viernes, 6 de abril de 2012

INTELECTUALIDAD ANTICAPITALISTA, por Alfredo Bullard (Diario EL COMERCIO)


Escribe Alfredo Bullard.- 

“Es una película comercial”. ¿Ha escuchado esa frase? El término “comercial” suele ser usado en términos peyorativos: la película no es tan buena. Privilegió la taquilla sobre lacalidad artística. Pero finalmente el valor que se da a una película depende de lasubjetividad individual.Es una frase anticapitalista. Si haces una película que les guste a muchos y genere plata, quizá no estás haciendo una buena película. La expresión es usada, con frecuencia, porintelectuales de izquierda.

¿Ha notado usted que la mayoría de intelectuales, en especial los que se expresan en palabras, como los poetas, novelistas, críticos de literatura y cine, periodistas de opinión y profesores universitarios vinculados a las letras, son de izquierda?

Es interesante que los que dicen preocuparse por las mayorías suelen menospreciar las expresiones culturales preferidas por esas mayorías. “Comercial” significa algo que las mayorías quieren ver. “Taquillero” o “best seller” no parecen ser expresiones muy cotizadas. Esas mayorías parecen, para nuestros personajes, estar en lo correcto cuando piden socializar la propiedad privada o aumentar impuestos para obtener dádivas del Estado. Pero están equivocadas cuando deciden qué película quieren ver.

¿Cuántas veces lee en el periódico una crítica que destroza una película (de esas“comerciales”) que usted vio y le encantó la noche anterior? ¿Y cuántas veces descubre queuna película que le pareció un bodrio es elevada a los altares de la cinematografía universal por el mismo crítico?

Parece que popularidad y mérito son, para la intelectualidad, incompatibles. En esa misma línea, la reciente discusión pública de si Vallejo o Ribeyro (por los que, para que no se me malinterprete, profeso una profunda admiración) son un lastre a la cultura del éxito me hizo notar que esa intelectualidad socialistona (a la que cariñosamente se ha bautizado como “caviar”) es la que más furibundamente ha salido en su defensa.

El filósofo Robert Nozick ensaya una persuasiva explicación para el anticapitalismo de los intelectuales de la palabra. Estos tienen una ventaja competitiva en el mundo de lo académico. Ese mundo existe principalmente dentro de las escuelas y las universidades.Los intelectuales usan su habilidad para triunfar en ese mercado. Este premia al margen delas preferencias de los consumidores. Premia por la preferencia del profesor, que se expresa en una nota. Pura meritocracia.Ellos tienen altas notas y ocupan los primeros lugares en la clase. Generan la expectativade que nada debe ser recompensado más que las habilidades intelectuales. Pero los mercados no dan los mayores premios a los más brillantes verbalmente.

Claudio Pizarro gana sustancialmente más por patear una pelota que un crítico literario. Y ello porque hay más personas dispuestas a pagar por verlo jugando de las que hay por leer un ensayo sobre Vargas Llosa. Nada moral o inmoral se puede derivar de ello. A los intelectuales no les va mal económicamente. Sus ingresos, como anota el propio

Nozick, están muy por encima del promedio de la población. Pero están por debajo de un empresario exitoso o un basquetbolista habilidoso cuyos méritos no están en hablar bonito o pensar profundo, sino en generar bienestar a los consumidores por otros medios.Como dice Nozick, el intelectual quisiera que la totalidad de la sociedad sea una extensión de la escuela, ese entorno en el que le fue tan bien y en el que tanto se lo apreció.Las diferencias en las recompensas entre el mercado de los intelectuales y el mercado a secas hacen que nuestros personajes se las emprendan contra el capitalismo. Pero eso no es culpa de los mercados. Es culpa de las preferencias de esas mayorías que la gente de izquierda dice defender.


COMENTARIO DEL BLOG "UN MUNDO PERFECTO"

