martes, 26 de febrero de 2013

LA NOCHE MÁS OSCURA - DOSSIER (Varios)

 

Una dura en Hollywood

La película La noche más oscura está centrada en los diez años de investigación y búsqueda que llevaron a la caza, captura y muerte de Osama ben Laden. Hablar con su directora, Kathryn Bigelow, también llevó su tiempo. Es la realizadora más buscada y quizá por ello también la más huidiza. Dos ciudades, Nueva York y Los Ángeles, dos estudios y dos relaciones públicas (para una mujer que dice no tener más representante que su agente y que se mueve fuera del Hollywood con mayúsculas) fueron necesarias para conseguir una entrevista en la que Bigelow, de 61 años, no se siente cómoda. "Estoy acostumbrada a estar detrás de las cámaras, no a tenerlas delante, a sentirme secuestrada", confiesa a pesar de su evidente seguridad.
 
Dio todo tipo de excusas. Últimos toques de posproducción; que si estaba muy ocupada con la campaña publicitaria de esta controvertida cinta, donde siempre compareció arropada por su guionista, Mark Boal. Incluso hubo quien citó una enfermedad futura, como si esta amazona escultural cuya planta poco dice de su edad pudiera caer enferma a voluntad. Lo último fue una afección de garganta de la que no queda rastro cuando finalmente se sienta a hablar. "Supongo que uno se acostumbra a todo porque ayer perdí la voz por completo", se ríe de sus excusas esta mujer, dura de pelar. Quizá la más dura de Hollywood. Una mujer que hizo historia. La primera realizadora que consiguió un Oscar en esta categoría, arrebatándoselo a James Cameron, con quien dos decenios antes estuvo casada.

Ese triunfo data de 2010. Con Vivir al límite, además del Oscar a la mejor dirección, obtuvo otras cinco estatuillas, mejor película incluida. Su film sobre el asesinato de Bin Laden escuchará el veredicto de la Academia el 24 de febrero.

Parece evidente que esta realizadora, que también trabajó como modelo y actriz, no se dio tiempo a descansar. Tras el éxito alcanzado, se sumergió en la mayor operación de caza y captura que hubo nunca centrada en el hombre más buscado de la historia reciente: Osama ben Laden. Un proyecto en el que empezó a trabajar junto a Boal antes de ese 2 de mayo de 2011 que lo cambió todo, cuando un equipo de elite del Ejército estadounidense dio muerte al líder de Al-Qaeda en Abbottabad, en la frontera de Paquistán.

"Estábamos trabajando en un proyecto sobre la captura que nunca llegó a ser, cuando estuvieron a punto de darle caza en las montañas de Tora Bora en 2001." Iba a ser la historia de un fracaso. Y luego, como le gusta repetir a Bigelow, "la historia se puso en nuestro camino". Se refiere al mensaje del presidente estadounidense, Barack Obama, a la nación confirmando la muerte de Ben Laden. Fue un duro punto de inflexión, donde tuvieron dos opciones: tirarlo todo y olvidarse del proyecto o comenzar de nuevo. Bigelow, siempre dada al camino más difícil, optó por lo segundo. "Y Kathryn siempre tiene razón", admite el guionista. "Sentimos la necesidad de contar la búsqueda y captura del hombre más peligroso del mundo desde la perspectiva de la gente de a pie, de aquellos en el centro de la operación, mujeres y hombres en el servicio secreto encargados de buscar una gran aguja, sí, pero en un gran pajar. La curiosidad de desvelar con fidelidad todos los misterios y preguntas abiertas en este extraordinario viaje en el que estuvimos embarcados la última década." De nuevo las palabras de Obama fueron críticas en su decisión. Como dijo el presidente estadounidense en su mensaje ese 2 de mayo al agradecer su labor al servicio secreto y otras agencias involucradas en la operación, "el público no ve su trabajo ni sabe sus nombres, pero hoy sienten la satisfacción de su trabajo y ven el resultado de su lucha por la justicia".


Seria, aunque de sonrisa fácil
 
Facciones duras, suavizadas por la media melena lisa que se recoge en una cola de caballo cuando se pone detrás de la cámara. Con una voz más juvenil y menos grave de la que se espera de una mujer atraída siempre por los temas más duros. Con aspecto de estricta gobernanta, Bigelow asegura que, pese a lo que se puede leer de sus últimos trabajos, no se considera una persona política. "Son las historias de actualidad las que me interesan, su inmediatez, su cercanía, el hecho de que se desarrollan en el mundo en el que vivimos. Éste es un momento histórico que nos ha tocado vivir y no me puedo imaginar otro igual", añade en referencia a la película, que se estrenará el 31 de este mes.

