viernes, 7 de octubre de 2011

APUNTES AUTISTAS, FUGUET Y LA CINEFILIA de Rogelio Llanos, el Martes, 21 de junio de 2011, 23:11

 
 
A Chacho, Fico, Ricardo, Juan,
Pancho, Mario, Nelson, Hernán,
Ronnie, Melvin, Oscar
…en fin, a todos los amigos
críticos y …cinéfilos…que aún son
o que alguna vez fueron.

Escribe: Rogelio Llanos Q.

¡Qué placer he sentido leyendo Apuntes Autistas de Alberto Fuguet! Lo que empezó como una vía de escape de la tristeza y desánimo agobiantes, se convirtió durante varias noches en un viaje gozoso por el universo autobiográfico de un escritor, de un cinéfilo,  que antes fue un crítico de cine y que luego, venciendo no pocos temores, se animó a ponerse detrás de la cámara para hacer aquellas películas que anhelaba ver y con las que deseaba ahora emocionar.

¿De qué trata su libro? Pues, son notas y crónicas autobiográficas que se desarrollan en torno a un universo construido de viajes, películas, libros, incidiendo en aquel quehacer relacionado con su actividad como escritor, crítico de cine y su paso decisivo a la realización cinematográfica. En medio de todo ello, homenajes a sus escritores y cineastas predilectos, a sus películas bien amadas y algunas reflexiones en torno a su ambiente familiar.

Su libro está dividido en cuatro partes o segmentos, que en una simple hojeada nos sitúa en el terreno de interés del escritor-cineasta: viajar, mirar, leer y narrar. En un comienzo estuve tentado en redactar un texto crítico sobre el libro de marras; pero, vaya, su desenfado y la pasión con la que se acerca a los libros y las películas, anuló casi totalmente mi deseo de elaborar una fría recensión o, peor aún, ensayar un juicio crítico.

Más bien, contagiado del ánimo cinéfilo de Fuguet, me animé a resaltar aquellos detalles que tienen que ver con la pasión compartida: el amor por el cine, por las películas. Hay también capítulos dedicados a autores y libros, pero creo que están menos logrados que aquellos segmentos dedicados al mundo de las imágenes. Pero, creo que ello también encuentra sus motivos en la decisión de un escritor< de dejar, por momentos, la pluma de lado, para situarse detrás de la cámara.

Así, pues, los dos primeros segmentos, que, reiteramos, son los que nos motivan a escribir, ingresan con absoluta naturalidad en aquel territorio que alguna vez –quizás entre mediados de los cincuenta y los noventa - fue conquistado por locos, ilusos e ingenuos que hicieron de las imágenes fílmicas su habitat particular y entrañable, y en el cual encontraron aquellas horas de felicidad y emoción que la mediocre realidad les hacía imposible alcanzar.

En aquel territorio, en cambio, donde la oscuridad obligaba a fijar la mirada en el haz luminoso proyectado sobre una pantalla nívea, en medio del blanco y negro o del technicolor, vivieron todo lo que imaginaron: cabalgar, navegar o volar con sus héroes, celebrar sus victorias tras encarnizados y fieros combates y amar intensa y apasionadamente a aquellas mujeres de juventud eterna y de belleza inmarchitable. Ese territorio entrañable, al que muchas veces accedí con ilusión y vehemencia juvenil, es o fue la cinefilia. Muchas veces me he preguntado si tal territorio aún existe o si lo que ahora hay es un simple espejismo o quizás sencillamente sea que el tiempo me derrotó y que ya estoy camino al sur tras las huellas de Billy The Kid o de la pandilla de Pike Bishop.

Me gusta esa suerte de declaración de principios con la que empieza Viajar, el primer segmento de Apuntes Autistas, "Los verdaderos viajes son literarios y cinematográficos...". Para el escritor, y ahora cineasta, el viaje a través de la lectura, la escritura de un libro o la visión de una película, es una experiencia inolvidable hacia esos mundos ilimitados de la ficción y la fantasía. El viaje imaginario es el verdadero viaje. El viaje físico, en cambio, asume las formas de una fuga, de un deseo de escapar de sí mismo y de su entorno.

