domingo, 28 de noviembre de 2010
"LIFE" LA BIOGRAFÍA DE KEITH RICHARDS (Diario EL PAÍS, España)
Por Jesús Ruíz Mantilla.-
http://www.elpais.com/articulo/portada/Keith/Richards/elpepusoceps/20101128elpepspor_8/Tes
En las últimas semanas, desde que aparecieron en el Reino Unido sus memorias bajo el título de Life, Keith Richards (Dartford, 1943) se ha mostrado muy fiel a su personaje. Por momentos, el guitarrista de The Rolling Stones, músico salvaje a quien ni siquiera han acabado por el momento de domar sus tres nietos, parecía tan pronto iracundo, como a ratos, encantador. Pero siempre directo, transparente, de vuelta de todo, poniéndose el mundo por montera cuando hablaba de su turbia relación con las drogas, de su amistad con Mick Jagger o de sus sentidos de culpa. Así es que la pregunta que uno se hace cuando espera su turno en la antesala del hotel Meurice, en París, 45 minutos antes de la hora pactada –aunque luego todo vaya con retraso– es cómo le encontrará.
En la habitación aguarda otro periodista. En concreto, Markus Larsson, un sueco que, medio ahogado en un té, pregunta: “¿Estás nervioso?”. Nervioso, nervioso, no, responde uno. A lo que él contesta: “Yo sí”.
No es para menos. El tipo había publicado hacía tres años una crítica demoledora del último concierto del grupo en Goteborg. Se preguntó si valía la pena gastarse 100 euros para escuchar a unos tíos que de mala manera controlaban el riff de Brown Sugar. Uno se muestra escéptico ante la probabilidad de que Richards se acuerde del agravio. Incluso de que a estas alturas lea las críticas. Pero el colega dice que sí, que lo leyó y que había jurado machacarle. Demasiado riesgo por un simple sueldo prestarse a un duelo así.
Tampoco parece que Richards ande demasiado soliviantado. Ya a solas, el músico entra en la lujosa habitación con vistas al Louvre y a la Torre Eiffel, tan pancho, acompañado de una copa de vodka con naranja en la mano y despreciando el agua que nos han servido. Llega con su fular estampado de calaveras, haciendo gala de su imagen corsaria que le ha valido el papel de padre de Jack Sparrow en Piratas del Caribe, un elegante sombrero beis y sus anillos dignos de un legendario adepto al vudú en los dedos.
La promoción de un libro poco tiene que ver con el circo del rock. Sus editores lo han padecido. Ha querido viajar en jet privado, alojarse en hoteles de cinco estrellas, algo que, junto a los minutos de promoción, costean cada uno de los sellos que publican el libro por todo el mundo –en España aparece como Vida (Global Reading)–, aunque el negocio empiece a notar los estragos de la crisis.
El caso es que no decepciona. Cuando uno lee esta descarnada y abundante autobiografía escrita a medias con su amigo James Fox –por la que dicen que ha cobrado casi cinco millones de euros– espera encontrar la crudeza de Richards en relación a sus constantes bajadas al infierno. Pero también le ve subir a la Tierra y a veces tocar el cielo. Sobre todo cuando se trata de la familia: su madre, sus hijos, sus mujeres y sus nietos. En Vida, aparte del crápula, además del confeso adicto a la heroína, a la cocaína y los ácidos, camello de John Lennon, uno encuentra el autorretrato de un padrazo orgulloso que presume de haber criado una prole de descendientes muy sana.
El repaso es hondo, sincero, violento, hosco, radical y entrañable con los seres a los que admira y adora, que son muchos. No engaña a nadie, y menos a sí mismo. Igual entona un dramático mea culpa por la muerte de su hijo Tara cuando este apenas contaba dos meses, que acusa a Mick Jagger de intentar traicionar al grupo.
