domingo, 30 de octubre de 2011

LA MUERTE DE GADAFI, escribe BERNARD HENRI-LÉVY para el Diario EL PAÍS

 
 
 
http://www.elpais.com/articulo/opinion/muerte/Gadafi/elpepusocdgm/20111030elpdmgpan_1/Tes
Las imágenes de su cadáver. Su rostro, aún vivo pero ensangrentado; parecen ensañados con él. Su cabeza desnuda, extraña y repentinamente desnuda. Me doy cuenta de que siempre lo habíamos visto coquetamente enturbantado; hay algo conmovedor en este detalle, algo que induce a apiadarse de ese criminal.
De nada sirve que me repita a mí mismo que ese hombre era un monstruo.
De nada sirve que repase las otras imágenes, las que me acosan desde hace ocho meses y son infinitamente más perturbadoras: los fusilamientos en masa de los años negros de la dictadura; las caras de los torturados; los ahorcados del 7 de abril y, luego, de todos los 7 de abril, o casi, que hacían las delicias de ese Calígula moderno; los osarios; las huellas de osarios; los muros manchados de sangre que descubrí en todas las etapas de mis viajes; los sepultados vivos a los que la revolución liberó de sus cárceles y, por fin, ya no tienen miedo.
De nada sirve que me diga una y otra vez que ese muerto tuvo mil oportunidades para negociar, para detenerlo todo, para escapar, y que si no lo hizo, si prefirió sacrificar a su pueblo hasta el final, fue porque había decidido, con conocimiento de causa, ir al encuentro de este trágico destino.
De nada me sirve recordar que nosotros, los europeos, no somos los más indicados para dar a nadie lecciones de humanidad revolucionaria, pues tenemos sobre nuestras conciencias las masacres de septiembre de 1792, así como a las mujeres rapadas tras la Liberación, a Mussolini colgado boca abajo y ultrajado, a los Ceausescu abatidos como animales y tantos otros ejemplos de "grupos en fusión revolucionaria" que, según Sartre, en el calor de la acción, se transforman en "jaurías linchadoras".
Ni por esas.
Debo de ser todo un bendito.
O un enemigo irreconciliable de ese mal absoluto que es, en cualquier circunstancia, la pena de muerte.
Pues en este espectáculo hay algo que me pone enfermo.
En esas escenas de linchamiento hay una brutalidad que me indigna y que nada puede excusar.
Peor: la imagen de esa agonía filmada, luego mostrada con complacencia y retransmitida por todas las televisiones del mundo, incluso transformada en fondo de pantalla, ha alcanzado, con ayuda de la técnica, una especie de cima en el arte de la profanación.
Y ni siquiera me refiero a la imagen que vino después, al cuerpo exhibido, medio desnudo, en esa cámara refrigerada de Misrata por la que desfilan unos combatientes alborozados que se filman unos a otros haciendo la V de la victoria junto al cadáver en vías de descomposición. Esos mismos teléfonos móviles que, durante ocho meses, fueron testigos de las peores atrocidades cometidas por el régimen se convierten ahora en herramientas sacrílegas que atentan contra esa ley inmemorial que, desde la Ilíada hasta la fundación del islam, exige respeto para los restos del vencido.
Les digo esto mismo a mis amigos libios de París.
Se lo digo a los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT) a los que consigo localizar por teléfono.
Cuando me llama desde Misrata el comandante del regimiento del que dependían los elementos descontrolados que capturaron a Gadafi, le confieso, también a él, que comparto su alivio; que el de la caída del tirano ha sido un gran día para Libia; pero que las condiciones de su muerte, su puesta en escena y el espectáculo que vino después podrían, si no tienen cuidado, corromper la esencia moral de una revolución hasta hoy casi ejemplar.
Todos lo entienden, creo yo.
Todos los responsables del CNT con los que consigo hablar parecen divididos, como yo, entre la alegría de la liberación y el malestar, por no decir el horror, de este último acto.
Y ese es, por otra parte, el sentido de sus cambios de opinión respecto al destino de los restos mortales del dictador -¿autopsia o no?, ¿comisión de investigación o no?- y a la decisión que toman, con bastante premura, y contra la presión de la opinión pública, de restituírselos a la familia y esclarecer completamente las condiciones de este incumplimiento de las leyes de la guerra.
La verdad es que este asunto es esencial.
Para el futuro de los pueblos de la región es más importante que la reafirmación de una sharía que, oficialmente, está en vigor en la mayor parte de los países arábigo-musulmanes y cuyo sentido sigue dependiendo de la interpretación, más o menos flexible, que se haga de ella.
Cualquiera que haya reflexionado sobre la historia general de las revoluciones no puede ignorar que este es el tipo de episodio simbólico del que dependen, más allá de su imagen, la verdad profunda y el destino de una insurrección democrática.
Pues una de dos...
O bien este crimen cometido en grupo es, como la decapitación del último rey de Francia, según Camus, el acto fundador de la era que comienza, su reflejo anticipado, lo cual sería terrible...
O bien no es un comienzo, sino un final, el último sobresalto de la edad bárbara, el fin de la noche libia, el último estertor de un gadafismo que, antes de expirar, ha necesitado volverse contra su autor e inocularle su propio veneno: pasado ese momento de exorcismo, la batalla por la libertad retomará su curso -aleatorio, sembrado de trampas, pero, en resumidas cuentas, más bien afortunado y fiel a las promesas de la primavera de Bengasi.
Esta segunda hipótesis me parece hoy la más verosímil. Debemos ayudar con todas nuestras fuerzas para que, efectivamente, sea la que tome cuerpo. Es más que un acto de fe: la Libia libre no tiene elección. -


Traducción: José Luis Sánchez-Silva




viernes, 28 de octubre de 2011

LA HUMANIDAD RUSA, escribe Luis Mangriyà (*), para la revista BABELIA del Diario EL PAÍS.


http://www.elpais.com/articulo/portada/Humanidad/rusa/elpepuculbab/20111029elpbabpor_4/Tes

Recientemente Jonathan Franzen ha tenido que matizar el sentido de las alusiones a Guerra y paz que aparecen en su última novela, Libertad: "Parece que estuviera comparándome con Tolstói", ha declarado. "Y eso me hace parecer un idiota". Bueno, un escritor puede ser ambicioso, ¿no? Ya con Las correcciones, Occidente se volcó no sólo en su envergadura novelística, sino en su rescate -digámoslo así- de la Humanidad, una cualidad al parecer perdida en los marasmos de la novela del siglo XX. Estos marasmos son una patología muy poco científica, pues no hay pruebas firmes de que la Humanidad sea una criatura extinguida ni de que los esfuerzos por resucitarla sean necesarios. La Humanidad, como bien nos dice la historia de las ideas, es una creación de la burguesía europea del siglo XVIII, la cual, atenazada entre una aristocracia a la que no podía acceder y un populacho con el que no quería relacionarse, instauró buena parte de su identidad en la universalización de una serie de virtudes "propias" como el gusto por el trabajo, la satisfacción moral, el matrimonio por amor, las alegrías de la familia y, con el tiempo, hasta un cómodo saloncito Biedermeier. Todo esto tuvo, claro, gratas consecuencias como la Declaración de los Derechos Humanos o el agua corriente. Pero también popularizó -y de eso se trataba- una serie de universales que tardaron un poco en mostrar lo interesados que eran sus rasgos: el llamado "relativismo" del siglo XX -ese que atacan los obispos y los biólogos, por fin reconciliados- tuvo un gran papel a la hora de denunciarlos.