El cinéfilo es un viajero incansable, presto siempre a disfrutar de la sorpresa, de la emoción. Pero, si acaso el cinéfilo debe trasladarse físicamente de una ciudad a otra o de un país a otro, quizás tenderá a apelar a la improvisación, huyendo de las guías y libros especializados, que querrán contarle la película antes de que él la vea. El cinéfilo de estirpe es un solitario irredento, que siempre busca redescubrirse.

Fuguet es un viajero constante. Viajero en los dos sentidos posibles. Cinéfilo y lector contumaz explora con placer, una y otra vez, aquellos predios que oscilan entre lo familiar y lo inhóspito. Y el viaje físico le sirve para potenciar su viaje imaginario.  Los lugares visitados, al final de cuentas, no son más que puntos de referencia cinematográficos. Las ciudades, provistas de monumentos históricos, museos y otras atracciones turísticas le tienen sin cuidado. Para él, cada ciudad está asociada a una secuencia fílmica, a un personaje, a una experiencia cinematográfica.

Fuguet repasa una y otra vez lo que para él significa tal o cual lugar. Así, Nueva York es un conjunto de nombres de películas vistas en distintas circunstancias y en diferentes momentos de su vida. Es Traffic y es, a la vez,  La Delgada Línea Roja, pero es también Pulp Fiction. La gran Nueva York, a la que están ligadas nombres como los de Martin Scorsese, Woody Allen o Lou Reed,  es, además, para el escritor muchas otras películas, vistas y vividas bajo diferentes circunstancias, sólo o con amigos, en días memorables o en horas grises.

Los encantos y atractivos físicos de las grandes ciudades europeas, sucumben ante el cinéfilo que prefiere refugiarse en la oscuridad de una sala cinematográfica para vivir el riesgo y el temor de las calles peligrosas de Nueva York en Madrid o las calles polvorientas del oeste de Boetticher en París. Por ello, no es de extrañar que para Fuguet Madrid sea La Mala Educación de Almodóvar –y sólo porque la amiga que lo recibió insistió tanto en ver aquella cinta-, pero que también sea El Abrazo Partido, aquel film que, respondiendo a la naturaleza compulsiva del cinéfilo,  había que verla contra viento y marea.

Cuando yo fui cinéfilo, no me interesó subir a los aviones para ir a otros lugares. Yo ya conocía el Oeste americano gracias a Howard Hawks, John Ford, Sam Peckimpah y John Wayne; había estado en París, cuando los aliados la liberaron o cuando Gene Kelly paseó y bailó por sus calles. Y España la conocí de mano de Carlos Saura, José Luis Garcí, Pedro Almodóvar y los otros. Me paseé por el mundo entero cada matineé dominical, cuando niño y adolescente, y cuando joven, cada noche en que abandonaba con placer los cuadernos y obligaciones escolares y universitarias. Cuando ese hermoso territorio, que vuelve a mi mente como el recuerdo de una pradera en cuyo horizonte cabalgan un grupo de jinetes, uno al lado del otro, con música de Elmer Bernstein, empezó a difuminarse, me animé a abordar aviones que me llevaran fuera de las fronteras conocidas.

Lo que me entusiasmó del libro de Fuguet es esa asociación de nombres de películas a amigos y lugares, a fechas y a estados de ánimo. Notas Autistas, en sus dos primeras partes, es un buen pretexto para rendir homenaje a las películas, a quienes las hacen y a quienes moran en su interior. Sin el menor asomo de duda,  se trata de un libro cuya lectura es plenamente disfrutable, desde los títulos mismos de esos textos que rebosan cinefilia: El mundo es una pantalla, Coleccionar recuerdos.

En un principio fui cinéfilo, declara en el primer texto –Ser cinépata- del segmento Mirar. Y esa cinefilia sobrevive al paso de los años, a las fatigas de los trabajos realizados y a los avatares de las experiencias vividas. Pero, ahora, reconoce, es una cinefilia apacible, término con el que no concuerdo mucho porque, precisamente, la pasión es el componente esencial de la cinefilia.

