sábado, 21 de julio de 2012

TIERRA DE LOS PADRES de NICOLÁS PRIVIDERA (varios)


Prividera: “El cementerio es un espacio simbólico por excelencia”

La ópera prima de Nicolás Prividera, M –donde investigó la historia y el destino de su madre desaparecida– tenía una secuencia que transcurría en el Cementerio de la Recoleta. A este licenciado en Comunicación y cineasta recibido en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc), siempre le resultó fascinante ese espacio donde descansan muchos de los personajes de la historia argentina. Cada vez que transitaba por la zona, decidía entrar. Y siempre pensó en realizar algún film allí. Esa idea primitiva cobró forma en Tierra de los padres, su opus dos, que hoy se estrenará exclusivamente en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Prividera terminó de materializar la idea de Tierra... luego del conflicto por la Resolución 125, “cuando empezaron a resurgir discursos que parecían venir del fondo de la historia y hablar más del pasado que del presente: odios que uno solo había visto en los libros”, cuenta el director a Página/12.

Y en el fondo de la historia se sumergió el propio Prividera para elaborar la estructura de este ensayo cinematográfico que tiene una puesta en escena atípica, alejada de cualquier convencionalismo. Es que personas públicas –que van de escritores a cineastas y dramaturgos– leen fragmentos de textos de personajes de la historia argentina en las tumbas del cementerio. Hay escritos de Esteban Echeverría, José María Paz, Facundo Quiroga, Domingo Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Juan Manuel de Rosas, José Mármol, Leopoldo Lugones, Julio Argentino Roca, Bartolomé Mitre, Juan Lavalle, María Eva Duarte, Rodolfo Walsh y Silvina Ocampo, entre otros. La particularidad de Tierra... es que esos textos dialogan y confrontan entre sí. Algunas confrontaciones existieron realmente (como la de Sarmiento-Alberdi) y otras son metafóricas.

Tierra... despertó polémica antes de su estreno porque no fue seleccionada para el Festival de Mar del Plata 2011 ni para el Bafici 2012. Decisiones difíciles de entender, teniendo en cuenta que, si bien es una película que se puede comprender en cualquier país del mundo (de hecho, fue seleccionada para el Festival de Toronto), es mucho más apreciable en la Argentina porque indaga en una buena porción de su historia. Más específicamente, desde el siglo XIX hasta la última dictadura, a través de las lecturas de los relatos mencionados que establecen una suerte de “diálogo de muertos”, de acuerdo con la tradición literaria. “El cementerio me parecía un espacio simbólico por excelencia, en el sentido de que ahí están enterrados prácticamente todos los grandes nombres de la historia argentina, incluso aquellos que pelearon en bandos enfrentados, con una cercanía física y real. Entonces, esa condición del cementerio, de ser a la vez un espacio muy concreto y muy simbólico, me parecía que servía como una especie de metáfora perfecta para la Nación o para las disputas sobre la idea misma de Nación que recorrieron la historia argentina”, subraya Prividera.

–¿Definiría la película como un ensayo cinematográfico?

–No quiero que suene pretenciosa la idea de ensayo cinematográfico, pero intenta serlo desde el momento en que los únicos textos que aparecen son citas literales de los que están enterrados. Es un trabajo de montaje en todo sentido, desde lo textual hasta lo cinematográfico. Y para mí es una película benjaminiana porque se basa en el arte de hacer chocar citas, contrastes e instantes buscando un poco iluminar ese espacio en particular y, a través de ese espacio, toda esa historia que lo atraviesa.

–¿Qué criterios tuvo en cuenta para seleccionar los textos y los autores definitivos?

–Fue un largo proceso de búsqueda. Por supuesto, la idea nunca fue ser exhaustivo. Sería imposible. No se trata de agotar ni la historia ni los personajes mismos, que muchas veces son muy complejos, sino justamente trabajar sobre la idea del fragmento, de la cita y del montaje. Las citas, entonces, fueron seleccionadas en función de que establecieran una suerte de diálogo entre ellas.

