martes, 17 de agosto de 2010

LA MIRADA INVISIBLE de DIEGO LERMAN (www.otroscines.com / www.clarin.com)


La última edición del Festival de Lima registró, además de un fallo desacertado del jurado internacional, muchas ausencias de películas latinoamericanas interesantes durante el período 2009-2010.
Contamos: Te extraño de Fabián Hofman (Argentina), Fragmentos Rebelados de David Blaustein (Argentina), Paseo de Sergio Castro San-Martín (Chile), Weekend de Joaquín Mora (Chile), El General de Natalia Almada (México-EE.UU), Os famosos e os duendes da morte de Esmir Filho (Brasil), Torino de Agustín Ronlandelli (Argentina), La vida útil de Federico Veiroj (Uruguay), Salamandra de Pablo Agüero (Argentina); y La mirada invisible de Diego Lerman, que es un interesante estreno argentino de 2010
Presentamos las críticas de Diego Batlle y Diego Lerer
Óscar Contreras Morales.-

Escribe Diego Batlle para http://www.otroscines.com/

La mirada invisible (Argentina, Francia, España/2010). Dirección: Diego Lerman. Con Julieta Zylberberg, Omar Nuñez, Marta Lubos y Gaby Ferrero. Guión: Diego Lerman y María Meira, basado en la novela de Martín Kohan. Fotografía y cámara: Alvaro Gutierrez. Edición: Alberto Ponce. Dirección de arte: Yamila Fontán. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 97 minutos. Apta para mayores de 16 años. Salas: 11.

Esta nueva película del director de Tan de repente y Mientras tanto (y de los cortos La prueba y La guerra de los gimnasios) está basada en Ciencias morales, novela de Martín Kohan ganadora del Premio Herralde 2007 que describe el sistema represivo y la degradación generalizada desde el punto de vista de María Teresa (gran trabajo de Julieta Zylberberg, muy alejado de sus registros habituales), una joven preceptora que ingresa al Colegio Nacional de Buenos Aires en 1982, pocos días antes de (el libro transcurre durante) la guerra de Malvinas.

Con un gran rigor y austeridad en la puesta en escena, con un inteligente uso del fuera de campo para abordar la crisis final de la última dictadura militar y con una sólida dirección de actores (se destaca también Osmar Núñez), Lerman utiliza a su protagonista y a los estudiantes secundarios como metáfora y alegoría (por momentos, un poco obvia) de una época oscurantista.

Lerman se concentra en los detalles (una mirada fugaz, el roce de un cuerpo, el solemne canto de Aurora), en esos pequeños rituales cotidianos que ayudan a describir en toda su dimensión y alcances el entramado de disciplina/censura/control/represión que se fueron tejiendo durante 6 años de gobierno militar. La contradictoria, inquietante relación entre Biasutto (el manipulador jefe de preceptores interpretado por Nuñez) y María Teresa (una joven bastante contenida que calma su frustración y obsesividad espiando a toda hora para descubrir si los alumnos fuman en los baños) es el eje y motor del relato, aunque por momentos el director acentúa y subraya demasiado los aspectos relacionados a la tensión y la perversión sexuales.

El realizador decidió ser muy fiel a la novela original y -paradójicamente- consigue los mejores momentos (como una fiesta a la que acude la protagonista en la que se percibe cierto espíritu de época y la incipiente apertura propia de la etapa final de la ya decadente dictadura) y los peores pasajes (como un desenlace algo over the top) cuando "traiciona" a la creación de Kohan.

Menos desenfadada y audaz que Tan de repente, pero mucho más lograda que Mientras tanto, La mirada invisible surge como un interesante, minucioso, cuidado acercamiento diferente a la más trágica etapa de nuestra historia reciente, concebida con elementos propios del cine; es decir, sin caer en la bajada de línea discursiva ni en la demagogia tranquilizadora. Por eso, y por sus más que sólidos atributos técnicos, narrativos y actorales, este tercer largometraje de Lerman merece ser visto, analizado y discutido.

Escribe Diego Lerer para http://www.clarin.com/

El silencio y los pasos. Lo primero que llama la atención –lo que mueve al recuerdo- es el vacío de los patios del colegio. Los chicos en fila, ordenados, avanzando por los pasillos tras cantar el himno y llegando hasta la puerta de la división casi como si fuera un desfile militar. Los rituales: tomar distancia, entrar ordenadamente, saludar, pasar lista.

La mirada invisible ubica enseguida al espectador en su escenario y su época.

Es el Nacional Buenos Aires pero, más allá de algunas cuestiones específicas, podría ser cualquier colegio estatal durante la dictadura. Los ojos de María Teresa (Julieta Zylberberg) son nuestra entrada en el mundo que narra la película, pero “la mirada invisible” no es necesariamente la suya. Si hay algún logro especialmente destacable en el filme, que lo transforma en una transposición literaria exitosa, es poder contar mediante la puesta en escena ese juego de miradas, de poder y de vigilancia (el célebre “panóptico” de Foucault) que se sucede en ese ámbito y, por consecuencia, en el país.

La mirada es de María Teresa, que decide que para hacer bien su trabajo debe espiar a los chicos hasta en el baño para ver si fuman. Pero también es la de Biasutto (Osmar Nuñez), temible jefe de preceptores que la ha elegido como discípula favorita (o al menos eso parece). Es la de los chicos, que observan la circulación de miedo, represión y participan en la del deseo, más oculta. Y la de los otros poderes que, sucesivamente, van observando, marcando y pautando las vidas de estos personajes. Esa cadena de miradas arranca en la macropolítica (Argentina, marzo de 1982, previo a Malvinas) y termina en una chica encerrada en un baño apretando su bombacha en la mano derecha.

El filme de Diego Lerman adaptado de la novela Ciencias morales de Martín Kohan es la historia de la relación perversa que se establece entre todos estos seres que miran y son mirados, pero especialmente la que hay entre María Teresa y Biasutto. Ella vive con su madre y su abuela, es una chica de 23 anos en extremo tímida y reprimida (se burlan de ella hasta sus colegas preceptores) y que va despertando a cierto deseo confuso que no sabe bien cómo manejar. Por un lado, hacer bien su trabajo, ser respetada por Biasutto. Y, por otro, saber más de esas vidas sexualizadas de esos chicos de 14, 15 años, que la movilizan de una manera que ella misma no alcanza a comprender muy bien.

El rol de Biasutto, si se quiere, es más clásico y prototípico, y tal vez el flanco más débil del filme: severo y rígido, capaz de repetir como mantra aquello de que “acá hay una guerra y hay que extirpar el cáncer de la subversión”, irá revelando con el correr del filme que su severidad disimula un deseo que, de alguna u otra manera, deberá canalizar.

El nuevo filme del director de Tan de repente , cuyo estilo es cambiante en cada filme y difícil de predecir, propone una mirada diferente hacia esos años de la dictadura: contar desde un micromundo, el clima, la tensión y el horror de una etapa que va llegando a su fin. Que esos alumnos, acaso, sean los actuales o futuros líderes políticos (o personalidades de influencia cultural) de la Argentina podría servir para entender tanto aquella época como la que vivimos ahora.

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