http://www.otroscines.com/columnistas_detalle.php?idnota=5904&idsubseccion=11
Este lunes 21 tuve la oportunidad de ver el gran clásico de Francis Ford Coppola en pantalla grande. Hasta ahora, lo había disfrutado sólo en el cable, en VHS o en DVD. Más allá de algunos problemas de la copia digital, resultó una gran experiencia cinéfila.
Por gentileza de TCM y la distribuidora CDI Films, asistí a la avant premiere del (re)estreno de El Padrino. Luego de un cóctel con sushi (¿y la pasta?), fue el turno de la proyección. A casi 40 años de su lanzamiento original sigue siendo una obra maestra, película fundamental del género de la mafia y obra clave dentro de esa Generación del '70 que revolucionó a Hollywood.
En la sala más grande del Cinemark Palermo pudimos apreciar junto a otros colegas e invitados especiales la copia digital en alta definición tomada de la remasterización oficial que se hizo en 2007.
La calidad de la imagen -sobre todo en los planos generales diurnos con luz natural- no es todo lo nítida que se podía esperar, y en las oscuras escenas de interiores que tanto espantaron a los ejecutivos de la Paramount aparece por momentos el granulado, pero a mí no me molestaron -como sí les pasó a otros críticos- estas imperfecciones. Es más, como bien argumentaba el amigo Diego Lerer, ese look algo retro hasta resultaba un plus para sentirnos de nuevo en la época en que Marlon Brando, Al Pacino, Robert Duvall y James Caan hacían de las suyas.
Sobre la película en sí no voy a ahondar demasiado porque ya se ha escrito todo (y mejor). Que tiene un puñado de secuencias maravillosas, que el armado del bautismo/matanza es un ejemplo perfecto de montaje paralelo con sentido operístico, que a nivel de tempo narrativo e iluminación es, casi, una película experimental dentro de una producción major, que la capacidad del tándem Coppola-Puzo para el humor negro y el detalle es sublime...
También, es cierto, se aprecian algunos saltos temporales abruptos (se nota que hubo mucho corte en la moviola para no extenderse más allá de los 175 minutos que finalmente duró) y ciertos elementos (menores) que resultan poco verosímiles, pero no voy a ser yo quien ahora se ponga exigente y puntilloso con una película de semejantes dimensiones e influencias artísticas.
El film llega este jueves 24/11 a 28 salas digitales 2D de Capital Federal, GBA, La Plata, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Neuquén y Mendoza. Más allá de los reparos apuntados, mi consejo es contundente: no se la pierdan.
En la sala más grande del Cinemark Palermo pudimos apreciar junto a otros colegas e invitados especiales la copia digital en alta definición tomada de la remasterización oficial que se hizo en 2007.
La calidad de la imagen -sobre todo en los planos generales diurnos con luz natural- no es todo lo nítida que se podía esperar, y en las oscuras escenas de interiores que tanto espantaron a los ejecutivos de la Paramount aparece por momentos el granulado, pero a mí no me molestaron -como sí les pasó a otros críticos- estas imperfecciones. Es más, como bien argumentaba el amigo Diego Lerer, ese look algo retro hasta resultaba un plus para sentirnos de nuevo en la época en que Marlon Brando, Al Pacino, Robert Duvall y James Caan hacían de las suyas.
Sobre la película en sí no voy a ahondar demasiado porque ya se ha escrito todo (y mejor). Que tiene un puñado de secuencias maravillosas, que el armado del bautismo/matanza es un ejemplo perfecto de montaje paralelo con sentido operístico, que a nivel de tempo narrativo e iluminación es, casi, una película experimental dentro de una producción major, que la capacidad del tándem Coppola-Puzo para el humor negro y el detalle es sublime...
