Por Alfredo Barnechea.-
Estamos en las vísperas del centenario de Fernando Belaunde.
No hay que olvidar las condiciones de su infancia: exilio, debido a la oposición familiar a Leguía. Le dio una educación escolar de nivel mundial, en el corazón de la civilización de Occidente, Francia, pero al mismo tiempo, interminables sobremesas alimentadas por la nostalgia inmensa del Perú.
Luego la universidad, en Texas, en el otro polo de esa civilización occidental, Estados Unidos.
Regresa en 1935, a los 23 años. Dato muy importante: no está mezclado, envenenado sería quizá la palabra, de los fragores de la sorda guerra civil peruana entre el Apra y el sanchezcerrismo.
Pero, además, dato igualmente clave: trae en la retina el ejemplo de Roosevelt, que comienza a sacar a Estados Unidos de la recesión. Ejemplo del poder de la política cuando es razón pública al servicio de los ciudadanos.
Por ello está tan emparentada con la educación, a la que FBT se dedica casi inmediatamente, junto con su oficio de arquitecto.
Y en respuesta a su nostalgia, y siguiendo los trazos de Riva-Agüero, comienza sus recorridos por el Perú. ¿Qué encuentra?
Ante todo, la huella de una vialidad integradora. Asociada a ella, la ecuación hombre-tierra. Y sobre todo el trabajo mancomunado, la minka, que le inspiraría luego Cooperación Popular. Años después, en Chincheros, diría: “En cada villorrio hago la pregunta: ¿quién hizo el templo, la escuela, los caminos?”. Y la respuesta le llegó, “como el eco de una marcha triunfal que encierra la historia del Perú de ayer y de hoy y la profecía de mañana: el pueblo lo hizo…”.
De esos viajes se le impuso la visión que el Perú no era solo un territorio, una historia, una civilización trunca, sino un proyecto. Una “doctrina”.
Esa intuición le permitió escapar de los encierros de las ideologías de la guerra fría, y proponer un sueño centrista. ¿Cuáles eran sus líneas esenciales?
Había que conquistar físicamente el territorio. Integrarlo. Eso sería, como en el pasado, un esfuerzo mancomunado del Estado y el pueblo, lo que hoy se llamaría la sociedad civil. Y todo debía hacerse, aun a costa de demoras, en democracia, dentro de grandes partidos populares. Su padre, Rafael, había dicho en 1945: “las masas se combaten con las masas”.
En 1956, los jóvenes del Frente Nacional de Juventudes que lo quisieron como su candidato, no tenían detrás nada: ni el poder del dinero, ni la fuerza de las bayonetas, ni el auspicio de grandes periódicos. Solo tenían, en el corazón, ilusiones, y en las manos otra vez nada, salvo una bandera. Pero siete años después, Fernando Belaunde estaba en Palacio de Gobierno.
Cuando, mucho tiempo después de 1968, me puse a estudiar ese gobierno, me quedé asombrado de la magnitud de sus realizaciones.
Incorporó una región entera, antes solo arañada por los misioneros, al territorio efectivo de la patria.
A cada kilómetro de vías, mil hectáreas ampliaron la frontera agrícola.
A lo largo de la Marginal, un proyecto no solo peruano sino sudamericano, se ha descubierto después los grandes yacimientos de hidrocarburos: Camisea, Casanare en Colombia, Lago Agrio en Ecuador. Allí residen también las grandes fuentes hidroeléctricas.
Las irrigaciones: Tinajones, Aguada Blanca, Gallito Ciego, entre tantas.
Dos tercios de la electricidad peruana los prendió Belaunde.
Bien contadas, construyó directa o indirectamente centenares de miles de vivienda.
Pero no es solo historia sino que el espíritu de lo que hizo Belaunde tiene hoy, todavía, una extraordinaria actualidad. Desde 1959, cuando publicó “La Conquista del Perú por los peruanos”, mucho se ha hecho. Pero esa conquista es todavía una obra inacabada. Por ejemplo, el Sur Andino es una tarea pendiente del Perú. Interoceánicas, gasoductos, polos petroquímicos… Tenemos que hacer por él algo semejante al esfuerzo “oriental” de Belaunde.
La Cooperación Popular, torpemente abandonada por todos, sigue siendo un instrumento ejemplar.
Y el activismo democrático, el activismo desarrollista, es lo que el Perú necesita, y no este paralizante “piloto automático” de todos los últimos gobiernos (Toledo, García, Humala), que parecen creer que solo la buena macroeconomía (y la buena fortuna de los precios internacionales) obrará el milagro del desarrollo.
En el colegio, podía repetir de memoria, frase por frase, su discurso de Punta del Este. Luego descubrí a Haya de la Torre y mi instintiva socialdemocracia creyó encontrar un cauce popular. Fui un episódico opositor de Belaunde, pero luego, cada viaje por el Perú me devolvía a lo extraordinario de su legado. Tuve el raro, y sin duda inmerecido privilegio, de haber sido amigo muy cercano de los dos grandes líderes políticos del siglo XX peruano.
A partir de 1985 vi a FBT, creo, cada semana. Tuve el honor que viniera innumerables veces a mi casa, y yo lo visitaba en su altillo, lleno de mapas y libros sobre el Perú. Esperaba con ansiedad cada encuentro, de los que salía siempre renovado, sabiendo algo más de Piérola, o la altura de algún abra, o un viajero extranjero que aún desconocía. Diez años después, como extraño esas conversaciones. Pero me quedan los viajes por el Perú, donde a cada paso encuentro una obra, un recuerdo de Belaunde, y veo cómo el tiempo engrandece la figura del arquitecto que tuvo el oro a sus pies pero jamás se arrodilló a recogerlo.
Es realmente asi. Algun dia, ojala, alquien lo retomara como inspiracion y encamirara al Peru hacia el pleno desarrollo e integracion...Solo basta revisar su pensamiento y obra para encontrar el inicio de la madeja y recomenzar...
ResponderEliminar(Andi Panda).
...ahora tiene la oportunidad de culminar la obra pendiente que dejó el arquitecto, hombre de gran nobleza. Ahora es el candidato presidencial por excelencia, de lujo. Ahora es la esperanza de los que estamos hartos del asfixiante status quo, de los que apostamos por el cambio, de los que amamos al Perú. Es también la oportunidad de demostrar que no solo con demagogia se puede gobernar sino con política seria, con inteligencia, con conocimiento. Muchísima suerte Alfredo.
ResponderEliminar