Ésta es una historia también difícil, porque precisamente esa inmediatez, esa cercanía a los hechos que narra, la sitúan fácilmente en tierra hostil por todos los flancos. Quizás en el único donde se vio arropada fue en el campo de la financiación, avalada por el Oscar conseguido y un tema de actualidad entre manos. "Pero como soy muy específica en el material que me interesa, la disponibilidad de fondos tampoco cambió tanto", reconoce sobre esta producción independiente de 30 millones de dólares.

Todo lo demás fue de locos, aunque eso no lo escucharán nunca de sus labios. "Ella sólo piensa en su siguiente plano, en mantenerse dentro del presupuesto. Nada más. Pocos directores en esta ciudad serían capaces de enfrentarse a este material con su bravura y arte", retoma el guionista, cuya camaradería con Bigelow, 20 años mayor que él, insinúa otro tipo de relación más allá de la profesional. El profesor y la capitana, los bautizaron, respectivamente, Jessica Chastain y Edgar Ramírez, los principales protagonistas de La noche más oscura. El film contó con 120 papeles con diálogo, rodado en tres continentes con 112 sets, incluida una réplica de la casa fortaleza de Abbottabad construida en Jordania, cerca del mar Muerto.

Esta película fue como volver a la escuela por la cantidad de libros que leímos. Trabajé mano a mano con Mark, con quien revisaba los diálogos para ser lo más fieles y correctos posible. De ahí el mote", recuerda la actriz, reciente ganadora de un Globo de Oro y candidata al Oscar por el papel de Maya, la agente de la CIA en el centro de la investigación. Un personaje que en el reciente libro Un día difícil (ver aparte), escrito por uno de los miembros de las fuerzas especiales que formaron parte del asalto a Ben Laden, se llama Jen y está inspirado en una o varias personas que tomaron parte en la búsqueda. Porque, como insisten Boal y Bigelow, todo lo que figura en la película está basado en testimonios obtenidos de aquellos que tomaron parte o estuvieron relacionados con la búsqueda y captura.

"Con el antecedente de Vivir al límite [sobre una brigada estadounidense antiexplosivos en Irak] hubo esa confianza de que tanto Mark como yo trataríamos la historia con respeto y fidelidad. Y Mark escribió un guión magnífico, que fue un regalo que me puso en las manos. Los realizadores, al igual que los periodistas, tenemos un deber cuando tratamos la historia que nos rodea, la que se está desarrollando mientras rodamos", insiste Bigelow. Un trato preferente que en ningún caso hace referencia a la polémica que rodea a este trabajo en EE.UU., donde desde su concepción fue acusado de contar con acceso a información clasificada. Algo que tanto Boal como la directora niegan categóricamente. "Nunca solicitamos material clasificado ni somos conscientes de que nos fuera proporcionado", se escudan.

También aseguran que, pese a lo repetido entre la oposición a Obama en este año electoral, la película nunca tuvo "una agenda política", y que, dentro de la fidelidad a lo que ocurrió, no es un documental ni lo pretende ser. Protege los secretos y la identidad de aquellos que participaron. Pero ambos coinciden en que el personaje de Maya o Jen, o comoquiera que se llame la persona en la que está inspirada, existe y es una mujer. "Ésa fue mi mayor sorpresa. Saber que era una mujer la persona en el centro de esta operación, maravillarme de ello y sorprenderme de mi sorpresa porque era una mujer", afirma Bigelow. "Con esa idea de Jason Bourne / James Bond que tenemos en la cabeza cuando hablamos del servicio secreto, la importancia que tienen las mujeres en la CIA también fue una sorpresa para mí", corrobora Boal.

La capitana sabe lo que quiere

Lo de capitana se lo inventó el actor venezolano Edgar Ramírez y es fácil de ver cuando Bigelow da ejemplos de un rodaje que también utilizó la India como doble de Paquistán. "Era cine de guerrilla. Kathryn y yo tuvimos que huir literalmente de uno de los sets cuando se organizó una manifestación en contra de la película (por parte del grupo de ultraderecha hindú Vishwa Parishad), fruto de las tensiones entre Paquistán y la India. Nos largamos y seguimos filmando en otras calles, sin que cortaran el tráfico ni nada, con Kathryn y su camarógrafo en la furgonetita en la que yo iba con los actores", recuerda el actor. "Luego, en el rodaje, es una mujer muy sólida que sabe exactamente lo que quiere. Mantiene un balance perfecto entre mostrarse fuerte y directa con ser dulce y generosa. Y siempre segura. Ése es su secreto: sabe mantener la calma porque tiene muy claro lo que quiere."