También, es cierto, se aprecian algunos saltos temporales abruptos (se nota que hubo mucho corte en la moviola para no extenderse más allá de los 175 minutos que finalmente duró) y ciertos elementos (menores) que resultan poco verosímiles, pero no voy a ser yo quien ahora se ponga exigente y puntilloso con una película de semejantes dimensiones e influencias artísticas.
El film llega este jueves 24/11 a 28 salas digitales 2D de Capital Federal, GBA, La Plata, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Neuquén y Mendoza. Más allá de los reparos apuntados, mi consejo es contundente: no se la pierdan.
¡ES EL PODER, ESTÚPIDO!,escribe Héctor Soto (*) El Blog de Héctor Soto.
http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/es_el_poder_est%C3%BApido
Aunque en términos críticos El Padrino en los últimos años no ha hecho otra cosa que escalar posiciones en el listado de las mejores películas de todos los tiempos, la trilogía de Coppola no las tiene todas consigo. Porque siendo un tríptico vibrante y de indiscutible voracidad narrativa, habría que ser miope para adjudicarle atributos tales como originalidad, innovación o modernidad. No es por ahí que va la grandeza de estas películas. En rigor, lo que hizo Francis Ford Coppola fue apelar al legado del cine clásico y desplegarlo con toda la majestad del caso, en una ficción sobre el destino trágico de la familia Corleone.
A nivel expresivo, por lo mismo, el proyecto siempre le debió mucho más al pasado que al futuro. Tal vez fue incluso este factor el que le permitió conquistar en su momento y seguir conquistando hasta ahora tantos y tan distintos públicos. Eso tiene un lado bueno, sin duda. Pero tiene también su lado malo: "Lo que tiene que contar -escribió Quintín, ex director de la revista argentina El Amante- ya fue contado, lo que tiene que mostrar ya fue mostrado, lo que tiene para descubrir del mundo está completamente a la vista. Por eso es que nos gusta tanto y que los mafiosos verdaderos no pueden parar de verse reflejados en la película y hasta de aprender de ella. No se me ocurren películas más deprimentes con respecto al futuro del cine".
Ahora que están bajo la lupa las eventuales conexiones entre la producción de la cinta y la honorata societá, quizás sea más explicable el tono elegiaco y resueltamente mistificador con que Coppola presentó la vida de los mafiosos en la primera parte de El Padrino (1972). No fue sólo una cuestión de glamour. También fue un asunto de dignidad: Coppola presentó a los capos de la mafia con ese aplomo que hoy está asociado a los jefes de Estado, no a los patrones del crimen organizado. Lo cual, después de todo, no está mal si se tiene en cuenta que El Padrino, más que una cinta sobre la mafia, es una soberbia reflexión sobre el poder.
Así como sería absurdo pensar que El Padrino fue un operativo comunicacional para que la mafia lavara su imagen, también sería reduccionista creer que la trilogía es como es porque ni Coppola ni los productores quisieron correr riesgos. Los dos planteamientos no se sostienen. Las películas verdaderamente grandes están por encima de las circunstancias y las pequeñeces.
(*) Abogado (Universidad de Chile, Escuela de Derecho de Valparaíso) y periodista. Fue editor de las revistas Capital, Mundo Dinners y Paula y ha cultivado desde fines de los años 60 la crítica de cine. Su libro Una Vida Crítica fue publicado el año 2008 por Alfaguara. Columnista de La Tercera y panelista del programa Terapia Chilensis de radio Duna
EL PADRINO: EL REGRESO DE UN CLÁSICO, escribe Diego Lerer para el Diario Clarín, Argentina.
http://www.clarin.com/espectaculos/cine/Padrino-regreso-clasico_0_596340379.html
Un drama shakespeareano escondido detrás de una historia de gángsters? ¿Un retrato psicológico del ascenso –y posterior caída- de un hombre que quiso tenerlo todo y en el proceso perdió su alma? ¿Una historia paralela de los Estados Unidos de América? Todo eso puede ser El Padrino , una de las películas más celebradas e influyentes de la historia del cine, a la altura de El Ciudadano y no muchas más. A casi cuarenta años de su estreno mundial –que fue en marzo de 1972, en los Estados Unidos-, es complicado retornar con cierta virginidad a un material que ha sido tan masticado, comentado y sobreanalizado a través de las décadas. El reestreno en la Argentina de la versión remasterizada en 2008 (ver La restauración...
