sábado, 29 de enero de 2011

BOB DYLAN, THE ROLLING STONES y THE PIXIES (Diario EL PAÍS, España)


Discos que hicieron historia

Por Rafa Cervera.-
http://www.elpais.com/articulo/portada/Discos/hicieron/historia/elpepuculbab/20110129elpbabpor_37/Tes

En la historia del pop se suele hablar de nombres definitivos, pero lo cierto es que, del mismo modo que hay canciones que adquieren protagonismo propio, también hay elepés que son contemplados como momentos culminantes, ejercicios de ruptura, puntos de inflexión que acaban guiando a generaciones enteras. Creada en 2003 por la editorial británica Continuum Books y con más de setenta títulos publicados, la colección británica 331/3 está consagrada a analizar algunos de esos monolitos musicales, una tarea siempre necesaria para una manifestación artística que evoluciona muy rápido y que genera iconos cuyo significado e importancia no siempre están tan asimilados y razonados como pudiera parecer. La editorial Libros Crudos inaugura la versión en castellano de 331/3 con títulos dedicados a álbumes fundamentales firmados por Dylan, los Stones y los Pixies, a los que en breve se sumarán volúmenes sobre elepés clave de los Kinks (The Kinks Are The Village Green Preservation Society) y Pink Floyd (The Piper at The Gates of Dawn). Mark Polizzotti, autor también de un libro sobre André Breton y de un estudio sobre Los olvidados de Buñuel, firma el ensayo sobre Highway 61 Revisited, el primer álbum completamente eléctrico de Dylan, un disco fundamental tanto para su autor como para el devenir de la cultura pop. Polizzotti no se limita a analizar el álbum canción por canción, sino que lo sitúa en su contexto histórico y reflexiona sobre su repercusión. Lo mismo hace el músico Bill Janovitz, líder de Buffalo Tom, en su libro sobre Exile On Main St., uno de los álbumes más importantes de los Rolling Stones. Mezclando su mirada de músico con la del estudioso admirador, Janovitz traza un recorrido por la obra más ambiciosa de los Stones, grabada en 1972, cuando la banda se encontraba en la cima de su carrera y en el epicentro de su propia leyenda negra. El periodista y profesor Ben Sisario investiga los motivos por los cuales Doolittle hizo que, en 1989, los Pixies hicieran historia. Un álbum cuyas raíces se encuentran en el cine de Buñuel y el Viejo Testamento, así como en la música de Iggy Pop y Captain Beefheart, una furiosa avalancha de sonido que se convirtió en la antesala del grunge. Uno de esos discos que, como bien decía un crítico de The New York Times Book Review hablando de esta colección, pertenece a esa dinastía de álbumes que, para cierto público, resultan significativos y dignos de estudio como El guardián entre el centeno.

Highway 61 Revisited. Mark Polizzitti, Traducción de Jorge Isusi. 176 páginas. Exile On Main St., Bill Janovitz. Traducción de Jaime Gonzalo. 146 páginas. Doolittle. Ben Sisario. Traducción de Íñigo Eguillor. 143 páginas. Los tres libros están publicados por Libros Crudos (Madrid, 2010)

martes, 25 de enero de 2011

ESTOS SON, IDENTIFÍQUELOS...


CIRCOS Y FAENAS
Por Nelson Manrique, para LA REPUBLICA


Las listas de candidatos a parlamentarios presentadas por los partidos que participarán en las elecciones del próximo abril ratifican la crisis del sistema de representación política del país.

Como muestra, el fujimorismo pone en vitrina a defensores de violadores de DDHH, como el abogado Sergio Tapia, defensor del marino Álvaro Artaza, “comandante Camión”, y, cómo no, de Luis Giampietri. Tapia, en asociación con Rafael Rey, candidato a la vicepresidencia del fujimorismo, participó en la elaboración del DL 1097, que promovía la impunidad para los implicados en delitos de lesa humanidad, decreto que tuvo que ser anulado por García ante la enérgica reacción de MVLL y el consiguiente escándalo mundial, y que le costó a Rey su cartera ministerial. Presentan también como candidata al parlamento a Gina Pacheco, una enfermera que no ha ejercido su oficio, que aparentemente está dedicada a atender las emergencias del reo Fujimori. Pacheco está siendo investigada por el MP, y ahora de oficio por el Ministerio del Interior, por presunto lavado de activos provenientes del narcotráfico, falsificación y otros delitos. El escándalo provocado por el descubrimiento de que en la lista fujimorista iba de candidato el guardaespaldas de Vladimiro Montesinos, el comandante (r) Óscar Cáceres, ex jefe del grupo Zeus, obligó a Keiko a retirarlo apresuradamente de la lista. Es de suponer que irán apareciendo nuevas joyitas.
Un hecho positivo que merece subrayarse es el pronunciamiento de algunos candidatos respaldando el matrimonio homosexual. En ese sentido se pronunció Alejandro Toledo, aunque luego, ante el escándalo del señor Cipriani, precisó que su partido no apoya los matrimonios gay sino las uniones civiles entre personas del mismo sexo (¿podría alguien explicarme el matiz que me estoy perdiendo?). Se pronunciaron también en el mismo sentido Vladimiro Huaroc y Kenji Fujimori. Es saludable que candidatos de muy diversas tiendas se pronuncien contra formas de discriminación que deben ser erradicadas si se va a construir una verdadera democracia.
El nivel farandulesco de la campaña desplegada por ciertos candidatos como Luis Castañeda, que calificó de “loca” al candidato a la vicepresidencia y congresista de Perú Posible, Carlos Bruce, puede hacer perder de vista temas de fondo. Es el caso de la promulgación por Alan García del DU 001-2011, el 17 de enero pasado. Este DU es un dispositivo legal sumamente grave, que, argumentando la existencia de un escenario de incertidumbre en la evolución de la economía mundial, aprueba “facilitar determinados proyectos de inversión que por su importancia se requiere adjudicar en el corto plazo”, los que se entregarán “a través de asociaciones público privadas y concesiones de obras públicas de infraestructura y de servicios públicos”. Para ejecutar este proyecto, se concentra todo el poder en Proinversión y en el MEF, dejando fuera de juego virtualmente a todas las instancias de fiscalización, otorgando a algunas, a lo más, un mero papel consultivo. No se necesita ser un especialista para comprender que se pretende consumar un gran faenón.
En el paquete se incluye 30 grandes proyectos a ser adjudicados sin fiscalización. Entre ellos, el Terminal Norte Multipropósito del Callao, el Sistema Eléctrico de Transporte Masivo de Lima y Callao línea uno, el Proyecto Isla San Lorenzo-Isla El Frontón, la Línea de Transmisión Trujillo-Chiclayo, la ruta fluvial Yurimaguas-Iquitos-frontera con Brasil, las líneas de transmisión desde Cajamarca hasta Iquitos, grandes proyectos de irrigación, la Autopista del Sol desde Sullana hasta el Ecuador, la Panamericana Sur desde Ica hasta Chile, el Túnel Transandino para unir Lima con Junín, el sistema de distribución de gas natural, de gas natural licuado y de fibra óptica de todo el país, etc.
Se trata pues de enormes proyectos sobre los cuales no debe decidir un gobierno que está a escasos dos meses de la elección de su sucesor. Aparentemente el descalabro del Apra está llevando a García y su corte a intentar forzar negociados que involucran miles de millones de dólares y donde se prevé enormes comisiones.
Que el circo no lleve a perder de vista los temas de fondo.


sábado, 22 de enero de 2011

ROMAN POLANSKI ESTÁ DE REGRESO (Diario EL PAÍS, España)


Escribe Borja Hermoso

http://www.elpais.com/articulo/cultura/rehabilitacion/Roman/Polanski/elpepicul/20110123elpepicul_1/Tes

Se ve que aquel día de 1988, en San Sebastián, Roman Polanski no se había levantado de la cama con buen pie. Corrección. Roman Polanski nunca tiene buen pie cuando se trata de atender a la prescindible y peligrosa prensa. Son demasiados y están demasiado presentes en la cabeza de este cineasta superdotado los prejuicios y temores acerca de lo que vendrá... gente con grabadora queriendo entrar en las partes oscuras de su vida, que son variadas y profundas. Así que el diálogo con el periodista español (hoy eminente crítico de cine) que le entrevistaba con motivo del estreno de su película Frenético, fluyó por los caminos de la tensión, más o menos como sigue:

-Señor Polanski, el mal es algo que ha influido profundamente en su forma de hacer cine y...

