Las escuelas de postgrado más importantes del mundo enseñan ciencia económica analizando el caso argentino, uno de los grandes misterios del Siglo XX: Argentina es el único país del mundo que en los últimos cincuenta años decreció no obstante mantener constantes sus factores de productividad (tierra, capital y población trabajadora). Pensar que en 1908 Argentina era considerada la séptima economía del mundo y hoy, en 2010, un 24 por ciento de su población (que se calcula en unos 36 millones de habitantes) está por debajo de la línea de pobreza crítica.
Tras la tiranía de Juan Manuel Rosas, en 1853, los constitucionalistas argentinos desarrollaron el proyecto de país "ciudad sin fronteras", que llevaría la civilización, la urbanización, la educación a la Pampa, a la llanura, donde reinaba la barbarie y la desolación. Estas ideas obsesionaban particularmente a los fundadores de la Nación, a saber, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, entre otros.
Ciento cincuenta años después, la Argentina vive una orfandad política; construye su economía a partir de una versión premoderna de la riqueza (como bien apunta Alfredo Barnechea) y se caracteriza por ser una "sociedad de opositores" -parafraseando a Ernesto Sábato- sin posibilidad de consensos.
Tomás Eloy Martínez, el notable escritor argentino recientemente fallecido, exorcizó los grandes demonios de su país (lleno de calibánes argentíferos) reinventando su Historia. Poniendo en evidencia el narcisismo, el latinoamericanismo escaso, la situación extramuros de un país que construyó su riqueza económica y cultural a partir de una "mitología de la exclusión".
"La generación de los proscritos quiso, cuando tomó el poder en 1852, que la Argentina se convirtiera en una ciudad interminable. Poblar, educar y cuadricular la pampa era el único modo que concebían estos civilizadores para no sentirse extraños en ella." Eso escribía Martínez sobre el nacimiento del proyecto moderno argentino.
Hoy el Diario El Comercio publica un estupendo artículo del escritor mexicano Carlos Fuentes, a propósito de las ideas aquí expresadas. Que ponderan el legado literario de Tomás Eloy y su agudeza para encuadrar los hechos en un país comercialmente conectado con el imperio británico, orgulloso de su ejército prusiano, de su cultura francesa y de su gente italiana o española.
RÉQUIEM POR TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
El escribidor de un país autoengañado
Por: Carlos Fuentes Escritor
Domingo 28 de Febrero del 2010
Conocí a Tomás Eloy Martínez en el lejanísimo verano de 1962 y en un balcón suspendido sobre la avenida Quintana en Buenos Aires, en compañía de Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato y Francisco Petrone, admirando a nuestra anfitriona, la bellísima señora de Galli-Mainini. Temerosos de que el balcón no aguantara nuestro peso, porque como la República Argentina, el balcón crujía. Lo abandonamos en aras de la supervivencia pero también porque nuestra juventud estaba llena de proyectos de vida y trabajo que no merecían terminar destrozados en las aceras de la bella capital argentina.
Gracias a que el balcón no se cayó, pudimos disfrutar durante el siguiente medio siglo de una obra, la de Tomás Eloy Martínez, terrible y hermosa, puntual e imaginativa, recreación literaria de esa interrogante humana y política que llamamos “La Argentina”.
De “La novela de Perón” a “Purgatorio”, pasando por “Santa Evita”, “El vuelo de la reina” y “Cantor de tango”, Tomás Eloy nos indicó que si solo pudiéramos vernos dentro de la historia, sentiríamos terror. Para superarlo, el novelista que fue —que es— Tomás Eloy no niega la historia, sino que la resucita, la transforma, la reinventa para hacerla no solo visible, sino comprensible.
Tomás Eloy Martínez escribió la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imaginó europeo, racional, civilizado, y un día amaneció sin ilusiones, tan latinoamericano como México o Venezuela, tan brutalmente salvaje como sus dictadores militares, tan brutalmente corrupto como sus políticos, tan ciego como todos ante las poblaciones de la miseria que fueron bajando hasta las avenidas porteñas, donde hoy recogen basura a la medianoche para comer.
