http://www.larepublica.pe/columnistas/campo-de-marte/tantalean-gloria-y-ninguneo-25-08-2011
Escribe Hugo Neira (*)
¿Saben una cosa? Me cuesta escribir estas líneas. Por el dolor de la
pérdida del amigo y también el sino de esa vida. Escribo en este diario
regularmente, desde los años 90, desde el fragor de la actualidad bajo
Fujimori. Esta tarea de comentar, confieso me es grata.
No en el caso presente. Porque me parece que hay que decir un par de cosas, acaso dolorosas. Cierto, la muerte de Tantaleán ha permitido resaltar su calidad como persona, en prensa y medios. Eso estuvo bien. Pero mi temor es que esas Coronas Fúnebres (así se llamaban en épocas menos áridas) se han detenido en su bondad e inteligencia, sin abordar el signo trágico de esa salida de escena.
Me han escrito amigos. Javier se ha muerto en Sepahua, (Atalaya-Ucayali) en el corazón de la selva. Para llegar a ese lugar, hizo un viaje de 20 horas –¡20 horas!– pasando por Ticlio, carretera central, cuya abra está a 4818 metros. Y luego bajó a más de 35 grados de calor. ¿Qué hacía Javier Tantaleán, pregunto, en esa expedición más que riesgosa? La última vez que nos vimos, le pregunté por su salud, cosa normal en gente de nuestra edad. Sobre la suya me dijo, “bajo control”, pero tocándose el lugar del corazón. Y no dijo más, así era de reservado. La cosa casi se me había olvidado, dada la conversación y proyectos comunes. ¿Pero el dedo sobre las coronarias?
Del riesgo que tomó se ha hablado. De su entrega, de ir a cumplir con un programa educativo, acaso con nostalgia de los rumanacuy de los años 80. Y está claro el pedido de ser velado en su partido, bajo la estrella aprista. Todo eso es cierto y lo inscribe en una lógica de implicancia. Pero dado el lugar, y las circunstancias de sus últimos años, creo que ese viaje se inscribe en una lógica de ruptura. En la soledad de un cuarto de hotel quien tenía numerosos hijos, nietos, familia, amigos, y por otra parte sus compañeros, ¿un gesto casual? Ese viaje tiene algo de corte de mangas, de artista que tira la reverencia y se va como un señor.
Javier estaba viviendo mal. Como tantos intelectuales peruanos –y por eso su muerte sobrepasa el drama personal– de unas consultorías por aquí, unas clases por allá, y en su caso agravado, aprista hasta las cachas. En consecuencia, las dos cosas enormes que cabían en su poderosa cabeza, y en sus servicios, se iban a desperdiciar. ¿Qué sabía Javier? Por una parte, qué es un Estado y en ese dominio, qué nos falta. Por la otra, investigar. Pero para doctores que sepan del Estado, no tenemos instituciones. Para investigar, aún menos. En ambos ámbitos, lo acosaba el ninguneo. Ahora bien, César Campos recuerda en su columna que he dicho en la presentación de un libro suyo, es decir, en persona, “el sabio Tantaleán”. Y en este diario comenté Viru (12 mil kilómetros de historia, 2004). Pero ¿sabio y aprista? A Tantaleán se le maltrató.
Esta nota quizá sea un responso. Rubén Darío escribió uno para Verlaine. “Padre y maestro mágico”, que sabíamos de memoria en colegios peruanos cuando no les habían quitado a los escolares ni literatura ni gramática. Pero ni soy Darío ni ésta es rezo de difuntos, y si lo fuese, será nota indignada: poco o nada aparece de la obra del doctor Javier Tantaleán, graduado en Francia, en sílabos y bibliografías de universidades del Perú. ¿Por obra deficiente? No, aquí la costumbre es ahorrarse el reconocimiento. Evitar el debate, flojera criolla o vieja táctica, no de estudiosos modernos sino de oidores del XVIII. Pese a ello, a ese hombre bueno que fue Tantaleán, jamás le escuché una sola palabra de reproche sobre quienes lo ninguneaban. Así, pregunto: ¿sobre el último y enorme libro con el cual se despide de este país ingrato, caerá el silencio? ¿los historiadores del Instituto Riva-Agüero se van a precipitar para reseñarlo? No lo creo. La práctica de la endogamia universitaria solo toma en cuenta a los de la propia capilla. Acaso Javier se fue señalándonos vicios intelectuales que explican porque en educación, a la cola del planeta. Qué decir sino, en el Perú no mata la muerte sino la desidia.
No en el caso presente. Porque me parece que hay que decir un par de cosas, acaso dolorosas. Cierto, la muerte de Tantaleán ha permitido resaltar su calidad como persona, en prensa y medios. Eso estuvo bien. Pero mi temor es que esas Coronas Fúnebres (así se llamaban en épocas menos áridas) se han detenido en su bondad e inteligencia, sin abordar el signo trágico de esa salida de escena.