No soy de izquierdas. Tampoco de derechas. Eso sí, detesto el reduccionismo. La mirada primaria, superficial, sinóptica, unidimensional, instintiva, llana, hedonista, práctica, utilitaria, despojada de culpas, que el economicismo le echa a la vida.
Y también desprecio los autos de fe y los estilos de vida socialistas.
No me simpatizan.
Y esa distancia poco o nada influye en mi visión crítica del cine. No necesito ser un capitalista salvaje o un corporativista comunista para identificar –perfectamente- el carácter salchichero, seriado, intercambiable, impersonal, pretencioso, ampuloso, embrutecedor, lleno de ínfulas y deficiencias narrativas, de miles de películas a lo largo del tiempo.
Porque las bestialidades y los bodrios se encuentran -en toneladas métricas y proporcionalmente- a lo largo del cine mainstream y del cine de vanguardia. En el canon y en los márgenes. En los géneros y en el cine de autor. En el mercado y en las cofradías independientes.
Entonces, ensayar la proposición “todos los intelectuales son anticapitalistas” , cada vez que señalan las imperfecciones de las “películas comerciales” (y de los best sellers y de la música discotequera) resulta tautológicamente imbécil.
Porque el mal cine es capitalista y anticapitalista, per se.
Y debiera considerarse -además- que el cine es un arte-empresa riesgoso. Casi nunca se recupera la inversión de dinero. Quedan deudas, una crítica que paga mal y un público que no responde en taquilla.
Encima una película francesa, coreana, argentina o peruana debe competir desigualmente con una película de Hollywood; con un “tanque” que, además de tener miles de millones dólares de respaldo en medios y publicidad, tiene asegurados sus cupos en centenas de miles de salas en todo el mundo. Porque el cine es un gran oligopolio (sí, oligopolio) manejado por las empresas distribuidoras de Hollywood. Que condicionan la rentabilidad de un exhibidor, en tanto se le asegure el estreno de una película de calidad (digamos TITANIC) con la que hará caja; y en contrapartida éste ofrezca proyectar en el año “10 salchichas” que son más malas que pegarle a la mamá el día de la madre.
De manera que si se tiene un cine hegemónico como el Hollywoodense; que produjo y sigue produciendo maravillosas películas; y que, por añadidura, moldea toneladas de mierda desde hace 100 años; especialmente ahora, con un cine de entraña adolescente, saturado de efectos especiales y con una dramaturgia subnormal; se concluye que será muy difícil la empresa encargada de formar el gusto de la actual generación y de las próximas.
Miles de millones de seres humanos en el todo el planeta, a través de las películas, el merchandising, los paquetes informáticos, móviles, virtuales, música, industria gráfica y editorial, conducen sus vidas. Y nunca tanto como ahora hubo tanta inmadurez, desconcentración y sandez por la vida. El cine de hoy promueve la distracción, el apuramiento, la inconsciencia. Ojo: el cine comercial y el "otro cine". Pero más el cine grande norteamericano.
El autor del texto, el abogado Alfredo Bullard, es uno de los más conspicuos promotores del Análisis Económico del Derecho (Law & Economics) en el Perú. Pero enceguecido con la teoría -como el más dogmático de los marxistas- cree que el mercado lo resuelve todo. Y no es así. Los mercados presentan fallas (Bullard lo sabe) cuando no pueden asignar derechos de propiedad; cuando las externalidades negativas exceden los beneficios; cuando surgen los monopolios y oligopolios; cuando no existe mercado sobre los bienes públicos (piénsese en la excepción cultural, sólo por un momento). Entonces “Papá Estado" intervendrá todas las veces que sean necesarias para regular, supervisar y promover.
Marco Aurelio Denegri dice frecuentemente: un panadero que quiere reducir sus costos y ganar muchísima plata podría substituir la harina del pan por aserrín. Y la gente no se daría cuenta sino hasta enfermarse. Nada impide está práctica. Claro, se trata de una decisión comercial y moralmente reprobable. Inescrupulosa. Que un economista (o un experto en Property Rights como Bullard) sería incapaz de ponderar.
Pero hasta las actividades tan rentables y exitosas (como hacer pan o producir y exhibir películas) necesitan reglas de juego. Precisan de Estado y de una mirada crítica ciudadana.
Cuando un intelectual o un crítico analiza las calidades narrativas, expresivas, dramáticas y/o temáticas de una película, la está contextualizando. Ensaya una mirada personalísima. Invita a sus lectores a acompañarlo en esa mirada. A discrepar o a consensuar. Es un ejercicio de subjetividad. De liberalidad, vaya.
No maximiza ganancias, no instala eficiencia corporativa, no promueve competitividad. Un intelectual argumenta, analiza, plantea preguntas correctas sobre el significado de las cosas. Por ejemplo, cuestiona la economía y la manera como se satisfacen las necesidades humanas.
Los “intelectuales” no son cupables de que Hollywood experimente la peor crisis de su Historia. Sin ningún condicionamiento político, sus críticas desnuden las falencias de las películas "comerciales" y de las películas de avant agard, independientes, con ropaje de "otredad".
No hay intención anticapitalista como señala Bullard. Sólo objetividad pura.
Que el “floro” (Dios mío, esa calificación peyorativa debe haberla inventado una persona negada para la retórica o quizás un tartamudo) es improductivo, propio de los intelectuales de izquierda, que quieren recrear un mercado intelectual puertas adentro de la Universidad. Bueno, me niego a analizar una falacia de esa dimensión.


Oscar Contreras Morales.-




1 comentario:

  1. He tenido la oportunidad de escuchar de cerca esa frase a Beatriz Merino, Mario Vargas Llosa, Fernando de Swizzlo, el otto von bismarckiano Hector Ñaupari, a gente amiga del CATO Institute..., a tus discípulos Alex Falla, JJHaro, entre otros... con lo que nunca imaginé que era propio de los izquierdistas caviares. Alfredo, o acabas de abrirme los ojos o tu encubierto mackartismo te está llevando a estos exabruptos bloggianos...digo, me pregunto...

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