-No siga usted por ahí.
-Desde que hizo El cuchillo en el agua, el mal, decía, puede presentarse en sus películas como elemento simbólico, real, relacionado con Satán,...
-Le he dicho que no quiero hablar de eso en la entrevista.
-No estoy hablando de su vida, sino de sus películas.
-No hablaré de eso.
-Pues si no podemos hablar de eso, yo ya he acabado la entrevista.


La media hora de encuentro entre las dos partes irreconciliables quedó en 10 minutos. Todo por culpa del mal, del Mal.
Es relativamente fácil de comprender la tozudez del personaje en la renuencia innegociable a hablar de su vida y en su aversión a la dichosa palabra de tres letras. Sin lugar a dudas estamos ante alguien cuya biografía estuvo vertebrada por sucesivas versiones del Mal y de la desgracia: la muerte de su madre a manos de los nazis, la huida del gueto de Varsovia escapando de la bota esvástica, el asesinato en 1969 de su segunda esposa, Sharon Tate, a cargo de Charles Manson y sus iluminados (para más inri, Manson, que sigue en prisión, acabó grabándose una cruz gamada en la frente); el oscuro y odioso episodio de la supuesta violación de la menor Samantha Geimer en casa de su amigo Jack Nicholson en 1977; la huida de Estados Unidos tras haber cumplido 40 días de cárcel... y, como colofón, la detención en el aeropuerto de Zúrich en septiembre de 2009 y el posterior arresto primero en la prisión suiza de Winterthur y después en su chalé de la exclusiva estación de esquí de Gstaad. Atrás quedaron también otros capítulos negros de su vida, por ejemplo, el asesinato a manos de un sicario de ETA -mientras cenaba en la sociedad gastronómica Gaztelupe durante la tamborrada de San Sebastián el 19 de enero de 1993- de uno de sus mejores amigos, el ex futbolista de la Real Sociedad y empresario donostiarra José Antonio Santamaría, a quien Polanski llegó a dar un minúsculo papel en su película Piratas.
Veintitrés años después de aquella no-entrevista sobre el Mal, Rajmund Roman Liebling (París, 1933) sigue huyendo del mundanal ruido y de su correa de transmisión, la prensa. Sin embargo, la luz se ha vuelto a hacer en la atribulada existencia de uno de los tipos más inquietantes y más brillantes del cine del último medio siglo.
La absolución de Polanski emitida por los jueces suizos y su negativa a atender la demanda de extradición de la justicia estadounidense -que quiere juzgarle sea como sea por el caso Geimer- ha desembocado en una rehabilitación total del cineasta. Si su detención en Suiza ya provocó un indignado movimiento de solidaridad y apoyo por parte de algunos elefantes del cine mundial que pusieron el grito en el cielo llevados por un inquebrantable sentimiento gremial (Pedro Almodóvar, Wim Wenders, Jean-Luc Godard, Bertrand Tavernier, Woody Allen, Martin Scorsese, David Lynch...), la vida reciente del director de El pianista (Palma de Oro en Cannes en 2002 y Oscar al mejor director en 2003) se ha traducido en una incesante gama de éxitos.
Todo comenzó el pasado 4 de diciembre en Tallin (Estonia), durante la ceremonia de entrega de los Premios del Cine Europeo. Tras su personal travesía del desierto, Roman Polanski veía cómo los colegas de profesión le rendían armas en forma de un homenaje plagado de recompensas: premio a la mejor película, al mejor director, al mejor guión, al mejor actor (Ewan McGregor) y a la mejor banda sonora (Alexandre Desplat) fueron los galardones que cosechó su película El escritor. El hombre de la noche no viajó a Estonia, pero el Concert Hall de Tallin entero se puso de pie cuando Polanski apareció en la pantalla gigante, por videoconferencia, para agradecer los premios. Toda una venganza.
Muy recientemente, el pasado día 16, la Academia de los Premios Lumière (una especie de Globos de Oro a la francesa) volvía a tributar en París un sonoro homenaje al director, guionista y actor con un reconocimiento al conjunto de su carrera y las estatuillas de mejor director y mejor guión para El escritor. Nuevas ovaciones y nuevas emociones para el cineasta maldito... y rehabilitado. Un cineasta que, el 25 de febrero, en la próxima edición de los otros premios del cine francés, los César, optará de nuevo al aplauso, ya que El escritor tiene hasta ocho nominaciones, entre ellas la de mejor película.
La guinda de la nueva versión rehabilitada de este Polanski blanqueado llega como tenía que llegar: en forma de película. Su título original es God of carnage y es una adaptación de la obra teatral de Yasmina Reza Un Dios salvaje. La autora de Arte y Polanski, amigos desde hace tiempo, escribieron juntos el guión de la película durante el arresto domiciliario del director en su chalé de Gstaad. De hecho, Reza se había reunido con Polanski justo dos días antes de que la policía suiza detuviera a este en el aeropuerto de Zúrich. God of carnage, cuyo rodaje arrancará en febrero en Francia, está protagonizada por Jodie Foster, Kate Winslet y Christoph Waltz (el hilarante y terrorífico comandante nazi de Malditos bastardos de Tarantino).
Roman Polanski ha vuelto. Menos... Mal.

STEVE JOBS SE RETIRA DEL NEGOCIO (Diario EL PAÍS, España)


Una crónica de Lola Galán

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/marcha/mago/elpepusocdmg/20110123elpdmgrep_5/Tes

Desde el lugar desconocido donde cuida de su maltrecha salud, Steve Jobs, co-fundador de Apple en 1976, habrá visto con alivio cómo ha soportado la empresa el terremoto de su partida y su sustitución temporal por su lugarteniente Tim Cook. Las cosas, de momento, van viento en popa para Apple, que en abril pasado superó a su eterno rival, Microsoft, y se colocó como la segunda compañía del mundo por capitalización bursátil, con un valor de 232.000 millones de euros, solo por detrás del gigante petrolero Exxon. Y todo gracias a Jobs. Expulsado de la que era su casa en 1985 y repescado en 1997, en poco más de diez años ha conseguido el milagro: colocar a Apple en la cima y hacer de ella una de las empresas punteras del mundo en innovación. Un logro más de esta especie de rey Midas moderno que solo cobra un dólar simbólico al año, y ha convertido en oro casi todo lo que ha tocado.
Jobs tiene el don de anticiparse a los deseos de los consumidores. Lo ha conseguido con los ordenadores iMac, con el iPod, con el iPhone, con el iPad, productos que han conformado la fisonomía de nuestro mundo. La gente, cree, no está en condiciones de saber cuál será el siguiente producto estrella. Por eso le gusta la frase de Henry Ford, el hombre que hizo del automóvil un producto de consumo masivo: "Si les hubiera preguntado a mis clientes lo que querían, me habrían dicho: 'un caballo más rápido".