Fuguet reconoce que ahora las citas con los héroes de la pantalla grande se han ido espaciando. Los DVDs, la televisión por cable han herido gravemente a la cinefilia. Sí, porque la cinefilia solía vivirse en el cine, con sala oscura y con gente al lado, tan hechizada como uno. Ir tras la película amada hasta la punta del cerro. Sufrir como condenado porque la película esperada se nos escapó por esos imponderables que tiene la existencia. Apuntar en un viejo cuaderno las películas vistas y, al final, ponerle una calificación. Son los signos de una cinefilia ardiente, apasionada. Fuguet lo dice:  Hay algo fascinante y maravilloso en ser cinéfilo. Aunque yo, escéptico, y recordando aquellos años de juventud, quizás escribiría: Era fascinante y maravilloso ser cinéfilo.

Andrés Caicedo era cinéfilo. Allá en Cali, a fines de los sesenta y parte de los setenta. Fuguet lo descubrió recientemente en Lima entre los muchísimos libros que ofrecía la ahora desaparecida librería La Casa Verde. Caicedo o el cinéfilo ardiente, que transmitía fielmente en sus textos críticos la alegría o el desencanto que las imágenes le generaban. Caicedo, que partió a temprana edad, nos acompaña siempre en cada aventura westerniana que emprendemos…aunque sea en la reducida pantalla de un televisor. Sí, porque, ¿cómo olvidar ese hermoso texto sobre Pat Garret y Billy The Kid?  Como bien dice Fuguet, Andrés Caicedo, el cinéfilo adolescente, anda por allí, vigilándonos a todos…sí a todos los que fuimos alguna vez cinéfilos.

Cinefilia y crítica no son excluyentes. Fuguet lo demuestra incluyendo en su libro comentarios calurosos de filmes que le gustan y le disgustan. De ese espantoso film que es Infidelidad del inefable Adrian Lyne, dice: “Claro que Infidelidad es de aquellas cintas imperdibles. ¿La razón? Ella. Diane Lane. Y, ya saben, nada en lo que aparece Diane Lane puede ser tildado de bodrio. No. Ella no se merece ese trato….ella siempre siempre brilla incluso cuando está oscuro”. Categórico, subjetivo, apasionado. Como buen crítico de cine, pero sobre todo como cinéfilo fuera de serie.

El cine, qué duda cabe,  nos hechiza, nos absorbe, nos fascina. Pienso en las películas vistas y amadas. Y a veces juego con la idea que aún están en cartelera. Cinéfilos empedernidos que alguna vez fuimos, cuántas veces hemos olvidado responsabilidades y obligaciones para someternos al encanto de las imágenes en movimiento. Perder el tiempo en una sala a oscuras, acusaban los abuelos y los viejos maestros de escuela. Pero no, no es perder el tiempo. Más bien, lo que las cintas nos entregan son pedazos de tiempo, dice Fuguet, Y “eso es lo que uno entra a la sala a buscar, para después ir armándolos de a poco hasta descubrir que más que una vida, uno  ha vivido varias”. Hago mía la frase final de Fuguet: “Más que perder el tiempo, a lo mejor uno lo ha ganado”.

Cuántos films a lo largo de la vida. Cuántas horas transcurridas frente a la pantalla grande. Viajando, mirando. Viviendo. Miles de películas perdidas en los entresijos de la memoria, pero una de ellas la favorita, a la que siempre se retorna. Para Fuguet: La ley de la calle, de Francis Ford Coppola que, más allá de su esplendor y de su solidez, contiene una razón escondida, un soporte moral: “Es el filme que me incitó a escribir”. Para mí: El Último Rock o La Pandilla Salvaje, nostálgica la primera, violenta la segunda, y ambas, rebosantes de  belleza, con aquellos héroes otoñales golpeando con dignidad las puertas del cielo.



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