La Gran Novela y la Humanidad establecieron un pacto que sigue plenamente en vigor, y rara es aún la novela que no suponga una apología o una refutación de los valores burgueses. La gran mayoría de los novelistas del gran siglo ruso no eran burgueses: Dostoievski, hijo de un médico, quizá fuera la excepción, y ciertamente el más prolijo partidario de la Condición Humana. La vena aristocrática o señorial de muchos de estos escritores los llevó a interrogarse por el modelo de héroe épico y por el destino de las tierras, preocupaciones poco burguesas. Pero todos ellos, de un modo u otro, contribuyeron a definir al Hombre que aún campa por nuestro siglo y sus novelas, aunque lo hicieran interesándose más por sus contrafiguras: no por el individuo laborioso, sino por el ocioso o el nihilista; no tanto por el virtuoso como por el abyecto; no por el matrimonio feliz sino por el fracasado; no tanto por la familia sólida y productiva como por el nido de rencores, deshonras y hasta parricidios. Entre tanta pericia novelesca, también quisieron saber, sin agotarse y desde diversos ángulos, dónde empezaba y terminaba lo Humano.
Pushkin ya se extrañaba de que el Hombre no incluyera a la mujer y algunas de sus heroínas reivindican la inteligencia, nunca señalada por el Hombre, de la mujer rusa; algunos narradores de Turguénev, modernísimamente desvirilizados, se atreven a decir que lloran "como una mujeruca", una asociación insólita en el siglo XIX, no sólo en Rusia. Por su parte, la servidumbre (no abolida hasta 1861 por Alejandro II, se dice que influido por la lectura de Turguénev) y otros extremos del zarismo inspiraron tremendas narraciones sobre lo infrahumano, desde los presos de Siberia de Dostoievski hasta los niños hambrientos de Chéjov y, sobre todo, el mundo brutal y sin justicia de los "exhombres" de Gorki. Por otro camino, muy apartado pero igual de concurrido, vagaba el peregrino, el místico, el anacoreta, el hombre que, habiendo dejado de ser Hombre, quizá así lo empezara a ser, y que tanto cautivaría a Tolstói en las últimas décadas de su vida. El gran siglo de la literatura rusa tuvo, por supuesto, otras figuras y otros secretos, pero éste es su tradicional legado. La literatura posterior no ha dejado, algo cohibida, de querer emularlo.



Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) es escritor, traductor y editor en Alba Editorial. Entre sus últimos libros están Habitación doble (Anagrama, 2010) y Cuentos de los 90 (Caballo de Troya, 2011). El romanticismo ruso en época de Pushkin . Museo Nacional del Romanticismo. Calle de San Mateo, 13. Madrid. Hasta el 18 de diciembre.

jueves, 27 de octubre de 2011

LA APOTEOSIS DE EL (Escribe Martín Caparrós - Blog PAMPLINAS)


Escribe Martín Caparrós.-

Todas las muertes son tristes, despiadadas; muy pocas son útiles. Si hay una que, más allá de legítimos dolores, lo fue, fue la del ex presidente Néstor Kirchner, de la que hoy se cumple un año triunfal.
Alguien, en estos días, subrayó que los tres presidentes –peronistas, por supuesto– que fueron reelectos en la Argentina contemporánea tenían algo en común: tanto el general Perón como el doctor Menem y la doctora Fernández habían sufrido, en el año anterior a su reelección, la muerte de un pariente muy cercano: dos cónyuges, un hijo.
Yo no lo tenía presente cuando escribí, hace dos años, el artículo más raro que publiqué en mi vida. Era el 15 de mayo de 2009, la popularidad de los doctores Kirchner estaba en mínimos históricos, y yo solía armar unas historias que parecían ficción para la contratapa de Crítica de la Argentina. Ésta se llamó La solución final, y contaba la historia de un "Comando Conspiraciones" que se preguntaba cómo hacer para ganar las elecciones que el kirchnerismo, entonces, tenía casi perdidas. La conclusión era clara y espantosa, y el Comando decidía seguirla hasta sus consecuencias más letales.

"–¿Y entonces?

–No se hagan los boludos, muchachos, que me entendieron perfecto.

Los tres hombres se miraron como se miran los que no quieren ver lo que están viendo: la esposa manoteando una entrepierna ajena, el telegrama de despido, aquella foto de sus veintiuno.

–¿Vos querés decir que para que hagamos una buena votación en junio se tendría que morir alguien?

Le preguntó despacito el segundo, muy flaco, barba rala, sus ojeras.

–Vos sabés que estoy diciendo eso.

–¿Pero quién, animal, de quién estás hablando?

–¿De quién voy a estar hablando?

El mozo llegó con la segunda botella de montchenot y un par de provoletas bien doradas. El tercer hombre, pelo largo entrecano, prestancia de caudillo antiguo, amagó una sonrisa: ¿pingüino o pingüina?

–Veo que ya nos vamos entendiendo."

Meses más tarde la realidad se hizo cargo de las fantasías del Comando. El doctor Kirchner se murió de una muerte que todos le anunciaban y él no llegaba a imaginar. Ese día publiqué una columnita en El País diciendo que “en la Argentina no hay político más poderoso que la muerte –y vuelve y vuelve y no nos suelta”.
Ahora, a un año de su fin, el doctor Kirchner ya es una comisaría de Resistencia, la ruta 40 de San Juan, una calle de Tucumán, la avenida principal de Río Gallegos, la costanera de Caleta Olivia, el centro integrador Puerto Esperanza, Misiones, una calle de Paraná, una plaza de Ushuaia, un hospital de Florencio Varela, la sede de la Unasur en Buenos Aires, el Torneo Clausura del Fútbol argentino, la ruta 66 de Jujuy, una escuela y un barrio de Albardón, San Juan, un barrio de viviendas sociales en La Plata, una escuela en El Impenetrable, una comisaría en Puerto Rico, Misiones, un centro de estudios “para la integración de los pueblos latinoamericanos” en Buenos Aires, una escuela de Santiago del Estero, un cine-teatro en Palpalá, Jujuy, una calle y una plaza en San Vicente, un puente de Cosquín, un túnel vial en Carupá, el auditorio del Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora, la ruta de entrada al Parque Nacional Pre-Delta en Entre Ríos, el aeropuerto de Villa María, la terminal de ómnibus de San Rafael, la terminal de ómnibus de Santiago del Estero, la terminal de ómnibus de Jujuy, el acceso principal de Pehuajó, un paseo costero en Calafate, una plazoleta en la ciudad de Buenos Aires, la ex ruta provincial 26 en Pilar, una plaza de Escobar, una beca para estudiar en Nueva York, un túnel de 800 metros en José C. Paz, un barrio de viviendas sociales en Tartagal –y siguen firmas, proyectos, nominaciones varias. No hubo aviso oficialista en esta campaña electoral que no lo tuviera entre sus imágenes más repetidas.
Hoy, entre otras cosas, se inaugurará su mausoleo en Santa Cruz; es lo que los antiguos llamaban una apoteosis: el momento en que un hombre era ascendido a dios –o esa versión moderna del dios que convinimos en llamar mito: los Grandes Muertos Siempre Vivos. Los mitos suelen ser una construcción lenta, un efecto de años y de muchos; aquí, ahora, el contrasentido de un mito instántaneo creado por el poder se desarrolla ante nosotros. Es curioso -un privilegio raro- ver cómo se arma un mito: con qué herramientas, recursos, firuletes. Por supuesto hay, para empezar, un relato totalmente sesgado de la vida de un hombre que, como todos, hizo cosas muy dispares -pero la historia mitificadora elude su apoyo a ciertos militares de la Dictadura, su largo rechazo a los defensores de los derechos humanos, su relación con Carlos Menem, su participación en la entrega de los recursos nacionales, sus negocios turbios. El mito se alimenta de otros ritos: su nombre se ha vuelto el nombre de innumerables cosas pero su viuda nunca lo pronuncia; todo lo nombra menos ella, que lo nombra sin nombres, como si no necesitara nombres, como si todos los nombres lo nombraran: sigue diciendo Él, como quien nombra a aquel dios innombrable y vengativo de la Biblia.
El mito se alimenta de esos ritos, y los ritos no paran, no pueden parar si quieren cumplir su cometido. Hoy los habrá por toda la Argentina, de todas formas y colores, con más y menos contenido, con menos y más magia. Ninguno, quizá, tan prístino como el de la señora Bonafini, que lidera desde hace treinta años a las Madres de Plaza de Mayo y esta tarde conducirá una radio abierta para “hablar con él”. “Se cumple un año del día en que Néstor, sin avisarnos, se mudó a otro planeta. Pero aunque no nos avisó, porque se fue de golpe, nos dejó un legado increíble de enseñanzas políticas”, dice su comunicado. Por eso, dice, hoy “hablaremos con él y le agradeceremos todo lo que nos dio”.

El diálogo recién está empezando -y dirá tanto sobre la Argentina.


(*) Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta y Rey de España. En España, su libro más reciente es Contra el cambio; en Argentina, Argentinismos.

El Blog Pamplinas es un intento –insistentemente fracasado– de mirar el mundo desde la Argentina, o la Argentina desde algún otro mundo. Con esa premisa, el autor pensó llamarlo Cháchara, pero le pareció demasiado pretencioso. Desde las pampas argentinas, pues: Pamplinas.