Budista, vegetariano -aunque come también pescado-, con fama de autoritario e intratable, casado y padre de cuatro hijos - a la mayor, fruto de una relación juvenil tardó meses en reconocerla-, Jobs ha estado marcado desde el principio por un destino especial. Nacido en San Francisco, en febrero de 1955, sus padres, dos jóvenes licenciados de la Universidad de Wisconsin, decidieron darle en adopción. Su madre, según contaría el propio Jobs muchos años después, había localizado a un matrimonio de abogados de buena posición para entregarles a la criatura, pero a última hora lo rechazaron porque querían una niña. Se abrió pasó entonces una solución de urgencia, la de los Jobs, los segundos en la lista de aspirantes al bebé, un matrimonio de Mountain View, una pequeña ciudad en el área de la bahía de San Francisco (California). No puede decirse que fuera la mejor manera de llegar al mundo, pero el pequeño Steve Paul Jobs tardó en enterarse de estos detalles.
En algún momento de su vida, sin embargo, el asunto debió de obsesionarle lo suficiente como para contratar a un detective privado para que localizara a su madre biológica. Resultó ser Joanne Simpson, especialista en terapia del lenguaje que finalmente se había casado con el padre de Steve, Abdulfattah Jandali, sirio de religión musulmana, poco después de entregarle a él en adopción. La pareja duró apenas cuatro años, tiempo en el que nació una hija, Monna Simpson, una escritora famosa en Estados Unidos. Todo un culebrón que contribuyó seguramente a construir la personalidad hermética y exigente del jefe de Apple.
¿Vivió Jobs el episodio como el primer rechazo de su vida? Es imposible saberlo. En Estados Unidos no son infrecuentes los vientres de alquiler, ni este tipo de acuerdos para evitar el recurso al aborto en casos de embarazos indeseados. Pero no era lo más frecuente en los años cincuenta. Lo único claro es que las relaciones de la señora Simpson con su hijo se reanudaron, ya que fue invitada a la boda de Steve, oficiada por su gurú budista, en 1991. El padre, en cambio, ha sido borrado de la memoria del patrón Apple. Los Jobs, la pareja que le crió, eran gente normal de clase obrera, con pocos estudios, que prometieron gastar sus ahorros en dar al niño una buena educación. Después de asistir a la escuela de Cupertino (California), pasó al Reed College de Portland (Oregón).
Inconformista y autodidacta por naturaleza, dejó los estudios a los seis meses de iniciarlos, pero siguió yendo a algunas clases. No faltaba a las de caligrafía, mientras malvivía recuperando latas vacías de Coca- Cola y disfrutando de la caridad de los comedores de los Hare Krishna. Jobs pertenece a una generación que se entregó a los ídolos de sus hermanos mayores: devoto de Bob Dylan y de los Beatles, tuvo, años después, una relación con la cantante Joan Baez. A mediados de los setenta viajó a la India en busca de la paz interior. Experimentó con el LSD y volvió convertido al budismo. Sin haber perdido un ápice del talento y el sentido práctico que le llevarían a crear Apple, con la ayuda de su amigo Steve Wozniak, en el garaje de su casa, en 1976.
El éxito temprano, y los tremendos enfrentamientos después en el seno de Apple, las dificultades para competir con los sistemas operativos de Microsoft, que les ganó inicialmente la partida, forjaron el carácter de Jobs. Un tipo trabajador, entregado con pasión a su empresa, acostumbrado a controlar todas las variables de su vida. Buscar el propio camino, seguir los propios criterios, vivir de acuerdo con lo que uno realmente piensa de las cosas, ese es su ideario. En junio de 2005 aconsejó a los estudiantes de Stanford recién licenciados: "No os dejéis atrapar por los dogmas, que es vivir con el resultado del razonamiento de otros. No dejéis que el ruido de las opiniones ajenas ahogue vuestra voz interior, Y, lo más importante, tened el coraje de seguir vuestros impulsos y vuestra intuición. Porque de alguna manera son los que saben lo que queréis ser. Lo demás es secundario".
El consejo no parece fácil de seguir, pero a Jobs le ha llevado a la cima y le ha convertido en una de las personas más reverenciadas y temidas de Silicon Valley. Como ha explicado Jean-Louis Gasse, ejecutivo que trabajó un tiempo a sus órdenes, "las democracias no crean productos estupendos, se necesita un tirano competente para eso". Y los productos de Apple lo son. La firma de la manzana ha conquistado no solo un mercado, sino una legión de admiradores. En noviembre pasado, Christie's subastó el primer ordenador -el Apple I- salido del garaje de la casa de Jobs, en 1976. Lo compró un italiano, por casi 160.000 euros, para incorporarlo a un museo de Apple.
Es verdad que el mito estuvo a punto de perecer en los años noventa, tras una serie de fracasos de la firma de Cupertino, con productos lanzados al mercado que no obtuvieron éxito. Pero entonces llegó la salvación. Appel compró Next, una empresa de ordenadores puntera creada por Jobs en los años de exilio aunque no especialmente rentable, y con ella regresó el antiguo jefe. La noticia no fue celebrada por todos. Muchos empleados se echaron a temblar. La leyenda dice que coincidir con Jobs un mal día en el ascensor puede significar un despido fulminante. Él no lo niega del todo. En unas declaraciones a la revista Fortune, hace casi tres años, explicaba: "Mi trabajo no es ser un tipo fácil con la gente, sino procurar que mejoren. Mi tarea es unir las diferentes piezas de la compañía, despejar los obstáculos del camino y conseguir el dinero para los proyectos clave". No todas las ideas geniales salen de su cabeza, pero Jobs es el que escoge qué proyectos desarrollar y el que da forma definitiva al producto resultante. Su criterio, aseguran empleados y ex empleados, es vital.
Otra cosa es lidiar a diario con un tipo de sus características, que vive por y para Apple, según confesión propia. "Solo le pido a la gente que se enamore de la empresa", ha dicho más de una vez. Él es el primer enamorado de su criatura, sobre la que ejerce un férreo control.
Dicen que Jobs no se siente un mero genio, un gurú cultural, sino un verdadero artista. Su nombre figura en más de un centenar de patentes de la firma, y la estética es una de sus mayores preocupaciones. En tiempos criticó a Microsoft duramente, no tanto por la calidad de sus productos como por "su fealdad". En Apple, la belleza ha sido siempre una parte del todo. Desde el Macintosh, uno de los primeros ordenadores personales que llegó a los consumidores, en 1984, hasta el más moderno iMac, un ordenador de mesa que solo consta de teclado y pantalla. "El sistema operativo tiene sus dificultades, pero se entiende admirablemente con cualquier aparato que le conectes, cámara de fotos, de vídeo, iPod", dice una usuaria que compró un iMac hace un par de años al precio, ciertamente no económico, de 1.000 euros. Estética y funcionalidad se conjugan también en el iPod, el iPad y en el exitosísimo iPhone. ¿Por qué entró Appel en el terreno de la telefonía móvil? "Todos detestábamos nuestros teléfonos móviles, todos teníamos quejas", dijo Jobs por toda respuesta.
Steve Jobs es un hombre directo, acostumbrado a mandar, sin pelos en la lengua ni tiempo para complacencias. Cuando en octubre de 2003, durante un chequeo rutinario, los médicos le descubrieron un tumor en el páncreas, decidió tomar el tema bajo su control. Inicialmente, un tumor de páncreas es algo bastante serio, pero una biopsia reveló que el suyo era de un tipo mucho menos agresivo y perfectamente operable. Pero Job dijo no. No se operaría y buscaría otra alternativa, quizá de medicina holística. Mientras decidía qué hacer mantuvo una dieta especial. Pero las cosas no funcionaron, y nueve meses después, un tiempo enormemente largo para este tipo de dolencias, se operó en el hospital universitario de Stanford, en San Francisco.
Aunque la intervención fue un éxito, y Jobs reapareció en público aparentemente recuperado, la enfermedad no estaba vencida. Su aspecto empeoró alarmantemente a finales de 2008. En enero de 2009 fue sometido a un trasplante de hígado en un hospital de Tennessee. De nuevo empleó solo unos meses en recuperarse, pero su salud volvió a deteriorarse a mediados del año pasado. Jobs se había convertido en una figura esquelética, con el rostro completamente consumido. Finalmente, el lunes 17 de enero se hizo público su mensaje electrónico enviado a los empleados de Apple donde, en unos pocos párrafos, anunciaba una nueva baja médica, sin fecha de regreso.
La enfermedad, al contrario que su trabajo, escapa a su control. Aunque nadie hable del tema y el propio Jobs subraye su derecho a la privacidad, inversores y periodistas se han lanzado a hacer toda clase de especulaciones. Hace unos tres años, preguntado por la sucesión, Jobs respondió con sensatez. "Si algo me ocurre, no será una fiesta, pero hay mucha gente capaz en Apple para sucederme". A corto y medio plazo puede que sí. Las dudas se plantean más a largo plazo.
La identificación de Jobs con Apple es tal que, según las malas lenguas, controla desde el diseño de las sillas hasta la empresa que se contrata para llevar la cafetería.
Él hace las reglas. También en su vida privada. Conduce un Mercedes sin placas y, según Fortune, a veces aparca en los espacios para minusválidos. Vive en una gran mansión, pero no profesa especial amor a los objetos, salvo a los juguetes informáticos que crea su compañía. Hace años adoptó un uniforme que se adapta a sus gustos y su estética. Una camiseta de manga larga y cuello alto, invariablemente negra, jeans azules y zapatillas deportivas. Tras las gafas de montura ligera brillan unos ojos intensos y dominantes. Jobs es uno de los mitos vivientes de Silicon Valley, un lugar donde crecían árboles frutales hace unas décadas, y donde despuntan ahora las primeras compañías de Internet del mundo, empresas punteras como Google o Facebook.
Es legendaria su rivalidad con Bill Gates, fundador de Microsoft, una especie de personalización de la batalla entre las dos empresas. Prácticamente coetáneos (Jobs nació en febrero de 1955, y Gates, en octubre de ese año), sus orígenes y su vida no pueden divergir más. Gates nació en un hogar acomodado de Seattle, estudió en la Universidad de Harvard (aunque nunca terminó sus estudios) y ha desarrollado una segunda personalidad como gran filántropo. Jobs creció en un hogar trabajador en California, fue al Reed College de Portland, dejó los estudios a los seis meses, y cortó el grifo a las donaciones caritativas nada más regresar a Apple. Ambos son grandes triunfadores, pero solo Jobs ha sido elevado a la categoría de semidiós, con su culto y sus adoradores, por sus dotes de visionario y los conocimientos tecnológicos que ha demostrado. Y, al contrario que la de Gates, su carrera ha registrado inusuales retrocesos. Tras el éxito inicial de Apple, a los 26 años era millonario y portada de la revista Times. Pero a los 30 años, Jobs se vio de patitas en la calle por incompatibilidad manifiesta con la persona que él mismo había contratado para guiar los destinos de Apple, el antiguo jefe de Pepsi Cola John Sculley. ¿Por qué? Diferencias de criterio. En su libro de memorias, Sculley le compara con una especie de Trotski. Un tipo mesiánico, un purista que persigue la perfección más allá de los límites razonables. Pero Sculley cayó, y Jobs volvió al puesto de mando cargado de ideas.
Años después reconocería que, pese a la amargura del momento, aquel despido fue crucial en su carrera. "Dio paso a la etapa más creativa de mi vida". Una etapa en la que fundó la empresa Next, se casó con Laurene Powell y dio vida a Pixar, su incursión en el mundo del cine de animación por ordenador, que cosechó éxitos clamorosos con Toy story o Buscando a Nemo y que fue, finalmente, adquirida por Disney.
La enfermedad ha truncado, de momento, esa espectacular carrera. Para alguien acostumbrado a decidir y a llevar el timón de una gran empresa debe de ser muy duro rendirse a la evidencia de que lo más importante, su salud, es un tema incontrolable, que se escapa a sus dotes de intuición, a sus firmes creencias budistas. A todo. Y devuelve a esta deidad de Silicon Valley a la contingente y frágil condición de mortal.