Por decir esto, en “La pasión según Trelew”, Tomás Eloy fue perseguido y debió exiliarse. Su última novela, “Purgatorio”, viene siendo un espléndido resumen del terror, la imaginación y la esperanza argentinas. En “Purgatorio”, Tomás Eloy Martínez se propuso darle relevancia literaria a un tema que pesa sobre la política argentina: los desaparecidos, las prácticas brutales de la dictadura militar en los años 1976 a 1981. Prácticas llamadas, con eufemismo delirante, “Proceso de reorganización nacional”. Apresar disidentes, torturarlos en presencia de sus mujeres e hijos, asesinar a toda persona sospechosa de leer, pensar o actuar de una manera desaprobada por la dictadura. Secuestrar niños, darles otro nombre y familia distinta.
Tan odiosa violación de la persona puede ser denunciada en un diario, en un discurso, en una manifestación, ¿cómo incorporarla a una ficción cuando la realidad rebasa cuanto la literatura puede imaginar?
“Purgatorio” relata la historia de una mujer, hija de un magnate argentino que apoya a la dictadura y participa de sus diversiones, al grado de invitar a Orson Welles a filmar el Campeonato Mundial de Fútbol. Emilia Dupuy, la hija del magnate, está casada con un cartógrafo, Simón Cardoso, obligado a recorrer el país, midiéndolo. La policía de la dictadura lo confunde con un terrorista y lo desaparece.
¿Dónde buscar a un “desaparecido”? Desesperada, Emilia sigue todos los itinerarios que su marido pudo tomar, Brasil, Venezuela, México y, al cabo, EE.UU., hasta el día en el que, establecido en una pequeña ciudad universitaria de New Jersey, Emilia reencuentra a su marido perdido.
Solo que él sigue siendo un hombre de 30 años y su reaparición va a destruir la costumbre de Emilia: vivir recordando la ausencia del único hombre que amó y que, ahora, regresa con “una sonrisa llegada de muy lejos”.
No diré más. Solo añadiré que Orson Welles pone como condición para aparecer en la película que los militares hagan aparecer a los desaparecidos, ya que, en la novela, como en el cine, se pueden crear todas las realidades posibles, imaginar lo que aún no existe, y detener el tiempo.
Tomás Eloy Martínez buscó —y encontró— en la novela la realidad de lo que la historia ha olvidado. Y puesto que la historia ha sido lo que ha sido, la literatura nos ofrece lo que la historia no siempre ha sido y a veces, lo que nunca ha dicho. En la obra de Tomás Eloy, el lenguaje, portador de duda frente a la ideología, la certeza religiosa, el conformismo moral o la mascarada política, no puede dejar de lado ni a la ideología, ni a la religión ni a la moral ni a la política. La diferencia estriba en que la novela no puede ser dominada por ninguna de las cuatro. Por el contrario, puede presentar ideología, religión, moral o política como problemas, abriéndole la puerta a la interrogación, elevando el techo de la imaginación, descendiendo al sótano de la memoria y, sobre todo, dejando la ventana abierta a la palabra de Pascal: vengo a proponerles una duda.
La riqueza de la cultura argentina contrasta con la pobreza de su vida política y económica, tal es el enigma de esa gran nación, planteada una y otra vez en la obra de Tomás Eloy: ¿Por qué, teniéndolo todo, la Argentina acaba teniendo nada? ¿Por qué la cultura vigorosa e ininterrumpida de la República del Plata no le da vigor y continuidad a su vida política?
Tomás Eloy Martínez nos advierte, desde su vida, desde su muerte, que cuando al cabo entendamos nuestra historia, podemos entender sus abismos y sus cumbres y, a partir de eso, conocer la verdad.
Tomás Eloy Martínez, como pocos, nos acercó a la verdad, huidiza, interminable, como la libertad misma.
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