Los halagos son precisamente lo único para lo que Bigelow no está preparada. En lugar de aceptarlos con gracia o desmentirlos entre muestras de falsa modestia, la californiana prefiere no darse por aludida. "No sé cómo responder a algo así", es lo único que articula ante la crítica de la revista Time sobre La noche más oscura, que la describe como la realizadora "con más cojones" en EE .UU. Antes prefiere atribuir halagos a su reparto, especialmente a Chastain, de quien dice que es "una persona que no le teme a nada" y es a la vez capaz de "humanizar" esta caza con su amplio registro para los pequeños detalles.

También tiene palabras de amor para el resto de sus actores una directora conocida por sacar lo mejor de cada uno. Es la mujer que descubrió a Keanu Reeves como un actor de acción con Punto límite, mostró las sutilezas de un Ralph Fiennes en Días extraños y dio una carrera a Jeremy Renner con Vivir al límite. "Siempre busco buenos actores, con una sólida carrera, pero especialmente en esta ocasión no quería que su nombre o interpretaciones pasadas interfirieran con lo que ves en la pantalla." Aun así, Chastain prefiere recordar la generosidad de esta capitana. "Hacer La noche más oscura fue muy duro por el lugar donde rodamos, por las escenas de tortura y sobre todo porque el personaje es completamente diferente a mí. Yo soy todo risas, y Maya sólo tiene una idea en la cabeza: capturar a Osama ben Laden. Pero Kathryn fue genial. Sabía de mi amor por los animales, lo mismo que ella, y no hacía más que mandarme videos de perros adoptados o cosas así. Es incapaz de perder su humanidad. Bajo ninguna circunstancia".
¿Kathryn Bigelow viendo videos de gatitos en YouTube? Una imagen difícil de asimilar.

Pero la realizadora ha demostrado ser una mujer de contrastes. Alguien que nunca pensó en dedicarse al cine y encontró en la pintura su salida artística, centrándose en el estudio y producción de piezas conceptuales bajo el ojo crítico de Susan Sontag o Richard Serra. "De ahí que mi conocimiento de cine sea limitado", dice, ahora sí que con falsa modestia. Porque Bigelow es una de esas mujeres que parecen haberlo visto todo, aunque no presuma como un Tarantino. Además de reconocer entre sus influencias a clásicos como Stanley Kubrick o Alfred Hitchcock, hablando con ella aflora su deseo por descubrir nuevos talentos en todo lo que comen sus ojos. "También me dejaron una profunda huella películas como Apocalypse now! o El francotirador. Lo interesante de esas películas, de los films de Vietnam, es que informaron así de un tema que nunca habría tenido la oportunidad de conocer de primera mano. Me iluminaron y me educaron. De ahí que veo clara la responsabilidad social y el compromiso del cine que quiero hacer, ese en el que muestre la realidad del mundo en que vivimos o de los momentos extraordinarios que nos ha tocado vivir."

Su deseo, insiste, es ser honesta con lo que ocurrió y socialmente responsable. Por eso, su nueva película arranca con una pantalla en negro y el documento sonoro de lo que ocurrió en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, que a continuación contrasta con el trato de abusos y tortura -o "técnicas mejoradas de interrogatorio", eufemismo con el que prefiere describir lo que ocurrió en Guantánamo- a los detenidos. Aquí Boal lleva la voz cantante al hablar de las diferentes reacciones o la controversia que generarán estas imágenes. Como dice, nunca fue su intención ni la de Bigelow mostrar la versión de la Casa Blanca. "Estas instancias son parte de nuestra historia. Y entre los múltiples métodos utilizados en la búsqueda de Osama ben Laden, éste fue uno de ellos". Bigelow ha sido censurada a menudo por su gusto hacia un mundo de violencia explícita. Reconoce que su contacto cercano en sus últimas películas con los diferentes operativos, ya sean militares o del servicio secreto, le han dado otra visión hacia ellos. "He sentido de cerca la psicología, dedicación e inteligencia que existe entre estos grupos de fuerzas especiales, con una capacidad de tomar decisiones de vida o muerte en una fracción de segundo. Me dejaron impresionada." Sin embargo, si algo sorprende de la operación en su nueva película es lo poco que se ve. Haciendo honor a su título, la ofensiva está filmada en la más completa oscuridad, utilizando en las cámaras las mismas gafas nocturnas que usaron las fuerzas especiales durante el asalto. "Mark escribió un verdadero testamento de lo que ocurrió en esa búsqueda, una narrativa que confío que el público disfrute, además de que conozca así la historia. Porque todos sabemos el final, pero no lo que pasó hasta llegar a ese momento."