BORIS PASTERNAK Y DOCTOR ZHIVAGO (Diario EL PAÍS, España)


Por José María Ridao

http://www.elpais.com/articulo/opinion/titanica/coartada/Boris/Pasternak/elpepiopi/20110122elpepiopi_13/Tes

Ni por una voluntad de realismo llevada al límite ni tampoco por una insoslayable exigencia compositiva de la novela necesitaba Borís Pasternak escribir primero, y publicar después, las poesías de su personaje Yuri Andréyevich Zhivago. Los editores más tempranos no supieron bien qué hacer con ellas, en unas ocasiones imprimiéndolas como apéndices de la narración y, en otras, arrancándolas de su lugar original e insertándolas en un volumen diferente. La alternativa escogida por la traductora al español de Doctor Zhivago, Marta Rebón, no solo parece responder mejor a la verdadera intención de Pasternak, según quienes lo conocieron, sino que permite una aproximación distinta y más estimulante a la novela. Siguiendo el texto considerado como definitivo que fijó el hijo del escritor, Yevgeni, Rebón ha incluido las poesías de Zhivago como un capítulo más, el último, de su reciente y magnífica traducción. No se trata de una decisión anodina: gracias a esta ubicación, el lector está en condiciones de advertir la estrategia literaria de Pasternak al crear un personaje que escribe unas poesías de las que, a su vez, el autor es el propio Pasternak.

