Extraído del Diario EL PAÍS, de España.
Claude Chabrol, uno de los cineastas clave de Francia y de Europa, miembro de la legendaria generación de directores que conformó la Nouvelle Vague, murió ayer en París a la edad de 80 años. Había nacido también en esta ciudad, en una familia acomodada de farmacéuticos, aunque sus mejores filmes acuchillaron el alma de la burguesía de provincias. Toda Francia recordó ayer su ironía, su hedonismo y los afilados retratos de esos burgueses provincianos que ha dejado en sus obras. Las emisoras de radio y las cadenas de televisión se poblaron también de viejas entrevistas llenas de su gran humanidad. En buena parte de ellas el cineasta -y el entrevistador- terminan partiéndose de risa.
El presidente de la República, Nicolas Sarkozy, haciéndose eco del dolor general del país, lo definió así: "Tenía de Balzac la finura de su retrato social; de Rabelais, su humor, y seguramente también su truculencia. Pero sobre todo fue él mismo, tanto en sus películas como en la vida".
Como artista, comenzó sin embargo en las antípodas, estudiando Farmacia y Filosofía y Letras, pero su amor al cine pudo más. En 1953, cuando tenía 23 años, tras frecuentar el cineclub del Barrio Latino animado por Eric Rohmer, se incorporó a la redacción de la revista Cahiers du Cinéma, entrando en contacto por esa época con los otros componentes de la Nouvelle Vague: François Truffaut, Jean-Luc Godard o el citado Rohmer.
Una copiosa herencia de la que por entonces era su mujer le permitió llevar a cabo su primer filme en 1957, El bello Sergio, en el que un joven regresa a casa para encontrar a su héroe de infancia convertido en un alcohólico irrecuperable. Con ella obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Locarno y el Jean Vigo del año siguiente. Los primos, rodada en 1958, consiguió el Oso de Oro del Festival de Berlín. En mayo de 1959 rodó Una doble vida, con la que su protagonista, Madeleine Robinson, ganó la Copa Volpi a la mejor interpretación femenina del Festival de Venecia.
Desde entonces, y como recordaba el diario Le Figaro, Chabrol "trataría el cine con una pasión irreverente, mezclando arte y comercio, profundidad y facilidad, erudición y broma", desplegando una actividad descomunal.
Ecléctico, prolífico, cultísimo, lector omnívoro, muy trabajador, muy amigo de sus actores y de la gente, Chabrol elaboró a un ritmo endiablado sus más de 80 películas. Supo, como recordaron ayer muchos comentaristas, diseccionar las miserias de la pequeña burguesía. Pero también hizo películas históricas, o sociales o truculentas, inspiradas directamente en sucesos famosos o en novelas policiacas, de las que era muy aficionado.
En 1979 estrenó Violette Noizere, en la que retrató a una conocida asesina que en los años treinta había envenenado a sus padres. Encargó el papel principal a Isabelle Huppert, que a partir de entonces se convertiría en su actriz fetiche. Ayer, Huppert, en una entrevista radiofónica, recordó sus rodajes con él: "No me filmaba como una mujer objeto del deseo, sino como si fuera su hija, siempre de una manera simple, íntima, muy dulce". Tal vez porque a ella no la definió como a Emmanuelle Béart tras el rodaje de El infierno: "Cara de ángel, cuerpo de puta". Huppert aseguró que su mirada como cineasta era "irónica, lúcida, dotada de una inteligencia implacable". Y añadió: "Pero lo más importante era su inmenso humanismo. Alguien capaz de ver lo malo de la sociedad, o lo menos malo, pero de recogerlo todo a través de un gran humanismo. Era alguien, en el fondo, profundamente bueno". Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, señaló que a sus 80 años "continuaba trabajando con la misma energía de siempre, de modo que daba la impresión de que iba a seguir ahí siempre". Y con ganas de viajar: ya había anunciado su presencia en la próxima Seminci, el certamen de Valladolid, donde iba a recibir la Espiga de Oro a finales de octubre y a inaugurar el ciclo Universo Chabrol. Aun sin su presencia, el homenaje se mantendrá.
