http://www.elpais.com/articulo/economia/Einstein/Edison/moderno/elpepieco/20111007elpepieco_7/Tes
El fallecimiento de Steve Jobs ha tenido un tratamiento mediático que
solo los grandes personajes de la historia o los magnicidios merecen.
Las incontables hagiografías que estos días relatan su trayectoria
profesional dejan traslucir que el cofundador de Apple fue el personaje
clave del avance tecnológico en los últimos treinta años. Una conclusión
a la que ayuda ese tono de veneración que acompaña a los testimonios y
las crónicas a raíz de su fallecimiento, y le convierten en una especie
de santo laico a la espera de beatificación por los adictos a sus
dispositivos.
Pese a esa agitación mediática, Jobs no inventó nada relevante en
realidad. Ni diseñó el primer PC, ni el iPod fue el primer reproductor
musical MP3, ni el iPhone fue el primer móvil con pantalla táctil.
Empresas como IBM, Microsoft, Creative o HTC se le adelantaron. Pero
ninguna de ellas tuvieron, ni de lejos, la visión del impulsor de Apple
para conjuntar los distintos avances tecnológicos y empaquetarlos en
carcasas mágicas, para crear máquinas fáciles e intuitivas de usar.
Tal
vez uno de los logros más impresionantes de Jobs y sus socios de Apple
se resuma en ser los primeros en desterrar los manuales de instrucciones
de sus equipos. Ni lo traía el iPhone ni por supuesto el iPad. Puede
parecer una anécdota pero el hecho de que cuando alguien abra la caja de
su dispositivo no tenga que emplear horas en leer un mamotreto casi
ininteligible supone un salto enorme en la popularización de la
tecnología.
La facilidad de uso ha ido siempre acompañada de un
aliado que convierte en imbatibles a las máquinas mágicas de Apple: el
diseño. Los gadget de la marca de la manzana fueron los primeros
en colorearse, redondearse y hacerse atractivos a la vista y al tacto.
Es lo que el experto en mercadotecnia Donald Norman, que fue
vicepresidente de Tecnología Avanzada de Apple, llama "diseño
emocional".
No compramos un objeto solo por su utilidad o su
fiabilidad técnica sino por su aspecto, por las sensaciones que suscita
en nosotros, y la comunión estética con nuestra forma de pensar. Los
adictos a Apple no van a cambiar jamás su iPhone o su iPad por un
Samsung, un LG o un HTC por mucho que no pueda reproducir vídeos
(formato flash), no tenga conexión USB o su precio sea muy elevado. El
universo cerrado de Apple tiene esos inconvenientes. Si compras un
aparato tienes que quedarte con el lote entero: hardware, software y aplicaciones. Sus incondicionales están dispuestos a pagar ese peaje a cambio de un aura de distinción de pose cool.
Esa
cerrazón no ha impedido a Apple romper moldes y revolucionar el
universo tecnológico. En informática, el Mac demostró que los
ordenadores podían también estar en el cuarto de estar y no solo en
inmensas e inhóspitas oficinas. Tardó ocho años en dar con la fórmula,
desde el Apple I, que parecía una máquina de escribir robotizada, hasta
el Apple II, que adoptó la forma de un ordenador, y sirvió de fuente de
ingresos, hasta llegar al primer Macintosh en 1984. El usuario, por fin,
se liberaba de aprenderse un montón de comandos de memoria. Para actuar
con su equipo bastaba pinchar en unos iconos y unas carpetas con un
curioso invento: el ratón.
Con todo, el Mac siempre fue un
ordenador minoritario. Sus fervorosos partidarios pertenecían a nichos
de mercado como diseñadores gráficos, ejecutivos o publicitarios que no
paraban de recordarles a los millones de usuarios de equipos que corrían
con el sistema Windows, que el Mac no se colgaba ni se infectaba de
virus. La popularidad le llegaría a Apple de la mano del iPod. En 2001,
se presentaba este reproductor de audio digital que desterraría para
siempre el walkman del viejo casete, algo que otros fabricantes
pioneros de reproductores como Creative no habían logrado. El iPod se
haría diminuto (Nano) y luego táctil y con vídeo (Touch). Y aún hoy,
cuando casi todos los móviles ofrecen todas sus prestaciones, se sigue
vendiendo. Más de 150 millones.
Seis años después, Jobs provocaría
el mismo terremoto en el móvil con el iPhone. No tenía cámara de vídeo,
ni enviaba MMS, entre otras muchas carencias. Pero disponía de una
pantalla táctil asombrosa. No era la primera que equipaba a un móvil.
Pero ninguna tenía ese pellizco mágico con el que agrandar o disminuir
las fotografías o las páginas web a voluntad. Nacían los teléfonos
inteligentes (smartphone). Apple, que ya va por la quinta versión, ha vendido más de 120 millones desde 2007.
El
último en llegar, pero no menos revolucionario, ha sido el iPad. Hacía
tiempo que los fabricantes estaban pensando en una pantalla alternativa,
ni tan grande como la del portátil ni tan pequeña como la del móvil.
Apple volvió a adelantarse. Puede que por ahora solo se utilice para
leer el periódico en el baño o matar el tiempo en el aeropuerto. Pero ya
se ha hecho imprescindible.
Jobs no fue un gran inventor, pero
todo lo que tocó lo hizo popular y vendible, gracias a sus macrotiendas
digitales (iTunes y Apple Store). Su figura se asemeja más a la de
Edison, el inventor del fonógrafo o la bombilla, que a la de un genio
científico como Einstein.
La sobrereacción por su muerte, su
imagen de Papa de la tecnología evangelizando sobre el edén de los
cachivaches de Apple, han agrandado su figura. El tiempo dejará su
memoria en su justo término. Pero como decía un comentario en Twitter.
"No olvidemos que al final a Newton se le cayó encima una manzana, no un
iPhone".
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