Reglas del juego

Si yo tuviera intenciones haría una declaración de intenciones, si tuviera algún fin hablaría de principios, si tuviera los medios hablaría de su libertad. Si no fuera tan ambulante redactaría un preámbulo, si tuviera alguna lógica la prolongaría en un prólogo, si me importara el orden me lanzaría a un exordio, si creyera en un dios daría una premisa. Si no fuera tan pudoroso intentaría una introducción, si no temiera la rima fácil aprestaría un introito, si hablara en general me lanzaría a una proclama, si supiera pronunciar las erres sería perorata.
Pero siendo, en síntesis, un ambulante sin fines ni intenciones, sin medios ni osadías, sin dios ni lógica ni orden, particular y temeroso, tan poco pronunciado, tendré que limitarme a hablar, que es tanto más difícil.
Para hablar emprendo estas Pamplinas: para hablar de cosas sin sentido, vidas sin sentido, países sin sentido –con todos los sentidos. Las emprendo porque a veces se me ocurren cosas que querría decirle a alguien –y casi nunca sé quién es. Así que aprendí, desde casi chico, que escribir es como hablarle a nadie –o a tantos, que es una forma tolerable de ser nadie. Emprendo estas Pamplinas para hablarle a nadie y, así diciendo, escuchar a algunos.
O sea: que me interesan la interacción, las discusiones, ciertos ruidos sordos. Los que quieran comentar, comenten; los que quieran putear, piensen si realmente es lo que quieren. Y, si sí, piensen por qué. Entonces, en lugar de putear, escriban esos argumentos. Quizás incluso se sorprendan.
Gracias, hasta ahora.
Martín Caparrós.



martes, 25 de octubre de 2011

CONTAGIO, de Steven Soderbergh (www.otroscines.com - Buenos Aires, Argentina))



Diego Batlle
 

Estrenada el 27 de Octubre de 2011
 http://www.otroscines.com/criticas_detalle.php?idnota=5821

Contagio (Contagion, Estados Unidos/2011). Dirección y fotografía: Steven Soderbergh. Con Matt Damon, Kate Winslet, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Laurence Fishburne, Marion Cotillard, Elliot Gould, John Hawkes, Bryan Cranston y Jennifer Ehle. Guión: Scott Z. Burns.. Música: Cliff Martinez. Edición: Stephen Mirrione. Diseño de producción: Howard Cummings. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 106 minutos. Apta para mayores de 13 años. 

 
Se sabe que Steven Soderbergh es uno de los pocos directores de Hollywood que hace (casi) lo que quiere. No sé si es por su prestigio, por su imagen o por su poder de convencimiento, pero lo cierto es que -cuando no filma proyectos experimentales e hiper independientes- se las ingenia para convocar elencos pletóricos de figuras.

En su nueva película, el prolífico realizador de La gran estafa, Traffic y Erin Brockovich consiguió nada menos que a Matt Damon, Kate Winslet, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Laurence Fishburne, Marion Cotillard, Elliot Gould y varios más para que trabajaran en este thriller apocalíptico sobre un arrasador virus (originado en Hong Kong por una combinación entre murciélagos y cerdos) que causa millones de víctimas.

Película coral (el protagonista es Matt Damon pero no está demasiados minutos en pantalla), Contagio pasa de personaje en personaje (y va y viene en el tiempo) para exponer los estragos de la pandemia y el caos que se genera también en una sociedad dominada por el pánico y la paranoia.

Es extraño ver a grandes estrellas de Hollywood (Winslet y Paltrow lo son) muriendo en pantalla a los pocos minutos (a la cabeza de Gwyneth, pobrecita, se la hace una autopsia que generará más de una repulsión) o a Jude Law interpretando a un blogger de San Francisco dueño de un cinismo y de un oportunismo rayano con lo enfermizo. Incluso cuando parece que cerca del desenlace va a ceder a la tentación del lugar común sentimentalista del melodrama familiar, lo gambetea a-lo-Bochini y entrega una impecable escena final.

Es que Contagio es un film que se aleja por completo tanto del amarillismo como de la demagogia. Soderbergh resulta un digno heredero del cine de los años '70 y propone una narración seca, tensa, urgente y visceral, sostenida por un gran trabajo de cámara (digital), una edición vertiginosa y una climática banda sonora compuesta por Cliff Martinez.

Puede que la película perturbe a cierto sector del público (a mí hasta me incomodaban las toces de otros críticos durante la proyección de prensa) más habituado a películas condescendientes, que generan una mayor empatía con los personajes y que entregan un "mensaje" conciliador y bienintencionado, pero creo que en el actual contexto de Hollywood poder apreciar un film tan a contracorriente y a la vez inteligente resulta una verdadera rareza. Bienvenida sea.

lunes, 24 de octubre de 2011

GESTION ES LA CLAVE, escribe CECILIA BLUME (Diario CORREO)



http://diariocorreo.pe/columna/45093/gestion-es-la-clave/


Dado el posible impacto de la crisis internacional en el Perú, el gobierno ha emitido un Decreto de Urgencia para impulsar el gasto estatal, que deberá sustituir al privado en estos momentos donde la incertidumbre hace pensar dos veces antes de invertir.

Si bien el MEF puede inyectar dinero y aliviar trámites para que se llegue a gastar, sobre todo en pequeños proyectos de inversión que den trabajo y se puedan hacer rápido, lo que no logramos afrontar como país es el bajísimo nivel de gasto de los gobiernos regionales y locales. A la fecha, los gobiernos municipales han ejecutado únicamente el 32% de su presupuesto de inversión y estamos en octubre. La descentralización no ha sido eficiente y el gobierno central ha desatendido la falta de gestión, conformándose con ser puntual en sus transferencias.

Cuando pensamos en dejar que los gobiernos subnacionales, que estaban más cerca al ciudadano solucionaran sus problemas, imaginamos un país con capacidad para hacerlo. Desafortunadamente, la falta de ejecución o incapacidad en la gestión demuestra que nos equivocamos. Probablemente esto que señalo es políticamente incorrecto, pero es la razón del porqué no se camina igual en el gobierno central que en los subnacionales -sin olvidar tampoco que el gobierno central también presenta fallas de ejecución.

Además creo que no hay una comunicación clara entre el gobierno central y los ciudadanos. No me refiero únicamente al mutismo presidencial. Creo sinceramente que en un momento como el actual, TODOS los peruanos tenemos que tener bien claro hacia donde vamos.
No entiendo la paralización de Yanacocha y la inacción pública. ¿No es que los mineros tienen que extraer mineral y venderlo para que el Estado tenga 3000 millones de soles más para gastar en alivio de la pobreza? ¿Cómo se hará si el alcalde de Encañada no tiene mejor idea que pedir 200 millones de aporte social y el gobierno central no sabe/no opina? ¿A quién van a culpar cuando no se recauden los 3000 millones?

Los países están formados por ciudadanos, todos responsables. No se trata que únicamente los gobernantes sean responsables del país. Quizá son más responsables en ciertos aspectos, pero todos tenemos que sacar al Perú adelante. Para eso necesitamos reconocer que la "gestión" es cada vez peor y que ese es el cuello de botella. Busquemos mejorar: ¿Cómo? Con mejores profesionales, mejor pagados y bien incentivados. ¿Existen? Sí. ¿Quieren trabajar para el Estado? No. ¿Por qué? Porque el contralor presume delitos, el ministro de Justicia quiere crear procuraduría ad hoc, porque hay presunción de delito en funcionarios y porque lo que te queda de sueldos los tendrás que gastar en defensa legal.

Mundo al revés, como pasa mucho en Perú.

domingo, 23 de octubre de 2011

LOS DIOSES INDIFERENTES, Mario Vargas Llosa escribe sobre la magistral serie THE WIRE (Diario EL PAÍS, España)

 

'The Wire' tiene la densidad, diversidad, ambición totalizadora y sorpresas que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma. No lo había visto nunca en una serie de televisión



http://www.elpais.com/articulo/opinion/dioses/indiferentes/elpepiopi/20111023elpepiopi_11/Tes
 
