Felíz día de las madres.
Cuando era niña le regalaba a mi mamá un poema que decía: “tú eres lo más lindo del mundo”. Y mi madre estaba encantada. Ahora, a sus ochentaitantos años, la invito todos los domingos a almorzar a la calle menos el domingo fatídico del Día de la Madre.
¡¡¡Ni se les ocurra!!! Hay cientos de miles de personas llevando a sus madrecitas a comer a la calle porque, al parecer, ese día la doña no debería ni siquiera preparar los consabidos tallarines rojos. Aunque sea un pollo a la brasa o un menú dominguero, pero a pocos se les ocurre, que quizás lo deseado por las madres sea que sus propios hijos las engrían cocinando para ellas. O que se queden descansando: algo que muchas laboriosas mamás se resisten a hacer porque tenemos la compulsión de la actividad física para criar a nuestros polluelos.
Pero el colmo del mal gusto, de la idiotez filial durante el consabido día, es regalarle un artefacto que le sirva para seguir cocinando o realizando las labores domésticas durante toda la vida: ¡ese combo de olla arrocera con plancha! Mi madre no cocina, sabe su poco, claro, es piurana y prepara sus tamalitos verdes, pero no es tan portentosa en ese quehacer gastronómico nacional como su hermana, mi tía María Rosa. Por eso mismo, desde que yo era chica me advertía: “a mí por el Día de la Madre ni se te ocurra regalarme una licuadora”.
El tema que vincula la maternidad y los electrodomésticos puede remontarse a la posguerra cuando las mujeres europeas y americanas que habían participado en una serie de trabajos activos mientras los hombres iban al frente “tuvieron” que regresar a las actividades del hogar. Se produce entonces esa feria de equipamiento del hogar y se exige un modelo de mujer tipo Samantha de Hechizada. Exacto: la feliz ama de casa que nunca debe dejar de ser bella. Una estrategia que, como dijo Betty Fridan hace casi cincuenta años, “anula el ego de cualquier mujer”.
La compulsión del sistema capitalista global sigue utilizando recursos que subestiman a las mujeres a través de campañas de ventas enajenantes. Hoy Ripley y Saga Fallabella venden desde TV de plasma hasta USBs de 16 gigas por el día de la madre.
Según el diario Gestión las ventas de electrodomésticos durante la campaña del 2009 sumaron 120 millones de dólares y la colocación de créditos al parecer subió en un 24%. Si es necesario que se venda de esa manera para mantener al mercado activo: ¿por qué no sincerar los motivos y crear el día de la venta del electrodoméstico? ¿O las librerías también pueden estar de plácemes porque subieron sus ventas de libros de todos aquellos hijos que decidieron regalarles una novela a sus madres?
El sistema funciona porque exige del consumidor no solo un cambio permanente de los objetos de uso, aún cuando puedan seguir funcionando durante más tiempo, sino, y paradójicamente, exige mantener incólume el estereotipo femenino. Lo peor de todo es que somos las mismas mujeres quienes, además, persistiendo en esta mística de la feminidad, mantenemos nuestro rol comprando y comprando “cosas para el hogar” el mismo día en que deberíamos de pensarnos no solo como hijas o madres sino como re-transmisoras del machismo en América Latina. Mi abuela me lo decía siempre: “hija, no hay peor cuña que la del mismo palo”.
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