El final de la cacería es por todos conocido. Pero quizá no así el final abierto por el que directora y guionista optan para la película, con una inocente pregunta sin respuesta a la protagonista de esta búsqueda. Y ahora, ¿qué? ¿Adónde vamos? "Es una pregunta importante. Como país, como cultura, ¿adónde nos dirigimos ahora?", reflexiona una mujer que admite siempre estar dispuesta a mantener el diálogo vivo, a preguntar lo que haga falta. "También estoy fascinada por cómo funciona el mundo y sigo siempre a la búsqueda de respuestas. Y por supuesto que soy una optimista, además de alguien que vive siempre con esperanza", resume la cineasta, en lo más parecido que su cerrazón personal le permite presentar como una declaración de principios.
 
 
Entre premios y proyectos
 
  • ÚNICA En 2010, con Vivir al límite, Bigelow le arrebató la estatuilla a mejor película a su ex marido James Cameron y su Avatar, además de llevarse el de mejor directora. En los 82 años de la Academia sólo tres mujeres habían sido nominadas, pero únicamente ella lo obtuvo. "No estaría acá si no fuera por Mark Boal", dijo entonces. La pareja nunca reconoció su relación.
  • AUSENTE Que no quedara nominada como directora en los Oscar 2013 por La noche más oscura fue una sorpresa. Esta noche, la actriz de ese film, Jessica Chastain, intentará imponerse en los Screen Actors Guild Awards (SAG, emite TNT). El 10 de febrero, Bigelow tendrá su revancha como realizadora en los Bafta. Y el 24, en los Oscar, será la hora de la verdad para su nueva película.
  • TRIPLE FRONTERA Tom Hanks y Johnny Depp estarían al frente de este proyecto que la realizadora tiene en carpeta y con el que espera meterse en el encalve ubicado entre la Argentina, Paraguay y Brasil.

Por Rocío Ayuso
Fuente y más información: www.lanacion.com

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Slavoj Zizek también ataca el film de Kathryn Bigelow
 
 

Desde las páginas del diario británico The Guardian, el autor de Violencia en acto respondió a una carta que la realizadora hizo llegar al periódico estadounidense Los Angeles Times argumentando sobre el derecho a "representar" algo —la tortura, en este caso— sin que eso implique "respaldarlo".

"Para quienes trabajamos en las artes sabemos que representar no es respaldar. Si lo fuera, ningún artista podría pintar prácticas inhumanas, ningún autor podría escribir sobre ellas y ningún cineasta podría sumergirse en los asuntos más espinosos de nuestra época", escribió Bigelow.

Zizek respondió que "la normalización de la tortura en `La noche…` es un síntoma del vacío moral al que nos acercamos gradualmente. Si hay alguna duda de esto, hay que tratar de imaginar alguna película importante de Hollywood en que se retrate la tortura de una forma similar en los últimos 20 años. Es impensable".

El film será estrenado en la Argentina el próximo jueves y llega precedido por una serie de consideraciones morales y estéticas que no sólo aseguran un éxito de público casi seguro sino también la reactivación de una polémica que no es tan fácil de zanjar por mucha pericia o dinero que haya en juego.

La ideología de un objeto artístico ¿se corresponde punto por punto con aquello que se pretende representar, si es que lo pretende; las opiniones políticas de un autor, con la circulación social de su obra?

Las cosas se complican porque la película de Bigelow no es un equivalente de "La fiesta de todos" (la pieza de Sergio Renán que saludaba el triunfo de la selección argentina de fútbol en el Mundial 78), así como tampoco alcanza la perfección formal de "El triunfo de la voluntad", que convirtió a Leni Riefenstahl en la cineasta favorita de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del Reich.


El aspecto común entre las tres películas probablemente sea la financiación; nadie dijo que el Pentágono o la CIA pusieron dinero para “La noche…” pero es indudable que buena parte de los pasos de la operación que se narra salieron de algún lugar cercano a ese edificio. Por lo demás, descartar lo del dinero sería arriesgado. Y en los otros casos, una irresponsabilidad.

Y una irresponsabilidad también comparar la propaganda política de la patria futbolera con la seguridad y elegancia de Bigelow para filmar una posible reconstrucción histórica que puede pasar como una muestra de objetividad cinematográfica, pretensión que no tuvo Riefanstahl, quien jamás negó su credo y que con una cámara era capaz de retratar un congreso partidario donde las galas de la masa con el líder podrían estar ocurriendo en Múnich como en la Roma de las Lupercalias.

La responsabilidad política es inevitable en los tres casos. "La noche más oscura" no tiene nada de objetiva, sus recursos fílmicos son impecables y la trama (incluyendo el elogio de la predestinación de raíz luterana que asalta a la protagonista) es tan llevadera como en cualquier película de género, sea de James Bond o "El loco de la motosierra"”—donde las cuotas de violencia son tan altas que no escandalizan a Zizek, tampoco a los indignados progresistas neoyorquinos ni a los locales.