Simpático, accesible, amante de los sudokus y de ver la televisión, era un gastrónomo capaz de emplazar un largometraje por los restaurantes que hubiera alrededor. De hecho, ayer, algunos actores recordaban que en los rodajes de sus películas no había bocadillos y el servicio de catering a las once de la mañana estaba acorde con el enorme apetito y el delicado paladar del director.
Gérard Depardieu rodó con él solo una vez, y ha sido en su película póstuma (tenía el siguiente proyecto ya en mente): Bellamy. Ayer, el actor definió así a Chabrol: "Claude era la alegría de vivir, tenía ese amor por la comida, por compartir, lo tenía todo: la historia del cine y la pasión, pero también la infancia, el placer y la risa
Considerado precursor de la nouvelle vague, el movimiento que revolucionó el cine francés en los años sesenta, con la deslumbrante generación de cineastas franceses que incluye a Jean-Luc Godard, François Truffaut, Éric Rohmer (fallecido en enero), Louis Malle, Agnès Varda y Alain Resnais, entre otros. Su desaparición ha conmocionado al mundo cultural francés y ya se suceden las muestras de duelo. "Cada vez que desaparece un director, una manera particular de mirar el mundo y una expresión de nuestra humanidad se pierde para siempre", señala en un comunicado la Asociación de Directores de Cine de Francia.
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París, 12 sep (EFE).- La muerte del cineasta francés Claude Chabrol, alma del movimiento de la Nouvelle Vague que nació hace 51 años con su film El bello Sergio (Le beau Serge), y que falleció este domingo 12/9, a los 80 años, deja a la cinematografía francesa huérfana de uno de sus creadores más excepcionales.
Nacido en París en 1930, Chabrol estudió Letras y Farmacia y acabó desempeñando las principales facetas de la creación cinematográfica. Descubrió su vocación por las películas siendo un quinceañero, pero sus padres no estaban dispuestos a dejar que se perdiera de esa manera. "Mi madre decía que el cine estaba lleno de homosexuales", explicó el director en una entrevista con el diario The Guardian en 2000, con motivo de la presentación de Merci pour le chocolat. "Por lo que a mí respectaba, yo o era homosexual o no lo era, así que rodar películas no iba a cambiar mucho las cosas". Respuesta que casa bien con un carácter reacio a tomarse las cosas a la tremenda.
Chabrol venía a ser lo que los franceses llaman un je m'en-foutiste (algo así como, un me importa un bledo): un talante desenfadado con tendencia a relativizar tanto el éxito como el fracaso que le permitió salir adelante tanto durante los alborotos del mayo francés, en 1968, como de la inseguridad en sus inicios. Uno de sus axiomas más citados es el de que "quería hacer películas, cualquier tipo de películas". Por eso no se le cayeron los anillos cuando las estrecheces económicas le obligaron a rodar películas comerciales.
En 1997 obtuvo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián con No va más y en 2001 presidió el jurado oficial del certamen. Entre sus principales películas son El bello Sergio (1958); Los primos (1958), Landrú (1962), La mujer infiel (1968), Accidente sin huella (1969), El carnicero (1969), Al anochecer (1971), La década prodigiosa (1971), Relaciones sangrientas (1972), Inocentes con manos sucias (1974), Locuras de un matrimonio burgués (1976), Violette Nozière (1979) y El caballo del orgullo (1980), Merci pour le chocolat (2001) y Bel ami (2009).
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"Era la alegría de la vida", declaró el actor Gérard Depardieu -con quien rodó en 2009 Bellamy- al conocer la noticia de la muerte de Chabrol, de quien recordó su entusiasmo por todo y se declaró consternado: "no me hago a la idea de que se nos haya ido".
