A 30 AÑOS DE ALLENDE
El 11 de septiembre se cumplieron 30 años del derrocamiento
de Salvador Allende.
Del viejo edificio de La Moneda diseñado por Toesca, el
arquitecto italiano atormentado por las infidelidades de su mujer y al que
Jorge Edwards ha revivido en una espléndida novela, brotó el humo por las
bombas de la aviación.
La voz grave de Allende hablándole al mundo, y a la
posteridad. Había dicho en 1970: “No tengo pasta de mártir ni vocación de
apóstol”, pero el viejo bon vivant se
aprestaba a dar una lección de virilidad.
Durante todo el siglo XX Chile desarrolló una tradición de
partidos de izquierda. Ya en 1938, como en la Francia de Leon Blum, el Frente
Popular chileno había llevado al poder a Pedro Aguirre Cerda. En 1970 una
reedición de ese Frente, la Unidad Popular, ganó las elecciones. Allende se
impuso estrechamente a Jorge Alessandri y Radomiro Tomic.
Allende ganó con 36% de los votos, aún menos del 39% que
había obtenido en 1964 cuando ganó Frei. Tenía un tercio. No tenía mayoría
constitucional para hacer su programa, y menos la “transición” al socialismo.
Intentarlo era romper todo el sistema.
Aunque después de la Revolución Cubana se había corrido más a
la izquierda, no era un radical. Después de la efímera república socialista de
Marmaduque Grove (con quien estaba emparentado) estuvo entre los fundadores del
Partido Socialista, entonces muy en la línea de los aprismos latinoamericanos.
Había heredado de Frei un superávit fiscal, y una economía
más bien estancada. Procedió a la consabida reactivación fiscal de las fórmulas
“heterodoxas”, y durante un tiempo el PBI creció. En las elecciones municipales
de 1971 la UP ganó el 49,7% de los votos.
Como siempre ocurre en esas experiencias “heterodoxas”, que
se atribuyen para su desgracia a Keynes, la experiencia chocaba contra las
reservas y la inflación se disparó.
Mientras las clases medias se exasperaban, la Unidad Popular
se radicalizaba. El resultado fue la polarización y, al final, el golpe. A lo
largo de las tres décadas posteriores han surgido muchas evidencias de que el
gobierno de Nixon lo promovió, pero puede decirse que incluso sin ello el golpe
se hubiera producido.
Como Azaña en la guerra española, la izquierda republicana de
Allende fue devorada por los extremos. No logró pactar con el centro (el grueso
de la Democracia Cristiana se había corrido a la derecha) ni controlar a su ala
izquierda, que cruza a menudo la frontera de la violencia. Esa izquierda, la
del MIR o la de Altamirano, amenazando a la oposición con actos que nunca se
producían, fue la parodia de una revolución.
Con su muerte, Allende transformó esa parodia en una
tragedia, la elevó a la categoría de mito.
El hombre que lo derrocó fingía ser un militar “constitucionalista”
pero al final se encaramó en el golpe. Se encontró con unos economistas
liberales jóvenes. De ese encuentro surgió el modelo chileno.
En 1973 Chile tenía un producto de 10, 811 millones de
dólares. El 2002 era de 66,425. Se multiplicó 6,1 veces. Para compararlo con un
vecino, el Perú tenía uno de 9,151 millones y el 2002 uno de 56,926. Creció 6,2 veces. El ingreso per cápita
chileno creció 3,9 veces. El peruano 3,4 veces.
Donde Chile creció el doble que Perú fue en sus
exportaciones. En 1973 exportaba 1,231 millones y el 2002 exportó 18,340
millones de dólares. Crecieron 14,9 veces. El Perú exportaba 1,050 y exporta
ahora 7,565 millones. Creció 7,2 veces.
El “modelo” chileno se afirmó cuando la Concertación, que
reemplazó a Pinochet, lo prosiguió, que por entonces había influido en la
cultura económica de toda América Latina.
Dicho sea de paso, a diferencia de lo que ocurrió en España
en 1975, la transición se hizo en Chile con su Franco vivo y sentado en el
Senado.
Históricamente ¿quién ganó? ¿Allende o Pinochet? Una reciente
encuesta que compara la imagen de Allende y Pinochet en Chile, muestra que
ambos tienen un nivel parecido de desaprobación (44% y 47% respectivamente)
como de aprobación (32% y 30%, a su vez). El país quiere salir de ese debate. Y
probablemente la larga transición chilena terminará no tanto cuando Pinochet
muera, sino cuando la derecha llegue al poder, al revés de lo que ocurrió en
España, donde la transición se consolidó cuando llegó a la izquierda.
La semana pasada se realizó en Santiago un concierto
internacional llamado “El sueño existe”. Desde que vi por primera vez su rostro
y esos abominables lentes oscuros, Pinochet no forma parte de mis ídolos, para
decirlo de manera suave. Celebré cuando los lores ingleses aceptaron extraditarlo
a España. Pero también sé que Chile está hoy mejor que en 1973. Ese concierto
puede ser un merecido tributo a la memoria de Allende, pero lo cierto es que
ese sueño ya no existe.
Como todo gran líder tiene los pies en la Historia de su
país, aquel día, hace 30 años, Allende pensaba sin duda en Balmaceda, el
presidente que se suicidó en 1891, enfrentando grandes intereses económicos.
En América Latina ha habido pocos suicidios así, dignos de algún emperador estoico de la
Roma difunta. Balmaceda, Getulio, Allende. Este fue un dirigente fallido,
presidió una experiencia errónea, pero fue un gran héroe republicano.
Alfredo Barnechea, “El
Edén imperfecto”, Fondo de Cultura Económica 2005
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