Bigelow sabe de la tortura; el truco de la objetividad le permite traficar la idea de que someter a alguien a picana eléctrica es por razón de Estado. La misma falacia atraviesa Stanley Kubrick en "Full Metal Jackett", Francis Ford Coppola en "Apocalypse Now" y Terrence Malick en "La delgada línea roja".


Esa falacia no atraviesa a "Un condenado a muerte se escapa", de Robert Bresson; tampoco a "La Chinoise", de Jean-Luc Godard. ¿Será que Bigelow es un avatar de la libertad de expresión y Zizek un bolchevique irredento? La libertad de expresión es imprescindible para calcular, servir al amo que se desee y filmar.

El apuro de Zizek redunda en propaganda para Bigelow. La tortura no desaparecerá con los comités de ética que suelen crear los mismos estados que la practican.

Se trata de una película. Y nada más: mercancía para la sociedad del espectáculo. ¿Es cierto lo que se cuenta, no es cierto, importa que lo sea? Importaría que Bigelow (o sus actores) dijeran que la guerra en el Medio Oriente es un objetivo estratégico de la Casa Blanca, sea demócrata o republicana.

De lo contrario es pensar que la filosofía de Martin Heidegger, rector de la Universidad de Friburgo en 1933, autorizaba la práctica política nazi; o que los opúsculos de Ezra Pound, la de Mussolini.

Heidegger nunca se disculpó por ese año en los claustros fascistas, pero es lógico si se está convencido, como se sospecha lo estaba, que no hay una relación axiomática entre la vida de las personas y sus producciones literarias, científicas, cinematográficas o filosóficas.


Fuente y más información: www.telam.com.ar

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
 

LA DONCELLA Y LA MUERTE
 
Cuando los militares bolivianos cometieron la –para ellos– hazaña de matar a Ernesto Che Guevara, se sintieron orgullosos. Tanto, que lo mostraron al entero mundo en el piletón de Vallegrande. Ahí estaba el invencible Che, muerto. Ahí estaban ellos, vivos y vencedores. Que el Che, con su milagrosa sonrisa, con sus ojos, aun muerto, abiertos, les arruinara la fiesta, al punto de que el mundo vio al más bello muerto de la historia rodeado de sus asesinos y burlándose de ellos con su sonrisa, con sus ojos pícaros, tal como los tenía cuando andaba de un lado a otro por el planeta, es otra cuestión. Los militares reprodujeron el famoso cuadro de Rembrandt sobre la lección de anatomía: señalaban que los balazos habían entrado por aquí y por ahí y por allá. Ahora viene la pregunta que todos (menos los norteamericanos) se han hecho: ¿alguien vio muerto a Osama bin Laden? Nadie. Y si esperan verlo en la película de Bigelow, olvídense. Van a ver un poco de cierta barba blanca y los orificios de una nariz con algún toque de sangre. ¿Alguien vio cuando lo tiraron al mar? ¿Tomaron fotos de algo sus sacrificadores? Nada. Y cuando llegó la noticia del eterno ocultamiento en el mar todos –en la Argentina y en muchos países del mundo– dijeron: mentira, nos toman por idiotas. O no lo mataron o lo mataron hace tres o cinco años y recién ahora (vaya uno a saber por qué) la CIA nos lo hace saber.
 
Tomarnos por idiotas es lo que se proponen, pero en concepciones conspirativas de la historia los argentinos somos maestros. ¿Por qué nos escamotearon a Osama? ¿Por qué lo tiraron al mar? ¿A quién tiraron al mar? ¿No tienen una foto para mostrarnos? ¿En la palabra de quién tenemos que creer que semejante archivillano ha sido abatido y el vencedor es parco en exhibir y probar exhaustivamente su triunfo y hasta su gloria? Además, ¿alguien cree todavía que el acontecimiento histórico universal de las Torres Gemelas no tuvo aliados internos? 1) Legitimó el triunfo electoral de Bush, que había sido todo menos transparente. A partir de ahí se transforma en el líder de la nueva cruzada: The President takes charge, dicen entusiastas varios magazines; 2) Se legaliza la guerra contra Saddam Hussein y la invasión a Irak. Guerra que todavía continúa y que ya ha tenido un costo de vidas altísimo. Y que ha recurrido a la tortura (tarea de inteligencia) y ha instalado innúmeros campos de concentración, no detectables por los satélites pues sólo los tienen EE.UU. o sus buenos aliados del Occidente capitalista y cristiano. La guerra de Irak está sostenida por el ataque a las Torres. Y la tortura sigue siendo (y seguirá siendo) la más efectiva de las tareas de inteligencia. Por si hiciera falta: la película de Bigelow lo demuestra. Ya lo había demostrado la casi intolerable Unthinkhable y el fanático agente Jack Bauer en 24 de la cadena Fox, propiedad del derechista Rupert Murdoch, zar de los medios. Ahí se entroncan los medios con los guerreros de la democracia, tortura mediante.

