martes, 12 de octubre de 2010
VARGAS LLOSA EN PRINCETON (Diario EL PAÍS, España)
Todo es igual, pero todo es distinto. Las aulas son las mismas. El ritual de preparar las clases es el de siempre. La rutina de levantarse al alba; desayunar; leer los diarios; asearse y mirarse en el espejo para finalmente ajustarse la corbata. El rostro que ve es el mismo. Pero la mirada que devuelve el azogue es otra. Como es otro el saludo de los estudiantes. Como sabe distinto el bocadillo que el escritor compra en la cafetería cercana al campus. Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, regresó ayer a las aulas de Princeton (Nueva Jersey). Sus horarios y sus compromisos son los mismos. Pero el escritor ya es otro.
Ayer era día de tutorías. La primera alumna en pasar por su despacho fue una joven mexicana que, conociendo la debilidad del escritor por los hipopótamos, le hizo entrega de uno de peluche -marrón para más detalles-. Luego llegaría un sándwich de jamón y queso acompañado con una limonada que el Nobel se comió a la carrera, en el camino a su clase, donde le esperaban poco más de 20 alumnos.
"Todos con un excelente español", según Vargas Llosa. Asistieron a la apertura de un semestre dedicado a la técnica de la novela y a Jorge Luis Borges dentro del Programa de Estudios Latinoamericanos.
El narrador, el espacio y el tiempo era el tema. El primer día de clase del nobel duró tres horas y media. De nuevo, todo era lo de siempre. Tomar asiento, conocer a sus alumnos. Extender sus apuntes él; sacar sus cuadernos ellos. Y así transcurrió la primera parte de la charla. Cuando el escritor se ausentó, a su vuelta le esperaba una tarta de chocolate y fresa sobre la que se había garabateado: "Felicidades por el Premio Nobel". Todos comieron un pedazo. Hubo tímidos aplausos.
Ya nada será igual por mucho que la realidad haya devuelto a Vargas Llosa a las tareas propias de los mortales: trabajar y cumplir con un horario. "Enhorabuena, maestro", acertó a decir en español una tímida joven estadounidense con un tremendo acento. "Ya era hora", apuntaba un incondicional que consideraba que la Academia Sueca había sido rácana con el escritor peruano en los últimos 20 años. Vargas Llosa insistía en bromear al respecto: "Lo bueno que tiene que te concedan el Nobel es que ya no tengo por qué explicar por qué no me lo daban".
Por mucho que el calendario diga que ayer era 11 de octubre y que los adoquines se cubrieran de hojas -caían de bellísimos árboles anaranjados-, una suerte de verano en otoño recibió con una ola de calor al flamante Nobel. "Básicamente soy un escritor, no un profesor", explicaba Vargas Llosa. "Aunque me gusta enseñar por la cercanía con los estudiantes y también por tener la suerte de hablar con ellos sobre buena literatura".
La mejor de las prosas: El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Ese fue -y será- el libro que se estudiará en su cátedra este semestre en la prestigiosa Princeton. Pero los alumnos deseaban que el maestro también les contara el secreto de su éxito y alguno incluso soñaba con un día recibir tantas peticiones de entrevistas como ahora mismo tiene el Nobel en su agenda.
Princeton, una de las universidades más antiguas de Estados Unidos -fundada en 1746- y perteneciente a la Ivy League, no es ajena a los premios Nobel. Varios han pasado por sus aulas -Albert Einstein; el matemático John Nash; el presidente estadounidense Woodrow Wilson; el economista Paul Krugman- y alguno incluso estudió en ellas -el excelente dramaturgo Eugene O'Neill-. Ayer por la tarde, al término de la clase, Vargas Llosa tenía previsto un encuentro con algunos de ellos, como la escritora Toni Morrison. Eso sería antes de que por la noche el escritor pronunciase su Discurso sobre la cultura como apertura solemne del semestre.
Si hoy se celebra el Día de la Hispanidad, ayer fue Columbus day en Estados Unidos -los muy prácticos norteamericanos colocan sus jornadas festivas en lunes-. Un día que se celebra porque marca el nacimiento de una nueva identidad entre los pueblos del continente americano y los colonizadores españoles. Un día especial para Mario Vargas Llosa. En el que el autor peruano se vio obligado a fusionar su antes con su después del Nobel.
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