pujante sector de la literatura musical, dos nombres se repiten inevitablemente: solo Bob Dylan genera más títulos que The Beatles. Lógico, ya que Dylan sigue activo y se trata de un enigma envuelto en un misterio bla-bla-bla. Aunque la mina de los Beatles no está agotada, ni en investigación ni en interpretación: podemos quedarnos deslumbrados por You never give me your money: the battle for the soul of The Beatles, donde Peter Doggett desarrolla una visión fresca de la trayectoria de los cuatro a partir de 1969, cuando se agriaron las relaciones internas.
El pasado año, la gran novedad traducida fue El sonido de los Beatles. Geoff Emerick, su ingeniero durante la etapa más rompedora, revienta algunos mitos respecto al trabajo en Abbey Road: sí, podían ser torpes y extremadamente desagradables; no, George Martin no siempre llevaba las riendas. Igualmente transmite el pasmo que se sentía alrededor de semejante factoría creativa: "Puse A day in the life y mis compañeros se quedaron sin habla. El sonido, la letra..., no había nada parecido".
Un tomo esencial, algo que no se dirá de Los tesoros de los Beatles, uno de esos libros para la mesa del salón. Pertenece a una serie más vistosa que nutritiva: versiones comprimidas de la historia de un grupo, con un canción-a-canción; el elemento gráfico incluye facsímiles encartados de material para fans. Aquí, son carteles, programas, octavillas; el único documento revelador es el contrato -incompleto y medio quemado- para una de sus temporadas en Hamburgo. Especifica sus compromisos en el club Top Ten: de martes a viernes, tocaban cuatro horas y medía; sábados y domingos, seis. ¡30 horas en directo cada semana! No es la cifra que Malcolm Gladwell les atribuye en Fueras de serie pero queda claro que ya andaban cerca de las famosas 10.000 horas de práctica que ese autor sugiere para alcanzar la maestría en un campo.
Para entender su laboriosidad, demos la bienvenida a Beatles 62. El año del cambio, donde Fernando López Chaurri les sigue día a día, trazando su ascenso desde una modesta fama local a su primer impacto en Reino Unido. Viajamos a un mundo de una austeridad inimaginable: asombra que los Beatles hicieran su desdichada prueba para el sello Decca el 1 de enero de 1962; el día de Año Nuevo era laborable.
El país estaba saliendo de las miserias de posguerra y el ansia de entretenimiento era inmenso. Gracias a su reputación ("¡triunfan en Alemania!"), los Beatles tocaban prácticamente todos los días: el Merseyside rebosaba de locales para actuaciones. The Cavern hasta ofrecía sesiones de mediodía, para el público más tierno. La música ya era obsesión: Liverpool contaba incluso con un semanario sobre su escena musical, Mersey Beat.
Se estaba produciendo un cambio de paradigma musical. Llevados por la inercia, los promotores programaban a los Beatles con bandas de jazz, generalmente dedicadas al denominado trad. López Chaurri ha entrevistado a algunos de los supervivientes, que explican que rockeros y jazzmen se ignoraban, aunque compartieran camerinos y escenarios (y que actuar en Liverpool tenía sus peligros). De cualquier manera, tratándose de grupos de provincia, el éxito no pasaba de ser una fantasía. Además, se ascendía y se caía fatalmente: ese año, los Beatles coincidieron con dos de sus ídolos, Little Richard y Gene Vincent, entonces relegados al circuito de clubes.
Pero tocar era divertido, aunque fuera en un papel subordinado. Para consternación de su mánager, los Beatles ejercían gustosamente de acompañantes de vocalistas como Craig Douglas, Simone Jackson o The Chants. Simultáneamente, también se manifestaba su acerada voluntad de destacar. A partir de un comentario crítico de George Martin sobre las habilidades de Pete Best, despidieron a su baterista, sin siquiera dar la cara. Quizás fue una excusa para resolver tensiones profundas -Best iba a su bola- pero provocó indignación en Liverpool, que desembocó en violencia: hay fotos de George Harrison con un ojo morado. Puede que malinterpretaran el pragmatismo del productor: cuando se presentaron con Ringo Starr a grabar Love me do, Martin le reemplazó con un baterista de estudio, Andy White.
El estudio de López Chaurri es un modelo de erudición. De hecho, su obsesión por el detalle milita en contra de una lectura fácil. Cada concierto de los Beatles fuera de Liverpool supone unas pinceladas sobre la ciudad y el local que les acogió. Estorba más que se incrusten biografías de todos los grupos con los que se cruzaron; hubiera sido deseable trasladarlo a un apéndice, a modo de panorámica de lo que sonaba en aquellos clubes juveniles de los primeros sesenta. A cambio, se echa en falta el marco social y político. A finales de 1962 también salía a la superficie el escándalo Profumo, posiblemente tan decisivo como la irrupción de los Beatles en la relajación de la moral sexual en la sociedad británica.

