lunes, 2 de agosto de 2010

EL ORIGEN, Por Ezequiel Schmöller, Revista EL AMANTE, Argentina


Perdónalos, Lynch, no saben lo que hacen

Por Ezequiel Schmoller.-
http://www.elamante.com/

MINUTO 0. Cuando comienza El origen, se nos dice, se nos promete, se nos hace creer, que la película nos va a sumergir de lleno el mundo de los sueños: que estamos a punto de atravesar capas y capas y capas de sueños, que va a haber intrincadas alucinaciones colectivas, que no vamos a poder distinguir la imaginación de la realidad, etc. Perfecto. Uno se acurruca en la butaca y se prepara para disfrutar de lo que se viene: imagina desaforadas pesadillas, delirios sensoriales, experimentos formales… en fin, todo aquello que suele hacer el cine, o al menos intentarlo, cuando se mete con los sueños. Es decir, lo que hicieron Hans Richter, Buñuel, René Clair, Man Ray hace 90 años… Aprovechar las enormímisas posibilidades visuales que brinda el cine.

MINUTO 120. 120 minutos y 500 millones de dólares después, cuando ya está claro que la promesa inicial no se cumplió ni remotamente, en la mitad de un sueño adentro de un sueño adentro de un sueño, en lo más profundo de la profundidad, Di Caprio dice algo así como “Lo que pasa es que me siento culpable, no me puedo sacar la culpa de encima”. ¿Lo que pasa es que no me puedo sacar la culpa de encima? Están en un sueño, amigos, no en el diván del psicoanalista. Piensen en Carretera perdida. Imagínense si Bill Pullmam, en el medio de su salvajísima pesadilla, hubiera dejado de hacer lo que hacía para decirle a alguien: “Lo que pasa es que estoy muy celoso y soy muy violento, por eso tengo estos sueños tan raros.” Seamos serios. Si Lynch estuviera muerto, se estaría revolcando en su tumba.

HABLANDO DE LYNCH… En muchas de sus películas, Lynch trabaja de la siguiente forma: imagina una historia pasional, violenta y retorcida, pero en vez de contarla de forma directa, pone en escena la pesadilla de uno de los protagonistas de la historia. No lo que pasó, sino lo que sueña alguien a partir de eso que pasó. Desde ese lugar, el espectador sigue pistas, se mete en callejones sin salida, se pierde, ata cabos, hasta dar, quizá, con una versión posible de la historia que engendró la pesadilla. En El origen, la historia que desencadena los sueños es básica, mínima, incluso ridícula, y está groseramente explicitada. A cada rato los personajes se frenan y le explican al espectador lo que acaba de pasar, cómo funciona cada cosa que vimos, el trauma que tienen, etc. Si las películas de Lynch son montañas rusas por psiques prendidas fuego, El origen es como un paseo a pie por un parque nacional canadiense: todo limpito, senderos bien marcados y carteles orientativos por todos lados.

MÁS SOBRE SUEÑOS. No sé qué tipo de sueños tiene Nolan. Los que conozco yo son ambiguos, oscuros, retorcidos, confusos, inestables, sexuales, atractivos, violentos, extraños... El prinicpio de identidad se quiebra constantemente: los objetos y las personas son una cosa y otra a la misma vez, incluso una cosa y la contraria. En El origen no hay absolutamente nada de ambigüedad, ni de extrañeza, ni de inestabilidad, ni de nada. Para Nolan, un sueño es como una película de acción cualunque. En El origen, hay capas sobre capas sobre capas de… escenas de acción. Algunas buenas, otras no tanto, pero todas lógicas, ordenadas, discernibles, bien cuadradas. ¿Le interesan realmente los sueños a Dolan? Porque acá parece que quiso hacer una de James Bond, intercalada con teorías discursivas sobre la naturaleza de los sueños. La ecuación sería: Escenas de acción lógicas + Explicaciones habladas = Cualquier cosa menos un sueño.

CONCLUSIÓN. Insólitamente, a pesar de su propuesta inicial, El origen debe ser una de las películas menos oníricas de la historia del cine. Definitivamente no está hecha del material del que están hechos los sueños.

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