Fue cuando el cantante intentó negociar, aparte de un nuevo contrato para los Stones, uno paralelo que le permitiera lanzar su carrera en solitario. No les dijo ni mu. “Fue una puñalada por la espalda”, escribe Richards. En esa época se ganó el apelativo de la “puta de Brenda”, o “su majestad”, además de ridiculizar el tamaño de su pene, para enfatizar el delirio egomaniaco en el que su amigo del alma había caído. Al parecer, Jagger ha leído el libro. Pero no se ha quejado especialmente. Esas supuestas declaraciones en las que contestaba que nadie puede imaginarse lo que es viajar con un yonqui fueron un bulo que circuló por Internet y que Jagger desmintió más tarde.
Aquí paz y después gloria. Todo sea por preservar el negocio del rock and roll unos cuantos años más. Al fin y al cabo, estos chicos londinenses nunca se metieron en esto para cambiar el mundo, como muchos pueden llamarse a engaño, sino para hacerse millonarios. Y lo consiguieron.
En este libro ha sido usted a tumba abierta. No tengo nada que esconder. También tenía el tiempo, encontrarlo era difícil. Después de la última gira que hicimos se dio la posibilidad, iba a tener tiempo. No fue idea mía, me lo sugirieron, además, diciéndome que James Fox se prestaba a colaborar en ello. Somos amigos de hace años, luego te planteas: es la oportunidad y si no lo hago ahora…
¿Quién sabe? Eso, quién sabe. La vida es un misterio.
Le advierto una cosa. Todo este lujo de promoción, con los editores pagando para que les concedan entrevistas, pertenece más al circo del rock que al negocio editorial. Estos son más modestos. Si tienen que gastarse la pasta en esas cosas, acabarán por no publicar nada, y libros como el suyo no los leerá nadie. ¿Es consciente? Mucho, es mi primera experiencia en este mundo. Aunque hay muchas similitudes entre vender discos y libros. Claro que, un libro es un libro y necesitas más argumentos para animar a la gente a leerlo. Pero, al final, no tiene nada que ver con el marketing, es una cuestión de afinidad. Hago lo que puedo.
¿Se centra en su criatura? Sí y pienso ir a librerías por todo el mundo y conseguir que la gente se lo lea.
Veo entonces que está como un niño con la idea de haber publicado un libro. ¿Lo siente como algo más propio? Pues sí. Al principio pensaba, bueno, tengo cosas que contar, así que no será tan difícil. Pero cuando lo veo ahora, en perspectiva, revivir tu vida dos veces, con la memoria, volver a experimentar ciertas emociones… Mira, las cosas en la vida van pasando, y en la mía todo ha ido muy rápido, he estado a punto de morir, he sufrido accidentes, me he pasado el tiempo muy pendiente de sobrevivir más que de sentir miedo, de hacer, afrontar las cosas sin temor. Pero luego veo que han quedado experiencias muy dolorosas dentro de mí. La muerte de mi hijo...
Terrible. Y no se lo perdona, aunque fuera un accidente. Es natural la muerte, sabes que llegará, tratas de prepararte. Pero aquello fue muy duro.
De hecho, Richards trata de hacer un exorcismo en su confesión. Una buena mañana, el bebé apareció muerto en la cuna. Él estaba de gira. Anita Pallenberg, la pareja del guitarrista entonces y madre de su hijo mayor, Marlon, lo encontró: “Decidí no hacer preguntas en su día. Solo Anita sabrá. En cuanto a mí, nunca debí haberla abandonado. No creo que fuera culpa de ella. Pero dejar a mi recién nacido es algo que no me perdonaré jamás. Es como si hubiera desertado de mi puesto”, confiesa.
Si le digo Doris, ¿qué viene a su memoria? La música. Ni siquiera madre: música. Encendía la radio y la música nos envolvía, si no sonaba nada en la casa, mis alarmas se disparaban. ¿Dónde está mamá? Luego es que había ido a hacer la compra, pero me inquietaba que no sonara la música.
¿Y si le digo Brenda…? Bueno, pues ese es Mick. Un mote de camerinos. No significa nada especial, son cosas de la trastienda. Como los soldados y las barricadas. Son bromas.
Es que no me puedo imaginar a usted dirigiéndose a Mick Jagger diciéndole: Brenda, esto; Brenda, aquello. No, no, es un mote de hace tiempo.
¿Y cómo se lo ha tomado él? Bueno, él ha leído el libro. Se lo di antes de que apareciera. La única queja que tuve por su parte ¿sabe cuál fue?
No... Que contara que había tenido un maestro de canto. Mira, no es nuevo, todo el mundo lo sabe, le dije.
Y otro de baile. Sí, está rodeado de entrenadores, por eso su camerino queda tan alejado del mío. Tiene otra manera de prepararse para salir a escena. Pero no me importa nada de eso, lo que de verdad me interesa es lo que la gente retenga del libro, no anécdotas que tengan que ver con buscar divisiones entre él y yo. Esas bromas no lo conseguirán.
Puede que las bromas no, pero algunos pasajes sobre su amigo son crudos: “Padece el síndrome del solista vocal”. “No formamos este grupo para apuñalarnos por la espalda”. “Cuando echas ácido, todo se corroe”…
Pero con esas anécdotas, un poco fuertes, uno piensa que no queda apenas nada auténtico de lo que fueron The Rolling Stones; que son más una empresa que un grupo de ‘rock and roll’. Existe ese aspecto, pero a la hora de la verdad, en el momento en que estamos en nuestros camerinos y tenemos que saltar al escenario, estamos Mick, Charlie, Ronnie, yo, y a eso se reduce. Te une mucho exponerte ante decenas de miles de personas, es un intercambio de energía muy poderoso. Se abre la jaula y saltamos…
Como leones… Como tigres… Una histeria.
¿Justo como lo contó Martin Scorsese en ‘Shine a light’? No siento mariposas en el estómago, eso hace mucho tiempo que pasó. Pero me encuentro como un tigre enjaulado al que acaban de soltar, lo que probablemente es una variación de lo de las mariposas…
Ustedes, lo que siempre quisieron ser fue millonarios. Nada de cambiar el mundo, como The Beatles. ¿Y quién no? ¿Quién no quiere ser millonario? Nuestra dimensión se salió de madre muy rápidamente. Y nos dimos cuenta de que merecía la pena disponer de dinero para crecer. Cinco chicos que se meten en un negocio que aumenta y aumenta. Te planteas qué hacer con él, cómo invertirlo para superar tus propias barreras. El dinero tiene sus ventajas y sus desventajas. No te diría que podría vivir sin ello. No lo pienso, sencillamente. Soy un tipo generoso, si alguien me pide algo, lo presto sin pensar cuando me lo va a devolver.
En el libro aparecen constantemente The Beatles. No sé si es algo consciente o inconsciente. Esas comparaciones, para usted, ¿qué significan? Desde nuestro punto de vista, todo era muy obvio. Cuando escuchamos a The Beatles tocar en clubes antes de que se convirtieran en un fenómeno, para nosotros estaba claro algo: nos aliviaba saber que éramos la única banda inglesa que hacía cosas distintas. Sentimos también una afinidad por ellos. Aunque vinieran de Liverpool y nosotros les miráramos despectivamente desde nuestro origen londinense.
¿Como si fueran unos pueblerinos del norte? Sí, pero eso también nos sirvió de acicate. En el sentido de que veíamos que si unos chavales de Liverpool podían hacerlo, ¿cómo no íbamos a ser capaces nosotros, que vivíamos en Londres? Si esos tíos habían grabado un disco, ¿cómo nosotros no íbamos a conseguirlo? Meternos en un estudio y gozar de la oportunidad de explorar, trabajar y transformar lo que tocábamos en un disco. Grabar era el mayor deseo de cualquier banda. Sentíamos celos, pero también nos inspiraron.
¿Qué aportaron ustedes de más a esa revolución moral y de las costumbres en los sesenta con respecto a ellos? Para empezar, había una cuestión de imagen. Ellos aparecían con sus trajecillos, sus corbatas, repeinados, muy monos, muy limpios. En Londres nos propusimos ser más auténticos. Durante algunas semanas intentamos lo de los trajes. Pero fue un fracaso: los perdíamos, los dejábamos por ahí. En cierto sentido todo se convirtió en una especie de película del Oeste. The Beatles eran los buenos… Pero, ¿qué sentido tiene que existan si no aparecen los malos?
Quizá ustedes iban más allá a la hora de describir cierta desesperación en canciones como ‘Mother’s Little Helper’, ‘Paint it black’ o ‘Satisfaction’. ‘Sympathy for the Devil’ tenía una clara intención de socavar la moral imperante. Queríamos provocar, destruir clichés y colocar el espejo real enfrente de la sociedad con canciones así. En los sesenta ocurrían muchas cosas, debíamos reflejar un estado de ánimo, más en nuestro país. Veíamos que París experimentaba la locura, había energía por todos lados, pero sin dirección concreta, que nosotros utilizábamos para canciones como Street Fighting man. ¿Cuál es el papel de un artista, aparte de reflejar lo que ocurre a su alrededor? Captar visiones, sentimientos… Es lo que han hecho toda la vida…
Pero, ¿eso se asemeja más a la ambición de un escritor que a la de un músico de rock? En ese aspecto, ¿fueron voluntariamente más allá que otros? Nos dábamos cuenta de que el arma de hacer canciones no era una tontería. Que a través de ellas podías cargar muchas cosas, proponer ideas contundentes, otras visiones, otras formas de ver la vida y la sociedad. Tampoco ser revolucionarios, eso nos aburría. Pero nos dimos cuenta de lo que podíamos significar no gracias a nuestras intenciones, sino cuando el establishment empezó a ponerse nervioso. Y luego te parabas a observar, veías a The Beatles y pensabas: ¿Cómo es posible que el Gobierno se sienta amenazado por cuatro tíos que tocan la guitarra?”. ¡Era alucinante! Y nos animaba. Era la propia reacción de las autoridades la que nos mosqueaba. Podíamos dedicarnos a cantar pamplinas de amor todo el tiempo, era más fácil. Pero esto nos motivó.
Tuvo una gran idea Andrew Oldham al meterles a Jagger y a usted en aquella cocina para que compusieran su primera canción. ¿Cómo fue aquello? Andrew era nuestro primer mánager y productor. El vio un potencial que nosotros ignorábamos. Nunca nos habíamos planteado escribir canciones. Había demasiados temas de rythm and blues que venían desde Estados Unidos y queríamos interpretarlos. Pero Andrew había trabajado con The Beatles y entendía la fuerza de la creación propia, la personalidad que daba a un grupo, era lo ideal. Así que nos dijo: “Meteros en la cocina con una guitarra y salid con una canción”. Nos sentamos un par de horas, nos hicimos té, pedimos vino y pensamos que nos aburriríamos un huevo si no salíamos con algo. Nos pusimos a trabajar y la canción salió naturalmente: As tears go by. Cuando teníamos dos o tres estrofas estábamos deseando largarnos al bar y tocamos la puerta para que nos soltaran.
Quien no llevó nada bien que lo suyo cuajara fue Brian Jones… Es cierto, pero la verdad es que si Brian se hubiese presentado un día con una canción, la habríamos tocado, o Bill Wyman, o Charlie Watts bueno, creo que en el caso de Charlie eso no sería posible, aunque estaríamos abiertos.
Era una cuestión de ponerse, de voluntad. Exactamente, el problema es que él creyó que durante un tiempo iba a ser el líder de la banda, incluso llegó a cobrar 50 libras más a la semana por ello. Pero nuestro grupo era muy democrático, con un toque comunista, y no le salió bien.
De drogas también habla a fondo en el libro. Ah, sí. He tratado ser muy directo en ese asunto. Es una tentación muy fácil para los músicos caer en ese mundo. Cuando yo empecé era un hábito muy escondido, de trastienda. Aquello de ver a los músicos negros y plantearse cómo se lo hacían era normal. Estaban tan frescos a los 40, y yo, con 20, hecho polvo. Había que ver a los músicos negros de jazz con la corbata, el traje. Les preguntaba: ¿Cómo aguantáis el ritmo?”. Y respondían: “Mira, chaval, te tomas un poco de esto, un poco de aquello, te fumas tal…”. Era el comienzo y, además, pensabas que acababas de entrar en una especie de hermandad secreta.
¿Una secta? Casi. Pero pronto acabó, rápidamente se empezó a comentar y a saber, era difícil mantener el secreto. Yo utilizaba la heroína porque nunca me vi capaz de afrontar bien la fama. Sabía que para ser feliz y hacer lo que quería, música, la fama era uno de los precios a pagar, y no me acostumbraba. Era más fácil meterse heroína y utilizar eso como una forma de distanciarse que afrontar la presión exterior.
¿Pero también habría otras razones? Obviamente, era un experimento, con mi propio cuerpo, que siempre controlé bien, aunque bueno, el experimento nunca acababa: seguía, seguía… Lo terminé en 1977.
La verdad es que sobre ese tema, yo creo que ha exagerado bastante. No se le ve nada mal. Es que no estoy seguro de que las drogas afecten tanto como dicen.
¿Ni siquiera al trabajo, como inspiración? Tampoco. Hay dos maneras de verlo. El símbolo fue Charlie Parker. Tocaba como los ángeles, pero era un yonqui. Y eso afectó a muchos saxofonistas. Creían que la droga les haría mejores, pero era mentira. El enorme talento que tenía no se agrandaba por tomar drogas. Con esas cosas te das cuenta de que estás empujando a otra gente, pero lo que en realidad les diría es: No os metáis en esto solos. En mi caso fue una decisión personal y no quería arrastrar a nadie con mi ejemplo. No aumenta tu habilidad, ni tu inspiración, nada. Y si tienes un buen metabolismo tampoco te lo destroza.
Entonces, ¿decepcionado con su experiencia? Lo que sí me parecía estupendo era la percepción del tiempo. Corre de otra manera. El reloj anda, pero a otro ritmo.
El tiempo para cada uno de nosotros es relativo, como todo. Verdaderamente.
Otra cosa que me sorprende de usted es que parece un padrazo. Un hombre de familia. Si uno se detiene a ver las fotos de su libro, en la mayoría aparecen sus padres, sus hijos, sus mujeres. Me llama la atención cómo ellos han llevado las zonas más oscuras de su vida. Su relación con las drogas, su nomadismo como estrella del rock. ¿Muchos traumas? Para mí ha resultado fácil ser un buen padre. Tenía 26 años cuando nació Marlon, rápidamente cayó sobre mí la responsabilidad. Me metía caballo, pero responsablemente. Debía cuidar a aquella criaturita. Pero no me planteaba grandes cosas. Nunca pensé que fuera para tanto. Dependía de cada uno. No era tan determinante. El resultado, al final, ha sido muy bueno. Son muy sanos, tengo tres nietos… Los chicos no se enteraban de nada, estábamos juntos, siempre les cuidaba con mucha paciencia. ¡Dios mío! ¡La cantidad de pañales que he cambiado!
¿De verdad? ¿Con todo el dinero que ha ganado, no le dejaba eso a las niñeras? Un momento, eh. Cuando son tus hijos no quieres dejarle eso a nadie. Su mierda es la mía.
¿En qué cree? No es que crea en muchas cosas, sinceramente. Creo en Dios… cuando me corro.
¿En serio? Cuando me corro. Es el momento en el que exclamo: ¡Oh, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!”.
Nos ocurre a muchos. Lo más cercano a la mística. Cierto, esa es la única vez que hablamos directamente con un ser superior.
Me lo imagino. Pero también creo en mí, en mis amigos, en la gente, creo que la buena gente tiene muchas salidas, muchas respuestas. Creo en la vida y en vivirla intensamente, en hacer lo que te apetece y no lo que debes solamente, aunque sé que ese es muchas veces un sueño imposible de cumplir, que hay que buscarse la vida en lo que se puede y no en lo que uno quiere. Pero, más allá, creo en que hay que abordar la vida con pasión, como yo le he hecho, aunque los grados de eso varíen. Imagínate: ¡hay tíos apasionados con el trabajo!
Rarezas. Cada uno deberíamos seguir lo que nos interesa, en la medida en que la libertad nos lo permita. Lo ideal es que todo el mundo sienta en lo más hondo la libertad y que sepa qué coño hacer con ella.
Y tanto. Comenta en su libro que ni The Beatles ni The Rolling Stones hubiesen durado más de dos años si no existieran los discos. ¿Qué hubiese sido de ustedes hoy en día? Todo habría sido distinto con tanta tecnología. Quizá todavía es pronto para calibrar cuánto nos va a afectar. La verdad es que el formato disco nos daba tiempo para explorar, expandirnos, ser muy creativos. El público buscaba un álbum completo, como una obra, no una sola canción. Todos aprovechamos mucho esa manera de trabajar. La tecnología ha cambiado los ritmos de las grabaciones.
¿Volveremos a verles por ahí? Espero. Yo no paro de componer, la mayoría son malos temas. Una idea, un esbozo.
Lo que sí he visto que le trae buenos recuerdos es España. Valencia, las naranjas, su primera noche con Anita Pallenberg… Y tanto, Anita… Era primavera, y cada kilómetro que avanzabas hacia el sur todo parecía más exuberante, hasta que llegamos a Algeciras.
Eran los sesenta, por aquellos tiempos, The Rolling Stones no habían aparecido por España. Nos encantó hacerlo más tarde, pero en esa época tenían un régimen que… Apartaba al país de nuestro recorrido. Pero después hemos vuelto a menudo. Aquel concierto en Madrid cuando cayó la tormenta. Ha sido otra de las veces en las que he exclamado: “¡Oh, Dios mío!”.
Pasado el tiempo pactado, Richards sale encantado de la vida con el aroma de las naranjas valencianas y el recuerdo de Anita Pallenberg en la cabeza hacia su próxima cita. Parece incapaz de matar una mosca. Días después salta la noticia: “Keith Richards golpea a un periodista”. El pobre crítico sueco tenía sus razones para andar nervioso. En cuanto se enteró de que había sido él le atizó en la cabeza. Ya saben, Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. A mí me tocó el primero, el padrazo, el que cambiaba los pañales. Luego se transformó.
El niño que vivía rodeado de música
Keith Richards (Dartford, 1943) creció rodeado de música. Su madre era aficionada a las grandes voces negras del jazz y tenía constantemente la radio puesta. Aunque lo que fue revelador para el niño fue escuchar un día a Elvis Presley. Eso le cambió la vida.
En 1959 fue expulsado de la escuela de Dartford y pasó a la Sidcup Art College. Allí empezaron sus inquietudes artísticas, que no musicales, esas habían sido cosa de su madre y su abuelo, intérprete de jazz. En 1960 se reencontró en el metro con Mick Jagger, a quien conocía de su época de la escuela primaria. Entonces, Jagger estudiaba en la London Schoool of Economics. Le llamó la atención que llevaba discos de Chuck Berry. Los dos adoraban el rythm and blues. Con el tiempo, en 1962, formaron The Rolling Stones, la banda más longeva de la historia del rock.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
muy interesante....
ResponderEliminarsolo deseo que vuelvan a tocar juntos como los rolling stone ,,,que nota
ResponderEliminarExcelente entrevista.!
ResponderEliminarI always spent my half an hour to read this website's articles every day along with a cup of coffee.
ResponderEliminarAlso visit my web site : website
Cuando era más chica no eran mis favoritos, hoy día se convirtieron en un ejemplo para mí, de supervivencia, persistencia, y la de poder salir a escena a los casi 70 sin hacer el ridículo. Rolling Stones, yo los celebro ..
ResponderEliminar