–¿Y cómo eligió a los lectores de los fragmentos?

–Después de distintas ideas al respecto, que fue lo que más pensé y lo que más tardé en decidir casi hasta el final, sentí que así como hay una comunidad de los muertos tenía que haber una comunidad de los vivos que son los que los representan. Y tenía que ser lo más amplia posible.

–No son sólo escritores...

–No, hay de todo. A la vez, inevitablemente se terminó definiendo un corte generacional que me pareció que naturalmente tenía que ser así y lo seguí: en general, son nacidos en los ’60 y ’70. Y yo nací en el año ’70. Algunos han hecho de la lectura su trabajo cotidiano, pero no en el sentido actoral del término, sino en uno mucho más literal: de la crítica, de la historia, incluso del cine. Y asigné los textos de un modo intuitivo, no es que hubo un ensayo previo ni una idea preestablecida. Me dejé llevar un poco por los textos que ya tenía seleccionados y porque cada texto pudiera funcionar más con cada uno de esos lectores. Algunos tenían mayor afinidad, otros tal vez eran por contraste. Cada texto y cada lectura funcionan de una manera distinta.

–¿La idea de confrontar algunos fragmentos de personajes históricos es que el público pueda encontrar diversos puntos de vista y, a la vez, las contradicciones de algunos de ellos?

–Sí, desde ya. Lo que quería era jugar con ese entramado de voces diversas y ver cómo esos textos, además de dialogar entre sí, dialogan con nosotros, dialogan en el presente. Muchos de esos textos resuenan en el presente con mucha fuerza.

–Si bien en algunos casos los textos confrontan las ideas de sus autores, en otras ocasiones dialogan...

–Son todos textos que están atravesados por la violencia: desde discursos dichos en el fragor de la batalla hasta discursos en el lecho de muerte, frente al pelotón de fusilamiento, o dando la orden de matar. En ese sentido, más allá de las diferencias ideológicas lo que aparece un poco como leitmotiv es el eterno ritornello de la violencia.

–¿Y lo pensó así porque las distintas facetas de la violencia forman parte inherente de la historia argentina?

–Sí, en ese sentido tampoco soy original. Es una idea que Piglia lee en Viñas: la idea de que lo que hace Viñas es poner al descubierto esa violencia enmascarada que sostuvo la construcción de la nación, la construcción de la Argentina moderna, y que se dirigió a distintos sujetos a lo largo de la historia: el gaucho, el inmigrante. Uno podría agregar el “subversivo”.

–O sea que a través de los textos se puede entender también cómo fue cambiando el concepto de “enemigo”, ¿no?

–Bueno, lo que aparece claramente es que si toda política se define por la construcción de un adversario, la guerra también se define por la construcción de un enemigo. Y el problema es cuando la política se convierte en guerra, cuando el adversario se convierte en enemigo al que hay que exterminar. Eso ha pasado muchas veces a lo largo de la historia argentina. Y eso es lo que busqué reflejar desde ese espacio presente, porque más allá del uso de material de archivo al inicio, la película, obviamente, está toda filmada en la actualidad. Me interesa cómo el pasado resuena en el presente, cómo el pasado persiste, a veces incluso sin que las personas que son habitadas por ese pasado o que habitan ese pasado lo adviertan.

–¿Y los fragmentos funcionan como recuerdos de esos muertos o esos muertos cobran vida de un modo simbólico a la hora de analizar su participación en la historia?

–Los que evidentemente están vivos son los discursos. Detrás de esos mármoles, de esas estatuas, de ese silencio, de esa paz de los cementerios, la que está viva es la historia y los que están vivos son esos discursos que retornan. Simplemente el juego de la película es darles voz, así como los lectores son “mediums” y les dan voz, la película le da vida a ese espacio en términos de jugar a poner en escena esos enfrentamientos, mientras que por contraste muestra un poco ese espacio del cementerio que silenciosamente también habla de todo eso.

