sábado, 9 de julio de 2011

¿QUÉ SERÍA DEL CINE SIN LA MAFIA? (Escribe Carlos Boyero para el Diario EL PAÍS)


http://www.elpais.com/articulo/portada/seria/cine/Mafia/elpepuculbab/20110709elpbabpor_61/Tes

Las editoriales españolas desplegaron una celeridad agradecible en la década de los setenta (particularmente Anagrama) para que descubriéramos sin demasiado retraso aquella forma de escribir que fundía el periodismo con la literatura, protagonizada por gente muy pendiente de su sofisticada imagen y que a diferencia de tanto escritor convencido de que al Olimpo solo se accedía a través de los probables sacrificios que acompañan al libro impreso, comenzaron ganándose el pan o el caviar publicando sus brillantes reportajes en periódicos y revistas, haciendo original y magnífica literatura hablando del aquí y ahora, de esa cosa tan abstracta llamada actualidad.

Fue deslumbrante leer en su época a Tom Wolfe (lo sigue siendo), aquel mosqueante individuo ataviado coquetamente de punta en blanco, encantado de haberse conocido. Sus mordaces crónicas, su manejo virtuoso del lenguaje, su irónica y compleja forma de reconstruir la realidad mantienen su valor inalterable al releerle. Wolfe es puro estilo. Después se puso a escribir ficciones, convencido de ser el Gran Novelista Americano. Empeño en vano, aunque arrasara con la tan esperada como meritoria La hoguera de las vanidades y fuera bajando el listón con otras dos novelas tan voluminosas como perecederas. No es Faulkner, ni Fitzgerald, ni Bellow. Solo fue el legítimo monarca del nuevo periodismo. También supuso un placer, este volcánico, descubrir a Hunter S. Thompson, aquel tipo tan colgado de prosa alucinada y salvaje, el espléndido cronista de los Ángeles del Infierno, de la caza del gran tiburón blanco, del miedo y el asco en Las Vegas. Y, por supuesto, Truman Capote podía ser impresionante, lírico o venenoso, ligero o profundo, divertido o emocionante, en distancia corta y larga, en cuentos, retratos, impresiones, reportajes o dedicando toda su curiosidad, su inquietud y su talento a intentar comprender el cerebro, el pasado, el alma, las circunstancias de los dos pavorosos asesinos de una plácida familia en la imperdurable A sangre fría.

Pero incomprensiblemente, sabiendo de la existencia de Gay Talese, no he encontrado traducciones de su obra en este país hasta hace poco tiempo. O tal vez aparecieran, pero yo no me había enterado. Y, ¿cómo no?, descubrí en Retratos y encuentros a un narrador con escritura tan precisa como sugerente que hacía descripciones complejas y apasionantes de gente anónima, como la del eterno redactor de necrológicas en The New York Times y de personajes famosos, como su testimonio sobre el rey Sinatra y su corte o el encuentro en La Habana entre Cassius Clay y Fidel Castro. Incluso de animales, pillando el misterio y el encanto de los barrios de Nueva York a través de sus gatos.
Talese, hijo de un inmigrante italiano que trabajando de sastre logró sacar adelante a su familia y que recordaba continuamente a sus hijos que su herencia étnica eran Miguel Ángel y Dante, Médici y Galileo, Verdi y Caruso y no la inexistente Mafia, una exageración de la prensa en su fórmula para vender periódicos, decide a los treinta y dos años, después de llevar una década trabajando en el The New York Times, acercarse a un italoamericano de su misma edad que es el hijo mayor de Joseph Bonanno, jefe de la más poderosa familia mafiosa de Nueva York. Talese logra el milagro de que alguien transgreda por primera vez la ley del silencio contándole a un periodista el funcionamiento y la estructura de la Mafia. Talese utilizará ese impagable testimonio directo para escribir el libro Honrarás a tu padre, para desechar la ficción a cambio de ofrecer veracidad y datos sobre el siniestro mito. También arriesgará su existencia sacando a la luz una sociedad que siempre ha intentado mantenerse en la oscuridad. Y mantendrá hasta el entierro de su entrevistado una compleja relación con él, con un hombre que resumía su filosofía vital con esta certidumbre: "Cuando me levanto en la mañana, mi meta es vivir hasta el atardecer. Y cuando llega la noche, mi segunda meta es vivir hasta el amanecer".
Leyendo Honrarás a tu padre, la trágica historia de un hombre que no puede renunciar a sus ancestros, aunque esto implique llevar una vida que no has deseado, puedes entender la decisión de Michael Corleone en El Padrino de cargar con la responsabilidad a la que le obliga la tradición, el sagrado respeto al padre y la obligación moral de proteger a la familia.
No teniendo dudas ninguna persona mínimamente sensata del horror que supone la existencia de la Mafia, nadie que ame el cine puede olvidar los innumerables regalos que hemos recibido en todas las épocas gracias al protagonismo de ese tema inagotable. Dos de los directores clave en los últimos cuarenta años del cine norteamericano, como son Coppola y Scorsese, pasarán a la historia por razones variadas y poderosas, pero fundamentalmente por haber creado el primero la saga de El Padrino y el segundo Uno de los nuestros y Casino. Los enfoques de ambos para retratar a los supuestos hombres de honor no tienen parentesco, pero les unen las toneladas de arte con las que están construidas sus historias. El tratamiento que hace Coppola del poder, la traición, la venganza, la desintegración de la familia, la lealtad, la corrupción como inevitable motor del negocio, podría haber recibido la firma de Shakespeare. La profundidad, el sentido trágico, la complejidad emocional, los lacerantes dilemas morales que chorrea esta saga (todo en la segunda parte mantiene el estado de gracia) hipnotizan, aterran y conmueven. El sueño de Vito Corleone y de su hijo Michael es la integración en el sistema, abandonar la metralleta y la clandestinidad para dirigir los hilos de la sociedad mediante la política, la ley, las grandes y legitimadas corporaciones, la oportunidad de seguir robando legalmente, de legitimarse en la sociedad. Sin embargo, los gánsteres de Scorsese están felices de su condición, cualquier institución que no sea la suya les provoca estupor o risa, ignoran el sentido de culpa, la solución a cualquier problema es una bala, un navajazo o una paliza, practican con sentimiento de clase el macarreo, la ostentación, la violencia, la chulería, el chantaje, la intimidación. Si en nombre de la supervivencia actúan como chotas, como testigos protegidos del Estado pasarán el resto de sus días añorando su antigua forma de vida. ¿Qué sería de nosotros, los convencidos de que Arcadia está situada en los cines, los que no mataríamos ni a una mosca, si no existieran los malditos gánsteres, ese material fascinante y siempre renovable?

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