En España, antes de la crisis muchos ciudadanos – sobre todo entre los jóvenes- se jactaban de ser apolíticos o incluso de despreciar la política. La consideraban un pasatiempo aburrido, sectario, casi obsceno. El sistema social y económico merecía las críticas de bastantes pero también sin duda la benevolencia de no pocos: había muchos partidarios de endeudarse alegremente con los créditos bancarios para aumentar la capacidad de consumo, la especulación inmobiliaria estaba a la orden del día y no sólo entre los plutócratas, mientras que en las localidades turísticas los más jóvenes abandonaban los estudios para ganarse bien la vida atendiendo en locales de ocio a los extranjeros. Y estas circunstancias aparentemente favorables pero con tantos rasgos sospechosos no despertaban entonces indignación en casi nadie …
Sin duda la crisis económica y la extensión aparentemente incontrolable del desempleo hicieron despertar a la población de este engañoso espejismo de abundancia sin costos. Una de las divisas más emblemáticas de los indignados, cuando finalmente se movilizaron, va dirigida a los políticos actuales: “No nos representan”. Este lema voluntarioso y retórico suena a hueco al menos por dos motivos: en primer lugar, la representación política es una cuestión institucional, no una identificación cordial con quienes son elegidos para los cargos públicos. Lo malo precisamente de los políticos es que sí nos representan: los gobernantes españoles que primero negaron la crisis, después la minimizaron y finalmente no han sabido resolverla representan bastante bien la miopía política, la búsqueda de recompensas sin esfuerzo a corto plazo y el desinterés por alternativas comprometidas al status quo vigente que caracterizaba también a gran parte de la ciudadanía que hoy padece por culpa de esa desidia y está indignada contra ellos.
Otro de los slogans más significativos de los indignados exige “democracia real”. Pues también esta reivindicación da mucho que pensar. Porque la democracia real es precisamente la que hay, aquella que nos encontramos y que nos indigna, frente a una democracia “ideal” que representaría sin manipulación los más nobles anhelos populares ... pero que no existe ni ha existido nunca en ninguna parte. No hay democracia real (tampoco la hubo en Atenas) sin obstáculos, cortapisas y asechanzas antidemocráticas. Cuanto más real y menos idealista es una democracia, más refleja las contradicciones y abusos de la sociedad. ¿Elegiríamos a un político totalmente sincero, que confesase sus insuficiencias y sus dudas o que nos reclamase sacrificarnos por el bienestar general a costa del nuestro?
Sobre todo, la democracia real y realista empieza por comprender que políticos somos forzosamente todos y que ninguna representación, por exacta y honrada que sea, nos dispensa de interesarnos por la cosa pública, estudiar los problemas y colaborar activamente en la búsqueda de soluciones.
Es indudable que hay mucho que reformar en la democracia, en la esclerosis sectaria de los partidos, en el descontrol de los mercados y la avidez de la especulación capitalista … Pero nada de eso podrá nunca hacerse si la crítica de la política es sólo censura a los políticos y no autocrítica de los ciudadanos.
Por Fernando Savater
Fuente: Clarín
Más información: http://www.incaa.gov.ar/
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