viernes, 19 de noviembre de 2010
BERLANGA POR ALMODOVAR (Diario EL PAÍS)
Escribe Pedro Almóvar.-
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Luis/actores/reparto/elpepicul/20101115elpepicul_3/Tes
Todos los actores con Luis García Berlanga eran actores de reparto: sus películas, incluso las que tenían un claro protagonista, eran películas corales. Si pienso en el Cassen de Plácido o el Sazatornil de La escopeta nacional, sigo encontrando sus prodigiosas presencias, propias de los personajes secundarios capaces de arrastrar con ellos todo un universo, pero que tienen demasiada gente a su alrededor arrebatándoles pedazos de protagonismo.
En los años en que le tocó trabajar, Berlanga tuvo la suerte de encontrarse con las mejores generaciones de los llamados "actores de reparto" y ellos de encontrarse con Berlanga, en cuyos largometrajes los elevó a las mayores cotas de popularidad y excelencia. Nunca hay que entender el término "secundario" como algo realmente secundario, y mucho menos menor o peyorativo. Thelma Ritter nunca protagonizó una película y el cinéfilo la recordará siempre en cada una de las que interpretó. María Luisa Ponte, Julia Caba Alba o Laly Soldevila multiplicaban la calidad y la fuerza de las secuencias donde intervenían y rara vez fueron protagonistas. Bueno, Laly sí, justo en ¡Vivan los novios!, de Berlanga, y Duerme, duerme mi amor, de Paco Regueiro, que yo recuerde. Escribo a vuelapluma y seguro que me olvido de muchos títulos y nombres importantes. Las películas de Berlanga no solo han marcado la época de oro del cine español, sino que encumbró en ellas a los personajes humildes, cotidianos, que luchaban contra la precariedad y la sordidez de su tiempo, y a los de la clase superior que no eran sino el reflejo de los anteriores, pero dotados de mayor picardía. Todos sus personajes, ricos y pobres, eran hermanos, como Luis Ciges y José Luis López Vázquez en la saga de La escopeta nacional. Y para interpretarles contó con actores geniales que han dejado una profunda huella, escrita en los rodillos de los títulos finales de crédito. Nombres de artistas enormes, escritos en letra pequeña. Chus Lampreave, Manolo Morán, el propio Isbert -carne y voz de secundario, aunque su nombre encabezara repartos, cuando ya era muy mayor-, Elvira Quintillá, Agustín González, Manuel Alexandre, Luis Ciges y tantos otros. Incluso Sacristán, Landa y López Vázquez fueron actores de reparto con Berlanga. De Luis García Berlanga me apasiona todo, aquello con lo que me identifico y también con lo que nos separa. No quiero compararme con él, por Dios, pero me siento muy cercano a su sentido del humor, a su afición por Arniches y el sainete en general, a la familia como núcleo dramático, al coro de personajes secundarios que en ocasiones importan más que los protagonistas. La soledad, como tema eterno. La independecia y la libertad moral que rigió su vida y que yo intento que impregnen la mía. Sin embargo, somos directores muy distintos, no solo por su genialidad y maestría, a partir de hoy eternas. Creo que ambos nos acercamos a un rodaje y al final del proceso cinematográfico de un modo casi opuesto. También eso me fascina de él.
Yo, por ejemplo, odio el doblaje. La oscuridad de las salas de doblaje me provoca crisis de ansiedad, y soy un gran defensor de la interpretación visceral, la que surge al escuchar el grito de "¡Motor! ¡Acción!". No creo en el doblaje si no es para poner parches. Sin embargo, hay grandes directores para los que el doblaje fue esencial. como Fellini y el propio Berlanga. También creo que un guión férreo es la piedra sustancial sobre la que se construye una película. Para Luis, el guión era poco menos que el arma con la que un productor fascista se ensañaba con el director. Es bien conocida su fobia al sonido directo. Algo lógico porque terminaba las películas en el estudio de doblaje. A veces las reinventaba, y desde luego las perfeccionaba y les daba su forma final. Esto explica su fobia última al guión. Pensándolo bien, su sistema de trabajo era el más racional. Uno conoce la historia que quiere contar cuando ha terminado de rodarla. Es justo en ese momento cuando se deberían escribir los guiones; desgraciadamente no se puede hacer así. Pero él no dejaba de intentarlo. Y lo conseguía, o casi. El doblaje y la reescritura después del rodaje eran su modo de desarrollar y buscar la perfección de cada una de las secuencias que rodaba. Hay quien dice que la búsqueda de la perfección no es sino una forma de sadismo si en la obra intervienen más personas que el "perfeccionista", y en una película llegan a intervenir al menos cien personas. Berlanga era un perfeccionista incansable. Alfredo Landa le definió como "un hijo puta con ventanas a la calle". A Berlanga le encantaba esta definición y se identificaba con ella. Puedo imaginarle repitiendo hasta la saciedad cualquiera de aquellos planos secuencia donde entraba y salía una pléyade de maravillosos actores que tal vez no atinaban a ser maravillosos a la vez y en la misma toma. Ayer domingo, después de haberle despedido en la Academia, de la que fue miembro fundador, pensaba en Berlanga, y en todos los que trabajaron con él, y siento una gratitud infinita por sus filmes. Muchos de ellos han muerto, pero sus películas siguen vivas. El paso del tiempo solo les proporciona mayor vigencia.
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