–¿Buscó también despegarse de la historia oficial para hablar de vencedores y vencidos?

–Por supuesto que uno, inevitablemente, está con los vencidos. Pero a esta altura de la historia, también la contrahistoria es, de algún modo, una contrahistoria oficial. Quiero decir: así como está la llamada historiografía liberal, también está el llamado revisionismo, que es un movimiento complejo con diferencias internas. No es lo mismo Mitre que Halperin Donghi, que es un historiador moderno, complejo e importante. Y el revisionismo también tiene diferentes etapas. Pero también las dos historias, a esta altura, conviven y también han tenido las dos una representación política importante. A mí me interesa, más allá de cada una de esas visiones en sí, la idea de que la historia es un campo de batalla. Es inevitable, justamente, cómo esos discursos vuelven y retornan, a veces para iluminar la historia y otras para oscurecerla. La película intenta mostrar que esa repetición puede ser traumática, en la medida en que uno no entiende el pasado y lo repite. Hablando casi psicoanalíticamente, hay algo ahí que no está resuelto y que no deja avanzar.

–¿Cómo interpreta la noción de “prócer” que siempre catalogó la historia oficial y cómo cree que funciona este concepto en la película?

–Para mí la idea de prócer es algo demasiado marmóreo. En todo caso, siento más cercana la idea de “padres fundadores”. Es una idea norteamericana. Toda América es un continente donde la construcción del Estado moderno llevó un tiempo brevísimo en medio de disputas muy violentas. Y, en ese sentido, tuvo que generar una historia casi de la nada, borrando toda la historia previa, incluso casi hasta diría la colonial, para construir una historia nacional de doscientos años. Y esa historia inevitablemente tiene grandes nombres y padres fundadores.

Además, me interesa la idea del concepto de “padre” porque uno puede traerlo al psicoanálisis o a otras ramas y pensarlo problemáticamente. ¿Cuál es nuestra relación con la herencia? Es otro de los problemas; es decir, ¿qué se hace con la herencia? ¿Se la asimila, se la discute, se la pone en cuestión? Ese es el punto.

–¿Y eso está relacionado con el título de la película?

–Sí. Bueno, “Tierra de los padres” es la acepción literal de “Patria”. En inglés, es más claro: “Fatherland”. Pero en castellano viene claramente del latín. Estaba también la idea de dar vuelta ese concepto y pensar justamente qué significa “Patria”. Algunas de las teorías de cuándo el hombre dejó de ser nómade y se asentó lo ligan más primariamente a la idea de los primeros cementerios, de no alejarse del lugar donde estaban enterrados los ancestros.

–Casi al final de la película se lee la carta de Rodolfo Walsh a su hija Vicky, en la que le dice que “el verdadero cementerio es la memoria”. ¿Buscó aplicar esa definición a su película a la hora de pensar la historia?

–Es interesante porque es una frase que a mí siempre me pareció muy ambigua cuando uno la lee dos veces.

–¿Por qué?

–Porque justamente la memoria es lo menos parecido a un cementerio, en el sentido de cómo trabaja la memoria. Uno tiene la imagen de un cementerio como algo estático. La memoria es una cosa dinámica, móvil, conflictiva. Es lo menos parecido a un museo y a un cementerio, por poner ejemplos. Y en ese sentido, si el verdadero cementerio es la memoria, significa que no es un lugar pacífico. Y ahí sí hago mía esa frase y creo que, efectivamente, la memoria es algo que siempre está en construcción. Y siempre está asediada y funcionando como un campo de batalla.

Por Oscar Ranzani
Fuente y más información: www.pagina12.com.ar

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Prividera invoca a los muertos para revelar miserias de la historia argentina

El cineasta Nicolás Prividera es el autor de “Tierra de los padres”, un valioso documental sobre el cementerio porteño de la Recoleta en el que invoca a los espíritus de distintos próceres y personalidades de la cultura nacional, para revelar -en un inédito diálogo entre muertos- el lado oscuro de la historia argentina, teñido de sangre, luchas internas y desencuentros políticos.