Desde que la serie televisiva The Wire se transmitió he leído tantos elogios sobre ella que no exagero si digo que he vivido varios años esperando robar un tiempo al tiempo para verla. Lo he hecho, por fin, y he gozado con los episodios de las cinco temporadas como leyendo una de esas grandes novelas decimonónicas -las de Dickens o de Dumas- que aparecían por capítulos en los diarios a lo largo de muchas semanas.
Lo primero que sorprende es que la televisión de Estados Unidos -la HBO en este caso- haya producido una serial que critica a la sociedad y a las instituciones de ese país de una manera tan feroz. Probablemente en ningún otro hubiera sido posible; pero, esto no es novedad, pues tanto en el cine como en la televisión norteamericanos es frecuente esa visión destemplada y beligerante de sus políticos, empresarios, jueces, carceleros, banqueros, militares, policías, sindicalistas, profesores, etcétera. La diferencia es que aquellas críticas suelen ser individualizadas: son sujetos concretos los que se corrompen y delinquen, excepciones negativas que no afectan la esencia benigna del sistema. En The Wire ocurre al revés; es el sistema mismo el que parece condenado sin remedio, pese a que algunos de quienes trabajan en él sean gentes de buena entraña y hasta heroicos idealistas como Howard Colvin.
Aunque tiene el clásico esquema de una confrontación entre policías y delincuentes, The Wire rompe a cada paso ese maniqueísmo mostrando que, en el mundo en que transcurre la historia -los barrios negros y miserables de Baltimore, los colegios públicos de la periferia, las comisarías marginales, los almacenes y muelles del puerto, la redacción del principal periódico de la ciudad, The Sun, y las oficinas de la Municipalidad- hay buenos y malos entreverados y que en muchos casos la bondad y la maldad coexisten en una misma persona por momentos y según las situaciones. Lo único que queda claro, al final, es que, en aquella sociedad, casi todos fracasan, y, los pocos que tienen éxito, lo alcanzan porque son unos pícaros redomados o por obra del azar.
Una obra semejante debería dejar una sensación profundamente pesimista en el espectador, y, sin embargo, sucede todo lo contrario. Pese al fatalismo que preside la vida de esas gentes, hay entre los policías, los camellos vendedores de drogas, los ladrones, los matones, los periodistas, los profesores, gentes tan entrañables como el detective borrachín y parrandero Jimmy McNulty, o el policía convertido en maestro de escuela Roland Prez Pryzbylewski, el tierno adicto y confidente Bubbles, o los estibadores que ven, impotentes pero risueños, la desaparición de los astilleros que les han dado de comer y ahora los dejarán en el paro y el hambre. Gracias a ellos, uno sale reconciliado con la fauna humana, esa sensación de que, a pesar de que todo anda mal, la vida vale la pena de ser vivida aunque sólo sea por aquellos momentos de alegría que se viven disfrutando un trago en el bar de la esquina con los compañeros, o recordando aquella noche de amor, o la emboscada que tuvo éxito y -¡por una vez!- mandó al asesino entre rejas.
Los dos autores de The Wire, el ex periodista David Simon y el ex policía Ed Burns, trabajaron muchos años en el mundo que describe la serie. El primero de ellos dice que la concibieron como una novela filmada, y, también, que la mayor influencia que ambos reconocen es la de la tragedia griega, pues, en su historia, también la suerte de los individuos está fijada desde antes de nacer, por "unos dioses indiferentes" contra los que es inútil rebelarse. Algo de cierto hay en ambas afirmaciones. The Wire tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma (en verdad, no es así, pues la vida que muestran es la que inventan), algo que no he visto nunca en una serie televisiva, a las que suele caracterizar la superficialidad y el esquematismo. También es verdad que un destino fatídico parece regir la vida de toda la fauna humana que la habita, algo que, justamente, da a sus esfuerzos por escapar a ese cepo invisible que la atenaza, un carácter dramático, patético y a veces hasta cómico.
¿Es la vida así, como la viven esos simpáticos y antipáticos pobres diablos? En absoluto. La vida de The Wire es la vida hechizada de las buenas ficciones, una vida amasada con pedazos de realidad que pasaron por la memoria, la imaginación y la destreza de unos guionistas, directores, actores y productores que se las arreglaron, por fin, para escapar de las banales series de entretenimiento a que nos tiene acostumbrados la pequeña pantalla y realizaron una obra auténticamente creativa: un mundo original, tan persuasivo en su coherencia y en su transcurrir, en la psicología de sus tipos humanos y en las peripecias de las que son autores o víctimas, en la riqueza de su jerga barriobajera, de sus dichos, de su mitología, de su mentalidad, que parece la pura verdad (ese es el triunfo de las grandes mentiras que son todas las buenas ficciones).
Como cada episodio de The Wire es tan endiabladamente entretenido, el espectador tiene la impresión de que, al igual que otras series, ésta también es pura diversión pasajera que se agota en ella misma. Pero no es así. La obra está llena de tesis y mensajes disueltos en la historia, que transpiran de ella e impregnan la sensibilidad de los televidentes sin que éstos lo adviertan. El más inequívoco es la convicción de que la lucha contra las drogas es una empresa costosa e inútil que nunca tendrá éxito, que sólo sirve para asegurar a la marihuana, la cocaína, el éxtasis y toda la parafernalia de estupefacientes naturales o químicos un mercado creciente, para causar más delincuencia y sangre en los barrios donde se trafica y para asegurar pingües ganancias a la multitudinaria maquinaria que se ocupa del tráfico.
La otra es todavía más inquietante: en las sociedades libres de nuestros días, la justicia pasa cada vez menos por las instituciones encargadas de garantizarla, como son la policía, las autoridades y los jueces, y cada vez más por las propias mafias y por individuos solitarios que, sabedores de la inutilidad de recurrir al sistema en busca de reparaciones o sanciones para los abusos de que son víctimas, ejecutan la justicia por su propia mano. Uno de los personajes más fascinantes de la serie es Omar, ladrón que roba a ladrones (y, por eso, según el refrán, debería tener cien años de perdón) y, de una manera más bien instintiva y casi animal, desface entuertos y castiga, infligiéndoles su propia medicina -es decir, la muerte-, a los asesinos del barrio. Que lo mate uno de esos niños de la barriada para los que su solo nombre es leyenda, tiene un siniestro simbolismo: en esos niveles de aislamiento y desamparo la civilización no llega ni llegará nunca y la única justicia a la que pueden aspirar los infelices que allí habitan la deparan los propios delincuentes o el azar.
The Wire no es menos pesimista en lo que se refiere a la política ni al periodismo. Ambas parecen actividades donde la decencia, la honradez y los principios son triturados por una maquinaria de malas costumbres, inmoralidad o negligencia contra la que no hay amparo. El alcalde Tommy Carcetti, antes de ser elegido, era un hombre bien intencionado y limpio, pero, apenas llega al poder municipal, tiene que hacer los pactos y concesiones necesarios para no perder terreno y termina tan hipócrita y cínico como su predecesor. El jefe de redacción del The Baltimore Sun descubre que uno de sus redactores falsea las noticias para hacerlas más atractivas y, al principio, trata de sancionarlo. Pero los dueños del diario están encantados con el material escandaloso y aquel, entonces, para salvar su puesto, debe inclinarse y mirar al otro lado. Que el periodista sinvergüenza reciba, al final de la serie, el Premio Pulitzer, lo dice todo sobre la visión amarga que The Wire ofrece sobre el alguna vez llamado cuarto poder del Estado.
Quisiera terminar con una crítica a la visión de la sociedad norteamericana de esta serie televisiva magistral: su existencia y el hecho de que haya sido difundida por HBO es el desmentido más flagrante a su desesperanza y a su sombría convicción de que no hay redención posible para Baltimore ni para el país que cobija a esa ciudad. Que se pueda decir lo que ella dice a los televidentes de esa manera tan eficaz y convincente es la prueba mejor de que aquellos dioses indiferentes no son omnipotentes, que, al igual que sus antecesores griegos, adolecen de vulnerabilidad y pueden ser a veces derrotados por esos humanos a los que zarandean y confunden.


© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

HISTORIAS EXTRAORDINARIAS DE CHARLY GARCÍA (Escribe María Pía Barrientos, para el Diario EL COMERCIO)

 
 
http://elcomercio.pe/espectaculos/1322300/noticia-verdad-historia-rasguna-piedras-6-mitos-sobre-charly-garcia


MARÍA PÍA BARRIENTOS @pia_barrientos
Redacción Online


Charly, el genio, el loco, el hombre que contra todo pronóstico y a pesar de los excesos cumple hoy 60 años. El músico imparable del que mucho sabemos y poco comprendemos. Tal vez para entenderlo sea necesario conocer, recordar y desentrañar algunos de los mitos y anécdotas que rodean su nombre, uno que ya es leyenda.


1. RASGUÑANDO MEMORIAS
Una de las incógnitas más fascinantes gira en torno a “Rasguña las piedras”, uno de los temas más conocidos de “Sui Generis”.

