miércoles, 14 de abril de 2010

"EL PREDIO" DE JONATHAN PEREL (Por Quintín)


http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2010/04/14/el-bafici-2010-14/

Este mediodía vi El predio de Jonathan Perel, una película argentina de la sección Cine del Futuro. Casi no tenía referencias y al público le debía ocurrir algo parecido porque había muy poca gente en la sala. Sin embargo, resultó una sorpresa mayúscula. El predio no es solo una película de un rigor y una inteligencia infrecuentes, sino posiblemente la única película de estos años que toca el debate político actual. Perel entra en el terreno de la ESMA —hoy Museo de la Memoria (en construcción)— donde filmando sin otro sonido que el ambiente y casi todo el tiempo en planos fijos de duración parecida, logra hacernos acordar a Frederick Wiseman y su capacidad para hacer hablar a las instituciones sin que el realizador diga una sola palabra.

En los primeros minutos, la película muestra restos de la vieja Escuela de Mecánica. Las paredes despintadas, las instalaciones desmanteladas, los sanitarios y ladrillos acumulados en el terreno, las ventanas deterioradas logran evocar la Historia. Esos muros albergaron el horror y la serenidad de los planos de Perel nos permite sentir la presencia de la tortura y la muerte. Esas visiones despojadas aluden al museo por venir.

La decisión de crear el museo fue en su momento la respuesta adecuada al proyecto de destruir la ESMA, tan ligado a la idea de ocultar y borrar la memoria. Pero lo ocurrido desde 2004 es paradójico. Mientras la construcción avanzaba a paso de hormiga, las distintas entidades de derechos humanos y otras organizaciones fueron ocupando el predio donde ejercen actividades de toda índole. Perel hace una somera descripción visual y sonora de alguna de ellas, desde las más formales y predecibles, como reuniones y asambleas políticas o el otorgamiento de becas para actividades artísticas, hasta otras menos convencionales como las proyecciones de una especie de cineclub en el que se ven funciones con películas de Haneke, de Tita Merello o de León Gieco. Pero también aparecen actividades casi espontáneas, en las paredes, como pinturas figurativas, consignas políticas, logotipos de El eternauta o pegatinas de la carta de Rodolfo Walsh a la junta militar.

La inteligencia cinematográfica de Perel hace que esa multiplicidad de intervenciones en el predio puedan mirarse desde dos sentidos completamente opuestos que reflejan debates políticos más profundos. Por un lado, se puede considerar que la muerte está siendo reemplazada por la vida, que los asesinatos y las torturas han dejado lugar al arte, a la educación y que el recuerdo de las víctimas ocupa el lugar de los rastros de los verdugos. Acaso el símbolo más claro de esa interpretación sea el proyecto a cargo de la artista visual Marina Etchegoyhen de sembrar papas en la tierra de la ESMA “para reproducir y cosechar energía”. La instalación tiene claramente el sentido de vivificar la tierra yerma de las desapariciones. Pero la película permite también la interpretación contraria: que la ocupación de la ESMA por parte de las organizaciones políticas y sus militantes, que va recubriendo el espacio del horror, interviniendo en su suelo y sus paredes, sustituyendo la preservación del pasado por proyectos dictados por el presente, está construyendo una política del olvido en lugar de una política de la memoria. Así, la utilización tumultuosa de ese espacio, su cooptación partidaria y su banalización a fuerza de consignas trilladas y manifestaciones artísticas de dudosa jerarquía es la demostración cabal de que el kirchnerismo y sus aliados no solo intentan apropiarse de la memoria de toda la sociedad, sino de que el proyecto de destrucción de la ESMA por parte de la derecha se lleva a cabo ahora desde la izquierda. Cerca del final de la película, dos planos vienen a confirmar esa hipótesis: en el primero se ve un viejo monolito de la ESMA, al que le faltan los elementos que permiten identificarlo. Es seguramente lo que queda del homenaje a algún almirante de otra época. En el segundo, se ve también un monolito, pero este sí tiene la placa correspondiente. En ella se anuncia que la presidente Cristina Fernández de Kirchner ha creado en ese sector del predio la Plaza de los Derechos Humanos. Esa placa no parece mostrar la voluntad de que los visitantes del futuro se encuentren con lo que era la ESMA en los setenta sino con la transformación que ha sufrido gracias a la didáctica del nuevo siglo.

El último plano de El predio es otra muestra del refinamiento de la película, de su capacidad para preservar la ambigüedad de lo que muestra sin aplastarla bajo la interpretación predigerida. Es una toma en la que se ve una puerta de rejas abierta a medias sobre una avenida por la que circula el tránsito a gran velocidad. A la salida de la película, discutí con otros espectadores y con la programadora del festival Violeta Bava los posibles sentidos de ese plano. Bava sostenía que allí se veía la indiferencia de esos automovilistas frente a la ESMA y lo que allí ocurrió (y ocurre). Pero a mí se me ocurría otra interpretación: que esa puerta semiabierta hubiera constituido en 1976 una esperanza de libertad para los prisioneros. Pero también que esa puerta puede ser también una alternativa a la sofocante situación de la ESMA actual.

El predio recibió uno de los premios para ampliación a Alta Definición que otorga el Bafici en los meses previos. Fue una decisión tan acertada como incorrecta es la de no haber programado esta opera prima en la competencia internacional o en la argentina, ya que se trata de uno de los estrenos más valiosos de esta edición del Bafici.

Por Quintín.

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