La nueva película del director de “M”, que se verá desde el jueves próximo en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, nació en 2008 durante el conflicto entre el gobierno nacional y entidades del campo, ya que -según recordó el director- “se traían a cuento voces que parecían reflejar viejos odios del pasado, algo inevitable para discutir las políticas del presente”.

Prividera seleccionó y puso en contraste ideas y pensamientos de personalidades de distintos períodos de la historia nacional, como Esteban Echeverría, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga, Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi, José Mármol, José Hernández, Juan Lavalle, Bartolomé Mitre, Julio A. Roca, Eva Perón, Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Juan José Valle, entre muchos otros.

Como si se tratara de una enorme ironía, los restos de todos esos personajes enfrentados ideológica y políticamente, que defendían visiones diametralmente opuestas sobre cómo construir la Argentina, están enterrados en la Recoleta, “una ciudad dentro de una ciudad que simboliza a todo el país, porque la historia argentina se puede condensar en 200 años y mucho de ella está guardada en ese lugar”.

En una entrevista con Télam, Prividera -que en “M” evocó a su madre, desaparecida durante la última dictadura militar- explicó que “todos esos discursos están atravesados por la violencia y expresan su contexto histórico. Eso me permitía jugar con la falsa apariencia de paz del cementerio, detrás de la cual se esconde una violencia que está muy presente y nos sigue interpelando hoy en día”.

Allí están incluidos, por ejemplo, los viejos antagonismos ideológicos, culturales y políticos que marcaron la historia nacional, generando guerras intestinas, masacres y persecuciones, tales como federalismo o unitarismo, campo o ciudad, provincias o metrópoli, civilización o barbarie, y peronistas o antiperonistas, entre muchos otros.

“Todos esos textos expresan una batalla y una lucha de clases que se repite de distintos modos desde el siglo XIX hasta la última dictadura militar, y su coincidencia es que están atravesados por la violencia, porque son citas de momentos donde esos personajes extremaron el discurso y lo llevaron a su punto más alto”, señaló el director.

Y añadió: “La muerte está abordada como elemento inevitable. La película y la historia están atravesadas por la pasión. Uno tiene un concepto de la memoria como algo fijo, inmutable, pero en realidad es todo lo contrario, porque la memoria individual y colectiva es como un campo de batalla donde hay conflictos y pasiones, y eso es todo lo contrario a un museo o un cementerio”.

En ese sentido, Prividera sostuvo que “cada presente del filme interroga al pasado; hay como una dialéctica y una conversación entre pasado y presente, entre lo aparentemente muerto y lo vivo. La película pone en escena un diálogo entre los muertos y otro entre ellos y nosotros, en función de nuestra propia vida, de nuestra propia revisión del pasado para poder ir hacia el futuro”.

Todos esos textos son leídos en los pasillos del cementerio, frente a las tumbas y las criptas de sus propios autores, por distintos artistas, actores, cineastas y escritores argentinos de la actualidad, como Martín Kohan, Susana Pampín, Emilio García Wehbi, Alejandro Tantanian, Lucía Cedrón, Gustavo Fontán, Carlos Gamerro, Gustavo Nielsen, José Campusano, Ricardo Ibarlucía y Félix Bruzzone.

Como si se tratara de médiums que le prestan su voz y su cuerpo a los muertos, cada uno de los lectores permite ver cómo el pasado aún resuena en el presente y cómo esas ideas, frases y palabras revotan en un espacio tan particular como el cementerio de la Recoleta, donde el director también registra y retrata la vida cotidiana de sepultureros, turistas y admiradores de algún personaje allí enterrado.