LAS LAGRIMAS DE LA COMANDANTE
 
Los norteamericanos no inventaron esto. Fue obra de los franceses. En Indochina y en Argelia impusieron la teoría de la Defensa Nacional. Su herramienta principal de inteligencia: la tortura. “La legalidad es incómoda, coronel”, heroicamente le dice un periodista francés (que, sin duda, había leído a Sartre) al coronel Mathieu. Su respuesta (notable) ya es bastante conocida: “La cuestión no es la tortura. La cuestión es si Francia se queda o no en Argelia. Si se queda, no me pregunten por los métodos que utilizo para lograrlo”. La valiente, obstinada agente de la CIA Maya (la actriz Jessica Chastain, que ganará su Oscar pese a su voz poco atrayente, aguda hasta un poco más allá del registro de una gran actriz) podría decir a quienes la denuesten: “La cuestión no es la tortura. Es si ustedes quieren o no que atrapemos a Osama. Si lo quieren, no me pregunten por los medios que utilizo para conseguirlo”. Porque en el film de Bigelow los medios por los que se atrapa de Osama son: 1) La terquedad de la agente Maya. Su obstinación casi enfermiza. “Los de Washington dicen que es una asesina”, le comenta un hombre del Departamento de Estado a otro. Así nomás, al pasar. Maya, la heroica y terca protagonista, es una asesina según las altas fuentes de Washington. Luego Maya presencia las torturas y aunque algún mohín de disgusto expresa su linda cara, de ningún modo intenta impedir ninguna atrocidad. Las atrocidades de las torturas mienten. La principal y casi única es la que aquí conocemos como “el submarino”. ¡Qué piadosos los de la CIA! ¿No averiguaron los métodos de inteligencia de los militares argentinos? El empalamiento, la picana, la tortura delante de los hijos, la violación de las mujeres, el robo de los bebés, el asado de los prisioneros, vivos o muertos, los vuelos de la muerte, etc. O sea, Bigelow muestra una tortura light.
 
Sin embargo, su fiel torturador dice una frase decisiva ante el capo de la CIA (James Gandolfini): “Todo esto se basa en informes de los presos. Hay un 60 por ciento de posibilidades de encontrar a Osama”. Maya (que comparte la idea de que todo se basa en el testimonio de los presos) dice, contundente, “Hay un ciento por ciento. O, para no asustar sus cojones, caballeros, digamos un 95 por ciento. ¡Pero es un ciento por ciento!”. ¿Quién es Maya, personaje que se devora el film con su omnipresencia, de la que podría afirmarse sin dudar que atrapa a Bin Laden por su perseverancia casi inverosímil? Maya (y aquí va la bomba) es el alter ego de Bigelow. “Si yo hago la película, yo lo atrapo.” ¿Quién es Kathryn Bigelow? Filmó siempre películas de hombres. Estuvo casada con James Cameron, detalle que algo tendrá que ver en la totalidad de nuestro análisis. Su film anterior fue una glorificación de los desactivadores de bombas, todos héroes, todos sacrificados, todos tipos que arriesgan sus vidas por salvar las de los otros. Bigelow es uno de los grandes personajes de Hollywood, es (según creo) bellísima, y ya pasó los sesenta. Tiene cara de inteligente, de mujer brillante, corajuda. Es patriota. Y atención: uno de sus próximos proyectos es hacer un film sobre la Triple Frontera a la que llenará de narcotraficantes, fundamentalistas islámicos y drogones miserables, despojos de la vida que nada valen.
 
Volvamos a Maya. Todos están en contra de su obstinación por ir tras Bin Laden. Un personaje comenta: “Es ella contra el mundo”. Sin embargo, aparte de su patriotismo agobiante, nada parece justificar (internamente) esa perseverancia. Maya es sensible. Maya es dura. Se enfrenta al mundo masculino y hasta llega a reventar a gritos a un tipo que se le opone (gran escena de Jessica Chastain que proyectarán si le dan el Oscar, recuérdenlo). La película se centra más en ella que en el misterio Osama, en el despliegue de inteligencia, o en la acción impresionante de las fuerzas de ataque. ¿Por qué llora Maya al final del film? ¿Por qué el film cierra con un plano medio de Maya derramando breves, pero dolorosas lágrimas? Tal vez, conjeturo, porque comprende que el sentido de su vida ha muerto con Osama. Tal vez porque sabe que mintió. ¿Alguien puede imaginar qué habría sucedido si Maya destapa la bolsa mortuoria de Osama, lo mira, mira a sus compañeros y niega con su cabeza en lugar de afirmar? ¿Era posible una actitud así en una mujer que había arrastrado al poder más grande de la Tierra hacia una zona inhallable donde no estaba lo que debía estar, lo que ella había dicho (con el ciento por ciento de su obstinación) que estaba? Llora por eso. Porque mintió. Porque será imposible exhibir algo de Osama al mundo y probar la hazaña. Porque habrá que sepultarlo en el mar, escamotearlo, esconderlo para la eternidad. Y si no que alguien diga por qué llora esa mujer tan dura, una “asesina”, una comandante de hombres, una convencida de los beneficios de la tortura.