La ficción fue el territorio de libertad para expresar lo que el poder trataba de mantener en el silencio
Doctor Zhivago, una de las grandes novelas rusas del siglo XX, logró compaginar en pocos años el éxito más fulgurante con el más persistente desconocimiento. Los personajes que imaginó Pasternak han llegado a formar parte de la limitada galería de seres de ficción de los que se tiene noticia en cualquier lengua, lo mismo que algunas de sus peripecias imaginadas aunque situadas en el contexto histórico de la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre, la guerra civil rusa o las purgas del estalinismo. Pero esos personajes familiares en todas las latitudes solo guardan una remota relación con los que Pasternak hizo deambular por su relato. La razón de esta paradoja habría que buscarla en la película de David Lean estrenada en 1965, interpretada por unos actores que, desde entonces, han monopolizado la fisonomía y los gestos de las criaturas de Pasternak. Zhivago tiene la mirada conmovida de Omar Shariff, y su complexión y su bigote. Larisa Fiodoróvna, la arrebatadora belleza de Julie Christie, su misma melena rubia y sus mismos labios carnosos. Y Tonia Aleksándrovna Gromeko, los rasgos misteriosos de Geraldine Chaplin interpretando a una mujer engañada que alcanza a distinguir entre las acciones que reclama su dolor íntimo y las que exige una época feroz.
Pero el peso de la película en el conocimiento de los personajes de Pasternak no se explica solo por el éxito que cosechó David Lean, ratificado por cinco oscars, entre ellos el que se concede al mejor guión adaptado. Tuvo que concurrir además otro fenómeno que sigue siendo, en último extremo, el que explica que la admiración por la película conviva con una relativa indiferencia hacia la novela. No es el único ejemplo en el que la obra cinematográfica sepulta a la obra literaria que le sirve de inspiración; lo que sí resulta singular en el caso de Doctor Zhivago es que la novela enterrada bajo el éxito de su versión cinematográfica sea una obra maestra, cuya lectura no puede en absoluto excusarse por los indicios de su valor que ofrecen las imágenes de David Lean. No porque estas sean mejores o peores, sino porque la novela de Pasternak es una cosa y su versión cinematográfica, otra distinta. Si esta es una historia de amor ambientada en la Revolución de Octubre que ha logrado conmover a un público mayoritario, el texto de Pasternak es un grito de desesperada disidencia en el que, además de la historia de amor, hay víctimas y verdugos sacrificados a un estéril e irrealizable ideal, vidas e inteligencias prometedoras devastadas por el fanatismo, camarillas de oportunistas que logran medrar y mantenerse a flote. Incluso la corrosión del tiempo sobre las pasiones tiene cabida en la novela, no en los fotogramas de la película: Yuri Zhivago, vencido por la enfermedad y el desengaño, contraerá un tardío y anodino matrimonio tras la forzosa separación de Lara.
Fue este crudo retrato de la realidad rusa bajo el régimen comunista, y no la historia de amor que contiene Doctor Zhivago, lo que haría que la Academia Sueca decidiera en 1958 conceder el Premio Nobel a Borís Pasternak tras la publicación de la novela en Italia, donde el manuscrito había llegado de forma clandestina. Para comprender cómo esta distinción se acabó volviendo contra Pasternak y contra su novela es preciso tener presente que el anterior galardonado había sido Albert Camus. Jean-Paul Sartre, entonces en la cima de su poder sobre la intelectualidad europea, había juzgado la noticia como la prueba incontestable de que el autor de El extranjero se había convertido en un escritor burgués. La concesión a Pasternak, a un disidente, a un crítico de la Revolución y del régimen que había alumbrado, amigo de otros sospechosos cuyo destino fue más trágico que el suyo como Anna Ajmátova, Marina Tsvetáieva u Ossip Mandelstam, venía a confirmar que el Nobel era un premio militante, un instrumento de la propaganda capitalista contra la doctrina del comunismo y contra la Unión Soviética. Además, Pasternak había recibido el apoyo de Camus, con quien mantuvo una breve correspondencia en la que se expresaban un mutuo y sentido reconocimiento.
Si en Occidente la imagen que se impuso de Doctor Zhivago fue la de un texto contrarrevolucionario, simple carnaza para la maquinaria ideológica de Hollywood, en la Unión Soviética fue Pasternak el que quedó sometido a un implacable acoso. El Nobel lo protegía contra la cárcel, la tortura o la ejecución, pero no contra el insulto, el desprestigio o la eventual expulsión de su país: como "cerdo que caga donde come" fue descrito en un plenario del Comité Central de las Juventudes Comunistas en presencia de Jruchov. El hijo del escritor, Yevgeni, ha evocado en diversas ocasiones -una de las últimas en Madrid, con motivo de la presentación de la última edición de la novela- la escena en la que Pasternak anunció a su familia la decisión de renunciar al Premio Nobel. Estaban en su residencia de Peredélkino, y el escritor no lo hizo tanto por evitarse nuevos problemas como por ahorrárselos a su compañera Olga Ivinskaya, en quien las autoridades soviéticas contaban con cobrarse la venganza. Tras comunicar su decisión, cuenta Yevgeni, Pasternak, desencajado, emprendió un paseo solitario por los alrededores de la casa. El gesto fue en vano: poco después de la muerte del escritor en 1960, Olga Ivinskaya fue internada en el gulag.
Al incluir las poesías de Zhivago como último capítulo de la novela, la edición considerada definitiva y que ha servido de base a la traducción española de Marta Rebón hace mucho más que restituir la integridad del texto según lo concibió Pasternak, según quienes lo conocieron. En realidad, permite advertir la estrategia literaria que hay detrás de la composición de Doctor Zhivago; una estrategia que evoca la de otros autores que, siglos antes de Pasternak, buscaron como él en la ficción un inestable territorio de libertad para expresar cuanto el poder trataba de mantener en el silencio. Si Fernando de Rojas aseguraba que él no concibió La Celestina sino que se limitó a completar una obra cuyo primer capítulo había encontrado por azar; si Cervantes declaraba haber hallado el manuscrito arábigo del Quijote y no tener más responsabilidad en el texto que el de ofrecer una traducción; si Jonathan Swift publicaba de forma anónima Los viajes de Gulliver y aseguraba que se trataba de una relación entregada por el protagonista a un tal Richard Sympson, que los dio a la imprenta, Pasternak creó un personaje, Yuri Zhivago, al que convertir en autor de unas poesías que rechazaban y contradecían las exigencias impuestas por la jerarquía artística en la Unión Soviética. Poesías de amor, poesías dedicadas a las figuras religiosas del cristianismo y a sus fiestas, poesías que expresaban la intimidad en un mundo que la declaró abolida: el filósofo György Lukács las consideró como las más hermosas en lengua rusa, y estimaba por ello que Pasternak había causado un daño irreparable a la causa comunista al asignárselas al contrarrevolucionario Zhivago.
En realidad, Pasternak se había valido de una novela como titánica coartada para escribir unas poesías que, de haberlas firmado como autor, y no a través de la máscara de Zhivago, habrían sido despreciadas y censuradas por el poder. Al presentar como autor a Zhivago, una criatura de ficción, Pasternak lanzaba al poder tras la pista de un fantasma, mientras ponía a salvo las poesías. La prueba es que Lukács las consideraba una creación sublime de la lengua rusa mientras censuraba la novela.

EL MARKETING DE LA NOSTALGIA, por Diego Lerer (www.otroscines.com)


http://www.otroscines.com/columnistas_detalle.php?idnota=5077&idsubseccion=11

Me encanta VOLVER AL FUTURO. Me encanta VOLVER AL FUTURO 2. La 3, no tanto, pero así y todo la considero una gran trilogía, una referencia imprescindible de mi adolescencia, una película (especialmente la primera) que vi incontables veces, que tengo en DVD y que veo -al menos un rato- cada vez que alguien pone el DVD o la pasan por televisión.