El sonido de los Beatles. Geoff Emerick y Howard Massey. Prefacio de Elvis Costello. Traducción de Ricard Gil. Urano. Barcelona, 2011. 412 páginas. 21 euros. Los tesoros de los Beatles. Terry Burrows. Traducción de Albert Agut Iglesias. Libros Cúpula. Barcelona, 2011. 64 páginas. 37 euros. Beatles 62. El año del cambio. Fernando López Chaurri. Madrid, 2011. T & B Editores. 303 páginas. 22 euros.

MAS TETAS MENOS DISCULPAS, por Jaime Bedoya (Revista CARETAS)

 

Dos señales anuncian la llegada del verano al sur del continente americano: la primera de ellas es la teta derecha de Susana Giménez. La segunda, la izquierda. Su dueña las ventila a la opinión pública en puntual topless puntaesteño. A manera de mamario saludo estival y mediante médicamente asistido desafío a la gravedad, demarcan cuales esféricos relojes solares la llegada de la estación más feliz del año. Aquella en donde la necesidad de esconder piel, cuero o vergüenza, resulta necia. Es lo que hay.
Otras son las tetudeces que anuncian la llegada del verano peruano. Oscilan acompasadas en rítmico vaivén desinformativo, según el cual el desfalco de 35 millones de soles no es tan grave como la ausencia de partículas de rocas en las orillas de La Herradura. Desde un punto de vista volumétrico sería correcto referirse a los autores de este concepto como tetudos. El regidor municipal Pablo Secada, haciendo gala de la austera exactitud del economista, los ha denominado como dos idiotas que quieren ser alcaldes. Sí, esos dos.
A la Giménez jamás se le ocurriría pedir disculpas por mostrar los estirados dominios de su piel, a pesar que en su caso lo exhibido podría ser solo de interés geriátrico o materia de auspicioso concurso adivinen dónde quedó mi ombligo. Lo cual deja aún más fuera de lugar las extrañas disculpas ofrecidas por Anahí de Cárdenas a razón de añejo topless de hace seis meses en Ibiza.
Por lo único que habría que avergonzarse es por mentir, por robar, por aparentar decencia que no se tiene. Pero esa gente no se disculpa, postula.
Hay una limeña manera de pensar que confunde corrección con qué dirán y libertad con distancia. La única disculpa exigible a la señorita De Cárdenas es la de no haberse dejado acariciar al natural por las bravas aguas del mar de Grau, favoreciendo en cambio con su estampa el líquido elemento de la tierra natal de Locomía, sustancia acaso inmune al encanto de sus atributos.
Dicta el rumor urbano que Polo Campos corrigió varias veces uno de los versos emblemáticos de su vals Y se Llama Perú, tentado de hacer referencia a la debilidad extrema del varón nacional con las postrimerías femeninas. Esta preferencia, empero, no afecta un ápice el intenso simbolismo erótico, materno e individualista de los pechos femeninos. A diferencia de su antagónica retaguardia, su importancia no es un tema cuantitativo sino cualitativo. Así se trate de modestas equivalencias comparables a la picadura de abeja o de los excesos generosos propios de una sandía madura, el pecho femenino, delimitado por la elegante malcriadez de ese último botón desabotonado, revela la madera y fuste de una mujer que habla mirando a los ojos mientras encañona doblemente a su turbado interlocutor.
Ir por la vida con las tetas al aire es una metáfora de personalidad, gracia y transparencia. Valga como metafórica extensión de este mensaje la imprudente pero honrosa honestidad de Jesús Pacsi, caballero natural de Juliaca. Luego de ser masacrado por su esposa, su amante y otras enamoradas más que compartían simultáneamente y sin saberlo sus favores románticos, Pacsi tuvo tiempo –con la cara ensangrentada– de atender a la prensa.

–Oiga, pero usted estaba con media docena de mujeres.
–Bueno, eran cuatro nomás, respondió con una sonrisa sanguinolenta
Ese es el espíritu.