) es una oportunidad para acercarse a este tótem del cine de Hollywood, tan influyente como reverenciado, tan único en su combinación de universos y factores, tan irrepetible como ciertos accidentes mágicos de la historia del cine.
El anecdotario detrás de El Padrino ha sido contado y vuelto a contar en decenas de libros y documentales que hablan de cómo un joven e inexperto director independiente llamado Francis Ford Coppola terminó haciéndose cargo de dirigir una película que estaba, en apariencia, más allá de sus posibilidades (una gran producción de Paramount Pictures basada en un best-seller de la época), cómo el estudio no estuvo de acuerdo en sus elecciones de cásting (nadie quería ni al problemático Marlon Brando, ni a un actor “bajito, feo y desconocido” llamado Al Pacino) y no confiaba en él al punto de tener un reemplazante a mano a lo largo del rodaje, cómo Coppola sufrió la filmación y vio su carrera transformarse de un día para otro, cómo la Mafia organizada respondió a la película y se manejó durante su rodaje, y finalmente, cómo un complicado –“oscuro, incomprensible, mal actuado producto”- terminó convirtiéndose en un clásico que trasciende las épocas. Todo eso forma parte de la historia paralela a la trama ya mítica de la ficticia familia Corleone.
La otra, la cinematográfica, la que aparece frente a nuestros ojos cuando el rostro de Bonasera va surgiendo en medio de la oscuridad que abre el filme para decirle a Vito “Don” Corleone (Marlon Brando) la ya inmortal frase “I believe in America” (“Creo en los Estados Unidos”) sigue siendo una obra en constante (de)construcción, tanto desde el punto de vista audiovisual como desde lo temático. En ese sentido, El Padrino , vista hoy, da la impresión de ser una síntesis cinematográfica de dos estilos en principio antagónicos (llamémoslos “cine de estudios” versus “cine independiente, de autor”), reconciliados en la figura de Coppola, un director que combinaba su admiración por los clásicos de Hollywood con una fuerte presencia autoral y un desdén natural por la política de los estudios.
El Padrino aparece como un estudio de contrastes. El filme arranca con una larga secuencia de la boda de Connie (Talia Shire, hermana de Coppola), la menor de los hijos de Vito (los otros son Sonny, Fredo, Michael y el hijo adoptivo y consigliere Tom Hagen, encarnados respectivamente por James Caan, John Cazale, Al Pacino y Robert Duvall), en la cual esos contrastes entre lo público y lo privado, lo luminoso y lo oscuro, están claramente delineados. Y la extensión de la secuencia –además de su carácter episódico, que se mantiene en todo el filme- remite a un tempo en el manejo de las acciones alejado de todo clasicismo narrativo. Esa distancia se ha hecho más que evidente con el correr de los años –ya casi nadie en Hollywood sostiene una escena tanto tiempo ni arranca mostrando a sus personajes principales entre sombras o de espaldas- y ubica al filme en el marco de una época: el Nuevo Cine Americano de los ’70.
A su vez, siendo un relato de gángsters que transcurre en la década del ’40 (hoy el salto temporal es doble, y mayor la distancia que nos separa del filme que la que separa al filme de la época que retrata), El Padrino utiliza a conciencia los recursos narrativos del género, moviendo la acción hacia adelante permanentemente a partir de episodios violentos, empezando por la ya mítica “oferta que no podrá rechazar” que Vito le hace a un jefe de estudios de Hollywood -en lo que parece un guiño de Coppola a su situación detrás de cámaras- hasta llegar al montaje paralelo del final, en el que Michael toma las riendas del poder a partir de una masacre que transcurre al mismo momento que el bautismo de su sobrino, del que él oficia como padrino.