“Charly estaba desolado. El amor de su vida había muerto. Sin embargo, la noche del entierro, el argentino tuvo un sueño apocalíptico: veía a la mujer de su vida gritando desesperada. Presa de la locura. Tras despertar, el cantante fue inmediatamente al cementerio donde yacía su amada y luego de armar un escándalo consiguió que exhumaran el cuerpo, encontrándose con una escena que parecía sacada de un cuento de Edgar Allan Poe: la tapa del cajón estaba repleta de arañones, sangre y uñas. Su novia había sido enterrada viva. Tenía catalepsia. Desolado, Charly escribió “Rasguña las piedras””, me contó un imaginativo galán de turno hace años. Me pareció fascinante. Sin embargo, esta increíble y casi historia es falsa.

Otra versión indica que el tema habla sobre el golpe militar del 76 en Argentina y cuenta la trágica historia de los muertos y desaparecidos, de los detenidos que tenían que escuchar por horas cómo eran torturados los demás. Sin embargo, realmente esta canción fue compuesta un par de años antes del golpe. Felizmente, en 1993, el mismo Charly aclaró, en una entrevista a Felipe Bianchi, la verdad sobre su canción.

“¿Es cierto que escribiste “Rasguña las piedras” en homenaje a una novia que tenía catalepsia?”, le preguntó el periodista. “No tengo la menor idea de a quién se le ocurrió eso. De verdad. Incluso hay más versiones. También dicen que la muerta era mi hermana. ¡Boludeces! Es un mito. Ni catalepsia ni nada. La canción es pura fantasía poética y la hice un día cualquiera. Estaba viviendo con María Rosa Yorio en una pensión y ella fue a comprar papas o algo así. Cuando volvió, la canción estaba lista”, explicó el músico.


2. EL OÍDO DE CHARLIE
Tenía solo 8 años. El músico Eduardo Falú estaba en su casa, interpretando algunas piezas, cuando Charly notó algo extraño. “La quinta cuerda de su guitarra está desafinada”, le dijo el genio a su mamá. Tras algunas pruebas, los presentes ratificaron lo dicho por el genio. Charly tenía oído absoluto.

El oído absoluto es un extraño don que muy pocos tienen. Entre los conocidos artistas con esta característica destacan Michael Jackson y Mozart. ¿A qué se refiere esto? A la habilidad de identificar una nota por su nombre sin la ayuda de una nota referencial o ser capaz de producir exactamente una nota solicitada (cantando) sin ninguna referencia.


3. CANCIÓN PARA SU MUERTE
Según cuenta una historia que ya suena a leyenda, en 1971 García fue enviado al servicio militar, cosa que no le gustaba nada, por lo que decidió oponerse y hacer todo lo posible para escapar. En el segundo mes de servicio, tras insultar a un oficial, el intérprete de “Say no more” fue enviado al sur de Argentina, donde, gracias a las influencias de su madre, al final no fue. En cambio, lo trasladaron al llamado Campo de Mayo.

Tiempo después el músico decidió que tenía que salir de allí, fingiendo primero locura y luego enfermedad. Luego decidió recurrir a opciones más arriesgadas, así que se intoxicó con pastillas, por lo que fue enviado al hospital. Tras recuperarse, el argentino escribió la emblemática “Canción para mi muerte” sobre esta experiencia. Sin embargo, nada parecía ser suficiente para que lo retiraran del servicio militar. Ante situaciones extremas soluciones extremas, dicen.

Un día García decidió hacer algo tremendo: tomó el cuerpo inerte de un oficial caído y, en una silla de ruedas, lo sacó a pasear. “Lo vi muy pálido”, dijo cuando lo sorprendieron. Tras ser sometido a múltiples exámenes psicológicos, fue declarado maníaco-depresivo, con personalidad esquizoide, obteniendo así, a inicios de 1972, su baja y su pase a la ansiada libertad.


4. EL TERROR DE LA PRENSA
Según los periodistas que han tenido el honor de conocerlo, Charly es un entrevistado difícil y hasta agresivo. Aquí el testimonio de la peruana Denise Arregui, quien hace años lo entrevistó.

“Lo esperé 12 horas. El pata estaba con 40 whiskys en la cabeza, medio alterado, agresivo como siempre. Finalmente lo tuve al frente, le hice 4 o 5 preguntas que estuvieron muy bien respondidas, hasta que asumo que la cagué. A Charly García no le puedes hablar de otros músicos y menos de otros músicos de su país. Le pregunté algo de Cerati o de Fito Páez y me dijo: ‘Nena, ¿vos qué estás haciendo, vos me estás preguntando por otro músico que no sea yo?’ Me intimidó totalmente. Me mandó al diablo y me dijo ‘te vas’”, contó la actriz durante una entrevista publicada en el espacio del bloguero Henry Spencer. Definitivamente una historia digna de contar.

Sin embargo, figuras de la talla de la diva argentina Susana Gimenez también temblaron cerca al artista. Una vez la ‘Su’ le dijo: “Estás más gordo”, ante lo que el irreverente García le contestó: “Vos también”.


5. DEMOLIENDO HOTELES
Las historias de hotel del explosivo artista son tan variadas como sorprendentes y entre ellas resalta por supuesto la vez en la que se aventó del piso 9 del hotel Aconcagua, en Mendoza, hacia la piscina.

“Cuánto tiene la pileta”, gritó Charly García desde lo alto de la terraza de su habitación. “Tres metros de hondo”, le respondió uno de los trabajadores del lugar. Sin embargo, antes de escuchar que esta recién estaba siendo llenada, el rockero se aventó a la nada. Pero dicen que hombre precavido vale por dos, por lo que antes de ejecutar su feroz hazaña, el artista aventó un muñeco de madera, el cual se desnucó al chocar en el borde de la piscina. Luego arrojó un muñeco inflable del conocido gato Silvestre que cayó al centro del acuoso blanco del buen Charly, quien luego decidió experimentar la cuestión por sí mismo.

Según el trabajador antes mencionado, este cayó sentado, casi de espaldas. Luego, sonriente y feliz, se lució ante cámaras nadando como si nada hubiera pasado.

Tiempo después, en el 2008, García protagonizó otro incidente en Mendoza que tuvo un final menos feliz. Tras llegar a su habitación con dos mujeres y varias copas de más, el músico habría tenido un altercado con uno de los miembros de su grupo. Luego salió de su suite y comenzó a correr por el pasillo con un extinguidor en las manos, con el que, prácticamente, demolió el hotel.

Tras el escándalo dos patrulleros y una ambulancia llegaron al lugar y el cantante fue inmovilizado y trasladado al hospital y luego a un policlínico, donde pasó algunos días sedado y en observación.


6. ME QUITÓ LA NOVIA, SE LA QUITÉ YO
Aunque no es más que un rumor, muchos afirman que Charly García y su antiguo compañero de Sui Generis, Nito Mestre, se pelearon porque el segundo le quitó la novia a su amigo del bigote bicolor. Sin embargo, años después Charly habría hecho lo propio con su buen amigo Andrés Calamaro, solo que aquella vez la cuestión era algo peor, porque el “Salmón” estaba casado con la damicela que su maestro le arrebató. Se dice que García se fue a vivir en España con Mónica García, la esposa, desde 1992, del intérprete de “Sin documentos”. Desde aquel suceso, ambos no se pueden ver ni en pintura.

Irreverente, explosivo, casi demencial. Así es Charly García. Un ícono de los tiempos modernos, pero especialmente un hombre que siempre hizo lo que quiso, cuando quiso y como le dio la gana.

domingo, 16 de octubre de 2011

¿HA DICHO USTED BRASIL? Por Hugo Neira

 
 

