sábado, 20 de noviembre de 2010

PAUL McCARTNEY EN LA ARGENTINA


La semana pasada, en la ciudad de Buenos Aires, mientras me desplazaba en taxi por las Avenidas 9 de Julio, Figueroa Alcorta y Libertador, en medio de un anochecer soleado, una ansiedad sinigual se apoderó de mí: en dos horas iba ver a Paul McCartney en concierto; al genial Macca, al ex beatle, el maravilloso zurdo, genio de la composición junto a Lennon; estaba camino a ver el show de este archimillonario, que empuña su bajo Hofner en forma de violín, multi instrumentista, una de las grandes voces de la Historia del Rock junto a Elvis Presley, Little Richard, Robert Plant, Ian Gillian, Mick Jagger, Roy Orbison y Eric Burdon. En ese soleado atardecer porteño, desde el asiento trasero del taxi, y con la gente y los autos moviéndose hacia el show, caí en la cuenta que mi actitud estaba bien si es que iba a ver al Mesías en persona. 
La semana pasada anduvimos en Buenos Aires disfrutando el concierto de Paul McCartney en el Estadio de River Plate, el famoso "Monumental" del Barrio de Nuñez, zona residencial con muchos parques y avenidas largas, que aloja hace décadas a nuestro club favorito del fútbol argentino.
Si el año 1911 mucha gente viajó a Buenos Aires, Argentina, desde el Perú, sólo porque querían ver al grandísimo tenor Enrico Carusso en su presentación única en el Teatro Colón ¿Por qué no un limeño de segunda generación, en sus cuarenta, podía repetir ese viaje (por avión), 100 años después, sólo para ver a Sir Paul McCartney? ¿Por qué no?
Como deben haberse percatado los lectores, el suscrito es un beatlemaníaco hasta el tuétano, que no escatima inversión -grande o pequeña- para obtener un tickete de show de un ex beatle. Es muy importante para quien ésto escribe obtener y asir un vinilo, un CD, un souvenir, un libro o una revista sobre los cuatro grandes de Liverpool. Es una manía de coleccionista. Obtener un asiento en la zona VIP del field del Monumental de River era, para ponerlo en términos litúrgicos, justo y necesario.
Por su naturaleza universal, los Beatles representan lo mejor (y lo peor) de nosotros. Su sonido es la piedra de toque de la cultura popular; el fundamento de casi toda la música del Siglo XX (rock, pop, sinfónico, metal, progresivo, reggae, vaudeville, rythm & blues, ska, blues, psicodelia, jazz, country, rockabilly). Y las melodías y las armonías de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr fermentarán la música del futuro por varias centurias. Es seguro.
Por eso lo que pasó el miércoles 10 de noviembre, a las 21:15 horas en el Monumental de River fue superlativo: tres (03) horas continuas de concierto (qué calidad de sonido, qué efectos visuales, qué fuegos de artificio); a cargo de un héroe del rock n roll, vivito y coleando, demostrando plenitud de condiciones a sus 68 años; rockeando fuerte con su formidable banda; con toda la carga de amor y desamor que implica este negocio; con varias horas de vuelo y con decenas de pasaportes sellados; con la historia de Los Beatles a sus espaldas y con su reputación ganadora al lado de los Wings y como solista como carta de presentación. Para que más. 
Se sigue comentando cómo es que éste setentón es dueño de una complexión física propia de un muchacho 24, con voz clara y energía de sobra para cantar Helter Skelter, Jet y Live and Let Die. E inspirarse con The Long and Winding Road, Let it be o My Love.
Dicen que un consorcio chileno-peruano-colombiano estaría gestionando la venida de Paul a Lima el año próximo. Dicen que el Gobierno del Perú le ha hecho una invitación oficial para que participe, con su estupendo show, en los homenajes por el centenerio de Macchupicchu, al lado de Sting y U2. Ojalá así sea.
El lunes 22 de noviembre -pasado mañana- Sir Paul se presentará en el Estadio Morumbí de Sao Paulo, Brasil y luego regresará a Europa. Durante toda la semana anduvo descansando en la costa brasileña; recargando baterías; junto a su novia, familia y séquito; con su banda a la que tanto quiere; junto a su personal trainer; llevando consigo su onda vegana y otras hierbas.
Por eso es que nos sentimos privilegiados de haberlo visto esta vez.
No se trataba del Mesías, claro; sino de un tipo como usted o como yo, encima de un escenario, haciendo rock n´roll del bueno; rindiendo tributo al Dios del rock por haberle bendecido los últimos cincuenta años; cincuenta años en los que consagró su vida plenamente a hacer música grandiosa; volviendo más feliz a la gente.
Paul, en solitario o con un buen respaldo musical; o con sus tres "patas" de Liverpool; le cambió las agujas del reloj a la música. La actitud irreverente de Los Beatles no morirá para siempre.
¡Qué viva Paul McCartney!!
Oscar Contreras Morales.-