La muerte de Chabrol arrebata a la Nouvelle Vague a otro de sus padres -los ya gloriosos Jacques Rivette, François Truffaut, Jean-Luc Godard, Éric Rohmer (fallecido en enero de este año) y Alain Resnais- que protagonizaron la ruptura técnica y artística de ese movimiento con el cine que se hacía hasta entonces.
Efectivamente, Le beau Serge marca el nacimiento oficial de este movimiento que revolucionó la historia del séptimo arte, a pesar de que desde 1956, en Le Coup du berger, de Jacques Rivette, se podían vislumbrar rasgos de la marea.
Chabrol y los demás formaron el grupo de jóvenes críticos-cineastas franceses, grandes amantes del cine que forjaron la leyenda y que inicialmente fueron también conocidos como los "jóvenes turcos".
La denominación de Nouvelle Vague fue acuñada el 3 de octubre de 1957 en el semanario L'Express por la periodista Françoise Giroud en un comentario sobre un sondeo sobre aquella juventud en la que se percibía el germen de mayo del '68.
Pero sería en febrero de 1958 cuando Pierre Billard atribuyera la denominación exclusivamente al cine en la revista Ciné 58 y pronto adoptó el término el Centro Nacional de la Cinematografía (CNC).
Desde principios de 1959, los nuevos films distribuidos en Francia y, en particular aquellos que ese año fueron seleccionados para el Festival de Cannes, se estrenaron ya bajo la bandera de la Nouvelle Vague.
El grupo de artistas-críticos que les dio vida, formados todos ellos en la revista Cahiers du cinéma, aportaron ese año, además de El bello Sergio, otras joyas como Los 400 golpes, de Truffaut, y Sin aliento, de Godard.
Fueron verdaderos manifiestos creativos e ideológicos y la fórmula de la Nouvelle Vague la emplean aún hoy algunos de sus discípulos, que siguen filmando con la máxima autogestión, sin exagerados presupuestos, en exteriores e interiores reales, cámara en mano, sumamente discreta a veces, con actores no siempre profesionales.
En cuanto a El bello Sergio, fue rodado entre el 4 de diciembre de 1957 y el 4 de febrero de 1958 en el pueblo donde el director pasó su infancia durante la guerra, Sardent, en el centro de Francia.
Obra realista, como la vida misma, en la que el protagonista, François, vuelve a su pueblo tras varios años de ausencia y encuentra allí a su amigo Serge mal casado y completamente alcoholizado.
Pese al símbolo que es en sí este primer film de Chabrol, impregnado de la mirada "ácida y tierna" que caracteriza toda su obra, el cineasta llegó a renegar de él en ocasiones, por el humanismo cristiano que transmite, según algunos expertos.
Entre las películas de Chabrol -cerca de 60 y una veintena de films para la televisión- se cuentan algunas de las cintas más destacadas del cine francés de los años '60, como La mujer infiel (1968), Que la bestia muera (1969 y El carnicero (1969) y, más recientemente, La ceremonia o Gracias por el chocolate.
En 2009 dirigió Bellamy y sus últimas obras fueron dos capítulos de Au siècle de Maupassant: Contes et nouvelles du XIXème siècle.
Entre 1953 a 1957 fue crítico de Cahiers du Cinéma, etapa en la que empezó a mostrar su interés por el cine estadounidense, sobre todo policiaco, y por Alfred Hitchcock; él mismo se convirtió en maestro del cine negro.
En 1958 comenzó a trabajar como jefe de prensa de Twentieth Century Fox en Francia y paralelamente escribió guiones; rodó cortometrajes, y de forma ocasional intervino como actor en algunas películas.
Gracias a una herencia recibida por su mujer, Agnes Goute, pudo realizar El bello Sergio, que estrenó en 1959 y con el que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín.
El éxito de este film y de Les cousins, premiada en el Festival de Cine de Locarno, le permitió rodar su primera película en color en 1959, A double tour, que no tuvo buena aceptación.
Gran aficionado a la buena mesa, era célebre por la costumbre de ofrecer buenas comidas durante los rodajes, por prohibir los sandwiches en éstos y comentaba, medio en serio medio en broma, que el origen de su gusto por la buena mesa estaba en su infancia, cuando, alérgico a la leche, hubo de ser alimentado con caldo de carne.