La película, que tuvo su premier mundial en el Festival de Toronto y se verá todos los días en la sala Lugones a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas, “trabaja con profundos contrastes entre pasado y presente, lo estático y lo móvil, visitantes y cuidadores, vivos y muertos. Además tiene formas y juegos de lo ficcional, pero una puesta en escena que transita el documental”.

Para Prividera, “cualquier película está atravesada por su contexto histórico y en este caso me parece que se trata de una película necesaria para este momento actual, porque habla -de algún modo- la forma en que el presente discute el pasado. Eso es mucho más visible hoy en día, de un modo mucho más dramático”.

“Mientras filmaba me di cuenta del punto de vista de la película. Creo que se trata de una película `alberdiana`, siento que la voz de la película es la de Juan Bautista Alberdi, porque le podía discutir a alguien como Sarmiento proponiendo una visión más inclusiva del país y la sociedad, diciendo que la exclusión siempre termina en tragedia”, agregó.

El cineasta destacó que Alberdi “ocupa el lugar siempre molesto de una tercera posición muy difícil de sostener, y eso lo traigo al presente porque cuando se extreman las posiciones es más difícil tener una visión incluyente y conciliadora, y cuando se acaba la política empieza la guerra, porque la política es siempre la propuesta de un diálogo posible, aun entre gente de visiones enfrentadas”.

“Por eso no me resulta paradójico que esta película haya sido bastante malentendida, incluso antes de haber sido estrenada, porque me da la impresión de que es un como un espejo en el que cada espectador puede ver su propia versión de la historia. Todos tenemos una visión previa y un juicio que al enfrentarse con la película hace que resurjan esas pasiones que todos tenemos”, afirmó.

Y subrayó que “es una película que apuesta por una posición intermedia y menos virulenta, porque pone en escena la violencia pero para generar algo diferente, un distanciamiento y una reflexión sobre ella, de dónde viene y cómo afecta a la política. Creo que nadie será neutral después de verla”.

Fuente y más información: www.telam.com.ar

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Crítica: ¿O juremos con gloria morir...?

Monumentos, panteones, placas, textos. El cementerio de Recoleta como espacio de acción discursiva y de confrontación de voces de la historia argentina. Un prólogo mortuorio con imágenes de la Argentina de la segunda parte del siglo XX, acompañadas por los sones del Himno Nacional y un epílogo fúnebre donde el Río de la Plata cobra protagonismo mientras “Va Pensiero” de Verdi recorre ese otro cementerio de cadáveres.

Nicolás Prividera opina desde los textos de próceres, políticos, intelectuales, presidentes y proclamas qué fueron aquellos tiempos y qué es esto de hoy. La operación estética es singular: recorrer el cementerio aristocrático desde la lectura del pasado para llegar a la reflexión del presente y –vaya intención– explicar la sangre derramada, los enfrentamientos, los ajusticiamientos y los incontables cadáveres que sintetizan un país.

En ese sentido, Tierra de los padres no es sólo una lección de historia convencional donde diversas personalidades de la cultura leen la palabra escrita de casi dos siglos junto a lápidas y monumentos recordatorios. Tierra de los padres coloca en tensión a la Historia porque la elección de textos es democrática y en algunos casos deja vislumbrar las contradicciones de un mismo personaje. Sarmiento y su Facundo, Lugones y su espada, la feroz ambigüedad de Rosas, la autosuficiencia asesina de Roca y la visión de futuro de Moreno son algunas de esos parlamentos que tienen que estar sí o sí en un film de estas características. Pero horrorizan personajes secundarios como Hilario Ascasubi y su goce a pleno al narrar las torturas a los salvajes unitarios.