UN FENÓMENO QUE LOGRÓ DOS ESTADIOS DE RIVER COMPLETOS CON GENTE DE VARIAS GENERACIONES. A LOS 68, Y CON UN SOLO “CAMBIO DE VESTUARIO” (TAL COMO DIJO), HIZO FELICES A TODOS CON LAS VIEJAS CANCIONES QUE HASTA LOS ADOLESCENTES TARAREABAN.

Por Juan Manuel Domínguez

Fuente: diario "Perfil"
Más información: www.perfil.com
 Hay algo que tienen que entender: hace casi 50 años, unos tipos, ingleses, armaron una banda. Tipos, eh. No superhéroes ni nada. Así como uno, así como cualquiera de los 45 mil que el 11/11 llenaron River, tipos comunes que, cojones mediante, se animaron a componer canciones. Bueno, saltemos al mentado 11/11, uno de esos tipos, Sir Paul McCartney, está frente a nosotros. Hay algo, un instante, una irrealidad, que debería comprender aquel que no pudo pisar el show de tres horas y dos bises de River: tener enfrente a Paul McCartney, entender que el mito apenas termina el show sale al baño, comprenderlo humano (lo que lo hace doble mito) y comprender que en un período corto de tiempo (una vida humana) este tipo la cantó a toda la humanidad y ella respondió. Bueno, eso es muy fuerte. Un show de Paul McCartney, para un tercer mundo como el nuestro, es una especie de fantasía.
¿Saben lo que es ver que un show arranca con Magical mystery tour? (eran las 21.15), Pero, ¿si se esperó una vida, qué son los minutos? Hoy, al menos, los que fueron el jueves a River, pueden decirlo: es entender que los Beatles no son sólo aquello que revolucionó la música –pffff, eso lo sabe hasta una roca rodante– sino la real energía que estos tipos, este tipo, transmitía. Que enfrente nuestro esta Paul, y todas esas historias que se saben, esas canciones que se tatúan, esas cosas que la pasada y pasada y pasada parecen haber gastado (las canciones) renacen en vivo como lo que son: pequeñas proezas de un grupo de tipos que, misteriosa y mágicamente, cambiaron el mundo. ¿Pruebas? ¿Recuerdan esa histeria beatle (claro, algunos de ustedes la vivieron)? Escuchar All my loving, del segundo albúm Beatle y tercer tema del show, fue ver una explosión como pocas. Como diría un amigo, periodista y director de cine: “Después de All my loving deberían cerrar el monumental”.
Encima, Paul, que se reía hablando en castellano y citando versitos infantiles de sus clase de español a los 11, sabe que tiene un ancho de espada donde quiera que saque un tema: al cuarto tema Letting go, le sigue la no cantada el miércoles Drive my car. Y otra vez, todos efervescentes, desde Joaquín Galán hasta Damián Dreiznik, desde los teléfonos llamando a madres y poniéndolas a escuchar aquello que las desvelaba en su juventud. Paul nos cuidó. Y se fue al piano post la Wings Highay y Let me roll it (no había canción, salvo las del reciente The fireman, que no fuera cantada como si la vida del universo dependiera de ello). En el piano: The long and winding road, las Wings Nineteen hundread and eighty five, Let ‘em in y My love y después arremeter con I’ve just seen a face y, uffffffffff, I love her.