UNA BANDERA PARA LA GUERRA

 
Decir que el film está bien hecho es un pleonasmo. Bigelow dirige bien y tiene –aquí– a toda la CIA y a todo el gobierno de los EE.UU. de su parte. Aunque se inicia con un contraste burdo, indigno de cualquier artista, pero perfecto para justificar la tortura. Pantalla en negro y de a poco empezamos a escuchar los gritos de los que habitan las Torres cuando se produce el atentado. Es el horror, por supuesto. Pero ese horror está puesto exactamente ahí para que la película pueda abrir con una escena brutal de tortura. ¿Ven? Aquí está la consecuencia inevitable del atentado. Fue porque nos agredieron que hacemos algo que no haríamos. Nos forzaron. Nos obligaron a hacer cosas que John Wayne jamás habría hecho, aunque las haría de estar en nuestro puesto, como vengadores de la injuria más grande que América ha recibido.

Confieso –casi dando un salto en el desarrollo del film– que el ataque final a la morada del Villano no me impresionó como lo esperaba. Ocurre de noche. Las luces salen de los súper cascos de los súper soldados. Hay tiros a destajo, muertos, idas y venidas, hasta que parece que matan a alguien (al que casi no se ve) que es Osama. A partir de aquí, lo ponen en una bolsa, lo llevan a un helicóptero y luego a un avión en que aguarda Maya, quien dice –con apenas un leve movimiento de cabeza– que sí, que es él.

La película ha generado furias de todo tipo. El progresismo norteamericano (que existe, y ya lo creo que existe; sobre todo, claro, en Nueva York) no le ha perdonado nada a Bigelow. Naomi Wolf le ha enviado una carta personal. La carta es dura y no se ahorra nada. Ni siquiera el símil Bigelow-Riefensthal que resulta evidente para muchos de los que ven la película. ¿Quién es Naomi Wolf? Tiene un peso, un, por decirlo así, predicamento entre los sectores progresistas norteamericanos que la autoriza a decirle a Bigelow lo que abundantemente le dice. Anda por los cincuenta años, nació en San Francisco y su último libro es un éxito de ventas. Se llama The End of America. Postula que su país está muriendo por incurrir en la negación de sus valores tradicionales, los de la democracia. Que se está deslizando hacia el fascismo utilizando como pretexto el acontecimiento del nine eleven que ha llevado a primer plano a todas las fuerzas conservadoras y les ha dado una bandera de lucha, una bandera para la guerra con el argumento falaz e infundado de defenderse de un segundo ataque. (Ver: Antes de que nos ataquen de nuevo, de Bruce Ackerman, y Terrorismo y Contraterrorismo, un libro apoyado por la marina argentina. 

También The Real America, ese horrible manifiesto de Glenn Beck. Y para vacunarse contra esta catarata autoritaria siempre está el notable La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn.) Pero The End of America es un libro apocalíptico. Al menos para eso que los norteamericanos piensan de sí mismos y de aquello que quieren seguir siendo. Ya no seguirán siendo eso, dice Wolf. Si presenciamos el fin de “America” es porque su corrimiento hacia las leyes del fascismo parecen ser inexorables, ya que Obama, en el aspecto de la guerra contra el terror, no se ha diferenciado esencialmente de los republicanos. Le exige a Bigelow que presente las pruebas que la llevaron a filmar su apodíctico film. “Querida amiga –le dice–, presenta tus fuentes. Muestra tus pruebas de que la tortura produjo información que salvó vidas o de cualquier otro tipo. Pero no puedes presentar pruebas de esta información. Porque no existen. Cinco décadas de investigación, citada en el documental de 2008 The End of America, confirma que la tortura no funciona. Robert Fisk suministra otro resumen de esa categórica conclusión. Y este informe de 2011 de Human Rights First refuta la principal premisa de Zero Dark Thirty.” Y éste es el punto axial de la discusión. Aun cuando se acepte dejar de lado el aspecto moral, ¿sirve la tortura para obtener información, como tarea de inteligencia? Recordemos: uno de los personajes más cercanos a Maya, el que hemos visto torturar con mayor convicción a los sospechosos, dice en la reunión con el jefe de la CIA: “Todo esto se basa en informes de los presos”. Y sin embargo, afirma que sólo hay un 60 por ciento de posibilidades de atrapar a Osama en base a esos datos, en tanto que Maya, terminante, vocifera: “¡Un ciento por ciento!”. Los halcones no quieren abandonar la tortura porque, a través de ella, dan cauce a su sadismo, a su odio racial. Y algo –aunque puedan conseguirlo por otros medios más civilizados, aunque ¿hasta qué punto la tortura no le es hoy inescindible a la civilización como antes lo fueron las grandes masacres de los pueblos colonizados?– conseguirán. Las palomas seguirán insistiendo en que la tortura no es eficaz, que quiebra no sólo al enemigo sino al torturador, que, además, hunde en la infamia al país, que acostumbra a su pueblo a la brutalidad, al fin de la democracia y a la entronización de la violencia como regla para sobrevivir en la sociedad del dolor.
 