Este jueves, VOLVER AL FUTURO se reestrena en los cines a partir del esfuerzo de una persona que tuvo la persistencia de seguir adelante -según dicen- cuando a la distribuidora de la película le pareció, acaso, un mal negocio estrenar la versión en cine (un transfer del digital, aclaremos) en conmemoración del 25º aniversario. Pero la decisión de seguir adelante tuvo sus frutos: hoy la película llega rodeada de un aliento épico y de una oleada de nostalgia que ha dado a largas notas y análisis como las que están en la tapa del suplemento Radar de Página/12 del pasado domingo.
Sinceramente, todo este asunto me supera.
No me malentiendan, me encanta la película, la adoro y se que hay gente -me lo han dicho cuando comenté mis dudas respecto a este reestreno- que nunca la ha visto en pantalla grande. Pero, seamos sinceros, tampoco muchos vieron EL CIUDADANO, APOCALIPSIS NOW o MAS CORAZÓN QUE ODIO en pantalla grande (y no estoy citando rarezas, sino clásicos canónicos), películas que tienen un peso cinematográfico un poco más grande y por las que no muchos parecen rasgarse las vestiduras.
Lo que me molesta no es el estreno en sí y me parece encomiable el esfuerzo. Lo que me irrita es el marketing de la nostalgia, la cultura obsesiva de intentar recuperar la perdida adolescencia (¿inocencia?) cinematográfica como si esa fuera una cualidad de algún modo recuperable. La idea de ir a ver VOLVER AL FUTURO al cine se me hace un gesto y, como gesto en sí, bastante banal.
El asunto no se reduce al cine. A los que pasamos los 30, el mercado de la nostalgia nos espera con los brazos abiertos. Se supone que algunos de nosotros tenemos algo más de dinero disponible que a los 18/25 y se nos intenta volver a vender la experiencia de lo que fuimos. Reestrenos de películas, reversiones y remakes de clásicos, adaptaciones de series y comics de la época en la que éramos niños, discos clásicos reeditados con sobrantes de aquí y allá, giras enormes de bandas enormes con shows enormes haciendo las mismas canciones que hacían hace 25 años. No hay nada de original en nuestro incesante rescate del pasado: estamos siendo llevados de las narices hacia allá y lo hacemos a gusto.
VOLVER AL FUTURO es sólo un ejemplo y, por la forma en la que fue rescatada, acaso no sea el más molesto, si bien lo armó la misma gente que intentó hacer algo parecido a un Festival Retro el año pasado y terminó cancelándolo. ¿Hasta cuando se puede vivir diciendo que STAR WARS fue lo mejor que le pasó al cine en los últimos 35 años? ¿Cuánto tiempo vamos a seguir dando vueltas alrededor de E.T., de los GREMLINS, de El lado oscuro de la luna, de aquella golosina, del Capitán Piluso, de aquella marca de gaseosa, de tal o cual programa de radio o televisión?
No trato aquí de ser desconsiderado ni de faltarle el respeto a la historia del cine, la televisión o la música, pero me irrita seguir masticando eternamente el mismo chicle cuando hay cientos de otros que podríamos estar disfrutando. Y que eso se venda y se considere algo loable y maravilloso. Si el retro fue cool durante algún tiempo ya es hoy un elemento clave de marketing, una posibilidad de poner señaladores en ese libro enorme e inmanejable que es la cultura popular.
Seré más específico: no intento con esto discutir lo clásico (escucho a Bob Dylan casi todos los días) sino la idea de celebrar cada hecho del pasado (mayor o menor, no importa, cada uno tiene su librito) como algo maravilloso. Me parece una cuestión, como dirían por ahí, “para charlarlo en terapia”.
Los que vimos VOLVER AL FUTURO en su estreno andamos por los 35/45, más o menos. Y si bien la temática de la película parece hablar indirectamente de lo que estoy planteando en este post, les puedo asegurar que ir a verla al cine no los volverá más jóvenes, no les hará desaparecer las canas, no necesariamente les producirá epifanías. Tampoco se trata de una película rara, única e irrepetible. Cuando alguien se tomó el trabajo de estrenar LA MADRE Y LA PUTA, de Jean Eustache, más de 30 años después de su estreno original, sí se podía hablar de un hecho de alguna manera histórico. Esto es otra cosa: un producto de consumo revestido de una capa de identificación cultural. Y me llama la atención que no lo vean ni siquiera en Radar, donde hicieron una tapa con este reestreno, dejando para una nota interna la nueva película de Sofía Coppola, por ejemplo.
No me molesta que vean VOLVER AL FUTURO, pero sí me interesa pensar que convivo con una generación que no se quedó repitiendo la formación de San Lorenzo del ’74 o reviviendo los goles de Maradona en el Mundial juvenil del ’79 día tras día. Que no piensa que “ya no se hacen películas como antes”. Que no se subió al tren de “no habrá nada como Led Zeppelin” o que saca entradas cada vez que viene a tocar Air Supply y nada más.
Quisiera convivir con una que se atreva a investigar qué pasa con SOMEWHERE, de Sofia Coppola, y que discuta sobre ella, para bien o para mal. Con una que saque entradas para ver cómo suenan algunas bandas nuevas y que no se sumen solamente al Pack Banco Francés de “Serrat en 3 cuotas”. Con una que se lance a buscar cosas nuevas aún a riesgo de pegarse la cabeza contra la pared y que no funcione con el cine como si fuera la milanesa con papas fritas obligatoria que hay que comer una vez por semana “porque no hay nada más rico en el mundo” que lo que comimos siempre.
Insisto: no estoy en contra de incorporar la nostalgia y lo clásico en la vida, pero cuando esto se manifiesta como una especie de religión del retro, cuando parece una reunión de Egresados ’85, un grupo de Facebook tipo “que vuelvan los Tamagotchi”, me resulta un poco indigesto. Se produce cultura todos los días -original o no tanto, maravillosa o no tanto, diferente o no tanto- y volver a ponerse la misma camisa todos los días porque nos hace sentir “en casa” no sólo me parece perder el tiempo, sino también entrar en un juego comercial de la nostalgia que es mucho más grande de lo que imaginan. Es consumo, no otra cosa.
Si hay un estreno de esta semana, para mí es SOMEWHERE, de Sofía Coppola. De hecho, es una película sobre la necesidad de dejar de dar vueltas en círculos y mirar al futuro y no, necesariamente, “volver” a él.

Este texto se publicó originalmente en el blog Micropsia de OtrosCines.com.

PENSAR HOY, por Emilio Lledó (*)


El complejo mundo en el que vivimos nos exige, cada vez más, responder a una pregunta: ¿qué debo hacer? No basta con acumular conocimientos, ni siquiera con interpretarlos. Hay que pensar.