Después, la rutina del doblaje siguió, pero Paul se fue al centro del escenario. Y con esa presencia que da el haber sido un Beatle se puso, él y su guitarra, y cantó ese hermosísimo homenaje a Lennon, que es Here today, hasta hizo bailar con la nuevita y medio tontita Dance tonigh. Otro tema más de Band on the run, el fundamental disco reeditado por estos días de Wings, y llegaba Eleanor Rigby, como alfombra roja para, si uno quiere a George Harrison como sus canciones deberían obligarlo a quererlo, el momento más emotivo de la noche: Paul cantando Something, primero de forma íntima y después con esa bandaza que lo acompañó. ¿No es un poco demagógico el homaneje a John Lennon y a George Harrison? No, para demagogia está el momento tribunero del segundo bis, McCartney y su camiseta número 10 de la selección (“Soy Diego” dijo, y ahí entendimos, que todos vivimos en el mismo mundo). Esos homenajes, sentidos hasta su repetición –los viene haciendo show a show– nos ponían a pensar: este tipo, tocó con esos tipos, esos tipos fueron reales, son reales, no son sólo la remera o la banda de sonido del universo. Y ahí uno se preguntaba, frente al chauvinista cántico mutado en anacronismo (“Ole ole ole ole, Le-nnon Le-nnon”) ¿Cómo sería tener enfrente a Lennon, cómo hubiera sido verlos a todos ellos en su mejor momento (pregunta que prueba que nadie inventará jamás la máquina del tiempo: si en esos shows tremendos de todos junto nunca se ve un tipo del futuro es porque ese invento jamás sucederá, ¿a qué otro lugar irían si no?)Bluebird de Wings, también se paseó por ahí y el Blackbird. Temas pajareros y lindos de Paul, si los hay.
Pero no todo lo que brilla es Beatles; quizás el momento más sentido, el que diferenciaba bíblicamente peatones del evento y la gente que había soñado verlo/volver a verlo viene ahora, con Band on the run. Después vino la tarantela de Ob-la-di, ob-la-da que, por fin y post Blackbird, se cantaban varios temas del disco que deberían escuchar los chicos apenas entiendan que el Sapo Pepe es sólo una etapa: el álbum blanco. El público devino corito en Back to the USSR: (“uhuhuuuuuuuuuuuuuu”) y ahí vino el aluvión Beatle que llevo al primer cierre (I got a feeling, Paperback writer, A day in the life-mashupeada con Give peace a chance de Lennon, el piano de Let it be) y la detonación pirotécnica de Live an let die dando fuego al primer cierre: Hey Jude. Si usted no fue conmovido hasta su fibra más básica por el “NanananananananaaaaaaaaaaaaNanana Hey jude” no se preocupe, la primera vuelta (con Day tripper, Lady Madonna y Get back) no lo van a ayudar a quebrarse, pero cuando en el último bis, San Paul sale a cantar Yesterday no hay nada que quede en pie. La que todos sabemos –como todas– y aun así, ahí, en vivo, con Paul, es otra cosa. Pero Paul entiende que no vamos a entender mientras estemos vivos eso que pasó el 11/11 y decide sacudirnos más, destruirnos, atomizarnos y toca Helter Skelter, sólo para cerrar con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y después The end, de Abbey Road. Y nosotros quedamos ahí, mirándonos, se sea ABC1 o lo que se pueda, se sea lo que sea, caminando a casa pensando en que mañana volvemos a nuestros trabajos comunes y que no sabemos bien qué pasó. No importa, McCartney pasó y eso, todos lo sabemos, deja huellas. Suele hacer ese tipo de cosas.