Me han escrito amigos. Javier se ha muerto en Sepahua, (Atalaya-Ucayali) en el corazón de la selva. Para llegar a ese lugar, hizo un viaje de 20 horas –¡20 horas!– pasando por Ticlio, carretera central, cuya abra está a 4818 metros. Y luego bajó a más de 35 grados de calor. ¿Qué hacía Javier Tantaleán, pregunto, en esa expedición más que riesgosa? La última vez que nos vimos, le pregunté por su salud, cosa normal en gente de nuestra edad. Sobre la suya me dijo, “bajo control”, pero tocándose el lugar del corazón. Y no dijo más, así era de reservado. La cosa casi se me había olvidado, dada la conversación y proyectos comunes. ¿Pero el dedo sobre las coronarias?
Del riesgo que tomó se ha hablado. De su entrega, de ir a cumplir con un programa educativo, acaso con nostalgia de los rumanacuy de los años 80. Y está claro el pedido de ser velado en su partido, bajo la estrella aprista. Todo eso es cierto y lo inscribe en una lógica de implicancia. Pero dado el lugar, y las circunstancias de sus últimos años, creo que ese viaje se inscribe en una lógica de ruptura. En la soledad de un cuarto de hotel quien tenía numerosos hijos, nietos, familia, amigos, y por otra parte sus compañeros, ¿un gesto casual? Ese viaje tiene algo de corte de mangas, de artista que tira la reverencia y se va como un señor.
Javier estaba viviendo mal. Como tantos intelectuales peruanos –y por eso su muerte sobrepasa el drama personal– de unas consultorías por aquí, unas clases por allá, y en su caso agravado, aprista hasta las cachas. En consecuencia, las dos cosas enormes que cabían en su poderosa cabeza, y en sus servicios, se iban a desperdiciar. ¿Qué sabía Javier? Por una parte, qué es un Estado y en ese dominio, qué nos falta. Por la otra, investigar. Pero para doctores que sepan del Estado, no tenemos instituciones. Para investigar, aún menos. En ambos ámbitos, lo acosaba el ninguneo. Ahora bien, César Campos recuerda en su columna que he dicho en la presentación de un libro suyo, es decir, en persona, “el sabio Tantaleán”. Y en este diario comenté Viru (12 mil kilómetros de historia, 2004). Pero ¿sabio y aprista? A Tantaleán se le maltrató.
Esta nota quizá sea un responso. Rubén Darío escribió uno para Verlaine. “Padre y maestro mágico”, que sabíamos de memoria en colegios peruanos cuando no les habían quitado a los escolares ni literatura ni gramática. Pero ni soy Darío ni ésta es rezo de difuntos, y si lo fuese, será nota indignada: poco o nada aparece de la obra del doctor Javier Tantaleán, graduado en Francia, en sílabos y bibliografías de universidades del Perú. ¿Por obra deficiente? No, aquí la costumbre es ahorrarse el reconocimiento. Evitar el debate, flojera criolla o vieja táctica, no de estudiosos modernos sino de oidores del XVIII. Pese a ello, a ese hombre bueno que fue Tantaleán, jamás le escuché una sola palabra de reproche sobre quienes lo ninguneaban. Así, pregunto: ¿sobre el último y enorme libro con el cual se despide de este país ingrato, caerá el silencio? ¿los historiadores del Instituto Riva-Agüero se van a precipitar para reseñarlo? No lo creo. La práctica de la endogamia universitaria solo toma en cuenta a los de la propia capilla. Acaso Javier se fue señalándonos vicios intelectuales que explican porque en educación, a la cola del planeta. Qué decir sino, en el Perú no mata la muerte sino la desidia.
(*) Hugo Neira Samanez (Abancay, 1936). Realiza sus estudios escolares en el colegio fiscal Melitón Carbajal. Ingresa posteriormente a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a estudiar Historia, en la que fue uno de los discípulos más apreciados del Doctor Raúl Porras Barrenechea.
Escritor, periodista y ensayista, Neira finaliza sus estudios de posgrado en Francia, donde obtuvo el grado de Doctor en Ciencias Sociales. Asimismo, tiene en su haber numerosas de publicaciones, consiguiendo además importantes reconocimientos internacionales.
En 1996, Neira aportó una amplia reflexión sobre nuestra problemática histórica. "Hacia la tercera mitad, Perú XVI-XX. Ensayos de relectura herética" es un libro que continuaba la tradición de los "Siete ensayos" o "Perú: problema y posibilidad", pero poniendo un mayor énfasis en el contexto internacional de nuestro proceso histórico.
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