Por lo que me dicen, a principios del nuevo siglo, hay que pensar en él; en lo que nos traerá, en lo que nos quitará. Al intentar una respuesta a tan interesante pretensión, surge una primera dificultad. ¿Pensar lo que va a ser una época que se presenta, según se predica, como sociedad tecnológica, sociedad de la información, y otros retumbantes pronósticos? La respuesta podría dejarse a los profetas, augureros, pitonisos, magos, oscurividentes, clérigos o hechiceros de distintas sectas, que vaticinan sin cesar sobre nuestro futuro y hasta nos acosan con sus vaticinios. Pero, a lo mejor, eso no es pensar aunque tales personajes utilizan el lenguaje -el instrumento esencial de la comunicación humana- para crear formas de comunidad, identificaciones y diferencias, casi siempre con muy concretas y nada mágicas intenciones.
Habría que saber primero lo que significa ese verbo "pensar", esa palabra. No es un sustantivo: algo hasta cierto punto firme, estable, duradero, como la mesa, la silla o incluso manejable como la pluma con la que escribo; o como mi amigo, o esa pareja que pasea ante mi balcón. Hay, sin embargo, una diferencia entre la pluma, la mesa y, sobre todo, mi amigo, o esa pareja que pasa ante mi balcón. La diferencia, así a primera vista, es que esos seres, esas personas, son también "sustantivos", seres reales, que caminan, que respiran y sobre todo -por eso son personas- que tienen dentro de sí algo más etéreo, más inasible, que fluye por las neuronas y que sustantivamos llamándole pensamiento, aunque no lo veamos, aunque no lo podamos tomar en nuestras manos, ni siquiera cuando lo expresamos ni, casi, cuando lo escribimos.
Un objeto delicado, misterioso, porque está lleno de grumos mentales, de opiniones que se van formando y que, muchas veces, no podemos controlar, ni siquiera saber cómo han venido, por qué las tenemos. Desconocemos incluso si son verdaderamente nuestras o nos las han puesto en el cerebro, nos las han impuesto para cultivar nuestra ignorancia; para degenerarnos, desquiciarnos, hacernos agresivos e irracionales.
Un objeto delicado y por ello peligroso. Está expuesto a mil ataques en los que podemos perder lo que somos y el sentido de dónde estamos. Pero, al mismo tiempo, ese incesante fluir de nuestras ideas, del producto de esa luz interior que nos hace conscientes y dice quiénes somos, qué clase de ser somos, es lo más importante, lo más intenso, lo más hermoso de la vida humana.
Pensar, dicen los expertos, es establecer relaciones lógicas, racionales, entre cosas, sucesos, intuiciones, y hacer que esas relaciones tengan coherencia y sentido. Pero pensar debe ser también algo más sencillo, incluso más primitivo, más inmediato: tener proyectos, deseos, opiniones, afectos, sensibilidad, pasiones.
En la vida social, el pensamiento resultado de esas iluminaciones -porque pensar es dar luz, alumbrar-, de esas proyecciones y apetencias del sujeto, convierte a los seres humanos en reflejos conscientes, donde aparece un territorio mucho más amplio que el que comprende esa coherencia que llamamos "lógica".
Pensar debe ser también una forma mental que analiza lo que ven nuestros ojos, lo que oímos, lo que experimentamos en el curso, en el "discurrir", de cada vida. Creo que en todos los tiempos el proceso del pensamiento fue siempre el mismo. Porque como dijo el filósofo en la primera línea de un libro ya famoso: "Todos los hombres tienden por naturaleza a ver, a entender, a idear". Pensar el siglo XXI es en el fondo, como proceso de conocimiento, lo mismo que en el siglo XVIII, o en el XII, y no digamos en el siglo V antes de nuestra era, cuando uno de aquellos geniales personajes que inventaron la racionalidad, la justicia, la felicidad, dijo que no le importaba tanto saber lo que era el bien, la ética, sino que fuéramos buenos, decentes; que supiéramos elegir entre el bien y el mal, entre el necesario pero tantas veces miserable bien personal y el bien de la comunidad a la que pertenecemos, que es el mundo entero, la vida entera. Inventaron, se miraron en el espejo de esas palabras porque supusieron decirlas y porque su mente, a pesar de posibles contradicciones, era libre y luchaba por esa libertad.
Pero, por supuesto, hay que pensar el nuevo siglo. Y pensar, como digo, fue siempre ejercer esa posibilidad de interpretar y, sobre todo, de poder y querer entender. Otro texto famoso de la filosofía, en un libro que hablaba de antropología, de lo que son o deben ser los seres humanos, se preguntaba: "¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?". Las preguntas tan próximas, tan elementales, señalaban el amplio horizonte de toda la historia, y es en esa historia entera donde siempre, bajo múltiples formas, han resonado. Preguntas de toda la vida y que el tiempo no desgasta jamás.
Pero es verdad que, como cantaba la vieja zarzuela, "hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad". Adelantan o atrasan. Porque como también se ha comentado, muchas veces, "nunca como hoy han tenido los seres humanos tantas posibilidades de información, de comunicación y, paradójicamente, nunca han estado tan silenciosos, tan inermes, tan deteriorados". Es cierto que la ignorancia y el oscurantismo han dominado la existencia humana y su organización social. Pero la inteligencia deformada, degenerada es aún peor que la barbarie.
Ese silencio personal se debe, sobre todo, a que no aprendemos a pensar, a que esa afirmación tan certera de que "el hombre es lo que la educación hace de él" se realiza a duras penas. Los fomentadores de la ignorancia, los fanáticos de tantas falsedades, no quieren la libertad de la mente, la libertad de aquellos a quienes, de sutiles maneras, subyugan y explotan porque les roban el único, verdadero, tesoro del pensamiento, de la "libertad de conciencia". La liberación y autonomía de la mente, de la capacidad de interpretar y entender, pone en peligro los intereses de las implacables oligarquías que los engendran.
La oposición entre los poderosos y los inermes, los "pudientes" y los que casi nada pueden, los farsantes y los inocentes, ha recorrido la historia de la humanidad. Pero hoy, precisamente, por el imperio de esas nuevas divinidades que llaman "mercados", y con todas las excepciones que queramos, de sus indecentes mercachifles domina, como la "cólera de las imbéciles", el mundo. La forma más indigna de dominio es la corrupción de la inteligencia, de la capacidad de discernir, de amar, de "contemplar el cielo estrellado fuera de mí, y la ley moral dentro de mí". Y la corrupción de los "poderosos" fomenta la degeneración de sus lacayunos vasallos e incluso, en el colmo de su estulticia, la imitación. Sorprende que corruptos reconocidos, incluso condenados, sean votados, elegidos, por entontecidos ciudadanos -¿corrompidos también por su propia avaricia?
A lo largo de la historia siempre hubo semejantes deformaciones, pero en los comienzos del nuevo siglo mereceríamos que no fueran ya posibles las monstruosidades que nos trasmiten los medios de información y que parecen increíbles. Pero las sabemos y eso ya es importante, aunque nos las disuelvan en papillas ideológicas. Es, efectivamente, arriesgado estar en el mundo. "Es difícil ser bueno en un mundo malo", decía la portada de una revista alemana no hace muchos años. Es verdad que la vida como tensión y camino, la "lucha por la vida", parece caracterizar a los seres humanos. Pero todo ello, en nuestro convulso y cruel territorio, en la dura historia que día a día vivimos, produce un lamentable e indeseable fenómeno social: estamos tan asfixiados por la "sociedad de la información" -¿del conocimiento?- que acabamos por acostumbrarnos e insensibilizarnos.
Pensar es además, en la incomparable complejidad de nuestro mundo, algo tan necesario o más que en otros tiempos. Pero en el nuestro, en el que a pesar de todo se han hecho indudables progresos -la ciencia, la lucha por los derechos humanos, la liberación de tantos fantasmas y discriminaciones, etcétera-, no basta ya con saberlos, con interpretarlos. Hay que plantearse la segunda pregunta kantiana: "¿Qué debo hacer?".
Este es el reto que el pensar nos lanza. Un pensar que tiene que ser alumbrado por todos esos ideales de "filantropía" que la mejor tradición cultural nos ha entregado. Ideales que hay que discernir, que limpiar, de las pegajosas desinformaciones que podemos padecer precisamente por la "sociedad de la información". El pensar hoy, entre esos ideales, tiene una exigencia ineludible: la educación. Pero esa exigencia nos traslada al "hacer" al que se refería el interrogante kantiano. Sólo el "hacer del pensar"; la creación de instituciones que fomenten la libertad de la mente será el quehacer esencial de nuestro tiempo. Una empresa política que, por cierto, se funda en otro "hacer": el de la inteligencia y honradez de quienes nos gobiernen. Honradez y decencia que necesita de la nuestra al elegirlos.

Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es autor, entre otros libros, de El marco de la belleza y el desierto de la arquitectura (Biblioteca Nueva), Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática (Universidad de Zaragoza) y Filosofía y lenguaje (Crítica).

LA CIVILIZACION DEL ESPECTACULO por MARIO VARGAS LLOSA (Diario EL PAÍS, España)


Espíritu, ideales, placer, amor, solidaridad, alma. El Nobel Mario Vargas Llosa se pregunta si estas palabras significan algo todavía. Con este texto inédito para nuestro número 1.000 -el prólogo de su próximo libro- responde al papel de la cultura hoy, define lo que ha bautizado como la "civilización del espectáculo" y desarrolla su Alegato de defensa de los valores eternos

http://www.elpais.com/articulo/portada/civilizacion/espectaculo/elpepuculbab/20110122elpbabpor_1/Tes
LIMA/ MADRID 2010