LOS FANTASTICOS QUE ACOMPAÑAN A PAUL
“Gracias mi banda”, dijo Paul. Y arrancan las preguntas: ¿cuán lindo puede ser para un músico, que seguramente aprendió a tocar temas de los Beatles antes que nada, ser “la banda de Paul McCartney? ¿Cuán surreal es tocar con el que tocó con John, George y Ringo? Pregúntele, primero, a Brian Ray, el blondo que tenía el bajo y guitarra venido el caso. Porque habrá compartido escenarios con Keith Richards, Peter Frampton o Santana, pero Paul es Paul. Y desde Driving rain (uno de los discos más subvalorados de Sir Paul, el que escribió para Linda después de su muerte), ahí está Ray. La guitarra es Rusty Anderson, un sesionista de primera que ha colaborado con, anoten, Sting, Elton John y Willie Nelson (y una cantidad de bandas, y eso que no contamos su carrera solista). Ah, y Anderson tiene el curioso mérito de haber escrito y tocado los riffs de Livin’ la vida loca. Los teclados y la dirección musical son del pela Paul “Wix” Wickens, en eterno ping pong bromista con el baterista de la Paul MCCartney Band, que viene tocando con Sir Paul desde 1989 y tocó con nombres talla Beatle como Bob Dylan. Para el final, el favorito de los 45 mil del jueves: Abel Laboriel Junior, el orondo moreno y pelado que estaba en batería. Ese que bailaba en Dan Tonight, que hacía coreografías, que reventó la batería cuando debía. Ah, toco para Sting y Steve Vai, entre, obviamente, otros pesos pesados. ¿Qué pretendían? Es la banda de Paul.

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“FUE COMO ESCUCHAR MÚSICA CLÁSICA”

Por Charly García

Fuente: diario "Perfil"
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Fueron dos jornadas diferentes pero igual de intensas. En el primer concierto, el del miércoles, estuve muy cerca y eso me permitió vivirlo a fondo; es más, estuve bailando y cantando durante todo el recital. Al margen del cariño de la gente, la ubicación alcanzó para ratificar lo que ya había conversado con Fernando (Szereszevsky), mi manager, unos días atrás: cuando hay tanta y tan buena música, no hacen falta ni exuberancia tecnológica ni decenas de bailarines.
Si hubo algo que me maravilló del show de McCartney fue descubrir que en cada tema, frente a cada situación, la puesta en escena no descuidaba el aspecto teatral del espectáculo. Igual que en mi última presentación en el Luna Park, Paul demostró que basta con una pantalla de led y una luz antibaja para transmitir lo que desees a través de la música. Por supuesto que me fascinó el sonido y ver cómo el hombre conserva su voz de manera impecable; todavía no me explico cómo algunos insisten con esas huevadas sobre su salud y sus operaciones. El estado del tipo es increíble; canta tres horas y no toma un solo vaso de agua.
Paul está entero y lo demostró durante las dos noches.
A propósito de la segunda, para esta ocasión preferí tomar cierta distancia que me dejara al margen de la euforia y de la pasión para disfrutarlo desde otro lugar y ver aquellos detalles que perdés en medio del vértigo. Fue útil, vi que la banda no hizo una sola nota de más. Sonaba como sus discos o mejor, no les sobraba ni les faltaba nada. A propósito de esos discos, en un momento no pude evitar reírme recordando las horas y horas gastándolos para sacar uno y otro arreglo. Y no podía ser de otro modo, escuchar a Paul es igual que escuchar música clásica.
Antes de su llegada, intentaron contactarse conmigo y mi banda para tocar primeros. La verdad es que preferí disfrutarlo como fanático. Sabía que para los teloneros todo sería chiquito y bien acústico; en general, no te dejan sonido, no te dan pantalla, nada. Entonces, para hacer algo que no esté a la altura de lo que venimos mostrando, elijo asumir el rol de fan. No tengo ganas de cholulear y tocar por tocar.
En general, seguí todas las canciones; Black Bird me emocionó un poco; también And I love her. El tema de Paul como solista, My Love, me gusta mucho, incluso es uno de los preferidos que siempre elijo en la banda para calentar la voz, antes de salir.
¿Si volverá? Quién sabe, igual lo disfrutamos mucho y a lo mejor, en algún otro lugar del mundo, lo podemos volver a ver. En lo personal, no creo que regrese.