Sin embargo, la película no se queda sólo en eso: el cementerio también es recorrido por visitantes, turistas y estudiantes que escuchan el desgano de una guía cuando se planta frente a la tumba de Eva Perón. Y junto a ese mismo mármol un pequeño grupo de veteranos fieles al movimiento entona la marcha, pero no la primera parte, sino la segunda y tercera, resignificando a la celebrada y mítica canción. ¿Puro azar? ¿Casualidad o causalidad? No importa, eso muestran las imágenes. Dos gatos se disputan una paloma muerta, los trabajadores del lugar hablan entre ellos de sus rutinas mientras transportan ataúdes, las angulaciones de cámara sobre determinados monumentos van más allá del virtuosismo del encuadre. Planos planificados fusionados a planos azarosos que terminan resultando una de las tantas virtudes del film. Los testimonios de la segunda mitad del siglo XX –Rodolfo Walsh, Victoria Ocampo, el general Valle, Videla, Massera, entre otros– anuncian el último viaje, el de ese plano secuencia aéreo de cinco minutos sobre el interminable río mientras el coro de “Nabucco” actúa como contrapunto de aquellos fantasmas que cobraron vida detrás de los muros.

Por Gustavo Castagna
Fuente y más información: http://tiempo.infonews.com

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Crítica

TIERRA DE LOS PADRES, NICOLÁS PRIVIDERA, ARGENTINA, 2011

Después de M, su conmovedora y rabiosa ópera prima acerca de su madre desaparecida en la última dictadura militar argentina, Prividera toma un camino inesperado aunque no menos personal, más allá del drama íntimo e histórico: filmar 200 años de historia argentina desde una necrópolis aristocrática, allí donde los supuestos héroes de la patria descansan. El cementerio de la Recoleta, en el centro de la Capital Federal, es el escenario elegido para que hombres y mujeres de distintas edades y profesiones (cineastas, escritores, actores, estudiantes, etc.) lean algunos textos centrales e ideológicamente relevantes de la Historia argentina oficial (y no oficial), en la mayoría de los casos al lado o al frente de las tumbas de sus autores. El resultado es magnífico y perturbador: los textos resultan actuales (y universales), más allá de que algunos pertenezcan al siglo XIX. Alberdi puede ser un contemporáneo de Paco Urondo; Rosas, de Lugones. Una cita de Evita, en uno de los momentos claves del film, adquiere una validez extrapartidaria, y de algún modo explicita la perspectiva del cineasta, jamás distanciada o neutra, sobre la violencia de clase que atraviesa la historia argentina. Si bien el texto urde un relato coral, algunas voces desentonan más que otras: las citas de Sarmiento, nunca fuera de contexto, denotan la barbarie congénita de su liberalismo de avanzada, mientras que el pasaje de la “Carta abierta a la Junta Militar” de Rodolfo Walsh sintetiza una lucha por la justicia y la equidad, y cada palabra tiene una dignidad irrefutable frente a otros discursos leídos, pletóricos de galimatías y figuras retóricas que sólo resguardan el odio y el desprecio de clase. Los cuidadosos planos fijos y las elecciones de encuadre se apropian de las estatuas del cementerio, haciéndolas valer como elementos de una puesta en escena lúcida en donde arquitectura y discurso sintetizan los antagonismos y luchas de un país signado por la violencia, lo que se anuncia desde el comienzo con un trabajo de montaje controversial sobre material de archivo de varios estallidos sociales, incluyendo el de diciembre de 2001, mientras suena el himno nacional argentino. Prividera no desestima mostrar la vida que subsiste en la ciudad de los muertos, y en varios pasajes filma a los cuidadores de los mausoleos y panteones (hay un plano de la tumba de un trabajador del cementerio), observa a los gatos que deambulan, a veces disputándose una paloma muerta, y registra la visita de turistas, estudiantes, familiares y compatriotas. Pero Prividera tiene reservado un giro final; un preciso travelling aéreo sobre el cementerio tendrá un destino específico que refuerza la idea de una contrahistoria: la que viven inconscientemente en la memoria, como los espectros que la representan, quienes desconocen el descanso eterno.

Por Roger Koza
Fuente: Ojos Abiertos
Más información: http://ojosabiertos.wordpress.com/

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