"Las horas han perdido su reloj" / Vicente Huidobro

Este ensayo fue naciendo en los últimos años sin que yo me diera cuenta, a raíz de la incómoda sensación que solía asaltarme a veces visitando exposiciones, asistiendo a algunos espectáculos, viendo ciertas películas, obras de teatro o programas de televisión, o leyendo ciertos libros, revistas y periódicos, de que me estaban tomando el pelo y que no tenía cómo defenderme ante una arrolladora y sutil conspiración para hacerme sentir un inculto o un estúpido.
Este libro es mi alegato de defensa. Cuando comencé a escribirlo descubrí que llevaba tiempo tocando algunos de sus temas de manera fragmentaria en artículos y polémicas, y eso explica que cada capítulo tenga como colofón unos "antecedentes" que reproducen aquellos textos tal como fueron publicados (con la ocasional corrección de una errata o una falta de puntuación). Pero he utilizado también, en algunos capítulos, partes, a veces muy amplias, de ensayos y charlas, introduciendo en estos textos, allí sí, enmiendas importantes. Pese a todos esos collages creo que el libro es un ensayo orgánico que fui elaborando a lo largo de años aguijoneado por un tema inquietante y fascinante: cómo la cultura dentro de la que nos movemos se ha ido frivolizando y banalizando hasta convertirse en algunos casos en un pálido remedo de lo que nuestros padres y abuelos entendían por esa palabra. Me parece que tal transformación significa un deterioro que nos sume en una creciente confusión de la que podría resultar, a la corta o a la larga, un mundo sin valores estéticos, en el que las artes y las letras -las humanidades- habrían pasado a ser poco más que formas secundarias del entretenimiento, a la zaga del que proveen al gran público los grandes medios audiovisuales, y sin mayor influencia en la vida social. Ésta, resueltamente orientada por consideraciones pragmáticas, transcurriría entonces bajo la dirección absoluta de los especialistas y los técnicos, abocada esencialmente a la satisfacción de las necesidades materiales y animada por el espíritu de lucro, motor de la economía, valor supremo de la sociedad, medida exclusiva del fracaso y del éxito, y, por lo mismo, razón de ser de los destinos individuales.
Ésta no es una pesadilla orwelliana sino una realidad perfectamente posible a la que, insensiblemente, se han ido acercando las naciones más avanzadas y libres del planeta, las del Occidente democrático y liberal, a medida que los fundamentos de la cultura tradicional entraban en bancarrota, se iban desintegrando, y los iban sustituyendo unos embelecos que han ido alejando cada vez más del gran público las creaciones artísticas y literarias, las ideas filosóficas, los ideales cívicos, los valores y, en suma, toda aquella dimensión espiritual llamada antiguamente la cultura, que, aunque confinada principalmente en una elite, desbordaba en el pasado hacia el conjunto de la sociedad e influía en ella dándole un sentido a la vida y una razón de ser a la existencia que trascendía el mero bienestar material del ciudadano. Nunca hemos vivido como ahora en una época tan rica en conocimientos científicos y hallazgos tecnológicos ni mejor equipada para derrotar la enfermedad, la ignorancia y la pobreza y, sin embargo, acaso nunca hayamos estado tan desconcertados y extraviados respecto a ciertas cuestiones básicas como qué hacemos aquí en este astro sin luz propia que nos tocó, si la mera supervivencia es el único norte que justifica la vida, si palabras como espíritu, ideales, placer, amor, solidaridad, arte, creación, alma, trascendencia, significan algo todavía, y, si la respuesta es positiva, qué es exactamente lo que hay en ellas y qué no. Antes, la razón de ser de la cultura era dar una respuesta a este género de preguntas, pero lo que hoy entendemos por cultura está exonerada por completo de semejante responsabilidad, ya que hemos ido haciendo de ella algo mucho más superficial y voluble, o una forma de diversión ligera para el gran público o un juego retórico, esotérico y oscurantista para grupúsculos vanidosos y de espaldas al conjunto de la sociedad.
La idea de progreso es engañosa. Quién, que no fuera un ciego o un fanático, podría negar que una época en la que los seres humanos pueden viajar a las estrellas, comunicarse al instante salvando todas las distancias gracias al Internet, clonar a los animales y a los humanos, fabricar armas capaces de volatilizar el planeta e ir destruyendo con nuestras prodigiosas invenciones industriales el aire que respiramos, el agua que bebemos y la tierra que nos alimenta, ha alcanzado un desarrollo sin precedentes en la historia de la humanidad. Al mismo tiempo, nunca ha estado menos segura la supervivencia de la especie por los riesgos de una confrontación atómica, la locura sanguinaria de los fanatismos religiosos y la erosión del medio ambiente, y acaso nunca haya habido, junto a las extraordinarias oportunidades y condiciones de vida de que gozan los privilegiados, el contraste de la pavorosa miseria y las atroces condiciones de vida que todavía padecen, en este mundo tan próspero, centenares de millones de seres humanos, y no sólo en el llamado Tercer Mundo, también en enclaves de horror y vergüenza en el seno mismo de las ciudades más opulentas del planeta.
En el pasado, la cultura tuvo siempre que ver con esos temas y fue a menudo el mejor llamado de atención ante semejantes problemas, una conciencia que impedía a las personas cultas dar la espalda a la realidad cruda y ruda de su tiempo. Ahora, más bien, lo que llamamos cultura es un mecanismo que permite ignorar los asuntos problemáticos, distraernos de lo que es serio, sumergirnos en un momentáneo "paraíso artificial", poco menos que el sucedáneo de una calada de marihuana o un jalón de coca, es decir, una pequeña vacación de irrealidad.
Todos estos son temas profundos y complejos que no caben en las pretensiones, mucho más limitadas, de este libro. Éste sólo quiere ser un testimonio personal, en el que aquellas cuestiones se refractan en la experiencia de alguien que, desde que descubrió, a través de los libros, la aventura espiritual, tuvo siempre por un modelo a aquellas personas cultas, que se movían con desenvoltura en el mundo de las ideas y que tenían más o menos claros unos valores estéticos que les permitían opinar con seguridad sobre lo que era bueno y malo, original o epígono, revolucionario o rutinario, en la literatura, las artes plásticas, la filosofía, la música. Muy consciente de las deficiencias de mi formación escolar y universitaria, durante toda mi vida he procurado suplir esos vacíos, estudiando, leyendo, visitando museos y galerías, yendo a bibliotecas, conferencias y conciertos. No había en ello sacrificio alguno. Más bien, el inmenso placer de ir, poco a poco, descubriendo que se ensanchaba mi horizonte intelectual, que entender a Nietzsche o a Popper, leer a Homero, descifrar el Ulises de Joyce, gustar la poesía de Góngora, de Baudelaire, de T. S. Eliot, explorar el universo de Goya, de Rembrandt, de Picasso, de Mozart, de Mahler, de Bartók, de Chéjov, de O'Neil, de Ibsen, de Brecht, enriquecía extraordinariamente mi fantasía, mis apetitos y mi sensibilidad.
Hasta que, de pronto, empecé a sentir que muchos artistas, pensadores y escritores contemporáneos me estaban tomando el pelo. Y que no era un hecho aislado, casual y transitivo, sino un verdadero proceso del que parecían cómplices, además de ciertos creadores, sus críticos, editores, galeristas, productores, y un público de papanatas inconscientes a los que aquellos manipulaban a su gusto, haciéndoles tragar gato por liebre, por razones crematísticas a veces y a veces por pura frivolidad.
Quiero dejar sentada mi protesta, por lo que pueda valer, que, lo sé, no será mucho. Hay demasiados intereses de por medio, helás. Probablemente, el fenómeno que este ensayo describe en unos cuantos apuntes no tenga remedio, porque forma ya parte de una manera de ser, de vivir, de fantasear y de creer de nuestra época, y que lo que este libro añora sea polvo y ceniza sin resurrección posible. Pero podría ser, también, ya que nada se está quieto en el mundo en que vivimos, que ese fenómeno, la civilización del espectáculo, perezca sin pena ni gloria, por obra de su propia inanidad y nadería, y que otro lo reemplace, acaso mejor, acaso peor, en la sociedad del porvenir. Confieso que tengo poca curiosidad por el futuro, en el que, tal como van las cosas, tiendo a descreer. En cambio, me interesa mucho el pasado, y muchísimo el presente, que sería incomprensible sin aquél. En este presente hay innumerables cosas mejores que las que vieron nuestros ancestros, desde luego: menos dictaduras, más democracias, una libertad que alcanza a más países y personas que nunca antes, una prosperidad y una educación que llegan a muchas más gentes que antaño y unas oportunidades para un gran número de seres humanos que jamás existieron antes, salvo para ínfimas minorías.
Pero, en un campo específico, aunque de fronteras volátiles, el de la cultura, creo que hemos retrocedido, sin advertirlo ni quererlo, por culpa fundamentalmente de los países más cultos, los de la vanguardia del desarrollo, los que marcan las pautas y las metas que poco a poco van contagiando a los que vienen detrás. Y asimismo creo que una de las consecuencias que podría tener la corrupción de la vida cultural por obra de la frivolidad, podría ser que aquellos gigantes, a la larga, revelaran tener unos pies de barro y perdieran su protagonismo y poder, por haber derrochado con tanta ligereza el arma secreta que hizo de ellos lo que han llegado a ser, esa delicada materia que da sentido, contenido y un orden a lo que llamamos civilización.

Juan Dolio, diciembre de 2010.

Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936, premio Nobel de Literatura 2010) ha publicado El sueño del celta (Alfaguara) y prepara La civilización del espectáculo. www.mvargasllosa.com