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“NI MÚSICO, NI GIGANTE: UNA VACUNA PROTECTORA”

Por Roberto Pettinato

Fuente: diario "Perfil"
Más información: www.perfil.com

Más de uno hemos aprendido lo que era el mecanismo de negación cuando se separaron los Beatles. Nos dijimos: “No podemos superar este trauma familiar, así que... no existirá”. Si lo pensamos bien: no hubo “cuerpo político” –por así decirlo– más potente que el mensaje de estos cuatro de Liverpool al mundo, que laceraron generación tras generación con el tema Revolución, hablándoles a los que manejan el mundo: “Si me pedís que colabore para gente con mente con odio como vos, te digo: hermano, no cuentes conmigo, preferimos saber que te cambiamos la cabeza”. Por estos mensajes, como el final de Paul en Argentina cantando: “Y así se llega al Final en el que te darás cuenta de que el amor que recibís es proporcional al amor que das”, les digo: es imposible que no pueda llorar en este instante al escribir estas líneas. Y con sólo 14 discos y cientos de otros mierdosos de su carrera solista, se construyó a este tótem, a este monstruo que conoció la fama desde los 17 a los 68 (¡!) años sin interrupción. Y como si fuera poco: es tan sólo una cuarta parte de la pirámide mágica, misteriosa, drogota, sentimental capaz de esparcir felicidad al mundo con sólo poner un tema y esos cuatro eran los Beatles y este único era Paul McCartney.
¿Por qué cuento esto? porque esto, todo esto, tiene que ver con lo que sucedió en el recital. No tiene sentido hablar de canciones, de las pobres coberturas periodísticas diciendo: en esta página pongamos la lista de temas. Jajaj. ¡Pobres infelices! ¿La lista de temas? Se tendría que poner la lista de lo que se aprende tan sólo por vía oral y genética que pasa de padres a hijos y así hasta que el mundo termine. porque cuando el mundo termine es muy probable que lo único que nos quede sean estos mensajes de felicidad y amor y... una botella de Coca-Cola. Fue el único concierto en mi vida, tras haber compartido dos días junto a Frank Zappa, visto a Miles Davis, visto a Pink Floyd en los buenos tiempos... fue este el único en donde todo un estadio no podía ni vibrar del respeto hacia el artista. El único en el que mi hijo me preguntó: ¿por qué no se sienta la gente para que los de atrás podamos ver mejor? Y yo me contesté: la gente no se sienta porque... ¡no lo puede creer!, eso es todo. Fue el único concierto en la que gente vino a ver para creer. Vino a mirar la pantalla y chequear si coincidía con la personita de 18 cm que estaba ahí de pie con un ukelele de 4 cuerdas... o que a las dos horas conseguía explotarle el cerebro con Helter Skelter, un tema que podía dejar a Sumo como una banda cristiana de boludos o llevar a decir a Charles Manson que fue la música inspiradora para la matanza de la familia de Sharon Tate y Polansky en los 60. De esto se trató Paul McCartney, o Macca, como le dice la prensa inglesa: un artista recuperado, por siempre destrozado por la prensa, y puesto ahí nuevamente para disolver la nostalgia o los sentimientos. McCartney estaba ahí para devolverte lo que nunca se te fue: la felicidad con potencia que te permite vivir por siempre, ver sonreír a tus hijos si les pones Submarino Amarillo... como si hubiesen sido capaces de sintetizar todos los buenos sentimientos del mundo a través de la música y por eso no morir hasta que desaparezca el último de nosotros. Todos lloramos pero de alegría, de saber que nuestro corazón es bueno. Lloramos de comprobar que elegimos bien nuestro camino de personas incapaces de matar y muy capaces de elegir gobiernos, políticos y la mierda que se les ocurra. Lloramos no porque Luis Miguel es bonito de dientes: lloramos con contenido como si todos, en un conjunto, estuviésemos viviendo un parto de cientos de padres y madres abrazados y pidiendo permiso hasta para aplaudir. Esto no es un músico. Ya ni siquiera un gigante. Es una vacuna, la única que te protege contra el resto de la basura. Son gente, músicas, que fueron colocadas por energías del espacio exterior. No lo sé. Pero lo que sí puedo decirles es que si entraron una vez en tu vida, como lo hicieron hace cuarenta años, nunca más se irán, y no importa si vienen al país o no. Porque los países no existen más. Mi hijo me dijo: “Vamos a conocerlo. vamos al camarín”, y le respondí: “No. porque ya está. Dejalo así. Así tiene que ser. Así tiene que quedar”. ¡Hello! ¡Goodbye!

1 comentario:

  1. Qué bonitos testimonios, que envidia sana por haber tocado , con el alma, a través de tres horas, un pedazo de la historia de la humanidad, y porque no una parte de nuestra propia historia...

    Gregorio Huaroto

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