El Ministro de Defensa de Chile, Andrés Allamand, acaba de decir que “ciertos países se declaran amigos pero nos llevan a los tribunales internacionales”.
Es lo que hacen las sociedades civilizadas: recurren a los tribunales cuando tienen diferendos. Por eso es tan importante que esos tribunales sean independientes y sean confiables.
Lo mismo pueden hacer ahora las naciones, con la Corte Internacional de Justicia. Es una de las instituciones del sistema de Naciones Unidas.
Cuando lo conocí, Allamand era una de las promesas de la derecha chilena. Entre 1990 y 1997 fue presidente de Renovación Nacional. Pero era más bien un político centrista, “admirado por muchos de sus adversarios y combatido por muchos de sus aliados”, como rezaba la propaganda de su libro de 1999, “La travesía del desierto”, una memoria de la transición chilena desde el punto de vista de una derecha moderada. Cuando el libro no tenía todavía título definido, y Andrés estaba en una suerte de autoexilio en Washington, después de haber perdido una senaduría frente a Carlos Bombal de la UDI, creo recordar que Andrés me dijo que podía llamarse algo como “El centro improbable” o “la búsqueda del centro”.
¿Por qué este centrista se transforma en un halcón? ¿Presión de su clientela militar, o estrategia para posicionarse como candidato presidencial?
Entre tanto, a miles de kilómetros del Bío-Bío, los electores griegos decidieron quedarse en el euro, al mismo tiempo que el gobierno de España aceptó un rescate europeo llamándolo “préstamo”.
¿Qué relación hay entre estas noticias tan distantes? Quisiera proponer una hipótesis para el futuro.
Más allá del saneamiento de sus bancos, o sus cuentas fiscales, lo que se juega en Europa es algo mucho más integral, que es la misma supervivencia del sueño europeo.
¿Cómo nació este sueño? Su gran inspirador, Jean Monnet, tenía un enfoque gradualista. Al fin y al cabo, venía de una familia de comerciantes de vinos de la zona de Cognac. Curiosamente, los dos más grandes pensadores franceses, Montaigne y Montesquieu, venían de Bordeaux, y comerciaban y pesaban vinos. Todo había que sopesarlo y graduarlo.
Monnet pensó que alemanes y franceses tenían que dejar de matarse e integrarse, pero su idea genial, y conmovedoramente simple como tenía que ser la de un comerciante de vinos, era que había que anudar “intereses”, y que ellos crearían círculos “virtuosos” en lugar de los “viciosos” de todas las guerras del pasado. Propuso entonces una comunidad del carbón y el acero para la zona del Ruhr y aledaños, que se manejaría por una alta autoridad binacional. De esa iniciativa de 1950 fluyeron luego, en 1957, el Mercado Común, luego del Tratado de Roma, la Comisión Europea en 1967, o el Parlamento Europeo en 1979 (cuando hubo las primeras elecciones directas).
¿Por qué no replicar en algún lugar de Sudamérica este enfoque gradualista?
No se ha contado todavía, pero detrás de la iniciativa de Carlos Mesa en 2004, cuando decidió que el gas boliviano saliera por Perú, era que el ducto de transporte fuera básicamente boliviano-peruano, pero que luego pudiera crearse en la costa peruana una gran inversión internacional, que podía ser inicialmente trinacional (involucrando a Chile). Eso crearía uno de esos círculos “virtuosos”, que al cabo de unos años compensarían o superarían los círculos viciosos de nuestros viejos líos de frontera.
Hay muchas iniciativas posibles. La más obvia es por supuesto que Chile necesita gas, esto es electricidad, esto es energía. Que Chile privilegie un terminal de regasificación para traer gas, digamos, de Qatar, en lugar de Argentina o Perú, es un fracaso de la política en el continente.
Asimismo, ¿no hay fuentes geotérmicas en Tacna, que podrían ser aprovechadas por el norte chileno?
Si hubiera un polo abierto en el Pacífico Sur, al que llegaran y del que salieran regularmente grandes banqueros, ¿no se mirarían los problemas llamados “geopolíticos” en una nueva luz al cabo de un tiempo?
Esto es precisamente lo que pensó Monnet y cambió para siempre la faz del viejo continente. Por eso, diez años después de su muerte, que ocurrió siendo ya nonagenario, Mitterrand trasladó sus restos al Panteón, donde descansan junto a los de Voltaire, Rousseau o Víctor Hugo.
Pero en Chile, cuyo ejército tuvo como modelo al ejército prusiano, al parecer, incluso hombres que eran sensatos como Allamand, piensan más en Clausewitz que en Monnet.
Es una lástima. Como es una lástima que mezclen la política exterior para fines políticos domésticos, como posicionar una candidatura.
Cuando era secretario de Estado, Henry Kissinger dijo que el problema de Israel era que no tenía política exterior sino sólo política interior. Gracias sobre todo a la explosión de la alta tecnología, que ha “desenganchado” en buena parte a Israel del vecindario, esto ya no es del todo verdad.
Pero, claro, en Chile no producen alta tecnología sino cobre. (Alfredo Barnechea)
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