Elefante blanco (2012) es una de las cintas menos logradas de Pablo Trapero, el director de Carancho, El bonaerense, Leonera y Mundo grúa. Trapero ha fijado cotas muy elevadas dentro de su filmografía y por eso mismo se le exige trabajos iguales o mejores. Elefante blanco está filmada con oficio pero carece de ritmo narrativo; tiene actuaciones planas a pesar de contar con un trío de intérpretes muy buenos (Ricardo Darín, Martina Gusman y Jérémy Renier) reunidos quizá pensando en los mercados de ultramar; el trío actoral aparece extraviado en la masa, en medio del drama social, refundiendo su técnica y renunciando a cualquier posibilidad de lucimiento. El espacio público ni convence, ni conmueve, ni moviliza, ni tiende puentes con el público. Además, Elefante blanco es un filme al que le cuesta arrancar en los primeros treinta minutos (tranquilamente se pudo prescindir de la secuencia inicial filmada en Loreto, Perú). Lo que genera desubicación en el espectador. La misma desubicación que experimentan los sacerdotes de la historia, cada mañana cuando despiertan en la Villa Miseria de El Gran Buenos Aires; en medio del aguacero, del barro, de la delincuencia, de los consumidores de "paco" y de la megaobra abandonada. Elefante blanco tiene una sola secuencia notable en donde Trapero pone toda la carne en el asador: la incursión nocturna del Padre Nicolás (Renier) en los recovecos y cobachas de mal vivir de la Villa, en donde se instalan los dominios de una hampona del narcotráfico. Renier va en busca del cadáver de un muchacho; y la secuencia es un auténtico descenso a los infiernos, lleno de tensión, de riesgo interno y externo.Y por cierto es un prodigio en cuanto al manejo de cámara, luz, dirección de actores y empleo de la música. No obstante sus puntos débiles, se trata de un filme que merece verse.
Oscar Contreras Morales.-
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