UNA SERVIDORA
 
En cuanto al paralelo con Leni Riefensthal, es complejo. Pero me atrevería a decir que perjudica a Bigelow. Leni filma en los albores del nazismo. Filma a comienzos de la década del ’30. Heidegger, en la célebre correspondencia que sostuvo con Marcuse, le dice, justificándose: “Auschwitz no era visible desde 1933”, fecha en que asume el rectorado de la Universidad de Friburgo. Marcuse, desde luego, le dice que sí, que era visible. Leni podría haber dicho lo mismo. Y el tema es materia de discusión. Pero nadie puede discutir que Bigelow filma cuando la Guerra contra el Terror lleva diez años de vejaciones y horrores varios. Sabe bien la causa a cuyo servicio se pone. La carta de Wolf finaliza condenando sin retorno a Bigelow: “El desagradable trabajo que realizó Riefensthal, con el paso del tiempo, no se ha podido ocultar. Los estadounidenses también despertarán y verán a través de la apología de La noche más oscura las mentiras estandarizadas de un régimen que pretende que esta brutalidad es necesaria de alguna manera. Cuando eso suceda, la misma comunidad que hoy te aplaude dará un salto atrás. Como Riefensthal, eres una gran artista. Pero ahora te recordarán eternamente como una servidora de la tortura”.
 
Como no podía ser de otro modo, el limitado y pretendido politólogo Vargas Llosa se ha metido en esta cuestión. Dice que vio el film de Bigelow en Nueva York y que, al terminar, el público se puso de pie y aplaudió a rabiar. Algunos, se conmueven, lloraban. Viene, en su texto, de comentar un libro de Niall Ferguson que atesora una visión ásperamente pesimista sobre la cultura occidental. Escribe: “Al terminar este film genial y atrozmente autocrítico, los centenares de neoyorquinos que repletaban la sala se pusieron de pie y aplaudieron a rabiar; a mi lado, había algunos espectadores que lloraban. Allí mismo pensé que Niall Ferguson se equivocaba, que la cultura occidental tiene todavía fuelle para mucho rato”. ¿Por qué no? ¿Cómo no habría de compartir Vargas Llosa el alivio de esos neoyorquinos paranoicos que aceptan cualquier cosa con tal de ser protegidos del feroz terrorismo, del fundamentalismo asesino que les derrumbó esas torres en el mismísimo corazón financiero de Manhattan? ¿Cómo no habría de creer que Occidente tiene larga vida en tanto “servidoras de la tortura” (Naomi Wolf dixit) como Bigelow hagan films financiados por la CIA y el Pentágono? Sólo un hombre con una visión tan limitada de Occidente y del humanismo no advierte que la tortura no salvará esta contradictoria civilización que, entre atrocidades, ha dado también maravillas al mundo. Si se salva será por entender de una vez por todas algunos de los principios centrales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos declarada el 10 de diciembre de 1948. Que son: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Y también: Prohibición de la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes. Sin embargo, la esperanza se nos vela ante los acontecimientos. Desde 1948 hasta aquí se han acumulado incontables horrores. Cualquier guerrero del Pentágono o de la CIA o de muchos otros países se reiría de esos principios, dictados ante el cercano horror de la Segunda Guerra, con sus cincuenta millones de muertos. Walter Benjamin ya se horrorizaba al ver en la historia una cadena de ruinas. Proponía la concepción de la historia como catástrofe. Aunque, también él, dijo la más hermosa frase que aún puede dar vida a cierta forma de empecinada ilusión: Es por nuestro amor a los desesperados que aún conservamos la esperanza.

Por José Pablo Feinmann
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario