Interesante texto de Rafo León para la revista CARETAS.
No existe ningún argumento que abone en favor de la voz moral de aquellos prohombres y promujeres del mundo que sancionan los vicios de la humanidad y exigen la rehabilitación de sus pervertidos cultures.
¿A nombre de qué y de quién?
¿Con qué derecho?
Esto a propósito de la muerte de Amy Winehouse.
Con ánimo de suscribir la opinión de Rafo León, presentamos el artículo referido.
A dos mesas de la que solía ocupar Martín Adán en el Cordano, un hombre bien vestido va por su segunda botella grande de cerveza. Son las nueve de la mañana de un lunes. Ni el Cordano, ni la memoria de Martín Adán ni los mozos habrían permitido que ese hombre discreto de pronto hiciera un escándalo de borracho. No lo hizo Martín Adán, ni nadie, y el Cordano es más viejo que todos los borrachos limeños juntos. El hombre de la segunda cerveza me hizo pensar en alguien que nada tendría que ver con él: Amy Winehouse. La anoréxica judía inglesa que con su delineador de Cleopatra y su peinado drag queen introdujo en el soul un alma nueva y más torturada aún, gracias a una voz que no era de este mundo, porque sudaba el temperamento de la propia cantante y compositora.
Veo al día siguiente en un diario grandote una nota en la que se apela al caso de Amy para alertar a los padres sobre el consumo de drogas por parte de sus hijos. Amy, en el texto, es reducida al símil de una pobre muchacha que lo tuvo todo pero el vicio pudo más que ella, tanto que llegó a componer una tanática canción en contra de la rehabilitación. Cuando leí esa cosa recordé la vergüenza ajena que me produjo en su momento el poema que Ernesto Cardenal escribió a raíz de la muerte de Marilyn Monroe, en el que el cura poeta sandinista le reprocha a Dios… no haber atendido el teléfono con la última llamada desesperada que según se dice, la rubia más bella y talentosa de la historia del cine gringo intentó hacer, supuestamente para salvarse.
La moral pública es enorme pero tiene un límite muy claro. Lo imponen ciertas figuras que se dan cuenta de lo que el resto no ve, y una vez que sus ojos se tiñeron con los fondos de la condición humana, con las reglas de juego que siempre las manejan otros, con el cansancio inherente a la vida, lo tienen que decir. Al principio podrán intentarlo con su obra: la poesía, el canto, la actuación, la pintura, lo que fuera. Pero poco a poco eso que vieron, los obligará a explicarse a través de frases construidas con sus propios cuerpos. El alcohol, las drogas, la depresión, el aislamiento, la malcriadez, van componiendo un prólogo de lo que será un texto final. Y no habrá fuerza humana que pueda detener esa escritura.
Una situación absurda es la del consumidor de drogas y alcohol que luego de una crisis, debe aceptar el mensaje vicariante de sus seres queridos, y someterse a un tratamiento de rehabilitación. ¿Qué cosa es rehabilitarse para alguien que ya se dio cuenta de que el sentido de las cosas siempre está en otra parte? Hay, por supuesto, quienes entienden la cuestión de distinta manera y se internan, van a grupos de autoayuda, toman pastillas y se rehabilitan. Allá ellos. Eso no significa, sin embargo, la construcción de un principio de moral pública, por la sencilla razón de que Amy, Pearl, Morrison, Hendrix, Martín Adán, Cobain y el atildado señor del Cordano eligieron más bien no rehabilitarse. Es un derecho que debe ser ejercido con la misma libertad con la que se le reclama al Estado el respeto a la libre circulación.
La rehabilitación parte de una premisa: el autodestructivo consumidor de sustancias podrá, si lo desea, volver a estar apto para vivir en sociedad. Ah sí, ¿no? ¿Y si no quiere? ¿Y si no cree? ¿Y si él es el único que sabe por qué lo hace y en tanto poseedor de ese arcano, será inmune al electroshock, a la insulina, a los grupos de anónimos, a los Doce Pasos, a los psiquiatras y a los curas (acaso pedófilos)? Dejen en paz a quienes no quieren ser un ejemplo para nadie. Dejen de pensar en que los seres torcidos se enderezan con buenos ejemplos, como los de Strauss-Kahn o Rupert Murdoch, por mencionar dos que se me vienen a la cabeza. (Rafo León)
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