El entramado narrativo de El Padrino no tiene nada que envidiarle a los clásicos del género, pero la forma en la que Coppola dispone de los elementos en la puesta en escena –la oscura fotografía de Gordon Willis, el ritmo interno de las escenas con sus llamativas irrupciones de violencia, el susurro actoral de Brando y Pacino tan propio de la tradición del Actor’s Studio- es absolutamente personal y, si se quiere, moderno. En ese sentido, el filme logra sumar ambas tradiciones, sintetizarlas, transformándose así en un encuentro de dos universos. Lo curioso de acercarse al filme hoy es que ambas tradiciones parecen lejanas a la forma en la que se hace cine en los últimos 20 años. Y tal vez esa “modernidad” del filme de Coppola sea la más alejada. Si algo se preserva del Hollywood clásico es su habilidad para construir drama a partir del movimiento perpetuo.
Pero El Padrino no habría trascendido como lo hizo de no ser por los temas que la dominan, por su visión del lado oscuro del sueño americano ( “Los senadores y presidentes no mandan a matar gente” , le dice Kay –Diane Keaton- a Michael.
“¿Quién es naive?” , le responde él), por su historia paralela del siglo XX en los Estados Unidos –la de los inmigrantes ateniéndose a sus propias reglas, usos y costumbres- y por la forma en la que logra convertir a esta casi idealizada familia de gángsters (raramente se ve la “parte sucia” de su trabajo fuera del ámbito de las peleas internas y/o entre “familias”) en un reflejo de las distintas formas, contradictorias entre sí, de acceder al poder: la violencia versus la negociación, la fuerza versus el cálculo, la explosión versus la paciencia.
En lo que -queda claro recorriendo su filmografía- es el tema principal de la obra de Coppola, El Padrino es la historia de una familia, de sus contradicciones, sus peleas internas y sus conflictos, pero también del amor que se profesan, de los límites fronterizos que ese núcleo impone hacia afuera ( “nunca te pongas del lado de alguien contra la familia, jamás” , le dice Michael a Fredo) y del destino trágico que esa misma alianza les genera, abriéndoles un flanco débil ante la agresión, interna o externa.
Nadie lo sabía entonces, pero la familia de El Padrino se sostendría por tres filmes y terminaría convirtiéndose en reflejo y prototipo de un siglo de historia, además de tener inesperadas consecuencias. Para Hollywood, fue la salvación a una de sus peores crisis (creativas y económicas) de la historia y la prueba de que las nuevas generaciones de cineastas podían acceder a la masividad. Para Coppola, el fin de su independencia, el comienzo del mito y de una carga bastante pesada de sobrellevar hasta hoy. Y para el público, finalmente, un festín de horas de puro placer cinematográfico… y una oportunidad de verla en cine que nadie debería dejar pasar.
Felicito al blogger por esta nota derivada de su reestreno en la pantalla grande. En algún medio que se jacta de ser una escuela de sabiduría se banaliza y habla de esta película con un dejo de desdén y se critica claramente la actuación de Brando, que si bien en los extras del DVD los participantes en el proyecto, hablan de las distintas dudas que tuvieron a la hora de elegir a los protagonistas..como al mismo director, en que pensaron que iban a apartarlo de proyecto, dan su fundamento, en una versión donde viene un DVD dedicado totalmente a comentarios de Coppola y uno puede ver cómo De Niro participó en una prueba o casting para protagonizar a Michael o a Santino..y demás cosas. En mi opinión cuando se trata de obras que trascienden y siguen vigentes con el paso de los años, yo creo que la gente que hace crítica cinematográfica seria tendría que ser más cuidadosa. Nuevamente gracias desde Argentina, ( esa manía que tenemos los argentinos de buscarle la 5ta pata al gato...Saludos
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