Por Hugo Neira


Venga o no venga Lula, nada perdemos de saber algo –sin cuentos electorales– sobre Brasil. En el Perú un grupo de envanecidos tecnócratas, desde hace treinta años, eliminando de las aulas los cursos de historia del Perú, de América Latina y del mundo, dejaron a millones de peruanos sin referencias. Y así, cualquiera hace el viaje, se saca la foto, y ya, Perú y Brasil igualitos. No pues.
¿Sabe Usted que Brasil arranca su vida soberana como Monarquía constitucional? ¿Que se declara independiente en 1822, pero sin enfrentamiento armado? Resulta que cuando Napoleón toma España y amenaza invadir Portugal, en 1807, el príncipe Juan, Regente, deja Lisboa y con la Corte entera se va al Brasil. ¿Sabe Usted que en 1822, Brasil nace ya como Estado moderno? Porque al irse la Corte a Río, desembarcaron unos 400 sabios, gente de la Ilustración. Acaso por eso, la América posportuguesa guardó su unidad, mientras la que habla castellano se hizo trizas en Estados medianos y liliputienses. ¿Sabe Usted que don Pedro I, el Emperador brasileño, cuando le dijeron de volver a Europa contestó con un célebre “no quero”? ¿Y que solo en 1889 (saque la cuenta), los brasileños adoptan la Velha Republica? ¿Sabe que de 1965 a 1985, al Brasil lo gobiernan generales y mariscales, cinco y sucesivos, Castelo Branco, Costa Silva, Garrastazú Medici, Geisel y Sarney, el último, una excepción, era un civil. ¿Que Brasil bajo el “desarrollismo” se vuelve el primer productor de alimentos del Tercer Mundo? Además, sepa Usted que esos “gorilas” (¿no los llamábamos así?) se dieron el lujo de tener Congreso. O sea, Odría y Velasco con Parlamento, ¿qué les parece? Bajo la autocracia militar que ocupaba el Ejecutivo, hubo bipartidarismo, la ARENA, gobiernista, que obtenía la mayoría, y una bancada de oposición, el MDB, de demócratas. Aquí en cambio han dicho “para qué queremos viejitos”. Los sensatos brasileños los tienen. Dos por cada Estado.
1985. ¿Qué pasó ese año? Los militares se retiran –dejando un país moderno y desarrollado– no sin llamar a un plebiscito que aprueba la elección presidencial directa. El primer elegido fue Collor de Mello, con 53%, a quien suspenden en 1989 por corrupción. A lo que vamos. Hace 30 años, tras la mutación del Brasil, un puñado de trotskistas y comunistas deciden reciclarse, cosa que no han hecho las izquierdas peruanas. Así surge Luiz Inácio Lula da Silva, elegido diputado. No es que quiso de golpe ser presidente. En fin, cómo olvidar la presidencia de Fernando Cardoso (1995-2003) cuyos programas sociales, según Jeffrey Sachs, son enormes, más que Toledo y García juntos. Lo menciono y no por azar. Precede a Lula la transformación hecha por dictaduras y el socialdemócrata Cardoso. Lo dice el mismo Lula, “no soy el producto de unas elecciones sino de una historia”. Lula corona la exitosa transición brasileña. Aquí la Transición agoniza cada cinco años. Lula viene del mundo obrero, no es caudillo ni militar. Llegó con un partido de trabajadores, “Trabalhista” que aquí no hay. Lula, político, tamizó su programa, al tercer intento.

Acabo de estar en Río, invitado por el sabio Edgar Morin a un coloquio. Escribo estas líneas porque los peruanos merecen que no se les engañe. Aquí manosean el tema de Lula para vestirse con lo ajeno. Brasil es grande pero distinto. ¿Saben que su población procede de la inmigración europea al 51%? De amerindios queda un 2%. No nos confundamos. Su historia política se ha roto varias veces, “segunda república”, “tercera república”, y han padecido, pero tienen algo que no tenemos: flexibilidad, cordura, paciencia. Portugal usó la Inquisición para expulsar sus reos al Brasil colonial. ¿Se pobló con disidentes? Acaso y por eso, los brasileños no son dogmáticos. Aquí, al contrario, fabricamos ortodoxia, “economía nacional de mercado”. No, pues.

Nota bene. El dueño de la balanza parlamentaria es Toledo. Y la democracia consiste en que nadie se vuelva Chávez por vía de bancadas.

TANTALEAN. GLORIA Y NINGUNEO (Por Hugo Neira - Diario La República)



http://www.larepublica.pe/columnistas/campo-de-marte/tantalean-gloria-y-ninguneo-25-08-2011

Escribe Hugo Neira (*)
 
¿Saben una cosa? Me cuesta escribir estas líneas. Por el dolor de la pérdida del amigo y también el sino de esa vida. Escribo en este diario regularmente, desde los años 90, desde el fragor de la actualidad bajo Fujimori. Esta tarea de comentar, confieso me es grata.
No en el caso presente. Porque me parece que hay que decir un par de cosas, acaso dolorosas. Cierto, la muerte de Tantaleán ha permitido resaltar su calidad como persona, en prensa y medios. Eso estuvo bien. Pero mi temor es que esas Coronas Fúnebres (así se llamaban en épocas menos áridas) se han detenido en su bondad e inteligencia, sin abordar el signo trágico de esa salida de escena.

Me han escrito amigos. Javier se ha muerto en Sepahua, (Atalaya-Ucayali) en el corazón de la selva. Para llegar a ese lugar, hizo un viaje de 20 horas –¡20 horas!– pasando por Ticlio, carretera central, cuya abra está a 4818 metros. Y luego bajó a más de 35 grados de calor. ¿Qué hacía Javier Tantaleán, pregunto, en esa expedición más que riesgosa? La última vez que nos vimos, le pregunté por su salud, cosa normal en gente de nuestra edad. Sobre la suya me dijo, “bajo control”, pero tocándose el lugar del corazón. Y no dijo más, así era de reservado. La cosa casi se me había olvidado, dada la conversación y proyectos comunes. ¿Pero el dedo sobre las coronarias?

Del riesgo que tomó se ha hablado. De su entrega, de ir a cumplir con un programa educativo, acaso con nostalgia de los rumanacuy de los años 80. Y está claro el pedido de ser velado en su partido, bajo la estrella aprista. Todo eso es cierto y lo inscribe en una lógica de implicancia. Pero dado el lugar, y las circunstancias de sus últimos años, creo que ese viaje se inscribe en una lógica de ruptura. En la soledad de un cuarto de hotel quien tenía numerosos hijos, nietos, familia, amigos, y por otra parte sus compañeros, ¿un gesto casual? Ese viaje tiene algo de corte de mangas, de artista que tira la reverencia y se va como un señor.

Javier estaba viviendo mal. Como tantos intelectuales peruanos –y por eso su muerte sobrepasa el drama personal– de unas consultorías por aquí, unas clases por allá, y en su caso agravado, aprista hasta las cachas. En consecuencia, las dos cosas enormes que cabían en su poderosa cabeza, y en sus servicios, se iban a desperdiciar. ¿Qué sabía Javier? Por una parte, qué es un Estado y en ese dominio, qué nos falta. Por la otra, investigar. Pero para doctores que sepan del Estado, no tenemos instituciones. Para investigar, aún menos. En ambos ámbitos, lo acosaba el ninguneo. Ahora bien, César Campos recuerda en su columna que he dicho en la presentación de un libro suyo, es decir, en persona, “el sabio Tantaleán”. Y en este diario comenté Viru (12 mil kilómetros de historia, 2004). Pero ¿sabio y aprista? A Tantaleán se le maltrató.

Esta nota quizá sea un responso. Rubén Darío escribió uno para Verlaine. “Padre y maestro mágico”, que sabíamos de memoria en colegios peruanos cuando no les habían quitado a los escolares ni literatura ni gramática. Pero ni soy Darío ni ésta es rezo de difuntos, y si lo fuese, será nota indignada: poco o nada aparece de la obra del doctor Javier Tantaleán, graduado en Francia, en sílabos y bibliografías de universidades del Perú. ¿Por obra deficiente? No, aquí la costumbre es ahorrarse el reconocimiento. Evitar el debate, flojera criolla o vieja táctica, no de estudiosos modernos sino de oidores del XVIII. Pese a ello, a ese hombre bueno que fue Tantaleán, jamás le escuché una sola palabra de reproche sobre quienes lo ninguneaban. Así, pregunto: ¿sobre el último y enorme libro con el cual se despide de este país ingrato, caerá el silencio? ¿los historiadores del Instituto Riva-Agüero se van a precipitar para reseñarlo? No lo creo. La práctica de la endogamia universitaria solo toma en cuenta a los de la propia capilla. Acaso Javier se fue señalándonos vicios intelectuales que explican porque en educación, a la cola del planeta. Qué decir sino, en el Perú no mata la muerte sino la desidia.


(*) Hugo Neira Samanez (Abancay, 1936). Realiza sus estudios escolares en el colegio fiscal Melitón Carbajal. Ingresa posteriormente a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a estudiar Historia, en la que fue uno de los discípulos más apreciados del Doctor Raúl Porras Barrenechea.

Escritor, periodista y ensayista, Neira finaliza sus estudios de posgrado en Francia, donde obtuvo el grado de Doctor en Ciencias Sociales. Asimismo, tiene en su haber numerosas de publicaciones, consiguiendo además importantes reconocimientos internacionales.

