Primer largo
en solitario del moreno Allen Hughes, que junto a su hermano Albert desarrolló
una irregular filmografía: ambos dirigieron, al alimón, el horror gótico de Desde el infierno y el futurista El diario de Eli, vistos en nuestra
cartelera, y otros como Dead Presidents
y Menace II Society, programados en
cable. En 2009 Allen había participado como uno de los varios realizadores del
filme colectivo New York, I love you
(algo así como la respuesta americana a Paris,
je t’aime), y su aventura solista con Ciudad
de sombras (Broken City, 2013) como que no ha sido muy afortunada.
Y es una
lástima, porque tenía elementos para un resultado, por lo menos, un poco más
interesante: un reparto llamativo, un guión (del debutante Brian Tucker) que se
mueve entre el cine negro tradicional y el thriller político, un impecable
empaque técnico. Se inicia con un hecho
que es más o menos común en Estados Unidos en los últimos años, en este caso
Nueva York: la muerte de un joven afroamericano, en oscuras circunstancias, a
manos de un policía blanco (Billy Taggart, interpretado por Mark Wahlberg), que
es llevado a juicio en medio de las protestas de la víctima y de otros
ciudadanos negros. Este sale bien librado ante la justicia, pero el nada santo
alcalde de la ciudad, Nicholas Hostetler (Russell Crowe), y el jefe de
policía Fairbanks (Jeffrey Wright) lo tienen poco menos que agarrado del
pescuezo. Siete años después, el burgomaestre intenta su reelección, y poco
antes de la votación, en una disputada campaña con el candidato opositor, el
concejal Jack Valliant (Barry Pepper), recurre a Taggart, convertido en
detective privado, para una ingrata aunque bien remunerada tarea: seguir a su
guapa esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones) ante las evidencias de que tendría
un amante. Pero a medida que investiga, toma fotos y hace averiguaciones,
comienza a descubrir cochinadas que van más allá de un simple adulterio.
Pero pese a los giros que va tomando, la trama no puede
evitar caer en lugares comunes y un ritmo más bien anodino, hasta que la acción
y la violencia más o menos entran a tallar en la media hora final. Una
secuencia lamentable es la del berrinchito de Taggart con su novia actriz
(Natalie Martinez) después de verla en una ardiente escena sexual en su debut
fílmico (en el que se pone un curioso énfasis en lo indie, que van a Sundance y cosas así). Y otra imposible de tragar
es la del héroe encontrando información valiosa, que puede echarse abajo la
carrera de un político, en un tacho de basura. De los protagonistas, a
Catherine se le ve con más aplomo, mientras Crowe y Wahlberg (además uno de los
varios productores; otro es el veterano Arnon Milchan) no lucen muy
cómodos. Griffin Dunne aparece unos
minutos en la última parte con un personaje que resulta clave en la historia.
La fotografía de Ben Seresin es uno de los puntos más altos: aparte de las
imágenes de Nueva York (sobre todo las nocturnas), una de las mejores
secuencias es la del diálogo entre Hostetler y Taggart en el salón acompañados
por una toma envolvente.
Pero no es suficiente. Ciudad
de sombras queda como un thriller más. Y si Allen Hughes quiso jugar a que
nada es lo que parece, simplemente no le ligó.
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