EXTRACTO DE UNA ENTREVISTA DE DIEGO BATLLE A ISABELLE HUPPERT HABLANDO DE CLAUDE CHABROL (Publicada en La Nación el 19/7/2006)
Isabelle Huppert llega a la entrevista con LA NACION en el Hotel Adlon, de Berlín, con su habitual elegancia. Integramente vestida en la gama del marrón, con grandes aros, pero sin una pizca de maquillaje, esta talentosa diva (y a esta altura ícono) del cine francés de las últimas cuatro décadas (debutó a comienzos de los años 70) no se preocupa por disimular el paso del tiempo.
Esta pisciana nacida en París hace 53 años resulta, en persona, mucho menos fría y distante que la mayoría de las heroínas que ha construido en la pantalla grande. Huppert se refiere a Claude Chabrol como quien habla, orgullosa, de un padre al que admira y respeta.
Su interpretación en La comedia del poder de la jueza que en 1996 llevó adelante la investigación del caso de la poderosa compañía petrolera Elf, uno de los fraudes económicos y políticos más escandalosos de la historia de su país, es la séptima colaboración con Chabrol y, además, una de las más exitosas (superó holgadamente el millón de espectadores en los cines franceses).
Huppert, dos veces premiada como mejor actriz en el Festival de Cannes (por La profesora de piano, de Michael Haneke, y por Violette Nozière, uno de sus papeles para Chabrol) y en otras dos oportunidades ganadora de la Copa Volpi en la Mostra de Venecia (por La ceremonia y Un asunto de mujeres, ambas dirigidas también por el patriarca de la nouvelle vague), asegura que Chabrol "es el director con que me siento más cómoda porque siempre es capaz de crear un entorno muy distentido, sabe perfectamente lo que quiere, da sólo las directivas justas y necesarias, se enfoca en los detalles que son fundamentales, pero al mismo tiempo no presiona, no confronta y deja el espacio suficiente para que el actor pueda aportar nuevos elementos y crear su personaje. Tiene la intuición, la precisión, el manejo narrativo y la experiencia de los verdaderos maestros".
-¿Qué detalles trabajó con Chabrol en el caso de "La comedia del poder"?
-El uso de los anteojos, por ejemplo. Me proponía que me los quitara y me los pusiera todo el tiempo, incluso cuando no los necesitaba para leer un cuestionario o un escrito. Era para generar cierta distancia y perplejidad en sus interlocutores durante los interrogatorios, como si quisiera indagar en lo más profundo de sus mentes. También hacía hincapié en la forma enérgica de caminar, en la autoconfianza, en el control de la situación que tenía que demostrar una jueza dentro de un mundo tan masculino y estando a la cabeza de un caso con tanta repercusión mediática. El guión ya era muy minucioso, pero trabajamos muy en detalle con la vestuarista o con la peinadora.
-¿Es posible mantener la misma motivación y la misma relación después de tantos años de trabajo junto a un mismo director?
-Con Chabrol, sí. Es un placer tanto durante el momento del rodaje como durante la pausa para almorzar con él, ya que es muy divertido y todo un bon-vivant. Pero, de todas maneras, hice con él sólo siete de los más de 80 largometrajes que llevo filmados. Además, yo suelo volver a trabajar con muchos otros directores, como (Benoît) Jacquot, (Michael) Haneke, (Bertrand) Blier, (Jean-Luc) Godard, (Bertrand) Tavernier, (Patrice) Chéreau o (Werner) Schroeter, por nombras sólo algunos. Además, tengo mi vida personal, mis tres hijos, mi casa, el teatro En general, disfruto mucho al interpretar a mujeres fuertes, provocadoras y sufrientes, ya sean más contenidas, como en Gabrielle (de Chéreau), o más expresivas, como en La comedia del poder.
Sólo me atrevo a decir: ¡Magnífico Chabrol!
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