En 1996, Neira aportó una amplia reflexión sobre nuestra problemática histórica. "Hacia la tercera mitad, Perú XVI-XX. Ensayos de relectura herética" es un libro que continuaba la tradición de los "Siete ensayos" o "Perú: problema y posibilidad", pero poniendo un mayor énfasis en el contexto internacional de nuestro proceso histórico.

sábado, 15 de octubre de 2011

¿COMO MANEJAR EL DESEO INFINITO?, por Leonardo Boff (leonardoboff.wordpress.com)

 


leonardoboff.wordpress.com/2011/10/07/como-manejar-el-deseo-infinito/
 
El deseo no es un impulso cualquiera. Es un motor que pone en marcha toda la vida psíquica. Goza de la función de un principio, traducido por el filósofo Ernst Bloch como principio esperanza. Por su naturaleza no conoce límites, como ya observaron Aristóteles y Freud. La psique no desea solamente esto o aquello, desea la totalidad. No desea la plenitud del hombre, busca el superhombre, aquello que sobrepasa infinitamente lo humano, como afirmaba Nietzsche.

El deseo vuelve dramática, y a veces trágica, la existencia. Pero también, cuando se realiza, produce una felicidad sin igual. Estamos siempre buscando el objeto adecuado a nuestro deseo infinito y no lo encontramos en el ámbito de la experiencia cotidiana. Aquí solamente encontramos finitos.

Cuando el ser humano identifica una realidad finita como el objeto infinito buscado se produce una profunda desilusión. Puede ser la persona amada, una profesión muy deseada, un sueño. Llega el momento, y generalmente no tarda mucho, en que se percibe una insatisfacción de base y se siente el deseo de algo mayor.

¿Cómo salir de este impase provocado por el deseo infinito? ¿Mariposear de un objeto a otro sin encontrar nunca reposo? Tenemos que ponernos a buscar seriamente el verdadero objeto de nuestro deseo. Entrando in medias res, voy respondiendo: es el Ser y no el ente, es el Todo y no la parte, es el Infinito y no lo finito. Tras mucho peregrinar, el ser humano es llevado a hacer la experiencia del cor inquietum (corazón inquieto) de san Agustín: “Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde te amé. Mi corazón inquieto no descansará mientras no repose en Ti”. Sólo el Ser Infinito se adecúa al deseo infinito del ser humano y le permite descansar.

El deseo envuelve energías volcánicas poderosas. ¿Cómo manejarlas? Ante todo, se trata de acoger, sin moralizar, esta condición deseante. Las pasiones empujan al ser humano hacia todos los lados. Algunas lo impulsan a la generosidad, otras al egocentrismo. Integrar sin reprimir tales energías exige cuidado y no pocas renuncias.

La psique está llamada a construir una síntesis personal que es la búsqueda del equilibrio de todas las energías interiores. Ni hacerse víctima de la obsesión por una determinada pulsión, como por ejemplo, la sexualidad, ni reprimirla como si fuese posible debilitarle su vigor. Lo que importa es integrarla como expresión de afecto, de amor y de estética, y mantenerla bajo vigilancia, pues estamos tratando con una energía vital no totalmente controlable por la razón, sino es por vías simbólicas de sublimación y para otros propósitos humanitarios. Cada persona debe aprender a renunciar en el sentido de realizar una ascesis que libera de dependencias y crea libertad interior, uno de los dones más apreciables.

Otra forma de tratar con el deseo infinito es mediante la precaución, que nos previene de las celadas de la propia vulnerabilidad humana. No somos omnipotentes, ni dioses a los que el fracaso no puede tocar. Podemos mostrarnos débiles y, a veces, cobardes. Pero debemos precavernos contra situaciones que nos pueden hacer caer y perder el Centro. Y entonce tenemos que vivir la sabiuría prudencial.

Tal vez una clave inspiradora nos la ofrece C.G.Jung con su propuesta de construir a lo largo de la vida un proceso de individuación. Éste tiene una dimensión holística: asume sin temor y con humildad todas las pulsiones, imágenes, arquetipos, luces y sombras. Oye el rugir de las fieras que lo habitan pero también el canto del tordo sabiá, que lo encanta. ¿Cómo crear una unidad interior cuyo efecto sea el equilibrio de los deseos, la vivencia de la libertad y la alegría de vivir?

C. G. Jung sugiere que cada cual procure crear un Centro fuerte, un Self unificador que tenga la función que el sol tiene en el sistema solar. Él atrae a su alrededor a todos los planetas. Algo similar debe ocurrir con la psique: alimentar un Centro personal que integre todo, con  reflexión y con interiorización, y no en último lugar, con el cultivo de lo Sagrado y de lo Espiritual.  La religión, como institución, no es raro que cercene la vida espiritual por exceso de doctrinas y de normas morales demasiado rígidas. Pero la religión como espiritualidad desempeña una función fundamental en el proceso de individuación. A ella le corresponde ligar y re-ligar a la persona con su Centro, con todas las cosas, con el universo, con la Fuente originaria de todo ser, dándole un sentimiento de pertenencia.

La falta de integración de la energía del deseo se manifiesta por el desgarro de las relaciones sociales, por la violencia asesina practicada en escuelas o en las matanzas de personas negras, pobres y homosexuales.

Aprender a tratar con las fuerzas del deseo implica, pues, una preocupación por la salud social. Una educación humanística, ética y ciudadana no deberá dejar de lado la educación del deseo. El gran obstáculo reside en la lógica misma del sistema imperante, centrada en el deseo de tener, descuidando los valores civilizatorios de la gentileza, del buen trato y del respeto a la persona. Por el contrario, los medios de comunicación de masas exaltan el deseo individual y la violencia para resolver los conflictos humanos.

La globalización como fenómeno humano nos obligará a moderar los deseos personales en beneficio de los colectivos y así volver más equilibrada y amigable la coexistencia humana.


El autor
Leonardo Boff (* 1938) se Doctoró en Teología por la Universidad de Munich. Fue Profesor de Teología Sistemática y Ecuménica con los franciscanos en Petrópolis; y luego Profesor de Ética, Filosofía de la Religión y la Filosofía de Ecología en la Universidad del Estado de Rio Janeiro.Se cuenta como uno de los iniciadores del movimiento Teología de la Liberación. Es asesor de los movimientos populares. Conocido profesor y conferencista en el país y el extranjero en las áreas de Teología, Filosofía, Ética, Espiritualidad y Ecología. En 1985 fue condenado a un año de silencio respetuoso por el ex Santo Oficio, por sus tesis contenidas en el libro Iglesia: carisma y poder (Grabar).Desde los años 80 profundiza en el tema ecológico como una extensión de la Teología de la Liberación; toda vez que no sólo debe escucharse el grito de los oprimidos, sino también el grito de la Tierra debido a que ambos deben ser liberados. En razón a este compromiso, participa en la redacción de la llamada Carta de la Tierra conjuntamente con Mikhail Gorbachev, S. Rockefeller y otros. Ha escrito varios libros y ha sido galardonado con otros tantos premios.Algunos de sus títulos más importantes: Ecología: Ecología, Globalización, la Espiritualidad (Record), La civilización planetaria (Sextante), La voz del arco iris (Sextante), La atención de Saber (Voces), Ética y ecoespiritualidad (Vero), El hombre: ángel bueno o satanás (Record), El Evangelio del Cristo Cósmico (Record); Iceberg del Arca de Noé (Sextante), Tierra de opciones. La solución de la Tierra no proviene del cielo (Sextante), Proteger el cuidado de la tierra-vida.Como para evitar el fin del mundo (Record), Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres (Sextante) por la que recibió el premio Sérgio Buarque de Holanda como el mejor ensayo social de 1994 en el Brasil. Y en 1997 ese mismo título fue en los EE.UU. uno de los tres libros que fomentó más el diálogo entre ciencia y religión.Junto con Mark Hathaway, escribió en los Estados Unidos El Tao de la Liberación: Explorar la transformación de la Ecología con Prólogo de Fritjof Capra, ganando la medalla de oro de la institución Nautilus para la creatividad intelectual; y fue considerado el libro religioso número uno del año. 
Ha recibido los títulos Doctor Honoris Causa en Política por la Universidad de Turín en 1991; Doctor Honoris Causa en Teología por la Universidad de Lund (Suecia) en 1992; Doctor Honoris Causa en Teología, Ecumenismo, Derechos Humanos, Ecología y Entendimiento entre los Pueblos por la Facultad Estatal de San Leopoldo en 2008 y Doctor Honoris Causa por la Cátedra del Agua de la Universidad de Rosario, Argentina, en 2010. En 2008 la Universidad de San Carlos de Guatemala y la Universidad de Cuenca, en Ecuador, le otorga el título de Profesor Honorario.  
Asesor de la Presidencia de la Asamblea General de las Naciones Unidas durante la administración de Miguel d'Escoto Brockmann (2008-2009). Actualmente participa en el grupo de reforma de la ONU, con especificidad en la Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y la Humanidad. 


EL CARNICERO DE PRAGA, por Mario Vargas Llosa (Diario EL PAÍS, España)


  http://www.elpais.com/articulo/opinion/carnicero/Praga/elpepiopi/20111009elpepiopi_11/Tes


Hace por lo menos tres décadas que no leía un Premio Goncourt. En los años sesenta, cuando trabajaba en la Radio Televisión Francesa, lo hacía de manera obligatoria, pues debíamos dedicarle el programa “La literatura en debate”, en el que, con Jorge Edwards, Carlos Semprún y Jean Supervielle, pasábamos revista semanal a la actualidad literaria francesa. O mi memoria es injusta, o aquellos premios eran bastante flojos, pues no recuerdo uno solo de los siete que en aquellos años comenté.

Pero estoy seguro, en cambio, que este Goncourt que acabo de leer, HHhH, de Laurent Binet –tiene 39 años, es profesor y ésta es su primera novela–lo recordaré con nitidez lo que me queda de vida. No diría que es una gran obra de ficción, pero sí que es un magnífico libro. Su misterioso título son las siglas de una frase que, al parecer, se decía en Alemania en tiempos de Hitler: “Himmlers Hirn heisst Heydrich”  (El cerebro de Himmler se llama Heydrich).

La recreación histórica de la vida y la época  del  jefe  de la Gestapo, Reinhard Heydrich, de la creación y funciones de las SS, así como de la preparación y ejecución del atentado de la resistencia checoslovaca que puso fin a la vida del Carnicero de Praga (se le apodaba también “La bestia rubia”) es inmejorable. Se advierte que hay detrás de ella una investigación exhaustiva y un rigor extremo que lleva al autor a prevenir al lector cada vez que se siente tentado –y no puede resistir la tentación– de exagerar o colorear algún hecho, de rellenar algún vacío con fantasías o alterar alguna circunstancia para dar mayor eficacia al relato. Esta es la parte más novelesca del libro, los comentarios en los que el narrador se detiene para referir cómo nació su fascinación por el personaje,  los estados emocionales  que experimenta a lo largo de los años que le toma el trabajo,  las pequeñas anécdotas que vivió mientras se documentaba y escribía. Todo esto está contado con gracia y elegancia, pero es, a fin de cuentas, adjetivo comparado con la formidable reconstrucción de las atroces hazañas perpetradas por Heydrich, que fue, en efecto, el brazo derecho de Himmler y uno de los jerarcas nazis más estimados por el propio Führer.

“Carnicero”, “bestia” y otros apodos igual de feroces no bastan, sin embargo, para describir a cabalidad la vertiginosa crueldad de esa encarnación del mal en que se convirtió Reinhard Heydrich a medida que escalaba posiciones en las fuerzas de choque del nazismo hasta llegar a ser nombrado por Hitler el Protector de las provincias anexadas al Reich de Bohemia y Moravia. Era hijo de un pasable compositor y recibió una buena educación, en un colegio de niños bien donde sus compañeros lo atormentaban acusándolo de ser judío, acusación que estropeó luego su carrera en la Marina de Guerra. Tal vez su precoz incorporación a las SS, cuando este cuerpo de elite del nazismo estaba apenas constituyéndose, fue la manera que utilizó para poner fin a esa sospecha que ponía en duda su pureza aria y que hubiera podido arruinar su futuro político. Fue gracias a su talento organizador y su absoluta falta de escrúpulos que las SS pasaron a ser la maquinaria más efectiva para la implantación del régimen nazi en toda la sociedad alemana, la fuerza de choque que destrozaba los comercios judíos, asesinaba disidentes y críticos, sembraba el terror en sindicatos independientes o fuerzas políticas insumisas, y, comenzada la guerra, la punta de lanza de la estrategia de sujeción y exterminación de las razas inferiores.

En la célebre conferencia de Wannsee, del 20 de enero de 1942, fue Heydrich, secundado por Eichmann, quien presentó, con lujo de detalles, el proyecto de “Solución Final”, es decir, de industrializar el genocidio judío –la liquidación de once millones de personas– utilizando técnicas modernas como las cámaras de gas, en vez de continuar con la liquidación a balazos y por pequeños grupos, lo que, según explicó, extenuaba física y psicológicamente a sus Einsatzgruppen. Cuentan que cuando Himmler asistió por primera vez a las operaciones de exterminio masivo de hombres, mujeres y niños, la impresión fue tan grande que se desmayó. Heydrich estaba vacunado contra esas debilidades: él asistía a los asesinatos colectivos con papel y lápiz a la mano, tomando nota de aquello que podía ser perfeccionado en número de víctimas, rapidez en la matanza o en la pulverización de los restos. Era frío, elegante, buen marido y buen padre, ávido de honores y de bienes materiales, y, a los pocos meses de asumir su protectorado, se jactaba de haber limpiado Checoslovaquia de saboteadores y resistentes y de haber empezado ya la germanización acelerada de checos y eslovacos. Hitler, feliz,  lo llamaba a Berlín con frecuencia para coloquios privados.
En estos precisos momentos, el gobierno checo en el exilio de Londres, presidido por Benes, decide montar la “Operación Antropoide”, para ajusticiar al Carnicero de Praga, a fin de levantar la moral de la diezmada resistencia interna y mostrar al mundo que Checoslovaquia no se ha rendido del todo al ocupante. Entre todos los voluntarios que se ofrecen, se elige a dos muchachos humildes, provincianos y sencillos, el eslovaco Jozef Gabcík y el checo Jan Kubiš. Ambos son adiestrados en la campiña inglesa por los jefes militares del exilio y lanzados en paracaídas. Durante varios meses, malvivirán en escondrijos transeúntes, ayudados por los pequeños grupos de resistentes, mientras hacen las averiguaciones que les permitan montar un atentado exitoso en el que, tanto Gabcík como Kubiš lo saben, tienen muy pocas posibilidades de salir con vida.

Las páginas que Binet dedica a narrar el atentado, lo que ocurre después, la cacería enloquecida de los autores por una jauría que asesina, tortura y deporta a miles de inocentes, son de una gran maestría literaria. El lenguaje limpio, transparente, que evita toda truculencia, que parece desaparecer detrás de lo que narra, ejerce una impresión hipnótica sobre el lector, quien se siente trasladado en el espacio y en el tiempo al lugar de los hechos narrados, deslizado literalmente en la intimidad incandescente de los dos jóvenes que esperan la llegada del coche descapotable de su víctima,  los imprevistos de último minuto que alteran sus planes, el revólver que se encasquilla, la bomba que hace saltar sólo parte del coche, la persecución por el chofer. Todos los pormenores tienen tanta fuerza persuasiva que quedan grabados de manera indeleble en la memoria del lector.
Parece mentira que, luego de este cráter,  el libro de  Laurent Binet  sea  capaz  todavía  de hacer vivir una nueva experiencia convulsiva a sus lectores, con el relato de los días que siguen al atentado  que  acabó  con  la vida  de  Heydrich. Hay algo de tragedia griega y de espléndido thriller en esas páginas en que un grupo de checos patriotas se multiplica para esconder a los ajusticiadores, sabiendo muy bien que por esa acción deberán morir también ellos, hasta el epónimo final en que, vendidos por un Judas llamado Karel Curda, Gabcík, Kubiš y cinco compañeros de la resistencia se enfrentan a balazos a 800 SS durante cinco horas, en la cripta de una iglesia, antes de suicidarse para no caer prisioneros.

La muerte de Heydrich desencadenó represalias indescriptibles, como el exterminio de toda la población de Lídice, y torturas y matanzas de centenares de familias eslovacas y checas. Pero, también, mostró al mundo lo que, todavía en 1942, muchos se negaban a admitir: la verdadera naturaleza sanguinaria y la inhumanidad esencial del nazismo. En Checoslovaquia misma, pese al horror que se vivió en las semanas y meses siguientes a la “Operación Antropoide”, la muerte de Heydrich mantuvo viva la convicción de que, pese a todo su poderío, el Tercer Reich no era invencible.

Un buen libro, como éste, perdura en la conciencia, y es un gusanito que no nos da sosiego con esas preguntas inquietantes: ¿cómo fue posible que existiera una inmundicia humana de la catadura de un Reinhard Heydrich? ¿Cómo fue posible el régimen en que individuos como él podían prosperar, alcanzar las más altas posiciones, convertirse en amos absolutos de millones de personas? ¿Qué debemos hacer para que una ignominia semejante no vuelva a repetirse?

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Madrid, octubre de 2011